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viernes, 3 de enero de 2014

II. Olimpo


 El Olimpo, la residencia de los dioses. Un lugar al que los mortales no podían ni siquiera imaginar, ni mucho menos alcanzar, reservado para los seres inmortales, las divinidades. Rodeado de nubes, en la cumbre de esta montaña se encontraban las sus residencias, con unas construcciones sencillas pero espectaculares, pues daba la sensación de que las edificaciones levitaban directamente en los cielos, suspendidas en el aire. Todas ellas poseían patios porticados, con numerosos jardines, fuentes de aguas cristalinas, plantas desconocidas para los humanos que se reservaban para el disfrute de los inmortales, calles impolutas y enlosadas de mármol, tan pulidas que se podían ver los reflejos de los viandantes. Todas las residencias se encontraban articuladas en base a la sala central, donde se guardan las sillas de los 12 dioses más importantes, los olímpicos, dispuestas en círculo rodeando una representación del mundo mortal. Sentados en sus aposentos, los dioses omnipresentes podían ver cualquier obra que se realizara en la tierra, además de enviar, con un simple movimiento de la mano, las plagas o las mejoras a la vida de los mortales. Perséfone no era una diosa mayor, por lo que no tenía trono propio en ese espacio, pero su madre sí que era una de las diosas más importantes, y por ello estaba allí.