tag:blogger.com,1999:blog-55449407624197857832024-03-05T11:36:37.690-08:00Persephone´s chamberPerséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.comBlogger61125tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-16265797324675200142017-09-01T12:57:00.002-07:002017-09-01T12:57:44.912-07:00XVIII. Un paraíso en las tinieblas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6mwiGYNiFkgcJN7CA2d6ZAn8b4DtyjVItsno1zqp-RhpkxXhO2Ur1koUZ5rvfR7owlE3GSVXlccSvulIcMvhn4ODYobmYI63O6Z7jwbUZlkBkEHQa_6NA5o7GkdtuJA_Sxu6KV38e1kat/s1600/campos-eliseos-mitologia-2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6mwiGYNiFkgcJN7CA2d6ZAn8b4DtyjVItsno1zqp-RhpkxXhO2Ur1koUZ5rvfR7owlE3GSVXlccSvulIcMvhn4ODYobmYI63O6Z7jwbUZlkBkEHQa_6NA5o7GkdtuJA_Sxu6KV38e1kat/s1600/campos-eliseos-mitologia-2.jpg" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Su cuerpo estaba relajado, en calma. Sus músculos, sus
articulaciones, todo su ser tenía una tranquilidad que en muy pocas
ocasiones había vivido. Su mente, además, estaba en blanco, ningún
pensamiento salvo aquella serenidad que la invadía ocupaba sus
pensamientos. Y en el fondo, por esa sensación, sentía una felicidad
absoluta. Poco a poco, recuperó el movimiento de sus brazos, de sus
piernas, de su cuello y de su cuerpo en general; sus dedos, finos y
delicados, realizaban una débil pero continua y rítmica ascensión y
descendimiento de los mismos, como si con ello pretendiera devolver la
vida a su cuerpo, que la sangre corriera de nuevo por sus venas. Movía
la cabeza de un lado a otro, como si alguien la estuviera despertando y
ella no quisiera levantarse. <em>Esta calma… ojalá la tuviera eternamente. </em>Pensaba para sí misma, un pensamiento que se hundía en la inmensidad de su mente.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div style="text-align: justify;">
Entonces
abrió los ojos, lentamente, como si tuviera que realizar dicha acción
con un esfuerzo sobrehumano. Sus ojos verdosos al principio solo
captaban formas difusas, de contornos no muy claros, hasta que poco a
poco se acostumbraron a la luz. Aquella luz, clara y a la vez potente,
que parecía abarcar todo el lugar en el que se encontrara, fuera el que
fuese. Ante sus ojos, un cielo de azul claro, tan limpio de nubes y
claro que parecía imposible que fuera real, demasiado perfecto como para
existir en el mundo, incluso en el de los dioses. Una ligera brisa
movía suavemente sus cabellos, haciendo que la sensación de calor fuera
nimia, y además lo sintiera como una caricia que recorría su cuello y
mejillas, sus brazos y cabellos. Cuando tuvo los ojos bien abiertos,
cuando sus pupilas se adaptaron a la luminosidad del lugar, pasó a
recostarse para tener una mejor vista del paraje.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y lo que vio la
dejó sin respiración: una extensión infinita de verdes prados, en los
que se alternaban hermosas alfombras de flores, de todo tipo de colores y
formas; junto a todo esto, no muy lejos de donde se encontraba ella,
había un río que resplandecía como si tuviera luz propia. Si prestaba
atención, podía escuchar un rumor continuo, apacible, el arrullo del
agua. Cerró los ojos durante unos segundos para percibirlo, y una
sonrisa afloró en sus labios. No había sonido más relajante que ese, el
más hermoso de toda la naturaleza junto al trino de los pájaros.
Entonces se percató: el lugar era maravilloso, de eso no cabía ninguna
duda, pero había algo que no encajaba… no había ningún sonido de ser
vivo, de animal correteando por la hierba o del ruiseñor con cuyo canto
se proclamaba como el indiscutible mejor cantante entre las aves. Solo
había un silencio perpetuo, interrumpido por el agua que discurría
apaciblemente, pero nada más. Un silencio tan pesado, tan inmutable, que
provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. ¿Por qué, en un
lugar tan maravilloso y perfecto, no había más que vida vegetal? Todo lo
veía con una panorámica perfecta, pues se encontraba en una especie de
zona elevada, hecha con sillería de mármol blanco y pulido, y sobre este
un lecho de telas suaves y casi transparentes, en el que se encontraba
recostada. Cuatro columnas arrancaban de esa plataforma, repartidas de
forma equidistante, con hojas de acanto en la parte superior y
enredaderas enroscándose en el fuste, sujetando una cubierta a dos
aguas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sintió que la energía volvía a sus piernas, y comenzó a
levantarse, poco a poco, pues todavía sentía que su cuerpo no estaba
pleno de energías. Se acomodó el sencillo vestido blanco que llevaba,
arrugado por el tiempo que debía de haber estado dormida, y por la
posición. Estiró sus brazos y piernas, dispuesta a explorar ese nuevo
lugar; su curiosidad era mucho mayor que el miedo a lo desconocido o los
peligros que pudiera haber por allí. No podía evitarlo. Respiró
profundamente, y se dispuso a dar un agradable paseo, reteniendo en su
memoria y retinas todo lo que pasara a su lado. Además, por muy bello
que fuera el lugar, tenía que salir de allí, reencontrarse con su madre,
la cual estaría muy preocupada, volver a su agradable y tranquila vida
en Eleusis, pues no sería tan hermoso como aquel paisaje, pero era su
hogar, y tenía un lugar más que especial en su corazón. Su mente iba
inundándose de recuerdos, de los hechos que habían pasado recientemente,
pero algunos de ellos los mantuvo alejados, por temor a dejarse llevar
por el pánico o por los sentimientos contradictorios que seguían
anidando en su corazón… solo podía pensar en un nombre, pero temía
decirlo en voz alta, pues tenía la estúpida idea de que solo nombrarlo
lo atraería hacia ella.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No sabría decir cuánto tiempo pasó
caminando, pero era tan hermoso el paraje que para ella parecían unas
pocas horas, cuando alomejor había pasado casi un día, o unos minutos, o
unas horas… era difícil saberlo, pues la luminosidad ni aumentaba ni
disminuía, sino que se mantenía en un estado invariable, otro elemento
bastante extraño como para dejarlo pasar desapercibido. Había árboles,
más curiosas plataformas como en la que había dormido, así como
ramificaciones de aquel río que había visto antes en la lejanía,
seguramente para canalizar el agua por toda la pradera. Entonces, hubo
algo que cambió la monotonía del paisaje: ante ella, pero todavía lejos,
se perfilaba una silueta muy diferente a las demás, un elemento alto,
algo puntiagudo, y de grandes dimensiones, porque desde donde se
encontraba ya parecía grande. Y como no tenía tampoco nada mejor que
hacer, podría ser que allí encontrara alguna respuesta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo que
había visto era un enorme templo, construido con una decoración y
elementos sencillos y básicos pero que, debido a su gran tamaño, daba la
sensación de ser más importante de lo que podría ser. Su portada estaba
conformada por una fila de columnas dóricas, seis en total, dispuestas
en perfecta colocación; sobre las mismas, se alzaba una serie de
recuadros donde había esculturas de diferentes personajes, con ropajes y
acciones distintas, dando la sensación de que cada recuadro era una
escena, pero que estaban ligadas entre sí. Por encima, para rematar
aquella entrada monumental, se encontraba un tímpano en cuyo interior se
representaban a los dioses más importantes, a los que los demás
incluida ella consideraban como los más poderosos: Zeus, el portador de
la égida y el rayo, señor del cielo, en el centro, sentado y sosteniendo
una estatuilla de Niké, con una barba incipiente y mirando directamente
al espectador; en cada uno de los lados, se encontraban sus hermanos,
Posidón, señor del mar, sentado en un trono algo menor sosteniendo un
hermoso tridente de plata en su mano derecha, y un oleaje espumeante por
detrás del respaldo. Finalmente, en el lado izquierdo, Hades, señor del
Inframundo, sosteniendo un cetro como símbolo de su mando y Cerbero, el
terrible guardián de su reino, sentado en el lado derecho, con las tres
cabezas mirando fijamente al espectador con sus horripilantes ojos,
potenciados por los rubíes que los conformaban.</div>
<div style="text-align: justify;">
Perséfone se quedó
atentamente mirando, sobrecogida por el realismo de todas las tallas,
dando la sensación de que en cualquier momento bajarían y comenzarían a
hablar con ella. Pero tampoco tenía mucho tiempo que perder, tenía
curiosidad de ver el interior, que seguro sería tan sobrecogedor como el
exterior.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sus pasos resonaban en una única sala, inundada por la
penumbra, pues no había ninguna ventana a través de la cual pudiera
entrar algo de luz, proviniendo exclusivamente de la entrada. El suelo,
de mármol oscuro, marcaba un punto de diferencia con el resto, y la sala
estaba rodeada de una fila de columnas, exactamente iguales a las de
fuera. No había estatuas, ni altares de ofrenda, ni ningún tipo de
objeto… todo estaba extrañamente vacío. Solo había, en medio de aquella
enorme sala, una especie de estela, de gran tamaño, donde se
representaba en bajorrelieve una única escena: a un lado, seres
monstruosos, de tamaño desmesurado, representados con fealdad e
imperfección, teniendo el artista el objetivo de convertir a esos seres
en los menos atractivos estéticamente, y por ello los malos. <em>Relacionar belleza con virtud era algo muy común entre los humanos </em>se
decía a sí misma, mientras se acercaba para ver el detalle de las
mismas. Algunos de ellos llevaban sus manos a la cabeza, como gesto de
protección, unido a las expresiones de dolor y de rabia al no poder
hacer nada por salvarse. Dos de esos seres estaban ya tendidos en el
suelo, con los músculos agonizantes, a punto de perder la poca vida que
había en ellos; y los que seguramente serían los más fuertes, medio
encadenados, con las bocas abiertas en muecas de esfuerzo por deshacerse
de esas ataduras, y utilizando todas sus fuerzas para alcanzar a sus
perseguidores. En el otro lado de la escena, aparecen unas figuras más
gráciles, no tan musculados como los otros, con ropajes más elaborados,
expresiones de rabia o de dolor pero mucho más humanos, y posturas menos
forzadas, sin escorzos muy exagerados. Uno de ellos, el que parecía ser
el líder, llevaba un rayo en una de sus manos, a punto de lanzarlo
contra el más fuerte de aquellos seres; a su lado, otra figura estaba
sobre unas olas para sobresalir por encima del enemigo y atacarlo desde
el aire; otro con unas cadenas extensibles, con las que iba encadenando a
los seres que tenía más cerca. Todo parecía no tener ningún orden
concreto, pero si se prestaba atención todo estaba mínimamente dispuesto
y pensado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Es hermoso, ¿verdad? –una voz grave sonó tras ella, y
se giró sorprendida. No había escuchado pasos detrás de ella, o bien
porque estaba ensimismada con la estela, o porque aquella persona había
sido extremadamente religiosa. Pero no necesitaba girarse para saber a
quién pertenecía aquella voz. Un escalofrío recorrió su espalda, pero se
mantuvo lo más firme que puedo -. Una mala época, pero gracias a
nuestra determinación, pudimos sobrevivir e imponernos a ellos. ¿Sabes
qué representa esto? –y señaló el relieve -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Supongo que la
Titanomaquia –contestó la diosa, siguiendo la conversación. No tenía
muchas ganas de ello, pero no quería hacerlo enfadar. Su vida dependía
de que la dejara marchar, porque suponía que no estaba en su reino, pero
si estaba allí era por su voluntad, no por la suya -. Mi madre me ha
relatado muchas veces esa historia. Agradezco no haberla vivido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Si
no hubiéramos ganado, no estarías aquí, ni yo tampoco. La historia
sería muy diferente a lo que ahora entendemos y vivimos. Y por eso
mismo, soy el señor del Inframundo –parecía que había hecho caso omiso a
que la diosa supiera eso, era una información que todos los dioses,
independientemente de a qué generación pertenecieran, conocían -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Pues podrías haber escogido un reino mejor, la verdad. No fuiste muy inteligente.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Alguien
tenía que quedarse con ello, y mi hermano Zeus no iba a ser el dueño de
esto. No queda bien que el soberano de todos sea el señor del subsuelo.
Quita prestigio, y los humanos te temen más de lo normal. Pero no nos
vayamos del tema, ¿qué haces aquí?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Acaso tengo que decirte lo que hago o dejo de hacer? –contestó Perséfone, enfadada. <em>Parece mi madre, bueno, mi padre</em> -. Solo quería dar una vuelta, y salir de aquí, quieras o no.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Volverás a la superficie, pero cuando sea oportuno. No estarías a salvo allí arriba, tu vida corre peligro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Qué
dices? –dijo sorprendida la diosa. Pensaba que eso era una excusa muy
pobre para mantenerla allí retenida -. Estar al lado de mi madre, ese es
el lugar más seguro. Ella es poderosa, sabia, y me ha cuidado hasta
ahora. ¿Qué supuesto peligro puede haber allí arriba para tener que
estar encerrada aquí contigo? –y señaló al techo, para enfatizar que
estaba bajo tierra -. No me lo creo, lo siento mucho. Quiero salir de
aquí, ahora mismo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-De momento no puedo cumplir con tus caprichos,
aunque seas tú quien me lo pides o mejor, me lo exiges. Repito que
debes quedarte aquí, aguanta un poco. Este lugar no es tan terrible,
creo que se parece a tu amada naturaleza.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Es un lugar
maravilloso, pero no puedo pensar en que es una bella jaula dorada. ¿Qué
es este lugar? ¿Forma parte del Inframundo? Pensaba que todo tu reino
era…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Oscuro, tétrico, vacío de vida, tenebroso? –completó Hades.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Sí…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Bueno,
puede resultar curioso que el lugar más bello de la tierra esté en mis
dominios, pero así es. Te encuentras en el Elíseo, un sitio donde las
almas de los justos, de los héroes, de todos los que han tenido una vida
recta y justa, pasan su vida eterna. Es el premio por una vida
ejemplar. La muerte siempre es justa, siempre –y comenzó a caminar al
exterior -. ¿No quieres que te lo enseñe? –y ofreció su mano pálida,
pero robusta y bien formada, a Perséfone -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Siempre y cuando
luego me lleves a la superficie –Perséfone insistía en ello, pues quería
salir de allí. Aunque, para su asombro, una parte de ella quería
quedarse, quería estar al lado de aquel dios. Todavía lo amaba y eso,
quizá, era lo que más miedo le daba -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No
prometo nada –dijo Hades con una sonrisa. Pocas personas habrían
conseguido que él sonriera, pero aquella diosa tenía esa capacidad o,
mejor dicho, esa peculiaridad. No aceptó su mano, pero le acompañó a la
luminosidad del Elíseo, dando a entender que aceptaba su ofrecimiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Dónde
se encuentra el señor Hades? –preguntó Pandora, claramente enfadada. El
trabajo en el Inframundo era interminable, los muertos seguían llegando
y los deberes de dios son eternos como su vida, no podían tomarse
muchos descansos. Se temía la respuesta, pero nunca se podía estar
enteramente segura -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Por supuesto que lo sé, Pandora –dijo,
mientras la lanzaba una mirada llena de desafío. Nunca le había gustado
aquella mujer, era demasiado altiva, el poder se le había subido a la
cabeza, y tenía la extraña sensación de que planeaba ocupar el puesto de
consorte del señor del Inframundo. <em>Pobre ilusa</em>, era lo que
siempre pensaba de ella -. Está en los Campos Elíseos, casi seguro con
la diosa a la que ha salvado. La pobre muchacha estará asustada, y le he
aconsejado que vaya allí a hacerla algo de compañía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Un horrible consejo, Tánatos. ¿Sabes el trabajo que hay aquí?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Los
muertos no se van a mover de nuestro reino, dudo que resuciten mientras
Hades se tome unas pocas horas de asueto. Creo que puedes dejarle tomar
ese capricho, no por nada es un dios y tú no lo eres.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-<em>Si no fuera la mano derecha de Hades, su consejero más amado, yo… </em>pensaba
Pandora, mientras cerraba el puño para contener su ira. Pero no podía
lanzar una amenaza tan directa, no si quería mantener su puesto. Lo que
más temía era que Tánatos dijera algo malo de ella a Hades, pues este
siempre tomaba en consideración sus consejos o advertencias. Unas
palabras de aquel consejero podían encumbrar o hundir a cualquiera en el
Inframundo. Tenía que andarse con cuidado, mucho cuidado -. Eso es
cierto, perdona mis modales. Debe ser el estrés… Cuando veas a nuestro
señor, decidle que sus tareas le esperan, pero que me he encargado de
todo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Se lo diré, no os preocupéis. ¡Ah!, y permíteme recordarte
el rango que tienes aquí en el Inframundo. No eres una diosa, ni
siquiera semidiosa, así que mide tus palabras. No querrás que me diga a
Hades que has sido irrespetuosa, ¿no?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Claro que no… -odiaba que la tuvieran entre la espada y la pared, pero no podía sino asentir y ser una <em>buena chica</em>. Pero pronto acabaría eso, muy pronto. <em>Te
arrepentirás de tus palabras, viejo. Podrás ser todo lo inmortal y
poderoso que quieras, pero el fin le puede llegar a cualquiera… incluso a
la personificación de la muerte</em> -. Debo marcharme. Adiós.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hizo
una reverencia, por simple protocolo, pues no lo deseaba para nada, y
se dirigió a sus aposentos. No tenía ganas de seguir con sus deberes, y
tenía que ordenar sus pensamientos. Tánatos lo seguía con la mirada,
algo preocupado. Nunca había confiado en ella, pero tenía la sensación
de que nunca se podría hacer siquiera una idea de lo que sería capaz de
hacer para conseguir sus objetivos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pandora llegó a sus aposentos,
y se sentó en una sencilla silla de madera, bastante antigua, y posó
sus manos en un tocador tan antiguo como la silla, un tanto húmedo y
agrietado. <em>Maldito sea, si no estuviera ese condenado de Tánatos mis
planes se habrían cumplido hace mucho. La única que puede hacer feliz a
Hades soy yo, YO soy la única que tiene derecho a acceder al trono del
Inframundo, he estado a su lado todo el rato, lo he ayudado todo cuanto
he podido, y no me he separado de él. Soy la persona más fiel que
existe. Pero se ha tenido que fijar en una diosecilla, alguien que ni
siquiera tiene el respeto y reconocimiento de los demás dioses. Tendría
que estar muerta, todo estaba preparado para ello… pero no se puede
confiar ya en nadie, ni siquiera en un dios. Tengo que hacerlo todo yo
misma para que funcione… </em>llamaron a la puerta, lo que provocó que
la sacaran de sus pensamientos. Con un ligero adelante, la puerta se
abrió y apareció su fiel sirviente en aquellos oscuros parajes, Kryptos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Aquí me tenéis, mi señora –dijo Kryptos con una respetuosa reverencia -. Habéis pedido mi presencia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Así
es, mi fiel sirviente –dijo Pandora, sin darse la vuelta. Tomó uno de
sus collares de cuentas, y empezó a juguetear con él entre sus finos
dedos -. Te necesito para una misión de vital importancia. Voy a
convencer a Hades de que uno de vosotros, alguno de los que nos servís
directamente, sea un sirviente personal de nuestra nueva <em>huésped</em>
–no pudo decirlo con más desagrado aquella palabra -, ya me inventaré
un motivo. Te ganarás su confianza, creerá que le eres fiel, y cuando
todo esté dispuesto… la llevarás ante mi presencia, y la mataré con mis
propias manos –y alzó una sonrisa llena de maldad -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Haré lo que ordenes, mi señora. Tus deseos son órdenes.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Que
no se te olvide. Nuestro éxito reside en que nadie debe saber que eres
mi fiel mano derecha, Kryptos. De no ser así, Tánatos jamás pensaría en
ofrecerte como sirviente personal de la diosa. No se fía de mí. Pero ya
te he dicho suficiente, vete y sigue con tus cometidos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Como desees, mi señora.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Kryptos
salió de la sala, y Pandora volvió a quedarse sola, sumida en sus
pensamientos. Ya no podía permitirse más fallos. Solo quedaba hacer el
siguiente movimiento, y para ello tenía que escabullirse durante un rato
del Inframundo para realizar una visita diplomática a cierto lugar.
Tenía que darse prisa, pues el tiempo jugaba en su contra. <em>Disfruta los días que te quedan, diosa, porque esta vez nadie podrá salvarte.</em></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-502497136129348762015-05-15T03:53:00.002-07:002015-05-15T04:43:19.375-07:00El hembrismo o cómo malinterpretar el feminismo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHuzjZekpU504U9jBHe8EeKy2T_pcA_JNsn6uyQxY551OZQ-a7gCZ3ptnaQc98wqM953erNswjyVAbAy62nq1qjnkvHVijdR7QSQWSOq-BFAOzz0u83tgAHY8J-JCSh8yTMf0R5-FMQww9/s1600/machismohembrismomisogi.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHuzjZekpU504U9jBHe8EeKy2T_pcA_JNsn6uyQxY551OZQ-a7gCZ3ptnaQc98wqM953erNswjyVAbAy62nq1qjnkvHVijdR7QSQWSOq-BFAOzz0u83tgAHY8J-JCSh8yTMf0R5-FMQww9/s1600/machismohembrismomisogi.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Un tema del que deseaba hablar <i>fervientemente</i>. Y no porque esté de moda, sino para dar mi humilde opinión. Y ya de paso, me desahogo un poco. </div>
<br />
<a name='more'></a><br /><br />
<div style="text-align: justify;">
El hembrismo... una palabra que, ya de entrada, no suena precisamente bien. Se acerca de forma muy sospechosa al término machismo, por lo que ya deberíamos tener ciertas suspicacias. Y no para menos. Desde tiempos inmemoriables, y nadie puede decir lo contrario, la mujer siempre ha estado por debajo del hombre, relegada a un papel secundario y casi esclavizante: encerrada en casa, con la única meta en la vida de tener hijos, criarlos, y mantener la casa en orden. Una auténtica <i>señora de la casa</i>. No podía aspirar a nada más. Y no es que sea malo que una mujer quiera dedicarse a eso, la cuestión es que se <i>sienta obligada </i>o <i>lo desee de todo corazón</i>. Pero en esos tiempos la mujer no tenía opción alguna. Ahora, en pleno S. XXI, una puede elegir qué ser en la vida, sin necesidad de sentir la <i>obligación </i>de cumplir un determinado papel en la vida. Ya podemos acceder a la educación, tenemos unas posibilidades más o menos iguales a los hombres -aunque hay mucho que mejorar todavía por desgracia-, y podemos salir y ser independientes. No hay necesidad de casarse y tener hijos; en la universidad, poco a poco los puestos catedralicios son ocupados por mujeres, aunque sigue siendo una meta muy difícil de alcanzar. Poco a poco, las cosas se van enderezando. La balanza se equilibra para que todos, hombres y mujeres, vivamos en condiciones de igualdad.<br />
<br />
Pero en este mundo que vivimos, las cosas no son tan hermosas como parecen. El machismo sigue existiendo, el asesinato de las parejas sentimentales -por desgracia más hacia las mujeres que hacia los hombres- inunda nuestros telediarios, dejándonos una terrible sensación en el cuerpo. Todo el mundo lo considera un acto inhumano. En eso estamos de acuerdo, hay consenso. Es curioso, porque se percibe cómo algunas mujeres, con la excusa de llegar a esa tan ansiada <i>igualdad</i>, se dedican a mostrarse como seres <i>superiores </i>a los hombres. La situación ha dado un giro inesperado. ¿Acaso el feminismo defiende ese concepto? ¿Nos hemos vuelto locas pensando que, por años de represión, ahora tenemos que tomar las riendas de nuestras vidas, y hacer lo mismo que nos han hecho? Eso es de personas rencorosas, no de gente madura. Cuando un hombre critica o hace un apunte machista -de broma, un hombre me puede decir <i>es que las mujeres no tenían que haber salido de la cocina</i>- todo el mundo se lanza, imbuidos por un odio casi irracional, como si hubiera deseado que alguien se muriera. Estamos en un mundo donde las <i>bromas y </i>el <i>sarcasmo</i> no se entienden. En un entorno conocido, con amigos cercanos, que alguien me diga una cosa así me la tomo a broma, no al pie de la letra; pero hay mujeres que no entienden eso.<br />
<br />
Hubo un caso bastante sonado en Facebook, donde se había creado una página feminista -supuestamente-, en la que mujeres anónimas podían poner mensajes a favor de su sexo. Había algunos mensajes en los que estaba más que de acuerdo, donde se criticaba la situación de desventaja que tenemos, pero otros... el que más recuerdo, y se me pone la carne de gallina, es una entrada donde <i>animaba </i>a las mujeres a abortar si iban a dar a luz a un niño. ¡Un niño! No que fuera fruto de una violación, no deseado porque no se tiene dinero para mantenerlo, porque es una adolescente... nada de eso. Solo porque es un varón. Si un hombre dijera a su esposa o novia que tiene que abortar porque va a nacer una niña, todo el mundo lo recriminaría por solo insinuarlo. ¿Así pretendemos llegar a una igualdad, cuando promovemos una discriminación positiva? Muchos hombres no denuncian a sus mujeres por vergüenza; muchos tienen que aguantar un maltrato psicológico, que a la larga deja más secuelas, porque no se concibe que la mujer pueda hacer eso. O porque el hombre es el "fuerte" de la relación. ¿No es una tontería? He leído que una mujer hizo una denuncia falsa de maltrato, y el hombre acabó 11 meses en prisión. ¿Tenemos que tolerar eso? El machismo no se puede aceptar, pero el hembrismo tampoco. Son las caras de una misma moneda: del extremismo exacerbado.<br />
<br />
Las cosas no han sido fáciles para nosotras. Ahora, cuando disfruto de algo de tiempo libre, me dedico a leer una obra titulada <i>La mística de la feminidad</i>, de Betty Friedan, que me ha abierto los ojos. Leer cómo se encontraba la mujer americana en esa época, en una supuesta libertad que no gozaba en absoluto, es impresionante. Me gustaría saber cuántas mujeres "feministas" se han parado a pensar en esa época, en leer este libro, o en molestarse en buscar, aunque fuera un poco, lo que han hecho estas valientes por nosotras, y respetar su legado. Hay verdaderos problemas a los que debemos prestar toda nuestra atención, y no en chorradas como ser "superiores" a los hombres y colocarnos en la cúspide de la sociedad. ¿Por qué no se lucha contra la mujer-objeto? Yo pienso que es mucho más denigrante: las revistas de coches donde aparecen más mujeres en bikinis que esos medios de locomoción -de lo que en principio habla la publicación-, o de la penosa vida de las modelos. O de los modelos de belleza de ahora, donde las mujeres deben ser esqueléticas y siempre maquilladas. Las cosas no han cambiado tanto como antes. Bien es cierto que, si una mujer <i>quiere </i>ponerse mona, lo puede hacer si es <i>su deseo</i>; nunca si es la sociedad la que lo impone.<br />
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Estoy recordando ahora un anuncio de una marca para adelgazar, donde se encuentran reunidas un grupo de mujeres. Una de ellas se va a casar, y saca dicho producto para estar mejor en el vestido de novia. Todas la imitan para estar también más delgadas. ¿De eso no se quejan estas supuestas "feministas"? A mí me parece un mensaje horrible para las mujeres. Tienes que estar perfecta, delgada y modélica, y para ello tienes que tomar esa "medicina". Y todas las revistas de mujeres tratan el tema. ¿Por qué no podemos mostrarnos tal cual somos, sn necesidad de que nos creen complejos que no tenemos en realidad? Los hombres no tienen ese problema, porque no importa tanto -aunque ahora se están igualando a nosotras en lo malo- que esté más "rellenito". Cuando vemos una pareja, mucho piensan que si la mujer está más gordita y el hombre es mucho más "estilizado", algo falla. ¿Acaso no puede gustarle una mujer más allá de su físico? Pero estas llamadas feministas, falsas feministas, no se fijan en ello. Al menos las que he conocido. Es más, alguna que otra, encima, usa su cuerpo para conseguir lo que se propongan. Si quieren la liberación de la mujer, ¿por qué se comportan como esas mujeres-objeto que tanto mal nos causa a las demás?<br />
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También recuerdo que hay una página de citas, llamada Adopta un tío. No puede ser un nombre más estúpido y denigrante. Yo nunca he tenido mucha fe en este tipo de páginas, soy más de la opinión de que las relaciones se forjan en la vida real y no en la virtual, donde es más fácil mostrarte como <i>no </i>eres. Pero bueno, respeto que la gente las use, porque cada uno hace lo que quiere con su vida. Cuando la buscas en internet, te pone "hombres-objeto para mimar". Si nos quejamos que las mujeres son tratadas como tal cosa, como cosas bonitas que amenizan una foto o una pareja -donde no sirve sino para fardar de esposa o novia o amiga-, ¿por qué los hombres no se quejan de esto? Es denigrante, tanto para una mujer como para un hombre. ¿Acaso les gusta ser tratados así? ¿Es agradable? Yo, si me pusiera en su lugar, me sentiría un simple objeto, una cara bonita que no tiene nada más -cuando tengas unos años más, ya hablaremos de si quieres ser tratado de esa manera-. Echo en falta voces discordantes, que las hay, pero no con la suficiente fuerza. Si en vez de ese nombre tuviera "adopta una tía"... me imagino un revuelo de proporciones bíblicas. Por favor, seamos coherentes. No sirve publicitarlo diciendo que "es una manera divertida y original de ligar", donde los hombres están "a la carta en una tienda virtual". Así aparece en la página oficial de Meeting. Hombres del mundo, os lo pido, revelaos por tamaña estupidez. <br />
<br />
Cada uno puede hacer y defender lo que quiera, para eso vivimos en un mundo libre en el que cada uno puede opinar lo que quiera. Por eso no las critico. Lo que molesta -y yo no me considero feminista porque no he leído lo suficiente del tema y no puedo opinar con cabeza- es que se llamen feministas cuando no lo son. Son otra cosa, ya sean feminazis, hembristas, o lo que quieran, pero no luchan por la igualdad del género femenino. Pretenden cambiar la situación, darle la vuelta, cuando los extremos son siempre nefastos para ambas partes. Como los partidos políticos.Y tampoco defiendo que se utilice el hembrismo o feminazismo como crítica al feminismo, pues hay hombres que, de forma deliberada, los relacionan para hacer daño. No, yo hablo de mujeres que creen que el feminismo es así, por pura ignorancia o egocentrismo -no soy psicóloga, los motivos no los llego a entender o alcanzar-. Son tan terribles las unas como los otros.<br />
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El hembrismo no existe, es una forma distorsionada del feminismo. Pero hay chicas que entienden que el feminismo es eso, denigrar al hombre. He visto en internet artículos donde se explica que el hembrismo es un invento "machista para intentar recuperar el rol de género que había en el pasado". Hasta cierto punto, lo admito: hay hombres que se aprovechan de ello. Sin embargo, ¿por qué dirigir nuestra mirada a otro lado, echar la culpa a los hombres <i>de nuevo</i>, cuando el enemigo está en nuestra propia casa? La mejor manera de solucionar el malentendido es explicar de forma clara y directa lo que es el feminismo tanto a las mujeres como a los hombres, sin distinción de sexos, para que lo entiendan y no caigan en el error. De verdad, creo que ya no es tanto un ataque de los hombres como una exaltación de algunas por su ignorancia. </div>
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Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-5101803033569643612015-03-18T14:47:00.001-07:002015-03-18T14:50:09.000-07:00Hermanas de la fatalidad<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjTRjmMbv_9xpXKOKLR7RczQ2aGJlsgnY5qZaX2mZynoGXQrsR2PNGNIOhPO-XULam-8B1l_hQKC46y6sOdaFk1-Z9vcISBagtbPALM96r4NfiGmJOsonOkwmbM6bqxFNDHQRgzvV2Thm9F/s1600/moiras.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjTRjmMbv_9xpXKOKLR7RczQ2aGJlsgnY5qZaX2mZynoGXQrsR2PNGNIOhPO-XULam-8B1l_hQKC46y6sOdaFk1-Z9vcISBagtbPALM96r4NfiGmJOsonOkwmbM6bqxFNDHQRgzvV2Thm9F/s1600/moiras.jpg" height="480" width="640" /></a></div>
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El mundo siempre se mueve
a nuestro son, controlamos todo lo que ha sido, es y será, y no hay
absolutamente nada que se escape a nuestra atenta mirada. El
tiempo pasa, y nosotras estamos aquí, en nuestros aposentos,
esperando en el devenir de los siglos, a todos aquellos que han caído
en nuestras garras, en nuestros hilos. Nuestro palacio de oro y
plata, brillante en el firmamento, flota en la Eternidad, hasta
que el mismo Universo desaparezca. Somos más inmortales que los
mismos dioses, mandamos sobre todo, sobre lo único a lo que
no tienen control: sus propias vidas. Retenemos en nuestra memoria a
aquellos que nacen, cómo se desarrollan, y finalmente su muerte, que
para algunos es un momento de cambio a otro tipo de existencia,
mientras que para otros es el final de un largo camino. Nosotras no
opinaremos sobre ello, aunque lo sepamos, porque el ser humano no
puede tener conocimiento de todo.
</div>
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<a name='more'></a><br /></div>
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Cardamos la lana, la
convertimos en lino para luego cortarla, todo eso hacemos las
tres. No conocemos a otros seres, no entablamos más amistad que con
nosotras, pues somos sus verdugos y sabemos hasta el mismo día en el
que van a morir. Solo una vez entablamos amistad con un mortal, y
nuestras amargas lágrimas se deslizaron por las pálidas mejillas,
nos sentimos descorazonadas y trabajábamos sin ganas. No nos
acordamos de nuestro nacimiento, lo más antiguo que albergamos en
nuestra mente es el trabajo que hacemos cada día, a todas horas;
muchos humanos mueren cada segundo, al igual que nacen, y al igual que
es necesario vigilar el resto de los hilos que cuelgan en nuestro
palacio. El trabajo nos ocupa todo el día, es aburrido, es monótono,
es algo que agota el intelecto y el cuerpo, pero estamos diseñadas
para hacer esta tarea. Exacto, esa es la palabra, Hermanas,
“diseñadas para esto”... ¿quién si no iba a hacerlo? Debo
confesar, mis queridas y únicas compañeras, de rendirme y cortar mi
propio hilo, dejar sencillamente de existir, porque en ocasiones no
puedo aguantar toda la carga que recae sobre nuestros hombros. Pero
nada más pensar esto me viene a la mente otro pensamiento, Hermanas,
y es el de no abandonaros nunca, los dioses nos libren, pues sin
vosotras no soy nada. Compartimos todo, no solo la compañía, sino
muchas otras cosas más entre las que destaco, por encima de todas,
el alma; nuestras almas están juntas, se encuentran conectadas,
seguramente desde el día en que fuimos concebidas en el vientre de
nuestra madre. Estamos supeditadas a otra fuerza mucho mayor, la que
decide donde se tiene que colocar cada uno, y ese cometido lo cumple
el Destino.</div>
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<br /></div>
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“Vida cruel, vida
cruel... ¿por qué me abandonas?” Típico comentario que
escucho de los labios de nuestras víctimas. Bueno, no nuestras víctimas, son simples mortales a los que llama <i>su</i> Destino. Somos las mensajeras de la Muerte, del <i>telos</i>, del final. A veces escuchamos, me viene a la mente tan claro como si lo acabara de escuchar, "yo no merecía esto", y muchas frases similares... la verdad es que la monotonía de los comentarios hacen más pesado nuestro quehacer; el ser humano tiene inventiva para matar a sus semejantes, para hacer daño a lo más hermoso o a los que le rodean, pero se queda en blanco siempre los últimos minutos antes de morir. Quizá por el shock que provoca el saber que tu vida va a acabar, que vas a adentrarte en el llamado Más Allá. Pero, ¿qué es esa otra vida que todas las religiones prometen? Ay si los humanos supieran la verdad, esperad, mejor dicho, la Verdad, pienso que la humanidad habría tomado otro camino. Tantas guerras, tantas luchas, todo por demostrar que su dios era mejor que el de los demás. Valiente estupidez...<br />
<br />
Átropos, no te hagas la víctima, sabes perfectamente que no eres la única que sufre... ¿crees que tus Hermanas se van a quedar calladas mientras te lamentas?<br />
<br />
¿Acaso vosotras no decidís cuándo dar por finalizada la vida de un ser vivo?<br />
<br />
No, claro que no, Átropos, no tenemos que ser las verdugas de los demás, pero nosotras ya nos encargamos de crear sus destinos, de encaminarlos hacia su fatal término. Y no digamos lo que hago yo, Cloto, que sentada junto a la rueca no hago más que formar vidas ajenas. No me interesan en absoluto, pero me entero de todas sus acciones. Hay que entretenerse, pues la vida eterna es muy larga, Hermanas.<br />
<br />
Espero que no penséis que yo tengo el trabajo más fácil.<br />
<br />
Claro que sí Láquesis, medir los hilos que salen de mi rueca es muy arduo. Yo no cambiaría mi labor por la tuya.<br />
<br />
¿Qué no? ¡Con esa vara tan larga, ya roñosa, pero que sigue cumpliendo su cometido! Nunca se estropea, no puedo escaquearme de mi labor...<br />
<br />
¡Ojalá pudiera decir que mi rueca se ha atascado y no pueda trabajar!<br />
<br />
¡Y yo, que mis tijeras se hubieran oxidado y dejar a un lado la tarea, rutinaria y aburrida, de cortar hilos!<br />
<br />
Pero callad, callad Hermanas, que nos vamos por las ramas. No queremos que nos tomen por locas, o por odiosas y despreciables. Tenemos que contar Nuestra historia, para que en algún sitio quede guardada, por los siglos de los siglos. ¿Acaso alguien se acuerda de nosotras? Con el tiempo hemos sido olvidadas, ya nadie nos dedica rezos, nos da ofrendas, implora nuestra benevolencia... ¿Os acordáis en la antigua Grecia? Lloraban a sus muertos y nos temían, hasta los Inmortales que moraban en el Olimpo, rodeados de todo lo que se pudiera desear, temblaban de miedo con solo oír nuestro nombre. No era respeto, queridas mías, sino <i>pánico</i>. Como los malos monarcas, cuando hacen que sus súbditos les respeten por el uso de la fuerza, nosotras hacemos lo mismo. Pero hay una diferencia, muy importante, que nos distancia de los tiranos: no queremos causar miedo a los que nos rodean. Ay, ¿cuántas veces nos hemos quejado de nuestra tarea? ¿Lo injusta que nos parece, lo pesada que es, lo agradecidas que estaríamos a aquel que nos liberase de esas ataduras? Pero antes que nosotras, otro ser decidió nuestro Destino, y somos presas de lo que nosotras mismas hacemos. Cruel ironía... cómo gustas de jugar con todos, de mostrar lo vengativa que puede ser la vida.<br />
<br />
¿Divagaciones de una joven con mente de anciana? Puede ser... es probable que el aburrimiento y la desesperación me hagan hablar. Desvergonzada lengua que tengo, me causará la perdición; perdón, <i>nos </i>causará la perdición. ¿O es que acaso no vamos en una misma caja, como un regalo? Nacimos a la vez, nos criamos a la vez, y trabajamos de forma mecánica: nuestros movimientos se encuentran en perfecta sincronía, sin necesidad de música o algo que nos señale la marcha a seguir. ¿No es maravilloso cuando llegas a tal compenetración con tus hermanas? Aunque ojalá fuera en otra ocasión. Hades nos confirió en lo más oscuro de su reino; sí Hermanas, causábamos terror al mismísimo rey del Inframundo. Pocas personas pueden vanagloriarse de ello. Regocigémonos. Somos únicas. ¡Ojalá que eso sirviera para salvarnos de nuestro cruel Destino, de nuestra propia fuerza! Pero si nosotras no estamos aquí, en la tarea de la vida y ponerle fin, ¿quién lo hará? El mundo no tendría muerte, nacerían humanos y nunca morirían; y no se mantendrían en una lozana juventud sino que, como Titón, permanecerían viejos y decrépitos, arrastrándose por las calles suplicando que alguien ponga fin a sus vidas. Entonces volverán a rezarnos, nos considerán sus Reinas, sus Soberanas, y el mundo será nuestro. Hermoso sueño que se desvanece como la bruma matutina.<br />
<br />
Una vez yo, la poderosa Cloto, empecé a llorar mientras cardaba la lana. Me reprochásteis dicha acción, me olbligásteis a volver al trabajo, y no hablamos más de ello. A veces podéis llegar a ser tan crueles, Hermanas... en vez de tener un hombro sobre el cual llorar, parece que tengo a dos verdugos dispuestos a eliminarme. ¿Acaso no estamos juntas en esto? ¿Es que ya no os importa nada? No quiero estar una eternidad encerrada aquí y encima aguantar vuestras estupideces infantiles. Me habéis decepcionado, y mucho. Sé que estáis nerviosas porque ya no sabemos nada de los restantes dioses, a saber en dónde se han metido. Muertos dudo que estén, pues nosotras habríamos cortado sus hilos, de eso no me olvidaría; aunque la memoria me está empezando a fallar, así como la vista. Creo que Mnemósine me está abandonando a marchas forzadas. Estarán sumidos en un profundo sopor, dormitando en sus lechos de marfil y oro, relucientes todos ellos, los que emanan resplandor regio. Ya se han olvidado de ellos, y ¿quién es un dios si no recibe el alimento de la fe de sus súbditos? Solo puede esperar dormido, en una especie de coma inducido, una <i>muerte que no es muerte</i>, aguardar para ver si el futuro es más halagüeño. Lástima, porque aún tienen que estar en ese duermevela durante mucho tiempo... más de lo que se imaginan. Es en esos momentos cuando odias ser inmortal, y deseas con ardor la vida de un simple mortal sin cargas ni preocupaciones. <br />
<br />
Somos las últimas de nuestra estirpe, las únicas que permanecemos <i>vivas</i>. Somos Diosas, por Zeus, no somos simples existencias que dejan una vida para reencarnarse en otra o dejan de existir y se acabó. Somos Inmortales, somos Orgullosas, somos... las Moiras. Arrepiéntete mortal, pues tus días están contados en las hebras que discurren por nuestras níveas y viejas manos. </div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-77476214716217870122015-03-12T11:25:00.001-07:002015-03-14T06:58:58.240-07:00Infancia. II: Nunca perdonar, nunca olvidar<div style="text-align: justify;">
El mundo cambió a partir de aquella noche. El comportamiento de Victoria se calmó de repente, ante el asombro de todos los sirvientes y de sus institutrices. Ahora era atenta, cumplía con las órdenes, era sumisa y no causaba más problemas. Sus escapadas nocturnas habían desaparecido, ya no pasaban por su cabeza, simplemente se dedicaba a observar la luz de la luna hasta que sus ojos se cerraban por sueño. A pesar de todo, seguía manteniendo ese porte orgulloso, de una auténtica Beaufort; su ego estaba por encima de todo aquello. Su padre estaba más que complacido con ella, pensaba que había asentado de una vez la cabeza, y poco a poco su mente iba planificando su futuro: estudiar en las mejores escuelas, aprender los modales aristocráticos, ser despiadada y directa en sus objetivos, letal con sus enemigos... y fiel ante los amigos, aunque fuese de una manera un tanto peculiar. Nada de mostrar afecto, signo de debilidad para Jonathan, ni siquiera hacia él, que era su padre. Implacable como una tormenta, sigilosa como un gato, que nadie supiera en qué estaba pensando, ni siquiera tenían que intuir sus movimientos. Parecía que iba a prepararla para ser una espía o un soldado de élite, pero eran los requisitos básicos para mantener el poder de la familia en un mundo tan competitivo como era la aristocracia inglesa.<br />
<br />
<a name='more'></a><br /><br />
Todo el mundo pensaba que Victoria había cambiado, obviamente a mejor, un temperamento mucho más calmado y apacible. Muy lejos de la realidad. Victoria, como buena sangre de su sangre, simplemente estaba actuando, representaba un papel ante los demás. Una de las reglas de oro en aquel mundo era aparentar, mostrar una faceta que la sociedad no recriminaba y esperar a que la confianza extendiera sus redes, para luego dar el golpe final. Sus ojos de zafiro estaban atentos a cualquier movimiento, como un depredador que persigue a su presa y espera que cometa el error fatal. Si su padre hubiera sabido eso en ese momento... se sentiría muy orgulloso de su hija... orgulloso y aterrado. Que una niña de solo ocho años de edad se comportara así, era para preocuparse. Pero su padre fue exactamente igual de pequeño, así que tampoco podía quejarse mucho.<br />
<br />
En la escuela era exactamente igual; mostraba una faceta de su ser que poco tenía que ver con la oscura realidad que guardaba en su interior. Sus compañeros empezaron a apodarla la "dama escarlata", no solo por ser de alta cuna, sino también porque siempre, o casi siempre, aparecía con un vestido rojo oscuro, como la sangre. Nunca llevaba dos iguales. Era una amante de la moda, de la moda del S.XIX desde que era muy pequeña, debido a la influencia que su entorno ejercía en ella. Teniendo en cuenta que vivía rodeada de otros niños de familias adineradas, no les era nada extraño que apareciera ataviada de esa forma. Es más, ejercía una atracción fatal por los chicos de su clase, o a donde fuera que fuese. Y no es para menos: su piel, blanca como las esculturas de mármol que decoraban las casas, suave y delicada; sus ojos, de un azul eléctrico, eran profundos y muy sensuales; su cabello, rojizo como los vestidos que llevaba, parecía una llama encendida, acorde con su temperamento decidido y osado. Caminaba con paso firme e insinuante, como si estuviera en un pase de modelos eternamente. Era una atracción para los hombres... y causaba todo tipo de envidias entre las mujeres.<br />
<br />
Nunca se había llevado bien con su propio sexo, lo consideraba débil y bastante estúpido. Las mujeres que defendían los derechos de su sexo, y que luego lo empleaban para conseguir lo que querían, era a las que más odiaba. No entendía por qué sus compañeras la tenían tanta manía, simplemente porque era más guapa de ella. Muchas veces se había enfrentado a ellas, con su desafiante mirada, y nadie se atrevía a levantarla la voz, ni mucho menos mirarla directamente a esos ojos que pulverizaban todo cuanto pasaran ante ellos. Ellas nunca se acercaron a decirla nada, solo cuchicheaban a sus espaldas, y Victoria se divertía pensando en aquellas pobres desgraciadas, que creían que no se estaba enterando de nada. Y se dedicaba a jugar con ellas, marearlas, creer que tenían todo bajo control y luego, de repente, enterarse de que solo estaba jugando con ellas. Eso las enfurecía aún más. No podían soportarla, ni siquiera toleraban su presencia. Los profesores percibían todo eso, pero nada podían hacer con ella. Si la dejaban caer que su comportamiento era erróneo... podían aguantar más o menos la indignación en los ojos de Victoria, pero de su padre... solo de pensarlo un estremecimiento les recorría la espalda.<br />
<br />
Victoria se sumergía en los libros. Mundos de fantasía, de Historia... momentos en los que desconectarse de la realidad, en los que abstraerse de los problemas... No es que la importara no tener amigos, pero sentía rabia, mucha rabia, ya que nadie la entendía. Nadie la podía entender nunca. Sus compañeras la odiaron desde un principio, debido a que todos los chicos iban detrás de ella; sus profesores la tenían miedo, porque su padre se encontraba a sus espaldas, como un guardián infatigable, al igual que el renombre que poseía su familia. En ocasiones se sentía sola, muy sola, pero su orgullo le impedía mostrarlo. Eso era de débiles, y ella no lo era. Se pasaba las tardes sentada en uno de los salones de estudio, con miles de libros a su disposición, algunos muy antiguos y complicados de conseguir. Prefería los libros de arte, sobre todo del arte clásico, admiraba sobre manera el mundo helenístico: esa forma de representar el dolor, los sentimientos en las facciones, las curvas femeninas, los musculosos varones... si pudiera, llenaría la casa con ese tipo de esculturas, copias u originales.<br />
<br />
Y la relación con su padre... era extraña. No es que lo mirara con cariño, es más, le odiaba profundamente; pero junto a ese odio casi irracional se mezclaba con un amor profundo, directo, intenso, tanto que ella misma confundía ese sentimiento de cariño con amor pasional, como el que se siente una enamorada. Era una sensación desconocida para ella, un "pecado" como dirían los creyentes de esa decrépita y condenada a la extinción religión denominaba Cristianismo. ¿Y qué si sentía amor por su padre, un amor que iba más allá del cariño espiritual? ¿Quién iba a ser el primero que tirara la piedra, que la acusara de estar cometiendo un acto terrible? No es que la diera miedo tener ese sentimiento, sino que le aterraba. En una palabra. Desde aquel día de la bofetada, cuando su padre se derrumbó ante ella... una emoción nació en su pecho, y la encantó: el que alguien la suplicara, se pusiera de rodillas, la hacía sentir más grande, mejor... poderosa. Una sed nueva había despertado en su interior, y era el deseo de poder, de controlar a todos los demás, de ser una líder despiadada.<br />
<br />
Pero no podía cumplir sus objetivos en esa hermosa jaula de barrotes de oro. No podía cumplirlo estando su padre detrás de ella, como una sombra, mandando sobre todo. Ella tenía que ser la que ordenaba las cosas, y los demás arrodillados a sus pies. Sonreía cada vez que pensaba en ello, una mueca algo desagradable se dibujaba en sus labios. <i>Sería tan perfecto... </i>Murmuraba para sí en su habitación, ante los libros de su estantería. Desde que tenía uso de razón, leía. Todo tipo de libros, pero sobre todo de religión. Le parecía un aspecto humano de lo más curioso. Y una herramienta perfecta para la dominación. Pensar en los nobles de siglos pasados, en los curas, en los reyes, que se autorpoclamaban en el poder solo gracias a que una divinidad allá por los cielos les colocaba la corona, o las tierras, o los poderes. Sublime. Ella deseaba retroceder a esa época, un mundo de superstición y temor, donde los fantasmas de lo desconocido se alzaban en cada esquina, en cada rincón de la casa, materializados en demonios o seres sobrenaturales. Y la religión como un paladín de armaduras brillantes y doradas, dispuesta a luchar contra eso, dispuesta a imponer sus creencias, y eliminar a aquellos que piensan lo contrario. Cristianismo, islam, judaismo... todas son iguales. Lo único que tienen en común es la creencia en una sola divinidad. Ay, si se pudieran cambiar las cosas...<br />
<br />
No es que fuera una alumna brillante, pero con el mínimo esfuerzo sacaba muy buenas notas. Había pocas cosas que la llamaran la atención en las aburridas clases de la escuela, eran cosas tan insulsas, tan estúpidas... pero necesarias. Por eso se esforzaba algo. Ya llegaría el momento de estudiar lo que a ella le gustaba en realidad. No veía el momento de llegar a su casa, encerrarse en su habitación, y ponerse a leer. No veía el momento de sumergirse en internet, meterse en páginas web para comprar los libros más extraños, más significativos, y ampliar su conocimiento. Para la edad que tenía, había adquirido un bagaje cultural más que interesante. Podía discutir con gente de mayor edad, y se defendía bastante bien. Aunque aún le faltaba la sabiduría que da la edad de forma natural, su padre ya pensaba en que sería una eminencia en lo que le gustara. Y con ese sentimiento depredador, de lucha encarnizada por sus sueños, sin importar los métodos a tener en cuenta, la haría llegar muy lejos.<br />
<br />
Pero no solo leía encerrada en su habitación, también su mente pensaba acerca de la futura fuga. No era estúpida, tendría que esperar bastante, pues una niña de tan tierna edad sería carne de cañón en un mundo que consideraba cruel y despiadado. No le cabía la posibilidad de que hubiera ni una alma buena, sentía rencor por todo y todos, sin llegar a entenderlo bien del todo. Desde que pasó el incidente de su padre, no dejaba de darle vueltas a una cosa... pero cada vez que ese pensamiento estaba en su cabeza, un escalofrío recorría su espalda. Era una sensación extraña...<br />
<br />
Los humanos no pueden escapar a sus designios, y Victoria se acercaba al suyo a pasos agigantados. En los años anteriores a la adolescencia, sus compañeros de clase empezaban a ser especialmente pesados con ella. Los chicos seguían detrás de ella como moscas, atraídos no solo por su belleza reseñable, sino también por su carácter altivo y despreciativo. Sus ojos gélidos, sus cabellos como el fuego, y ese ademán de señorita inglesa la hacían foco de todas las atenciones. Cosa que ella odiaba hasta límites insospechados. Deseaba tener la fuerza suficiente para hacerlos escarmentar, que no se atrevieran a tocarla ni acercarse a ella lo más mínimo. Pero, para hacer honor a la verdad, solo con ese aura que la rodeaba era capaz de mantener a raya a cuantos hombres conociera; aunque no funcionaba igual con las mujeres. Cuando crecieron, sus compañeras se volvieron presumidas, odiosas y muy peligrosas, pues la envidia les corroía las venas. Y la veían a ella... con la atención de todos los chicos... y esas riquezas... Intentaron antes hacerse sus amigas, con toda la hipocresía de la que eran capaces. Mas Victoria era mucho más inteligente, a pesar de su edad. Y cuando ellas se dieron cuenta que solo se estaba burlando de su ignorancia y corto entendimiento, declararon la gierra abierta.<br />
<br />
Los enfrentamientos eran los propios de los niños, con insultos y poco más. A la hora de llegar al instituto, donde los niños son mucho más crueles porque se sienten protegidos por más personas y por tener la sensación de ser mayores, hacen lo que su imaginación crea. Un día, de camino a casa, la estaban esperando muy cerca de la entrada a su casa. Nunca se habían atrevido a ir tan lejos.<br />
<br />
- ¿Qué he hecho a Dios para que me manche mis tierras con semejantes seres, si es que os merecéis ser considerados humanos?<br />
<br />
- Deja de hablar como si estuvieras en el siglo pasado, Pelo de Fuego -dijo Estrella, antigua amiga suya cuya familia, que tuvo que vender sus tierras para pagar las ingentes deudas, estaba en la bancarrota. Y ellos, buscando un chivo expiatorio, lo encontraron en los Beaufort-. Ya sabes por qué estamos aquí.<br />
<br />
-Ilústrame con tu sabiduría, Estrella. Pero rápido, que tengo prisa.<br />
<br />
-¡¿Encima te burlas de mí?! Mi familia tiene que aguantar mucho sufrimiento y humillaciones de los demás, por culpa de tu familia. No dejaré que una "mini-Beaufort" me diga esas cosas.<br />
<br />
- Debo recordarte que nosotros no tenemos la culpa de que "tu" familia se dedicara a gastar por encima de sus posibilidades. Está claro que queríais ser como nosotros, pero es obvio que un mortal no se puede comparar con un dios.<br />
<br />
- Jajaja -una risa aguda y melodiosa salió de sus labios- siempre tienes que tener la última palabra, ¿verdad? Bueno, no sé si te has dado cuenta, pero somos tres contra una sola, que eres tú. Y en ese desequilibrio de poderes, ¿sigues siendo una asquerosa prepotente?<br />
<br />
- A mí no me da miedo nada.<br />
<br />
- ¿No? -chascó sus dedos, y uno de sus "ayudantes" se fue detrás de un árbol y, con la velocidad del rayo, volvió con una caja de cartón en sus manos. La abrió con una sonrisa maquiavélica en sus labios. Ante los ojos de todos se presentaba un gato, de un año como mucho, medio dormido por la morfina. Los dientes de Victoria chirriaban-. ¿Te resulta familiar?<br />
<br />
- Suéltalo.<br />
<br />
- No ha sido difícil conseguirlo. No tratas especialmente bien a tus criados, Victoria. Deberías pagarlos mejor -y volvió a reírse. Victoria hizo un ademán de acercarse-. Ah, ah, no te muevas. No quieres que le pase nada malo, ¿verdad?<br />
<br />
- Eres de lo peor. Ojalá te pudras.<br />
<br />
- Chicos, sujetadla bien -sus dos compañeros, verdaderos armarios, se apresuraron a cogerla por los brazos. Victoria intentó escaparse a sus brazos, pero no podía competir en fuerza con ellos. Pero eso no la amilanó, sino que forcejeó con sus captores hasta que sus manos apretaban hasta causarla moratones y una mueca de dolor en su rostro-. Por fin veo en tu cara algo de dolor, pero es una mínima parte de lo que tu familia me ha hecho pasar.<br />
<br />
- ¿Qué quieres?<br />
<br />
- ¿No es obvio? Quiero que pases por lo mismo que he pasado yo. Ver ante tus propios ojos cómo un ser muy querido para ti muere enfrente tuyo. Sí que es cierto que para que fuera igual tenía que ser con un humano, pero creo que no guardas amor por nadie. Sin embargo, podemos amar a un animal tanto como una persona... así que no es tan mala idea -el gatito estaba empezando a despertarse de su sopor. Unos maullidos lastimeros comenzaron a salir de su boca-. Se llama Ártemis, bonito nombre. Como siempre, algo de "cerebritos"- y sacó un cuchillo de su manga-. No durará mucho más.<br />
<br />
- ¡No te atrevas a hacerlo! ¡Te vas a arrepentir!<br />
<br />
- Ponte de rodillas -los chicos, tras una patada en las rodillas, la obligaron a arrodillarse. Sus cabellos tocaron el suelo, mientras su mirada seguía enfrentándose a Estrella -. A pesar de tu situación, sigues con la mirada altiva. Espero que con esto aprendas la lección.<br />
<br />
En cuanto acabó la frase, pasó el cuchillo por la garganta el indefenso animal. Un chorro de líquido carmesí salió de la herida, con los ahogados y desgarradores chillidos del gato. Su cuerpo se convulsionaba en los últimos estertores, contrayéndose y expandiéndose. Victoria quería dejar de mirar, pero no podía; sus ojos estaban abiertos como platos, creía que era un mal sueño, <i>deseaba </i>que fuera una pesadilla. Nada salió de sus labios, pero las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. La tristeza luchaba con el odio que sentía en su interior; Estrella no podía dejar de reírse, mientras zarandeaba el gato de un lado a otro, ya sin vida alguna.<br />
<br />
- ¿Qué se siente cuando te arrebatan lo que más quieres? ¿Dolor, impotencia, tristeza, <i>odio</i>...? Todo lo que estás pensando, yo lo pensé en su día. Todo lo que quieres hacerme, eso mismo planeé yo contra tu familia, y más concretamente contra tu <i>querido </i>padre. Pregúntale el por qué de mi odio, porque solo él debe contártelo, no yo. Y si quieres echarle a alguien la culpa de esta muerte... solo puede ser a él. Nadie más carga con más peso de carga que él. David, Julio, dejadla. No creo que pueda hacer nada. Vámonos.<br />
<br />
Mientras se marchaban , Victoria no podía ponerse de pie. Se arrastraba, no la importaba mancharse o romperse el vestido, ya se compraría otro. Podía comprarse cualquier cosa, menos el amor que otros podían sentir por ella. Ella quería a ese gatito porque los animales veían más allá de los defectos, no juzgaban a los demás, solo te miraban con esos ojitos comprensivos y estaban allí si lo necesitabas. Ninguna palabra, solo su mera presencia era suficiente. Abrazó su frío cuerpo, ya sin vida, y se manchó el cuerpo con la sangre derramada de la herida. Las lágrimas se mezclaban con el rojo elixir, pero no la importaba. Era una de las muy pocas veces que sus ojos se encontraban tan irritados por las lágrimas. Y la tristeza dio paso al odio, un odio que desataría todo tipo de males. Y en el silencio del camino, murmuraba una y otra vez<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<i>Nunca perdonar, nunca olvidar</i></div>
<div style="text-align: center;">
<i> </i> </div>
<br />
<br />
<br /></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-772237874264850172014-11-05T11:49:00.000-08:002014-11-05T11:49:40.150-08:00Letras vs ciencias. La eterna pugna<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigwOa0XXFhwlHr5K-1i7XubULqq8bs7DizuETgNUeb2hy_nhQcfAwGCaYr4dUObblXnBCFKFTsRBkl_0u198eBUyjfAs-uWGix7cMSRTaeETRbFDFAZw8zqRyAphx-8km_LGAGBu0dB9JE/s1600/images_5128.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigwOa0XXFhwlHr5K-1i7XubULqq8bs7DizuETgNUeb2hy_nhQcfAwGCaYr4dUObblXnBCFKFTsRBkl_0u198eBUyjfAs-uWGix7cMSRTaeETRbFDFAZw8zqRyAphx-8km_LGAGBu0dB9JE/s1600/images_5128.jpg" height="250" width="640" /></a></div>
<br />
<br />
Bueno, creo que el título lo dice todo. Una lucha eterna entre dos mundos que la sociedad se empeña en que entrechoquen. La famosa disputa sobre si los que van a letras son unos vagos y no tienen otra cosa mejor que hacer, contra aquellos que consideran las ciencias como el reducto de los seres más sabios del universo. Es cierto que yo, como estudiante de una carrera de letras, puedo no ser imparcial con la crítica que voy a llevar a cabo, pero seré lo más escrupulosa tomando como herramientas la realidad que me rodea. Eso no quita que tenga o deje de tener razón, solo quiero exponer los hechos y que los lectores juzguen. Como bien haría nuestro querido Tucídides.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ha habido, hay y habrá una lacra sobre aquellos que decidan estudiar humanidades, cosa que deberían advertir desde que ya te planteas seguir ese camino del conocimiento. No es que yo haya echado en falta esa "advertencia", pero si desde pequeño lo interiorizas, no tendrás que meterte en luchas sin sentido contra gente cabezota. Si quieres ser algo en la vida, vete a ciencias; si no, pues a letras de cabeza. Claro, ahora cualquiera pensará que eso no se dice, porque no es políticamente correcto, pero que no se materialice en palabras no quiere decir, ni muchísimo menos, que no sea una realidad. Son los gestos, los comentarios, los que nos dejan entrever ese pensamiento el cual, por desgracia, es común en la mayoría de la población. ¿O acaso la gente no piensa que un ingeniero industrial es más listo, <i>per se</i>, que un historiador? Es un sencillo problema de valorar las cosas. La Historia no se valora en absoluto, todo el mundo cree que nada se puede aprender de ella, ¿de qué sirve saber lo que son las Guerras Médicas cuando lo que impera en este mundo es la tecnología? Estamos en un nuevo mundo, una era en la que la electrónica nos invade por todas partes y, por ende, la ciencia. Es lógico que la gente, cada vez menos interesada en aprender, menos "curiosa", no considere las humanidades como algo relevante en nuestras vidas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No quiero generalizar, conozco a gente que piensa de muy diversas maneras, cosa que enriquece más nuestro mundo, pero hay varias ideas comunes acerca de las letras. En primer lugar, la idea de las humanidades como el reducto de los vagos. Claro que hay gente vaga, que como no tiene nota para más se mete en Magisterio, Historia o cualquier otra carrera del mismo estilo, hay de todo en el mundo. La cuestión es que por unos pocos, se mete a todos en el mismo saco. Pagan justos por pecadores. Y no es culpa tanto de la sociedad como de la educación, pues ya en los colegios se fomenta esta idea. ¿Quién es el estereotipo de sabeloto, a lo Sheldon? Un hombre de ciencia, que usa las matemáticas para desentrañar los misterios del mundo. ¿Nadie se ha parado a pensar por qué los personajes de la famosísima serie <i>The Big Bang Theory</i> son científicos? ¿Veríamos esta <i>sitcom </i>de la misma forma si los protagonistas fueran, por ejemplo, historiadores o artistas? Es una cuestión de estereotipos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Como nuestro querido ministro de educación dijo, "<span class="mce">Se debería inculcar a los alumnos universitarios a
que no piensen solo en estudiar lo que les apetece (...) sino a que
piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad</span><span class="mce">". Y aunque nos escandalicen estas palabras, muchos piensan de esta forma. Un ejemplo práctico de mi vida diaria. Cuando yo digo que estudio Historia, siempre -pero siempre- me dicen la <i>misma </i>frase: "pero, ¿qué tienes pensado ser de mayor?". Vale, yo entiendo y admito que a la hora de estudiar hay que pensar en un futuro, en cómo te vas a ganar la vida, pero independientemente de la época, con o sin crisis, ¿tengo menos posibilidades que un biólogo para encontrar trabajo? Biología, Física... carreras muy específicas, de las que la mayoría acaban siendo profesores en institutos o universidades, igual que los que van por las ramas de humanidades. Y como inciso, ser profesor no es sinónimo de ser fracasado, es todo lo contrario: una persona destinada a inculcar saber a los niños debería tener mucha más consideración, pero este es otro tema. Volvamos a la materia que nos atañe: la "necesidad y empleabilidad". Con esa frase se fomenta una juventud que no va a luchar por sus sueños, que no va a intentar trabajar de lo que le gustaría. Si yo acabo al final como cajera de un supermercado, ¿significa que he fracasado en la vida, mientras otro forma parte de un proyecto internacional para curar enfermedades? Para mí no, porque al menos podré decir, con orgullo, que al menos he luchado por mis sueños. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span class="mce"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span class="mce">Como se ha dicho unas líneas más arriba, todo empieza en los colegios. Yo me retrotraería más en el tiempo, a la misma educación en casa. Hay muchas familias en las que, por "temor" a que no escojan sus hijos un trabajo con futuro, como se suele decir, instan a su querida progenie a que decidan una carrera que les aporte el alimento diario. Y, ¿cómo vas a coger Filosofía, o Filología Clásica? ¡Así no conseguirás trabajo nunca! Bueno, hay que añadir que hoy en día, por desgracia, todos tenemos problemas, vengamos de la carrera que sea. Pero esa forma de pensar está enraizada en las familias, no es algo aislado. En mi entorno hay muchos que piensan así, que toman el camino de las ciencias por pura obligación. Aunque bueno, hay que añadir que Derecho es otra de las opciones más escogidas por su "futuro", y no es una carrera de ciencias. En fin, que mientras los padres sigan inculcando eso a sus hijos, no solucionaremos nada. Y si encima en los colegios eso se fomente gracias a los profesores u orientadores... es una batalla perdida.</span><br />
<br />
<span class="mce">Todo es cuestión, a mi parecer, de comprender las cosas. Desde un punto de vista objetivo -lo más que se pueda-, las ciencias son complicadas, tienes que estudiar mil y una fórmulas y emplearlas perfectamente en el contexto exacto. Una equivocación lleva al desastre. Es una disciplina muy exigente. De eso creo que no hay duda. Es una forma de estudiar mecánica y monótona, no da pie a la interpretación o a buscar alternativas. Si te dicen que dos más dos son cuatro, ¿acaso hay otra solución? Es el problema de la ciencia, es fría y no fomenta la imaginación. Es análisis y metodología, crear cosas útiles o investigar sobre nuestro origen y futuro. Ahora bien, que la ciencia sea complicada de estudiar no quiere decir que esté reservada a ninguna "élite". Cualquiera, con mucho esfuerzo y voluntad, puede llegar a sus metas -aunque ahora es muy importante además el factor dinero-. </span><br />
<br />
<span class="mce">Pasemos a las humanidades. Estudiar la literatura, el arte, la historia, lo que quieras dentro de este campo del saber, requiere una cabeza dispuesta a manipular y manejar otro tipo de conocimientos. Necesitas una mente capaz de asimilar una gran cantidad de información, qué duda cabe, pero no es tanto aprender de memoria las cosas, como de <i>entender</i> el por qué de las cosas. Y aquí se encuentra la complicación. Entender la mente humana es difícil, y más complejo aún es ponerte en el lugar de otro. ¿Entendemos por qué, como habitantes del S.XXI, se quemaban a las brujas? Podemos pensar en los motivos, en el contexto, en la religión... pero, ¿llegamos a entenderlo del todo? Casi en su totalidad, aunque al no poder estar ahí siempre habrá algo que se nos escape. Ni siquiera se sabe con certeza cómo se construyeron las Pirámides, y ahí se encuentran, luchando por el paso de los siglos y por la polución. Supongo que el lector, a estas alturas, podrá pensar lo siguiente. <i>Vale que en ambas disciplinas se tenga que estudiar bastante pero, ¿de qué te sirve estudiar historia, por ejemplo? </i>Una pregunta simple, en ocasiones, tiene una respuesta aún más simple. La historia sirve para aprender del pasado, sobre todo de los errores, y evitar que el ser humano tropiece mil veces en la misma piedra. Es interés por saber cómo hemos sido, disfrutar de las creaciones humanas, ver nuestra evolución. Por la misma regla, ¿para qué nos interesa saber la teoría de la Relatividad o por qué la Tierra gira alrededor del sol?</span><br />
<br />
<span class="mce">Y el método de trabajo es distinto. En mi caso, siempre estoy ocupada, vivo entre libros, en la biblioteca, en los museos, para un trabajo de 20 páginas tengo que mirar -no quiere decir leer en su totalidad- un mínimo de 10 libros. Siempre que vayas con calma y sin el tiempo pegado a tus espaldas. Es un trabajo que requiere mucho esfuerzo, dominio del lenguaje, saber hablar en público, idiomas, y una mente abierta. Conocer la cultura de un pueblo, ya sea antiguo o moderno, nos ayuda a ser algo más abiertos, a tolerar a la gente. Claro que depende de la persona, está claro, pero hay cosas que fomentarán, o ayudarán a desarrollar, ciertos aspectos de nosotros mismos. Yo no digo que las ciencias no fomenten eso, pero es más difícil que un puñado de números te hagan pensar sobre el por qué de las guerras. Te hará plantearte otras cosas, como la existencia de Dios, pero nada más relacionado con el ser humano. </span><br />
<br />
<span class="mce">Yo no soy defensora de aborrecer a la ciencia, sino todo lo contrario. Se debe llegar a un punto en el que ciencia y letras no tengan que estar reñidas. Que llegue el día en el que, si dices que estudias una carrera de Humanidades, no te miren con malos ojos o te menosprecien. Aprender de todo, porque no hay que saber solo de una cosa, a pesar de que el planteamiento hoy en día sea todo lo contrario. Ojalá viva el momento en el que se vuelva a la idea del Renacimiento: hombres y mujeres de ciencias y letras. </span><br />
<br />
<span class="mce">Respetar y ser respetado. </span></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-35581529613421585272014-11-04T14:00:00.001-08:002017-09-01T12:37:32.798-07:00XVII. Atrapada en la oscuridad<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
Sentía
una opresión en el pecho, sentía cómo la oscuridad la iba rodeando,
como una cortina que velaba todos sus sentidos. Apenas tenía fuerzas
para mover un solo músculo, tenía miedo de descubrir en qué horrible
lugar se encontraba; el aire era frío, congelaba su delicada piel, como
si unas garras de hielo fueran perforando poco a poco su piel; la
superficie sobre la que se encontraba, sin embargo, era suave, lisa, y
bastante blanda a decir verdad, como si estuviera en un lecho de la
mayor calidad. Abrió ligeramente los ojos, sus párpados pesaban, y su
mirada estaba en parte nublada. Justo encima de ella se alzaba un techo
de lo más pintoresco, formado por estalactitas de color negro que
provocaron un escalofrío de terror que recorrió su cuerpo desde la
cabeza hasta los pies. Eran formas puntiagudas, finas, daban la
sensación de que se iban a caer en cualquier momento, y ella estaba
justo bajo esas cuchillas de la naturaleza. También la poca iluminación
de la estancia hacía que caprichosas y curiosas formas las acompañaran,
sombras negras que se movían al compás de una música que solo podían
escuchar ellas, lo que cargaba aún más la visión de Perséfone de terror
ante lo desconocido. Movió la cabeza a los lados, y vio un poco el lugar
en el que se encontraba: una serie de lucernas de gran tamaño y formas
extrañas iluminaban la habitación, justo lo necesario, sin pasarse en su
brillo; el fuego danzaba tímidamente, moviéndose como si recibiera un
viento suave, o como si no tuviera ganas de estar allí encerrado. No
alcanzaba a percibir las paredes de aquel lugar, pero se prefiguraba que
serían también de roca viva, como el techo. Así llegó a la conclusión
de que estaba en una especie de cueva, pero una cueva bastante especial,
porque estaba decorada como una habitación de una casa, con algunos
muebles -muy pocos por lo que podía percibir a su alrededor -.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div style="text-align: justify;">
Volvió
a sumirse en un sueño, ligero y lleno de imágenes. Vio a su madre, a su
amada madre que la tendía una mano conciliadora y comprensiva, mientras
la sonreía y la miraba con esos ojos castaños llenos de ternura.
Perséfone se dirigió a cogerla la mano, a olvidarse de todo lo que la
había pasado, buscando el consuelo de su madre, que la reconfortara, que
la diera la fuerza suficiente. Cuando estuvo a punto de alcanzar sus
dedos, la figura de Deméter desapareció, se esfumó ante sus ojos, sin
emitir ningún sonido, ningún aviso. Nada. La joven diosa no pudo evitar
gritar, llamar desesperadamente a su madre. Se sentía muy sola, en un
espacio vacío en el que solo se encontraba ella, sin poder despertarse,
sin poder ver ni hacer nada. Empezó a dar vueltas a su alrededor,
nerviosa. De repente, el espacio a su alrededor cambió, tornándose en un
bello campo de flores. A su alrededor aparecieron sus amigas las
ninfas, que empezaron a bailar en círculos, con guirnaldas y flores de
todas las fragancias, mientras se las lanzaban creando una lluvia
multicolor. Perséfone intentaba hablar con ellas, pero parecía que no la
escuchaban, o que pasaban de ella simplemente. Si previo aviso, dejaron
de lanzar las flores y guirnaldas, sus rostros se tornaron serios, y
dieron unos pasos hacia atrás, colocándose en filas paralelas, creando
un pasillo que desembocaba en la diosa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Empezaron a cantar
canciones fúnebres, elegías por la pérdida de algo que ella no alcanzaba
a comprender; un coro de voces agudas, bellas y dañinas a la vez, pues
cada nota que realizaban era como una puñalada para la diosa. Mientras
continuaba ese canto, la tierra comenzó a abrirse a sus pies, una grieta
en la que se apreciaba una oscuridad inmensa, impenetrable, infinita...
y de esa misma boca oscura comenzaron a salir serpientes, seres de la
oscuridad, y enredaderas que se aferraron a los pies de Perséfone, en un
abrazo mortal, arrastrándola a esa oscuridad, como si la quisiera
tragar. En un vano intento por liberarse, la diosa comenzó a luchar con
todas sus fuerzas para librarse de ese abrazo que la condenaría: primero
se agachó y con sus manos intentó romper esas enredaderas; pero con un
tirón de las mismas, la diosa cayó de bruces contra el suelo, de
espaldas, provocando que durante unos segundos perdiera la respiración.
Mientras la iban arrastrando hacia ese abismo de negrura, arañó con sus
manos el suelo, gritando desesperadamente ayuda. Las ninfas seguían en
su letanía, y cuando Perséfone volvió a dirigirlas la mirada, no pudo
evitar lanzar un grito de puro terror: sus rostros, sus vestidos, su
piel, todo estaba surcado por profundas heridas de las que emanaba
sangre, ríos rojizos y oscuros que empapaban sus cuerpos. Seguían
cantando, como si no pudieran parar, pero estaba claro que estaban todas
muertas. Sus cabellos empezaron a caer, cambiaron a un color más
canoso, ya no tan lleno de vida, y sus ojos se apagaron, dejaron de
tener esa chispa o luz que distingue a los vivos de los muertos.
Perséfone cayó finalmente a la grieta, tragada por la oscuridad, con la
sensación de que estaba cayendo como si no hubiera fin, como si
estuviera condenada a estar así por toda la eternidad, con la horrible
sensación de que en cualquier momento su cuerpo chocaría contra <i>algo. </i>Cada
vez su cuerpo iba obteniendo mayor velocidad, una luz tenue empezaba a
rodearla, como si hubiera llegado al final, cerró los ojos para
prepararse para el impacto. Había dejado casi de respirar, tenía los
nervios a flor de piel, sentía cómo se iba acercando a su destino...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se
despertó con un sobresalto y un grito, recostándose en el lecho. Tenía
los ojos abiertos como platos, la respiración entrecortada, y la
sensación de que había estado cayendo durante mucho rato. Perlas de
sudor caían por su frente y mejillas, fruto del nerviosismo, y de la
sensación de que lo que había soñado había sido muy real, vívido. Miró
hacia los lados. La habitación seguía exactamente igual, la misma luz,
el mismo techo, el mismo lecho... nada había cambiado, estaba en el
mismo sitio. Se llevó una mano a la frente, y luego se tapó los ojos.
Estaba tan asustada, en un lugar desconocido, rodeada por la oscuridad, y
despertando de ese sueño tan desagradable. Mientras estaba en esa
posición, se escuchó el sonido de una puerta que se abre, de los goznes
cuando se usan, ese chirrido tan característico, y una voz profunda que
provenía de allí. En cuestión de segundos, apareció a los pies de la
cama un personaje de lo más curioso: era un hombre un tanto encorvado,
mayor, con una túnica un tanto roída que cubría todo su cuerpo y de un
color grisáceo. Poseía una barba blanca y limpia, en comparación con el
resto de su cuerpo, y pelo corto y del mismo color en la cabeza. A pesar
de ser mayor, tenía una musculatura más que envidiable, y sus ojos
emanaban comprensión y calma, algo que Perséfone necesitaba en ese
momento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Veo que ya os habéis levantado, mi señora -dijo el
anciano, después de hacer una elaborada reverencia, bastante graciosa
debido a sus barbas que colgaban y se levantaban con el cuerpo -. Solo
espero que ya estéis mejor, lleváis desmayada mucho tiempo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Acaso
tengo cara de estar bien? -replicó Perséfone enfadada. Estaba de mal
humor, además de asustada, así que no estaba en condiciones para hablar
con alguien, y menos con alguien inferior a ella. O eso pensaba -. Acabo
de tener una pesadilla horrible, vívida como ningún otro sueño...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Disculpadme,
uno ya no tiene la vista de antaño. Ya no soy un joven lleno de
vitalidad, me consumo poco a poco. Os pido perdón -y volvió a hacer una
reverencia -. Seguro que tenéis hambre, os traeré algo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Dónde
estoy? -Perséfone no había hecho caso a lo que había dicho aquel
anciano, solo tenía una idea en mente: saber dónde se encontraba -. No
reconozco este lugar, es tétrico, oscuro, y no me gusta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Lo
importante es que estáis a salvo. Mi señor os cuidará hasta que podáis
volver a la superficie. Solo tenéis que tener paciencia y todo se
arreglará.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Quién es vuestro señor? -Perséfone no pudo evitar que
un escalofrío recorriera toda su espalda. Si había oído bien, si sus
sentidos no la estaban engañando, había dicho aquel extraño "cuando
podáis volver a la superficie"... ¿Eso quería decir que estaba bajo
tierra? Si eso era así, su señor, su amo, solo podía ser una persona. No
podía creerlo. Se levantó, temblando ligeramente, con ganas de
desmayarse -. Quiero verlo, ahora mismo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No sé si será posible,
estará muy ocupado... Será mejor que esperéis un poco, seguro que en
unas horas ya no tendrá nada que hacer...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No pudo terminar la
frase. La diosa se dirigió a la puerta, muy decidida, dispuesta a salir
de aquella prisión y saber qué estaba pasando. Aquel hombre se interpuso
entre la puerta y ella, con las palmas hacia ella, en una posición de
defensa y para calmar a la diosa, que se notaba perfectamente que estaba
más que molesta. Intentó hablar con ella, pero no tuvo tiempo.
Perséfone alzó su mano, y de un solo movimiento, sin llegar a tocarlo,
lo apartó hacia un lado; un fogonazo de luz y de energía, que hizo que
la puerta se estremeciera y casi se viniera abajo. No había empleado
casi fuerza, porque no quería hacerle ningún daño, solo que estuviera
inconsciente durante un rato para que no la siguiera ni la impidiera
hacer lo que quería. Por unos segundos, se quedó en la puerta, como si
dudara, como si una parte de su cuerpo la estuviera incitando a quedarse
ahí encerrada, como una <i>buena </i>chica. Estaba harta de hacer lo
que los demás la decían, estaba cansada de que la mangonearan, de que no
pudiera hacer sus propias locuras, equivocarse y poder aprender de sus
errores. Y, sobre todo, estaba harta de que la protegieran, como si
fuera un ser débil e indefenso que necesitaba todo el rato alguien a su
lado. Quería cambiar... y el destino la había dado la oportunidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero tenía mucho miedo... Aquel lugar era oscuro, sin vida, todo lleno de sombras y de cualquier <i>cosa </i>que
pudiera rondar entre las afiladas rocas o detrás de los recovecos de
olor húmedo y un tanto desagradable. Y lo peor de todo: tenía que
enfrentarse a su propio raptor, señor de este lugar maldito y lleno de
sufrimiento y dolor, Hades. Tenía que ser fuerte, si quería salir de
allí. Recordó los buenos momentos junto a Hades, cómo la había tratado,
al menos hasta ese momento fatídico. No podía comprender cómo una
persona podía cambiar tanto, y de esa forma tan drástica. Había llegado a
un punto en el que tenía decidido darle su corazón, todos sus
sentimientos... pero en un solo día habían jugado con ella, la habían
intentado forzar, y también la habían abierto los ojos, para ver así el
mundo en el que se encontraba, que era bien diferente al que ella había
edificado en su mente. Las lágrimas que habían rodado por sus mejillas
habían sido de tristeza, pero también de rabia e impotencia. Pero no
podía presentarse como una persona débil, tenía que mostrar entereza y
sangre fría, como él.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Salió de la habitación. Un pasillo oscuro,
con alguna que otra antorcha que aportaban los escasos puntos de luz que
los ojos de la diosa podían percibir. Las paredes eran de roca pura,
como si esos túneles los hubieran excavado con diversas herramientas, y
cuando pasabas la mano por las paredes horadadas, se podían sentir los
surcos, con hilos de agua que emanaban de la propia roca. <i>Así que por eso siento tanta humedad... </i>pensaba
Perséfone, mientras daba pasos temblorosos y nerviosos por aquel
espacio desconocido para ella. Una corriente fría, que no sabía de dónde
podía provenir, hacía que su cuerpo estuviera frío, con la piel de
gallina, y su aliento transformado en un hálito de vaho helado, que solo
podía ver cuando se encontraba bajo una de aquellas antorchas. No sabía
hacia dónde tenía que marchar, pero tenía que actuar rápidamente,
porque aquel anciano que había dejado en la habitación se despertaría
pronto e iría en su busca. Fue hacia la derecha, por donde parecía que
la corriente de aire helado provenía, palpando los muros de roca madre
para no perderse, y percibir si había alguna especie de marca que la
indicara que iba bien, o que se acercaba algo, lo que fuera, tanto bueno
como malo. Ir a tientas por la semioscuridad, como si una cortina negra
nublara su vista y sentidos, hacía que su cuerpo estuviera nervioso y
alerta. Ese silencio que caía pesado sobre ella, como una carga
insoportable, esa oscuridad que la hacía vulnerable a cualquier peligro
que se acercara a ella, esa humedad unida al aliento frío... todo hacía
que sintiera un miedo irracional, que sus ojos estuvieran muy abiertos, y
sus oídos atentos a cualquier sonido que rompiera con ese silencio
pesado que lo rodeaba todo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Había perdido toda noción del tiempo,
como si éste se hubiera detenido. Al no haber sol, ni estrellas, ni nada
que la indicara el paso del tiempo, estaba completamente perdida
también en ese sentido. Entonces algo nuevo apareció en su campo de
visión: primero, el aire frío que recorría el pasillo se hizo más
intenso, como si se acercara a su origen, y por otro lado el pasillo se
hacía más ancho, amplio, como si estuviera aproximándose a alguna
desembocadura, como pasaba con los ríos. Poco a poco, se iba percibiendo
una mayor luminosidad, lo que hizo que en un primer momento
entrecerrara los ojos; estaba tan acostumbrada ya a esa oscuridad, que
ahora un mínimo de luz la resultaba más que molesto. La luz era más y
más evidente, hasta que desembocó en una especie de sala, de grandes
dimensiones, y bastante extraña. Hasta un aire más cálido, acogedor,
emanaba de ese lugar nuevo para ella.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La sala era de planta
circular, y a diferencia de todo lo que había visto, estaba muchísimo
más decorada y por ello daba la impresión de que era una de las salas
más importantes de aquel palacio. Las paredes ya no eran solamente de
roca viva, sino que estaba recubierta de filas de sillares de piedra
perfectamente tallados, y de un material brillante, muy pulido, tanto
que si uno se acercaba podía ver su silueta sobre la superficie; el
suelo estaba cubierto por lo que parecían ser placas de mármol negro,
con alguna que otra veta blancuzca que aportaba algo de cambio a la
tonalidad que reinaba en la sala; las antorchas eran mucho más
numerosas, en una sola hilera que recorría toda la habitación, aportando
tal cantidad de luz, que los ojos de Perséfone en un principio tuvieron
que entrecerrarse por el cambio tan drástico que se había producido,
para adaptarse a la nueva sala; y lo que más llamó la atención a la
diosa, que se situaba en uno de los lados, unos pequeños escalones que
desembocaban en un trono de magnífico acabado, imponente y terrible a la
vez por su decoración: los reposabrazos estaban formados por una enorme
serpiente que, en la parte que correspondía a la mano, se encontraba la
cabeza del animal, abierta y mostrando su lengua y dientes letales,
junto con rubíes que ocupaban las cuencas de sus ojos, aportando un
matiz más terrorífico al asiento; los pies estaban tallados en forma de
patas de león, marcando especialmente las garras, que estaban hechas de
marfil para que se distinguieran perfectamente; el respaldo tenía un
relieve de grandes dimensiones, donde aparecía una lucha entre centauros
y humanos, de gran realismo; y en la parte superior, sobresaliendo,
tres enormes cabezas de can, con las fauces también abiertas, dispuestos
a lanzarse sobre los enemigos del señor de aquel lugar. Estaba todo tan
bien dispuesto, tan bien tallado, que todo parecía ser real, que en
cualquier momento las serpientes, las cabezas de perro, los centauros o
los humanos representados iban a cobrar vida y a salir del trono.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se
acercó a esa maravilla, subiendo lentamente los escalones. Acarició las
cabezas de serpiente, sintiendo las escamas que habían sido
perfectamente talladas, aportando aún más realismo a las figuras. Se
acercó para ver los detalles de la lucha entre centauros y humanos: cómo
los gestos de dolor, de ira, de tristeza, habían sido representados,
sin presentarse tampoco dos facciones iguales. Tenía que ser una obra de
dioses, sin duda, porque la diosa dudaba que un simple mortal pudiera
haber hecho tamaña maravilla. Se sentó sobre el trono, por la curiosidad
de sentirse alguien importante, cuando unas puertas situadas a uno de
los lados se abrieron de par en par, de un solo golpe sonoro que
repercutió por toda la sala. Entró una mujer de cabellos morados y muy
extensos, de vestido oscuro y sinuoso, como el cuerpo de una serpiente.
Nada más verla sentada en aquel trono, no pudo ocultar una mirada de
horror y de odio profundo, como si lo que hubiera hecho fuera una
especie de ofensa en el más alto grado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Cómo os atrevéis a
sentaros en ese sitio? -comenzó a proferir la mujer, con un tono de voz
elevado y lleno de fuerza y decisión. Estaba claramente alterada por lo
que había hecho Perséfone -. ¿Es esa forma de rendirle respeto a aquel
que os ha acogido en su hogar?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No entiendo lo que me dices...
Solo me he sentado un momento para ver lo que se siente, no veo nada
malo en ello. Y si tanto le molesta a su dueño, que me lo diga él, que
no venga una de sus acólitas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Soy la mano derecha de mi señor
Hades, Pandora, y tengo mucho más poder que cualquiera que llegue a
estos parajes, incluidos los mismísimos dioses -lanzó una mirada de
desafío a la diosa, como una advertencia de que en ese reino ella tenía
más poder que ella, por muy mortal que fuera. En el Inframundo se
seguían unas normas diferentes a las de la superficie, y Pandora creía
estar en una clara ventaja. <i>Aquí no está tu maldita madre para protegerte</i> -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Si
eres tan poderosa como dices ser, seguro que podrás llamar a tu señor,
porque me gustaría hablar con él seriamente de un par de cosas. Le
estaré esperando aquí mismo -y se recostó en el trono, como si
pretendiera de esa forma provocar aún más a Pandora, que ya estaba al
límite de su paciencia -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Cómo os atrevéis...?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Si tantos
deseos tienes de hablar conmigo, Perséfone, estoy ya a tu entera
disposición -dijo una voz que salía de la misma puerta por la que entró
Pandora. Era Hades, ataviado con una túnica negra con bordados
geométricos de plata, seguido por aquel anciano que tan amablemente la
había tratado -. Veo que mi trono te resulta muy cómodo -y la dedicó una
sonrisa, que desarmó completamente a la diosa. Como si hubiera recibido
un calambre con gran fuerza, se levantó del trono -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Mi señor
Hades -empezó a decir Pandora, cambiando el tono de voz por uno mucho
más modesto y lleno de amabilidad -, ha profanado vuestro trono, después
de lo bueno que habéis sido con ella. Y no respeta mi autoridad sobre
esta morada, es una irrespetuosa, no merece vuestras atenciones, debéis
echarla de aquí, debéis...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Eso ya lo decidiré yo, Pandora,
gracias por tu consejo -con un solo gesto de su mano, la mujer se calló,
agachando la cabeza obedientemente -. Retiraros los dos, quiero hablar a
solas con Perséfone. Hay asuntos de los que tratar -y fijó sus ojos
cristalinos sobre los de la diosa, que se quedó paralizada -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No sé si es buena idea...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Pandora,
si repito la orden, ya no será de forma tan amable como te lo he dicho
justo antes -la voz de Hades iba volviéndose más grave, más amenazadora.
Incluso sus facciones se estaban volviendo más severas, duras, como si
estuviera perdiendo la paciencia. Pandora hizo una reverencia de
respeto, al igual que aquel callado anciano, y se marcharon por la
puerta. Con un solo movimiento de muñeca de Hades, las puertas se
cerraron tras ellos, y se quedaron solos -. Siento su comportamiento,
siempre actúa así ante los extraños. Ya cambiará de parecer...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿Por
qué estoy en este lugar? -Perséfone no quería que la conversación se
desviara, quería ir al grano. Por fin estaba ante aquel que le aclararía
todas sus dudas, y que la ayudaría a salir de allí. Al menos guardaba
esa esperanza -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Veo que no quieres hablar mucho -y sonrió -.
Bueno, contestaré a tus preguntas. Estás en mi reino, en el Inframundo,
porque corres peligro en la superficie. Y hasta que no me asegure que
dicho peligro haya pasado, me temo que tendrás que permanecer aquí, a mi
lado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¿¡Cómo?! No puedes encerrarme en este tétrico lugar. Yo
necesito luz del sol, necesito aire fresco, el trino de los pájaros,
naturaleza en general... no puedo estar más tiempo aquí, enloqueceré.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Creo
que no tienes elección. No tienes conciencia de los enemigos que tienes
allí arriba. Ni tu madre sería capaz de protegerte. Por eso estás mejor
aquí, a mi lado. Te prometo que, en cuanto todo esto se calme, volverás
junto a tus seres queridos. Y siempre cumplo mi palabra.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¡Si tú
mismo me has arrancado de la superficie, de los seres que más quiero!
¡Tú eres el verdadero peligro, y no puedes pensar que voy a quedarme
aquí al lado de la amenaza! Quiero irme de aquí, ¡ya! -las lágrimas
volvían a surcar sus mejillas, esta vez por lo absurda que era la
situación. Su mismo captor decía que había un peligro allí fuera, que
estaba mejor a su lado. ¡Era una auténtica locura! -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Siento que pienses así, pero no puedo contarte más. Por tu bien. Solo te pido que confíes en mí, nada más.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-No...
no puedo confiar en ti, no puedo... ni aunque quisiera... es que... no
puedo... -no pudo decir nada más. Hades se acercó rápidamente a la
diosa, y posó sus labios sobre los de ella, de forma suave y
delicada. Una parte de Perséfone la decía que no debía hacerlo, pero por
otro lado no tenía nada que objetar al beso... Poco a poco, sentía cómo
el sueño la iba dominando, su cuerpo se hacía más pesado, y sus brazos
caían lánguidos. Hades la sujetó, mientras se iba separando un poco de
la diosa. Era una de las pocas ocasiones en las que su mirada era
cálida, llena de cariño hacia Perséfone, que balbuceaba cosas, pero
estaba bastante debilitada por el poder de Hades -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Estarás mucho
mejor en un lugar especial del Inframundo. No dejaré que nadie te haga
daño, he hecho una promesa, tanto a mí mismo como a otra persona.</div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-90679154093894323462014-10-23T14:09:00.000-07:002014-10-24T05:09:32.886-07:00La infancia. I: Tensiones familiares<div style="text-align: justify;">
Era el condado de Sussex, una zona rica en agricultura, donde se encontraban los últimos resquicios de la vieja aristocracia. Ese estamento social que estaba abocado a la destrucción. Ancianos que se consumían en sus recuerdos del pasado, en un mundo en el que ellos eran los reyes, que tenían todo el poder, y en el cual los plebeyos -una gran mayoría-, bailaban a su son; casas enormes, con jardines inmensos y un grupo de sirvientes tan numeroso como la cubertería de plata y las copas del más fino cristal; el aullido de los perros de caza, la equitación, los chismorreos, el qué dirán, la competición por quién tenía más dinero... un mundo que aparentaba ser perfecto, pero que en realidad era una tapadera de oro que escondía los peores sentimientos y comportamientos del ser humano: destruir o ser destruido. Y si las generaciones venideras al menos hubieran tenido una educación diferente, enraizada en unos valores más acordes a la nueva era que se avecinaba... pero esa es otra característica de la aristocracia, los cambios les abruman y asustan como ni una otra cosa en este universo, lo consideran una amenaza en grado sumo, algo que no les conviene en absoluto y que deben eliminar como sea. La aristocracia en Inglaterra aún tiene bastante poder, pero no tanto como hace unos cuantos siglos. Estas nuevas generaciones crecen en la opulencia, se convierten en seres engreídos que creen ser mejores que los de la "clase más baja que ellos", empleando palabras tan arcaicas como proletarios o plebeyos, vocablos que se emplearían en el S.XIX, pero para nada se escuchan en boca de los habitantes del S.XXI. Otra forma más de anclarse en el pasado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La familia Beaufort era una de las más ricas de la zona, una familia que decía proceder de una insigne rama inglesa que se remontaba en la Edad Media, fieles al monarca Enrique VIII hasta su muerte, que defendieron a la iglesia católica de la Reina Sangrienta María, y que tuvieron a partir de ese momento una gran fama entre las familias que rodeaban la realeza, ganando siempre los favores de la Corona. Todos los herederos tenían el mismo don de mando y de control, eran líderes por naturaleza: decididos, despiadados o compasivos siempre en el momento oportuno, les encantaba dar órdenes y hacerse oír, no aceptaban la derrota y eran vanidosos y altivos como los leones. Hasta su escudo de armas ya decía mucho de esta pintoresca familia: dentro de un escudo rodeado de hiedras entrelazadas, se alzaba un león rampante con un corona, así como dos espadas detrás de la figura del animal, cruzadas, y debajo de todo ello la figura de un hombre caído en la batalla, casi dando la sensación de que el león le estaba aplastando con sus poderosas patas traseras armadas con garras. El lema de la familia, <i>semper victori</i>, aparece en los anales de su historia como el grito de guerra de los Beaufort que participaron en las batallas contra otros estados, siendo además muy bravos en la guerra. Una familia modelo para un noble inglés que se preciara. Jefes indiscutibles de la alta sociedad inglesa, cosa que no disimulaban, sino todo lo contrario. A pesar de que este estamento social no pasara por su mejor momento -teniendo en cuenta la gloria y el poder pasado-, no había nada que no pasara por su conocimiento y control; si alguien compraba un terreno, investigaban quiénes eran los compradores, sus motivaciones para ello y si ponía en peligro sus posesiones o posición en la intrincada sociedad de los ricos. Y no tenían reparo alguno en eliminar a sus enemigos, tanto social como literalmente. Alguna que otra desaparición "misteriosa" no se ha resuelto, pero todos saben o tienen muchas sospechas de quiénes fueron los cabecillas de ello.<br />
<br />
Shir Jonathan Beaufort era el patriarca de la familia en ese momento. Viudo desde hace bastantes años, se había acomodado bastante a la vida solitaria en una mansión tan grande, cuidando de su única hija, Victoria. Jonathan había heredado el carácter de su abuelo, altivo y bastante autoritario, que era bastante característico de dicha familia; alto, de cabellos oscuros como la noche y cortado perfectamente, sin barba, siempre de etiqueta y con zapatos más brillantes que el sol. Sus ojos, de un azul eléctrico, parecían penetrar todo lo que estuviera en su punto de mira, congelando o incluso causando el pavor más profundo en una persona. Todo eso provocaba que sus vecinos, amigos o simplemente conocidos le tuvieran un respeto que en muchos aspectos se mezclaba con el miedo, cosa que a él no le importaba en absoluto. Es más, le encantaba causar esa sensación en los demás, le hacía sentir más poderoso, más temido... y por ello con más poder que los demás que le rodeaban.<br />
<br />
El dinero que tenía en su cuenta era tal, que podía comprar toda Inglaterra si quisiera, pues de las tierras, posesiones que se habían vendido o recaudado, de las joyas y de los ahorros, el dinero no era precisamente un problema. Su mansión, de tres pisos, estaba construida en piedra de la zona,decorada con el gusto de su difunta esposa, Catherine, una amante de las Antigüedades. Entre las excentricidades, llamó a los mejores artesanos de Inglaterra para realizar una serie de copias de joyas egipcias, especialmente las de Tuthankamon. Cosas propias de los ricos. Jonathan adoraba a su esposa, la quería más que a nada en el mundo... pero el tiempo, y una enfermedad sin cura, se la arrebataron. Nunca antes se vio a aquel noble tan derrumbado, ni tan furioso con el mundo exterior. Arremetió contra los demás, causó más de un quebradero de cabeza a los que tenían alquilado una tierra o una casa bajo su poder. Tuvo la tentación de echarlos a todos, de quedarse con todo, encerrarse en su casa y no salir nunca más. Lo único que le mantenía con vida, con ganas de seguir luchando, era su joven hija, de solo 5 años.<br />
<br />
Se volvió un padre sobreprotector, consentido, que no permitía que su hija sufriera ni estuviera expuesta en peligro alguno. Niñeras, criadas, educadores... todo un enjambre de personas a su alrededor, con un solo objetivo: protegerla y, ya de paso, educarla.<br />
<br />
Cualquiera en una situación así se habría resignado, se habría dejado llevar por la comodidad, el lujo, y pensar que la vida estaba ya resuelta. Pero Victoria, como buena Beaufort que se preciara, no podía soportar la idea, solo una simple cosa, de estar siendo controlada por otra persona. Se sentía inferior, algo que la desagradaba como nada en el mundo. Cuando tenía cinco años no se percataba de lo que ocurría, ella hacía lo que la decían y no cuestionaba las órdenes. Cuando llegó a los diez... las cosas cambiaron como de la noche a la mañana. No soportaba la forma de vestir, la muchedumbre a su alrededor, el ahogamiento que sentía, lo estúpida que parecía, al no poder hacer nada sola. Se volvió arisca, desconfiada, no permitía que nadie la tocara ni mucho menos que la ordenara. Ya no tenía miedo, ni temor reverencial a su padre: pasó de ser un dios para ella a un humano tan común y simple como los sirvientes de la casa. Las discusiones cada vez se volvían más acaloradas, el tono iba ascendiendo, junto a los elegantes insultos que se lanzaban. Nada de palabras soeces, solo eufemismos que daban a la conversación hasta un toque culto. Además, Victoria empezó a escaparse de casa, nadie sabía cómo, pero lo hacía. Incluso por las noches, al amparo de la luna y de los seres de la noche, corría libre como el viento, sin zapatos que hicieran daño, sin corsés incómodos que la aprisionaron, ni el moño que escondía sus largos cabellos rojizos.<br />
<br />
Pero el peor día aún estaba por llegar. Era una de esas noches, el castillo sumido en el más completo silencio, y ella estaba ya preparada para salir. Descalza, con un sencillo camisón blanco, sigilosa como un gato, bajaba por las escaleras. A pesar de todo, su andar y porte seguían siendo distinguidos. Cada paso lo daba segura de sí misma, como si una multitud imaginaria la estuviera viendo, no podía perder la elegancia en ningún momento. Eso la había enseñado su madre. Cuando estaba cerca de la ansiada salida, sintió una sombra a su espalda. Se dio la vuelta. Con su furiosa y gélida mirada, su padre se encontraba detrás.<br />
<br />
- ¿Se puede saber a dónde vas?<br />
<br />
-A dar una vuelta -Victoria sabía que mentir era bastante estúpido, dijera lo que dijera no iba a engaar a su padre. Además, ¿acaso quería mostrar debilidad, sumisión, ante su padre?-.<br />
<br />
-¿Y consideras que estas son horas <i>decentes </i>para salir a dar una <i>vuelta</i>? -su mirada se clavó en los ojos de Victoria, impidiendo que se moviera. Una presión empezó a inundar la sala, perfectamente palpable para la niña. Esos ojos que no parpadeaban, solo miraban... un escalofrío la recorrió la espina dorsal-.<br />
<br />
-Sí, lo considero así. Ya que no puedo salir por la noche <i>gracias a ti</i>, tengo que hacerlo por la noche. Es el único momento en el que puedo estar sola, en paz y tranquila.<br />
<br />
-Vuelve a la cama, Victoria. No puedes salir de noche. -Jonathan ya daba la conversación por terminada, porque sus órdenes siempre se cumplían. Siempre-.<br />
<br />
-No. No quiero hacer lo que siempre digas. Los criados lo tendrán que hacer, es su deber y trabajo, pero yo no tengo por qué hacerlo. No tienes autoridad sobre mí.<br />
<br />
-¿Que no la tengo? -con solo dos zancadas, se presentó delante de Victoria, y la agarró del brazo, un cepo mortal. Ejercía una presión sobre el brazo fuerte, que provocó un pequeño gesto de molestia y dolor en las facciones de Victoria-. Soy <i>tu padre</i>, y tendrás que hacer lo que yo te diga. Tú no puedes tener el juicio suficiente para decir lo que es bueno, o malo, para ti. Eres muy pequeña.<br />
<br />
-Pues seré pequeña, pero empleando la fuerza bruta no vas a conseguir tu objetivo -enseguida, su padre quitó la mano del brazo, en el que dejó una pequeña marca rojiza. Sus ojos, por un instante, vacilaron. Jamás pensó que una niña tan pequeña pudiera emplear una voz tan dura, grave y autoritaria. Hasta sintió un poco de miedo. Y vio en ella la viva imagen de su madre-.<br />
<br />
-Victoria, lo creas o no, no es bueno salir por la noche. -Relajó un poco la voz para convencer a la niña-. Ve a la cama.<br />
<br />
-No me pienso ir. Quiero salir, y no me lo vas a impedir. -Y dicho eso, se dispuso a avanzar hacia la puerta. A partir de este momento, todo pasó demasiado rápido, como un sueño, no se lo creía-.<br />
<br />
Con un movimiento rápido, y elegante, su padre le dio un reverendo bofetón. Sus ojos centelleaban, despedían chispas, parecían que congelaban en cuestión de segundos. Y después de eso, silencio. Ella no lloró, ni una lágrima, simplemente guardó la postura, escondió su cara para evitar mostrarse débil. Mordía su labio, hasta hacerse sangrar, para tragarse las lágrimas y el orgullo. Pero el dolor que sentía era tan alto como su asombro. Jamás pensó que su padre fuera a pegarla de esa forma, levantar su mano hacia ella, hacia una niña, a la sangre de su sangre. Los sentimientos empezaban a florecer en esos instantes. El odio que sentía hacia su figura paterna estalló, como una bomba atómica.<br />
<br />
-Cómo te has atrevido a hacerme esto. -Dijo en voz baja, profunda, como sacada de una caverna-. Nadie puede hacerme eso, ni siquiera tú.<br />
<br />
-Así al menos aprenderás quién manda en esta casa. Mientras estés bajo mi techo, harás lo que yo diga. Harás lo que yo haga, y no quiero oír de tus labios nada distinto a <i>sí padre</i>. ¿Me has entendido?<br />
<br />
-¿Cómo... te has... atrevido a... tocarme?<br />
<br />
-Vamos, vete a la cama. -Su ser orgulloso no le permitía pedirla perdón. Él sabía que estaba haciendo lo correcto. Lo hacía por su bien-. Mañana hablaremos de este incidente... cuando hayas reflexionado sobre lo que has hecho.<br />
<br />
-¿Y tú? ¿No deberías tú también reflexionar<i> sobre lo que has hecho</i>? ¡Me has tocado! ¡Nadie me toca, ni siquiera tú! -Empezó a gritar, las lágrimas corrían por sus mejillas. Y no eran de tristeza, sino de rabia. Rabia acumulada que salía como un torrente. Sin control. Sin mesura-.<br />
<br />
-Eres igual que tu madre, solo sirves para restregarme lo que hago mal. Pero claro, vosotras sois perfectas y nunca cometéis faltas, solo yo. Aguantar a tu madre de día y de noche, con sus quejas y con sus críticas... yo la amaba, ella no era así, cambió desde que tú viniste al mundo. Solo tenía ojos para ti, solo te quería <i>a ti</i>... y yo desaparecí de su mundo... entonces... no me quedó más remedio... -otro tenso silencio-. Y por ella, por mi pecado... no puedo dejarte marchar, ni dejar que te pase nada malo... -cayó de rodillas, ante su hija, mientras se agarraba en su camisón de seda-. Victoria, vuelve a la cama.<br />
<br />
-Vale. -Sin decir nada más, se dio media vuelta, mientras las manos de su padre caían como sin vida. Le dio la espalda. Y se marchó-.</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-932886460197641962014-09-18T12:10:00.001-07:002014-09-18T12:10:28.803-07:00Dios castiga y no da voces
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGRoTed3mgAnf1GxZtPDjU2GcH99IBmfzqI1N-zagKk5cEvnCWaufzfKAPX9qDN92F2ZwGN5Zg3pOz9662Mcffh4c-w5xEZLKGO0f06XeakdXyQw4_E4b5n1uUbmg5h_15t3z3eGCspVH3/s1600/262450jppyiwka45.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGRoTed3mgAnf1GxZtPDjU2GcH99IBmfzqI1N-zagKk5cEvnCWaufzfKAPX9qDN92F2ZwGN5Zg3pOz9662Mcffh4c-w5xEZLKGO0f06XeakdXyQw4_E4b5n1uUbmg5h_15t3z3eGCspVH3/s1600/262450jppyiwka45.jpg" height="640" width="450" /></a></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">La
Historia la escriben los vencedores, es lo que siempre se comenta al
hablar del pasado y hasta cierto punto es cierto, pues, ¿acaso
interesa lo que han pasado, lo que han sufrido, lo que han pensado
los vencidos, aquellos que ya no interesan, que han desaparecido del
mapa o que no interesa que se sepa absolutamente nada de ellos? Así
es la Historia, bastante selectiva, si a eso unimos los objetivos
propios que tenga cada uno de los que la cuentan. ¿Va a ser útil
que cuente la verdad, en la que algún antepasado fue un cobarde, o
un sádico al matar o maltratar a toda una villa, la cual le
pertenecía y hacía lo que le placía? Algunos de los historiadores
que seguimos en el campo de investigación pensamos que es necesario
ser objetivo en el máximo exponente, no quedarte con el relato sin
más, sino demostrar que eso que cuentan es cierto o no. Cuando ya se
tenga todo, y se demuestre que todo es verdad –o lo más cercano a
ella-, se puede contar sin ningún reparo. El no relatar lo que
ocurrió en verdad solo da información errónea a los demás, hacen
que aprendan cosas que no tienen nada que ver con la realidad, y por
ello expandirse lo que en la jerga de la calle se denomine “bulo”.
Y, como los científicos, los auténticos historiadores luchamos
contra ello, sin estar atados a convencionalismos sociales o
creencias políticas propias. Si por desgracia nos cambian la manera
de pensar, abrirnos la mente y quitarnos de encima falacias, ¿no
sería maravilloso?</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<a name='more'></a><br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">Aunque
mi campo se centraba en la Historia de Grecia, no dejaba a un lado la
cultura y el folclore propio de mi tierra, aquella que me vio nacer y
que me ayudó a ser lo que ahora soy. Entre bosques espesos y
corrientes de agua cristalinas, en un pequeño pueblo donde la
tradición seguía teniendo un protagonismo fundamental en la vida de
sus habitantes, puede decirse que era como volver al pasado, como si
en cuanto te bajaras del coche retrocedieras veinte o incluso más
años –luego dicen que la máquina de tiempo no existe-…-, y
aunque algunas cosas te horrorizan desde el punto de vista de persona
“civilizada” del S.XXI –digo civilizada entre comillas porque
eso creemos nosotros, por simple convencionalismo social-, es
agradable ver que un grupo de personas, aunque reducido, sigue
resistiéndose a nuestra era y se mantiene en la paz y la
tranquilidad, en la sintonía con el bosque y ser uno con él. Una
verdadera maravilla. Por eso mismo escribo esto, para que quede
constancia, para demostrar entre otras cosas que los mitos y la
tradición oral pueden ser auténticas piezas de arte de la
literatura… ¿acaso nadie se anima a recoger todos y cada uno de
los relatos que abundan en nuestros pueblos, de boca de nuestros
abuelos? ¿No se perderán cuando ellos dejen de caminar por nuestro
mundo? Yo intentaré que, al menos, este relato no quede en el abismo
del olvido.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">Debo
mencionar que mi abuela era una persona cincelada en la vida más
tradicional, aunque siempre supo adaptarse a los nuevos tiempos.
Vivió una guerra civil, cosa que no debe tomarse a la ligera, pues
en los pueblos este acontecimiento fue mucho más crudo que en las
ciudades: ver cómo tu vecino, el de enfrente, era sacado de la casa
por otro vecino –a ambos los conoces perfectamente-, y llevado a su
muerte, un secreto a voces, por pensar de forma diferente y apoyar al
bando que los “jefazos” consideraban “equivocado”. Eso
endurece a cualquiera, o al menos deja una huella importante en tu
corazón; por ello, mi abuela se volvió bastante desconfiada con
todo el mundo, siempre me decía lo mismo, “desconfía de los
desconocidos, pero aún más de los amigos. Las buenas acciones son
fáciles de hacer, pero aún más sencillo es hacer maldades”. Yo
soy exactamente igual que mi abuela, no sé si por herencia o por la
educación que me dio a lo largo de los años. O un poco de ambos,
quién sabe. Volviendo a la historia que nos atañe, mi abuela era
como el libro andante del pueblo, se sabía todos, absolutamente
todos, los cuentos o relatos que circularon por el pueblo, que venían
del exterior por los visitantes en las fiestas o creados por los
mismos vecinos. Hay que mencionar que casi todos pertenecían a la
Edad Media –como es el caso de nuestro relato-, momento en el que
los juglares y la población, que recibían todo de boca en boca,
quedaban fascinados con todo lo que llegaba, lo tomaban como una
enseñanza moral –y así es en la mayor parte de los casos- y lo
aplicaban a su vida. ¿Cómo si no se pasaba de padres a hijos? Era
la forma de educar en la época, así como de entretener –recordemos
que la televisión o internet no existían ni por asomo-. </span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"> </span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">Sentada
al calor de la lumbre –pues ya el frío azotaba por aquella
región-, mi abuela se inclinaba una y otra vez en su mecedora, con
la mirada fija en el fuego; nunca me había detenido a ver el rostro
de mi abuela, surcado por las arrugas, fruto del trabajo bajo el sol;
su piel, morena, su boca esbozando una sonrisa que pretendía dar
tranquilidad y comodidad a su huésped; y sus ojos, tan oscuros como
la noche, de los que no se distinguían las pupilas de la retina
salvo por el destello de las lenguas ígneas que bailaban al son de
una melodía que solo ellas percibían. Sus ropajes eran los de la
típica anciana de pueblo español, un vestido negro que tapaba todo
su cuerpo con un chal que cubría a su vez los hombros; no llevaba el
pañuelo en la cabeza, pero siempre que salía se lo ponía, como
ella decía: “es de mujeres virtuosas y civilizadas estar tapada
completamente”. Quizá por eso siempre me miraba con cierto
reproche cuando iba en pantalón corto o en tirantes… Carraspeó
un poco, como siempre hacía cuando empezaba a hablar.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">-Veo
que vienes a sacarme otra historia de mis labios –comenzó a
decir-. Podrías venir aquí por el simple placer de ver a tu
adorada abuela –un tono de burla amistosa anidaba en aquel
comentario-.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">-Oh,
abuela, ya sabes que primero vengo a verte; y luego, ya me ocupo del
trabajo.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">-Seguro
que sí, niña –siempre me llamaba así, como apelativo cariñoso,
aunque ya tuviera casi cuarenta años a mis espaldas-. Pero no puedo
evitar pensar que quieres más a mis historias que a mí… ¡maldita
sea mi memoria! Dios me ha concedido el don de recordarlo todo y a
tu abuelo, que Dios lo tenga en su Gloria, le venía de perlas. Era
un olvidadizo; de no ser por mí… ¡no habría podido hacer nada,
no hubiera sobrevivido ni dos días seguidos! –volvió a
carraspear-. Pero esto es un tema aparte, creo que me estoy yendo
por las ramas, lo veo en tus ojos…</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">-No
se te escapa una, abuela.</span></span></div>
<br />
-<br /><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">¡Para
vivir tanto tiempo como yo, tienes que estar pendiente de todo! Como
los animales en el campo, quien no está al loro, no lo cuenta al
día siguiente. </span></span>
<br />
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;">Así
estuvimos un rato, mi abuela yéndose por las ramas, algo muy típico
en ella. He decidido omitir lo restante, pues la buena mujer empezó
a decir cosas de la familia, personales, y creo que son completamente
irrelevantes para lo que me atañe aquí. Este es el relato, fiel a
lo que escuché, de mi amada abuela.</span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Debido
a la zona en la que se encuentra el pueblo, en un cerro que le otorga
visibilidad y control sobre el territorio, unido a la existencia de
un río de caudalosas aguas a su lado, junto a los bosques para
conseguir la madera que nos calentaba en invierno o gracias a la cual
teníamos techos para refugiarnos de las inclemencias del tiempo, se
formó un pueblo más o menos grande, de gentes sencillas,
campesinas, que trabajaban los terrenos fértiles que se encontraban
al lado del cerro. Cada día, los hombres bajaban a sus huertos, con
los burros o animales que portaban sus herramientas –o solo con sus
callosas manos-, además de con su almuerzo, pues estaban
prácticamente todo el día fuera, desde que se alzaba el sol hasta
que se escondía en el cielo. Las mujeres se quedaban en casa
atendiendo el hogar, cuidando de los niños y tejiendo, ya fueran
ropas para la familia como alfombras, mantas, o cualquier cosa que se
necesitara. De ser necesario, hasta se encargaban de las labores del
campo, pero solo si su marido o padre estaba enfermo o demasiado
débil para poder trabajar a pleno rendimiento. La cosecha obtenida
era de extrema importancia, como siempre ha sido y siempre será,
pues determinaba el alimento del resto del año, que se mezclaba con
algo de carne –un lujo sin duda alguna- y pescado si se podía. Hoy
en día se tiene la idea de que “los de pueblo” tenían gallinas
para alimentarse cuando quisieran, pero, ¿matar una gallina? ¿Dejar
de tener huevos y no poder tener polluelos y así más huevos? Es
mucho más valiosa, para la gente sencilla, las gallinas vivas a
asadas en la cocina… aunque en momentos de celebración, siempre se
podía sacrificar alguna… pero solo en fechas muy señaladas.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Digamos
que la vida en la Edad Media no se aleja mucho a lo que se vive
ahora, solo que con un médico que te cura de todos los males –o al
menos te tranquiliza-, y poder viajar a un pueblo más grande en
cuestión de minutos, y no horas –además de ser a pata, no con
ningún vehículo o animal-. Este pueblo hasta hace relativamente
poco estaba dominado por un noble, de la familia de los Castilla,
cuyo gobierno se fue traspasando de generación en generación, de
varón en varón. Es curioso, pero esta familia tenía la
peculiaridad de engendrar solo hijos varones que, en primer momento,
uno puede pensar que es una bendición del cielo. Pero, ¡no os
confundáis! [y alzó las manos para darle mayor dramatismo] Cuantos
más varones, más repartida se encontraban las tierras, hasta el
punto de no tener absolutamente nada, ¡nada! ¿Qué hacía un noble
para mantenerse, si no había campesinos de los que recibir el
alimento y la mano de obra para su castillo imponente con el que
sembrar el terror? Un aristócrata sin campesinos no es nada, aunque
los campesinos sin el noble tampoco; ¿cómo podían protegerse de
los peligros, si no tenían nada con lo que construir una muralla o
mantener un ejército? Además de lo iletrados que eran… ni leer,
ni escribir, solo interpretar las pinturas de la iglesia del pueblo
[y aquí hubo un pequeño excurso sobre la iglesia de nuestro pueblo,
que es muy hermosa a decir verdad] y aterrarse ante la visión de
seres monstruosos que habitaban en el Infierno, el viaje final de los
cristianos que habían vivido en pecado o los paganos. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>El
último de los señores de Castilla que habitaron en el castillo que
hoy se encuentra en ruinas, un pálido brillo de su antiguo
esplendor, era fruto del incesto y de la “manía” de mezclarse
los primos y diversos familiares entre sí, por la obsesión de
mantener la sangre pura, a semejanza de los reyes. No eran los
únicos, ni mucho menos, pero tenían tal obsesión por ser puros
hasta más no poder, que preferían caer en la desgracia de la
pobreza y de la decadencia genética, a mezclarse con otras familias
y perder la “pureza de sangre”. Por ello, Fernando de Castilla
era un personaje enjuto, delgado, de rasgos más bien feos, hasta tal
punto que pasó a la historia con el apodo de “el rana”, debido a
esos ojos tan grandes y casi siempre abiertos, con una curiosa manía
de sacar la lengua de vez en cuando, una lengua larga y pegajosa. Los
apodos siempre tienen una base lógica, nunca hay que olvidarlo… el
caso es que este noble, el último de su estirpe –aunque él no lo
supiera-, acabó en la última de las posesiones que tenía la
familia, después de ventas y de que el propio monarca les arrebatara
terreno por ciertos rumores de una conspiración contra su persona.
Es cierto, era un secreto a voces, que los Castilla querían algo más
que un puesto de aristócratas, querían mucho más… pero la
avaricia rompe el saco, nunca lo olvides querida niña. En sus
habitaciones engalanadas del castillo, rodeado de foso y muralla, el
joven Fernando cavilaba sobre diversas cosas, y entre ellas, el deseo
que tenía de poseer a todas las mujeres que pudiera, tenía una
lujuria que ni cien mujeres podían sofocar, pues estaba obsesionado
con la búsqueda de su mujer ideal, que imaginaba en su mente, y que
no pararía hasta que no lograra encontrarla. Cuando le destinaron a
este lugar, estaba más que disgustado y lo pagaba, lógicamente, con
los más débiles, esto es, con los campesinos que dominaba. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Tenía
un gusto por torturar a los campesinos, elegidos al azar, o bien
porque los veía pasar por el campo, o tenían algún defecto tal
como granos, arrugas o estar tullidos. Aborrecía la imperfección,
incluso en su misma persona, y cada día que pasaba se levantaba de
la cama para verse en el bronce pulido de su habitación, intentar
vislumbrar algún grano o cana, cualquier cosa que empañara la
belleza que él consideraba que poseía. Y si se trataba de alguna
dama… campesina o no lo fuera, no podía evitar invitarla al
castillo, enseñarla todo cuanto poseía para impresionarla, ser lo
más galante que pudiera ser… pero con los resultados más
desastrosos. Como a las damas de buena alcurnia que le visitaban no
podía –ni se le ocurría- tocarlas uno solo de sus cabellos, pues
sus padres enfurecidos irían a recuperar el honor de sus hijas, se
aplacaba su lujuria y deseo de la carne con las desdichadas
campesinas, atrayéndolas con promesas de una mejor vida: con camas
agradables y mullidas, con comidas suntuosas y que las harían
engordar, sus pieles protegidas del sol las harían empalidecer y por
ello pasar a ser más bellas… incluso poder bañarse todos los días
si les apetecía. El sueño de toda mujer en la más indómita
pobreza soñaría con esas cosas que ahora nos parecen sencillas. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Fernando
las desechaba, como papel, se encaprichaba de ellas unos días para
luego soltarla en la pobreza de la que salieron, sin ni siquiera
ofrecerlas un trabajo de doncellas en la corte para ganarse el pan. Y
a eso debemos añadir un regalo muy especial que ellas se quedaban,
la existencia de muchos “Fernanditos” –así los llamaban-,
bastardos del noble que nunca llegó a aceptar como suyos y que
causaron más de un problema en el pueblo y en la familia de
Castilla. Por estos actos, que podían llegar a causar mucho mal si
no se ponían remedio, su padre decidió enviarla a una mujer, la
cual sería su futura esposa, y que tenía que escoger con mucho
cuidado. Tenía que ser bella, perfecta, algo que agradara a su hijo
para que no cayera en esos caminos pecaminosos –y que el Cielo le
costara un poco menos de dinero-. De esta forma encontró a una prima
lejana, que poseía la sangre y el temple de los Castilla, bella y
sagaz como ninguna otra, con porte regio y mirada altiva, que
encajaba perfectamente con lo que el buen hombre buscaba: una mujer
que pusiera en cintura a su hijo. Su padre la dispuso para tal
evento, orgulloso de unir a su hija con tal noble familiar, y dispuso
toda la partida necesaria –novia y dote incluidos-, para
encaminarse al castillo de Fernando, que había sido previamente
avisado de tales acciones. Él esperaba nervioso, pues ella podía
ser la mujer de sus sueños. Y cuando sus ojos se encontraron…
ninguna chispa brotó, ni por parte de él ni por la de ella, sino
una especie de odio controlado, de repugnancia el uno por el otro: él
la veía vanidosa y fea, y ella le veía como un joven enclenque y
para nada un caballero de brillante armadura. Pero en esa época los
matrimonios no eran por amor, era por interés, así que no les
quedaba otra que casarse, obligados estaban a ello.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>La
boda se celebró por todo lo alto, gastando todo lo que hubiera en
las arcas de las respectivas familias. Los villanos acudieron al
castillo, donde sus ojos se perdían en todo el lujo que emanaba de
la mansión; cualquier cosa que allí hubiera, les libraría del
hambre para años y años de existencia, y en alguno brotó el
sentimiento de justicia, de no concebir cómo ellos casi se morían
de hambre o trabajando de sol a sol para conseguir una mísera ración
de comida para sus familias. Pero claro, imbuidos por la Iglesia y la
espera de un mundo mejor en el Más Allá, igual a los ricos y
poderosos, dormían con esa esperanza; y tampoco convenía alzarse
contra el poder establecido, pues todo aquel que sobresaliera... el
verdugo le esperaba. Y entre los campesinos, entre aquellas sucias
personas que cubrían sus vergüenzas con harapos y trapos, vio a un
ser angelical camuflado entre ellos, con una aura extraña que le
daba su atracción: alta, delgada, con una especie de vestido
amarronado que la cubría hasta los tobillos, pero dejando entrever
una figura muy bien proporcionada; sus ojos, negros como la noche,
escondidos tras una piel morena por el sol; y sus cabellos... era lo
que más destacaba de todo su ser... eran blancos, una combinación
muy extraña y por eso mismo de lo más sugerente.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Casi
no estuvo atento a la boda, y tuvieron que recordarle que estaban en
los votos nupciales. Solo tenía ojos para ella. Y en la noche de
bodas... solo se imaginaba que estaba en la cama, a su lado, con una
extraña sonrisa en sus labios, enigmática y sensual, acariciando
sus cabellos de plata, tan blancos como la nieve inmaculada de las
montañas. ¿Cómo es que nunca había visto a esa muchacha? </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>La
idea de buscarla le obsesionaba, no cesaba en su empeño de
encontrarla, de hacerla su amante, lo que fuera; incluso su esposa,
pues el matrimonio que tenía con aquella joven estirada y remilgada
de la rancia corte de una familia opulenta no cumplía para nada sus
expectativas. Es más, solo coincidían en una cosa: en la fachada
estaban casados, eran “felices” lo más que podían aparentar,
pero en el fondo cada uno iba por su lado. Ella tenía ya sus
amantes, se la notaba cuando estaba más feliz que de costumbre, y en
cuestión del heredero... habría más vástagos que otra cosa, pero
eso de momento no les importaba en absoluto. ¿Qué dinero se iban a
repartir, por qué se iban a pelear, si no había absolutamente nada
por lo que luchar? Sería un escándalo para las respectivas
familias, eso sí, pero tampoco es que se preocuparan por ello; cada
cosa en su respectivo momento, y ese momento no había llegado aún.
Fiestas, orgías, el castillo era un ir y venir de caros productos,
disminuyendo la dote poco a poco, sin prisa pero tampoco sin pausa,
sin pensar en el futuro de pobreza que les esperaba si no paraban
pronto. Pero los nobles no piensan en esas cosas, ahorrar para el
futuro, el hambre nunca llama a su puerta, solo gastan y cuando ven
que todo se ha acabado, rascan de cualquier cosa: venden lo que sea,
pues lujosos objetos poseen, o tierras, o castillos, o esculturas...
lo que sea para volver al desenfrenado mundo de la opulencia y el
gasto. No pasaban el tiempo de otra manera, pues no labraban la
tierra ni tampoco cargaban con fardos y fardos de pesados bultos para
ganarse algo que llevarse a la boca. Un campesino si recibe una suma
importante de dinero, no lo gasta en breve -pues su cerebro ya está
hecho para pensar en el ahorro-, sino que lo guarda para un posible
futuro en el que lo necesite, pues los tiempos son inciertos y la
Fortuna puede sonreírte o apuñalarte por la espalda.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Pero
volvamos al tema que nos atañe, la extraña albina. Ningún
campesino la conocía, o no creía conocerla, por lo que el señor,
bastante irascible cuando no conseguía lo que quería, empezó a
emplear la tortura para conseguir su objetivo. A un padre de familia,
de unos treinta años de edad, lo retuvo en las mazmorras mientras,
al otro lado de la pared para que escuchara bien los gritos, estaban
su hija y esposa siendo torturadas de mil maneras distintas, entre
las que se podían encontrar los clásicos: la violación, con otros
más enrevesados y siniestros, como el arrancar la uña de una en
una, o hacerlas sentar durante unos segundos en una silla de hierro
candente. El hombre tardó en hablar, cosa que sorprendió a
Fernando, pues estaba nada menos que torturando a su familia; algo
más oscuro tenía que esconderse en esa extraña mujer...
Finalmente, llorando como un niño, dijo lo que el hombre quería
oír: aquella muchacha, que creía que no alcanzaría ni los 15 años
de edad, había nacido de una relación prohibida entre un señor
feudal -cuyo nombre juraba no saber-, y una campesina de su villa.
Cuando nació con los cabellos blancos como la nieve, el señor la
repudió por considerarla hija de los malvados espíritus de la
montaña, y mandó a un sirviente que la abandonara en el bosque; “si
pertenece a la salvaje e impía naturaleza, no soy quién para que no
vuelva a ella”. En medio de esa soledad una niña normal moriría
sin remedio, pero los lobos y las alimañas la cuidaron, la
consideraban como una más en su familia: los pájaros la daban
alimento y la cantaban melodías para dormir, los lobos la llevaban
carne y calor en las frías noches de invierno... todos parecían
estar concienciados en cuidarla. Hace uno años llegó a estas
tierras, mezclándose como una más, adoptando el papel de una
curandera. Sus remedios funcionaban, pero causaba el terror por ser
una mujer tan extraña, rodeada siempre de dos lobos blancos como su
pelo, de ojos oscuros; daban la sensación de que iban a saltar y
darte una dentellada. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Debido
al dolor, no pudo sacar mucho más al hombre, pues no sabía
exactamente donde vivía. No debía de tener un hogar fijo, y decía
extrañas ideas de que se fusionaba con los árboles, que en realidad
era un espíritu de los bosques, benigno y maligno a la vez, y por
eso nadie quería ni siquiera mencionarla o pensar en ella, pues se
había extendido el rumo de que quien lo hiciera, moriría sin
remedio por aquellos lobos guardianes de la muchacha. Le dejó en
libertad con su familia, ni siquiera una cura, ni siquiera un
gracias. Su mente bullía en mil y una ideas para intentar
capturarla... ¿peinar todo el bosque? Sería la mejor idea y la más
obvia, pero llevaría días y los caballeros preguntarían el por
qué. Y explicar que es para buscar a una muchacha de la que se había
encaprichado... no lo hacía muy apetecible. Así que decidió
enmascararlo en una serie de partidas de caza, para celebrar la
prosperidad de esa villa. Seguro que colaría.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Una
semana entera de infructuosos rastreos velados, y nada encontró.
Estaba bastante desesperado, quería encontrarla pasara lo que
pasara; además, estaba sufriendo una extraña transformación: de la
obsesión que corroía sus entrañas, no tenía ningún deseo carnal
por dama alguna, ya tuviera las formas más sensuales del mundo, una
auténtica Helena de Troya, que no le provocaba deseo alguno. Solo
tenía pensamientos, sueños y mente para ella, a la que había
llamado como Silva -en el escaso latín que conocía, sabía que ese
término era empleado para designar a los bosques-. En sus vaporosos
sueños, se la imaginaba caminando hacia él, con un vestido
conformado por enredaderas y hojas de hiedra y parra, con sus
cabellos delicadamente recogidos en un alto moño, su insinuante
figura con paso firme y decidido, y sus fieles acompañantes a su
lado, dispuestos a lanzarse sobre cualquiera que osara atacar a dicha
doncella. Acariciaba su rostro, como una brisa primaveral; todo su
ser olía a flores del campo, rosas, jazmín, lavanda... una mezcla
llena de vitalidad y de fuerza, como si todo el bosque estuviera
comprimido en un ser humano. Y sus ojos... sus ojos podían cambiar
de un segundo al siguiente, desde el más oscuro como la noche más
cerrada, pasando por el azul cristalino, el verde de las praderas o
el marrón de los troncos. Era tan extraño... pero muy agradable,
como estar ante la visión de un ángel. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Cada
vez toleraba menos los amantes de su esposa, pues era más evidente
cada día que pasaba que había más y se aprovechaban del dinero de
su hacienda. Él, que se estaba convirtiendo en un ser casto, pues
pensaba que si era el intachable cristiano que describían los
sacerdotes, conseguiría que Silva fuera a su lado, lo premiara por
su cambio, y que le diera los hijos y el matrimonio más maravillo en
millas a la redonda. Hasta llegó un momento que, harto de esa
situación ficticia, decidió repudiar a su mujer y devolverla a su
padre, no sin antes mencionar que había sido una adúltera y que
merecía la hoguera por ello. Mas enseguida pidió clemencia por
ella, pues en el fondo no la odiaba tanto como para desearla la
muerte, sino que simplemente excusó su comportamiento alegando que
él no había sido un buen marido, y que la comprendía. Seguro que
una mentira piadosa no sería reprobado por ella. Era su sol, su luna
y estrellas, la brújula que dirigía sus actos, la razón de su
existencia. Se hizo un cristiano ejemplar, piadoso, bueno con sus
súbditos, un auténtico modelo a seguir. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Pero
el corazón del hombre, cuando no ve que sus acciones dan los frutos
esperados, comienza a desesperar; y la desesperación lleva a la
rabia y a la decepción. Y no hay nada peor que un corazón humano
decepcionado. Pronto volvió a las andadas, pero en forma de
excentricidades, pues seguía manteniendo su fiel promesa de
mantenerse puro para su amada. Llenó su castillo de plantas de todo
tipo, exóticas o no, acomodando su hogar para los gustos de Silva,
pues no quería que se despegara de los bosques que tanto amaba.
También trajo todo tipo de bestias salvajes, a las que amaestraba,
especialmente un lobo -aunque no blanco, sino de un pelaje gris
claro-, al que apodó con el nombre de Argénteo. Pájaros, vacas,
zorros, comadrejas, ratones y ratas, burros, asnos, águilas... todo
animal que puedas pensar estaba allí, como si esperaran un nuevo
Diluvio. El castillo apestaba a estiércol, sudor de animal y otras
cosas no menos aromáticas. Los sirvientes acabaron por marcharse y
quedarse solo, y el dinero iba evaporándose, literalmente, de sus
manos. Llegó un momento en el que no tenía nada, y no podía
alimentar a sus queridos animales. Se encerró en su habitación,
pálido y escuálido, mientras en el castillo predominaba la ley del
más fuerte: unos se comían a otros, pues no podían salir de allí,
los mismos campesinos se habían encargado de atrancar todas las
puertas por temor a lo que pudiera salir de allí; no les importaba
su señor, al que consideraban un loco poseído por el Diablo, como
aquella mujer que vagaba por los aledaños de la villa. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Una
noche golpearon su puerta con insistencia; los animales reclamaban lo
que era suyo. Entre las sucias y ya algo roídas mantas, Fernando
creía encontrar algún tipo de protección, aunque fuera pequeño,
como un niño pequeño. Arañazos y gruñidos, la puerta no tardaría
en ceder, aunque no era nada fina. Pero un animal hambriento, como un
ser humano, puede sacar una fuerza sobrehumana. Pasaban los minutos
como si fueses horas, esperando su irremediable final, conteniendo el
aliento. No podía soportar la idea de morir de esa forma tan
indigna, pero no le quedaba otra opción, salvo el suicidio,
claramente condenado por Dios y la Iglesia, no sería de un buen
cristiano hacer eso. Pero, ¿prefería ser devorado por las bestias,
sentir sus dentelladas, cómo arrancaban la carne de sus huesos, cómo
engullían sus intestinos y órganos internos? Incluso él vería
todo eso, pues mantendría el sentido para todo ello. La idea ya lo
volvía más loco de lo que estaba. </i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i> </i></span></span>
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>No
podía perder más tiempo. Una cuerda, un poste donde pasar la
sábana, y lanzarse al vacío. Tan sencillo, no sentiría dolor, al
menos no tanto como con lo que le esperaba tras la puerta... un
salto, y ya se encontraría en otro mundo, fuera como fuese, pero
acabaría toda esta tortura de vida, toda una vida sin amor
correspondido, apuñalado por dentro por los dardos de Cupido, que no
habían acertado para nada. Se desangraba a causa de una herida, de
una terrible herida no física, sino emocional, cuya cura no se
dignaba a presentarse. El suicidio fue rápido, no muy doloroso, y
mucho más decoroso; al menos su cuerpo no se desfiguraría, o eso
pensaba. Nada más marcharse el aliento de sus labios, el alma de su
cuerpo, los arañazos pararon, y la puerta se abrió despacio, como
movida por una fuerza imparable. El cerrojo no pudo hacer nada, sino
que se retiró sintiendo que una fuerza mayor le “pedía” que no
ejerciera oposición alguna. Y allí se encontraba Silva, con sus
cabellos blancos trenzados, un sencillo vestido de hojas y piel de
animal -como si fuera una mujer traída de frías y lejanas tierras-,
una lanza en su mano derecha y la izquierda apoyada en el lobo gris
Argénteo, que gruñía un poco ante el suculento botín que tenía
ante sus ojos. Los animales hacía tiempo que se habían marchado,
ella misma los había liberado, pero aquel hombre obsesionado y solo
ni se había percibido de ello, el miedo y la duda lo mantenían
encerrado en esa habitación.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
“<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Dios
castiga a aquellos que tienen sueños pecaminosos con su propia
descendencia”.</i></span></span></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-size: small;"><i>Y
cerró la puerta, no sin antes derramar una lágrima, pues no era
insensible.</i></span></span></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-24294790376997069972014-09-18T08:34:00.000-07:002014-09-18T09:50:28.673-07:00XVI. El rapto<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEPVqYJZEjeB6PjtVlqxBD3XU5p1AdLfbs8isBNXWKbwWgabUBTz4HxSotTmxbOkvKHVMovkvqon5OSkkLrUXVgRimu2lKRNc587ogPUEucAeKZIRjKdS8X7r3akvEUuXMnTcowktmarTh/s1600/pluton-pluto-hades-rapto-proserpina-ceres.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEPVqYJZEjeB6PjtVlqxBD3XU5p1AdLfbs8isBNXWKbwWgabUBTz4HxSotTmxbOkvKHVMovkvqon5OSkkLrUXVgRimu2lKRNc587ogPUEucAeKZIRjKdS8X7r3akvEUuXMnTcowktmarTh/s1600/pluton-pluto-hades-rapto-proserpina-ceres.jpg" height="328" width="640" /></a></div>
<br />
-
¡Vamos, venid, que el campo está repleto de flores! -decía Ágathe, una
de las ninfas acompañantes de Perséfone, mientras alzaba sus níveos
brazos y hacía aspavientos a sus hermanas y a la misma diosa para que se
acercaran al lugar donde se encontraba ella -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Ya vamos, no te
emociones demasiado, Ágathe -decía otra ninfa, mientras se dirigía a
Perséfone -mi señora, es mejor que la hagamos caso, porque no parará
hasta que la hagamos caso -y sonrió -. Mi hermana es así...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No
te preocupes. Seguro que merece la pena ir allí. Al menos, aprovechar
las pocas ocasiones que tengo de salir de mi prisión -y comenzó a reírse
-. No todos los días podemos estar en los parajes de Enna, tan hermosos
y fértiles gracias a mi madre. Está haciendo un gran trabajo, como
todos los años; solo espero que algún día yo también pueda acompañarla y
hacer lo mismo -y miró al cielo, de un azul inmaculado y muy intenso,
sin una nube a la vista, con los rayos de Febo incidiendo sobre la
superficie de forma implacable. Entrecerró sus claros ojos, por la
luminosidad del astro solar. Si su madre se enteraba de que había salido
del Santuario, seguro que acabaría en un castigo y bronca monumental,
pero necesitaba salir de allí, de ver algo de mundo, y de respirar un
aire distinto. La atmósfera del Santuario estaba ya viciada, era
opresora, esa sensación de ahogo la estaba volviendo loca -. Vamos a ver
qué ocurre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y la verdad que mereció la pena ir allí. Ante ellas
se abría un campo enorme, que se perdía en el horizonte, y cubierto por
una alfombra multicolor de flores de todo tipo, que se mecían y movían
al compás de una brisa suave y fresca, que ayudaba a aguantar el calor
de aquellos rayos insaciables de Febo. Los ojos de Perséfone se
abrieron, por la belleza que se presentaba ante ella. <i>Qué lugar... ¡parecen los mismísimos Campos Elíseos! </i>Se
decía a sí misma Perséfone, mientras corría tras sus acompañantes para
disfrutar de aquel lugar. Incluso había un pequeño lago, de modestas
proporciones, con unas aguas tan cristalinas y de superficie tan lisa,
que parecía un espejo; solo de vez en cuando se producían salpicaduras
que alteraban aquella superficie tan pulida, por peces juguetones que
buscaban o bien aire o bien alimento. No pasaron ni unos segundos, que
todas las muchachas se lanzaron a pisar aquella alfombra de la
naturaleza, tomando flores para adornar sus cabellos o perfumar sus
regazos, para confeccionar guirnaldas de flores con las que coronar sus
delicadas cabezas, o simplemente corretear mientras jugaban o a la
pelota o se acercaban al lago para refrescarse un poco. Tenía una
sensación de libertad tal, que Perséfone sonreía de forma sincera, algo
que no había hecho en mucho tiempo. Sus cabellos castaños se enredaban y
se configuraban en caprichosas ondulaciones a causa de la brisa, y las
telas de su vestido se pegaban a su cuerpo, dejando entrever la figura
de su cuerpo, en especial de sus piernas, esbeltas y bien formadas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se
sentó, mientras se apartaba los cabellos de su rostro, para poder ver
mejor. Sus compañeras empezaron a entonar canciones, mientras se
afanaban en sus tareas de recogida y confección de guirnaldas. Pero esas
canciones parecían lejanas, porque su mente estaba muy lejos de allí,
en otros asuntos; había pasado ya un año desde aquel hecho, solo un año
-pues para los dioses un mes era muy poco tiempo, pues cuando tenías una
eternidad por delante que vivir es normal tener ese pensamiento -, y la
herida seguía tan abierta como si hubiera ocurrido ayer. Aparentaba
alegría, para que todos los que vivían en el Santuario no comenzaran a
preguntar y que se convirtiera en un rumor que no la dejara vivir, y
sobre todo por su madre, para no preocuparla, ya que tenía cosas más
importantes en las que pensar, y porque no quería ser la fuente de sus
penas e inquietudes. Guardaba en su corazón buenos recuerdos, y siempre
se preguntaba el por qué. ¿Por qué el destino era tan cruel, por qué la
había reservado algo tan desagradable? No había hecho nada para merecer
eso, o al menos eso pensaba. Maldecía al destino, que la había jugado
esa mala pasada, aquella fuerza ajena a todos los mortales e inmortales,
aquella especie de poder primigenio que había nacido con los primeros
seres vivos del universo y que trataba sin diferencia a los dioses y a
los hombres, a la que ni siquiera los seres divinos podían escapar a sus
designios. Hinchó sus mejillas por la rabia, y adquirieron una
tonalidad rojiza por la indignación que guardaba en su interior.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dirigió
su mirada al bosque que rodeaba aquella pradera, intentando ver entre
las ramas de los árboles algún ave o animalillo. Entonces, de repente,
vio una sombra correr entre la maleza, una figura alta, negra, con unos
cabellos oscuros que podría reconocer en cualquier parte. Se levantó,
como si la hubieran pinchado, con los ojos muy abiertos y clavados en la
zona donde había visto aquella figura. Movía casi imperceptiblemente la
cabeza de un lado a otro, como si fuera un extraño sueño o visión, otra
jugada del destino. No podía dar crédito a lo que había visto, tenía
ganas de pellizcarse las mejillas para ver si era realidad o no, pero la
parecía una acción refleja tan infantil y estúpida que no quería
hacerlo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No puede ser... es imposible... ¿Es Hades? -como movida
por una fuerza invisible, poco a poco se iba acercando a aquel bosque,
con el corazón encogido, y un mar de sentimientos que se agolpaban por
salir de su cuerpo. Las ninfas, viendo a su señora encaminarse al
bosque, la preguntaron si quería que la acompañaran, y rápidamente las
despidió con un ademán de su mano, mientras las decía que simplemente
quería estar un rato a solas con sus pensamientos -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llegó a la
linde del bosque, y dudó un poco de si entrar o no. Puede que solo la
imaginación la estuviera jugando una mala pasada, o que sus deseos de
ver a Hades y de preguntarle el por qué de aquello habían hecho que se
imaginara cosas. Pero la imagen era tan vívida, parecía tan real... que
no podía ser una simple ilusión, tenía que ser algo más. Es posible que
se hubiera acercado, que estuviera avergonzado e indeciso, y que quería
intentar explicar su comportamiento. Una vaga esperanza nació en su
pecho, pensando que hasta podía perdonarlo y podían empezar de nuevo,
como si nada hubiera pasado. Seguía dudando de si entrar o no, hasta que
vio de nuevo la imagen de Hades, mucho más nítida que antes, con su
túnica negra cubriendo su pálido cuerpo, sus cabellos negros cayendo
tras sus hombros y aquellos ojos azules que a la vez eran fríos y llenos
de compasión; la miraba fijamente, no articulaba sonido alguno ni movía
sus labios, sino que simplemente estaba ahí de pie, mirando, sin actuar
ni hacer nada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Hades... ¡Hades! -comenzó a decir Perséfone,
moderando la voz para que las ninfas no se percatasen de lo que estaba
ocurriendo allí -. ¿Qué haces aquí? ¡Respóndeme, por favor! -como
respuesta a sus gritos, la figura del dios se dio la vuelta y comenzó a
caminar para introducirse de nuevo en el bosque, sin decir palabra
alguna -. Espera, por favor -decía mientras alzaba un brazo, como si con
ese gesto pudiera detenerlo -no te vayas de nuevo sin explicarme nada.
¡Merezco una explicación, al menos! Pero esta vez no está mi madre, no
me iré sin averiguar la verdad, ¡esta vez no te dejaré escapar Hades!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nada
más decirlo, marchó con ágiles pasos tras la estela de Hades. Los
troncos de los árboles estaban bastante juntos entre sí, lo que
dificultaba la carrera de la diosa. Tenía que fijarse muy bien por dónde
caminaba para no tropezarse con ninguna raíz que sobresaliera del
suelo, y también de la corteza de los árboles para no enganchar su
delicado vestido de seda y lino. No hacía más que repetir el nombre del
dios, le pedía que le esperara, que no quería dejar las cosas así, que
necesitaba una explicación de lo sucedido. Parecía que el dios no la
escuchaba, mantenía una distancia prudencial respecto a ella, pero
tampoco desaparecía, sino que daba la sensación de que quería que la
siguiera. Así pasaban el tiempo, y Perséfone se alejaba cada vez más de
la pradera, pero no se daba cuenta de ello, solo tenía ojos y
pensamiento para aquel dios que la evadía, pero a la vez quería que la
siguiera. Todo era bastante confuso, porque no entendía lo que estaba
sucediendo, otra vez. Pero se encargaría de averiguarlo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
De
repente, Hades desapareció entre los árboles, sin dejar rastro alguno.
En ese momento ya a Perséfone no la importaba nada, ni siquiera que se
rasgara su vestido o que la corteza arañara su nívea piel de diosa, solo
albergaba en su cuerpo el deseo de ver a Hades, de no perderlo de
nuevo. Empezaba a resoplar, empezaba a faltarla el aire, tenía el
corazón a mil, parecía que iba a salirle del pecho. Sentía un dolor
agudo, como si la estuvieran apuñalando, y a la vez sentía la felicidad
más infinita; se sentía tan extraña, con esa contradicción de
sentimientos, estaba tan confusa, no sabía qué pensar. Solo quería
verlo, hablar con él, tocarlo, obligarse a entender que todo era real y
no un sueño, un sueño demasiado hermoso. Quizá debería haber hecho caso a
su parte racional, que la gritaba sobre el peligro que podía estar
acechándola; estaba sola en medio de un bosque que desconocía, seguía
una sombra o una probable ilusión de su mente, y estaba cegada por sus
deseos de verlo, de arreglarlo todo. ¿Acaso no la resultaba extraño que
de repente, sin quererlo ni esperarlo, apareciera aquel a quien quería
ver en todo el universo? ¿Acaso no pensaba que todo se estaba
desarrollando de una manera tan extraña, tan idílica? ¿No había
aprendido nada, no había llegado a la conclusión de no ser tan inocente,
tan tonta, que volvía a caer en lo mismo? Parecía que su parte
irracional se había impuesto, aquella que no atendía a razones y que se
dejaba llevar por un mero impulso, por una corazonada, dejando todo lo
demás a un lado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llegó a donde había desaparecido el dios, y
empezó a mirar por todos lados, dando vueltas sobre sí misma, hasta que
todo le daba vueltas y comenzó a sentirse mal. Paró, y se agarró a un
tronco cercano para serenarse un poco. Tenía ganas de llorar, pero no de
tristeza, sino de rabia y de arrepentimiento, aunque también era
orgullosa, y por eso mismo no caía lágrima alguna de sus ojos. No quería
mostrarse ni mucho menos débil o delicada, sino que quería mostrarse
como una diosa fuerte y decidida, una roca que por mucho que la azotara
el tiempo, no se movería y tampoco se erosionaría. Se fijó en su
vestido, que tenía unos jirones que provocaron una mueca de desagrado en
su rostro. Era uno de sus vestidos favoritos, y estaba hecho un
desastre, y además, ¿cómo iba a explicar a su madre esos rotos? ¿Que la
habían atacado, que se había caído? No valía para mentir, la verdad, y
las excusas que aparecían en su mente era a cada cual más estúpida y sin
sentido. Suspiró. Ese era el menor de sus problemas. Estaba en medio de
un bosque desconocido, no sabía donde estaba, y la persona a quien
perseguía y buscaba había desaparecido, como si se lo hubiera tragado la
tierra. Ahora se sentía estúpida, pero estúpida hasta extremos
insospechados.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué haces siguiéndome? -una voz profunda,
autoritaria estaba presente justo a sus espaldas. Perséfone dio un salto
del susto, se llevó una mano al pecho y cerró los ojos por un instante.
Se dio la vuelta, y ante ella, a escasos centímetros, se encontraba
Hades. Su querido y amado Hades -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Qué susto Hades... -decía
Perséfone, para hacer tiempo y poder reponerse del susto, y también de
la emoción. Su respiración era entrecortada, y estaba avergonzada por su
aspecto y por el mismo encuentro que estaban teniendo. El lugar no era
muy apropiado para hablar, pero tampoco una podía ser tan exquisita. Si
la situación se presentaba, había que aprovecharlo -. Yo podría
preguntarte qué andas haciendo caminando por este lugar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Te
estaba buscando a ti, Perséfone, pero tampoco me atrevía a acercarme.
Tengo muchas cosas que decirte... -y rodeó con sus brazos la cintura de
Perséfone, como gesto de afecto. La diosa cerró los ojos para sentir
aquello con más intensidad, mientras sentía su aliento moviendo sus
cabellos ligeramente. Lo que no podía apreciar era la mirada del dios,
que era extrañamente amenazadora, con un brillo de maldad y de locura en
sus cristalinos ojos azules -. Y aquí al menos tendremos intimidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
-
Yo también tengo algunas cosas que decir -dijo Perséfone, que de
repente sintió un escalofrío, recordando lo que había pasado en aquella
ocasión. Con delicadeza pero con decisión apartó las manos de Hades de
su cintura, y le dio la espalda, mientras se alejaba un poco, lenta y
majestuosamente. Ese escalofrío no solo era por los recuerdos, sino
porque algo en su interior la decía que algo no encajaba, que había
algún problema -. Pero vayamos poco a poco, ¿no crees? -y sonrió de
forma nerviosa -. Hades, solo quiero saber el por qué...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿El por
qué? -y empezó a reírse en su cara, de una forma burlona y dañina, como
si no le importara nada en absoluto herir los sentimientos de la joven
diosa -. Perséfone, niña estúpida, no sabes lo que es la vida, no sabes
cómo piensas los hombres, cómo piensas los dioses. ¿Crees que todo es
como te lo cuentan las ninfas, que no hay males en el mundo, que no hay
sentimientos como el odio, la traición, el dolor... la lujuria?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No sé a qué viene esto Hades, ¡pero no te reconozco!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Acaso nunca has aparentado ser alguien que no eres para agradarle a
otra persona? No me digas que no, porque estarás mintiendo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Qué
sarta de estupideces -dijo Perséfone mientras se alejaba un poco más de
Hades, y se dispuso cara a cara frente al dios, con las mejillas rojas
por la indignación y los ojos relucientes de rabia y de dolor. No podía
creer lo que estaba oyendo, y además de la forma en la que se la estaba
diciendo. -. No niego que lo que me digas sea falso -<i>solo que sea una niña estúpida ante tus ojos</i>
-, pero hay formas y formas para decirlo. Y esta no es una buena forma,
Hades. Espero que al menos hayas sopesado que, al decirme las cosas de
ese modo, ibas a hacerme daño, bastante daño -y se llevó ambas manos al
corazón, el lugar que más la estaba doliendo -. Pero al menos ya tengo
una mejor idea sobre lo que pasó ese día. Has estado aparentando todo el
rato, me has engañado desde el primer momento, y eso bueno que veía en
ti y que los demás no podían percibir no era más que fachada, puro
teatro. Ni el mismo Dioniso, que le gusta tanto el teatro, habría hecho
una mejor representación de un falso. No deberías sentirte para nada
orgulloso -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Jajaja -Hades ahora no podía parar de reírse, ante
las ocurrencias de la diosa. Se notaba que no había visto mundo, que
estar encerrada en aquel Santuario la había hecho demasiado ilusa, como
si el mal y la tentación no existieran, como si todo se rigiera a través
de las buenas voluntades y de el altruismo de los dioses y hombres -.
Perséfone, estar protegida por tu augusta madre ha hecho que veas las
cosas desde una perspectiva totalmente equivocada. Despreocupada del
mundo, no sabes lo que es el auténtico dolor... creo que necesitas una
cura de humildad, y yo tendré el privilegio de hacerlo -dicho eso,
agarró la muñeca de Perséfone con fuerza, oprimiéndola y ejerciendo una
fuerza sobrehumana para una diosa que para nada era fuerte. Su mano
parecía una garra atrapando a una presa fácil, indefensa en medio de un
terreno que no favorecía ninguna huida. El brazo de la diosa empezó a
enrojecerse por la presión obtenida, y en su rostro se perfilaba el
dolor que estaba sintiendo -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Por qué debería soltarte? Solo te estoy mostrando lo que puede ocurrir
estando a mi lado. No te hagas la inocente, todos tenemos tentaciones.
¿Cuándo me ves no tienes ningún pensamiento lujurioso, nada que aun a
sabiendas de que te vas a arrepentir, lo haces de todos modos? Soy el
dios de los muertos, Perséfone, ¿acaso pensabas que no iba a actuar
nunca de esta manera? No suelo ver seres vivos, solo muertos pálidos y
desfigurados, demacrados por la estancia en el Inframundo y que no me
ofrecen ningún tipo de placer. ¿Crees que, estando tú aquí, alguien que
no huye ante mi presencia, no iba a ser objeto de mis más oscuros
pensamientos? Si nunca has pensado eso, es que eres más inocente de lo
que pensaba -e hizo una mueca de asco -y eso me resulta más que
desagradable.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Solo dices estupideces, ¡he dicho que me sueltes!
-con un movimiento decidido, firme y lleno de rabia, Perséfone movió su
brazo hacia un lado, como si fuera un látigo, para desasirse de aquella
mano mortal. La fuerza empleada por la diosa fue toda una sorpresa para
el dios, que soltó a su presa, más por sorpresa que por obligación. Su
brazo estaba dolorido, unas feas marcas rojizas señalaban el lugar donde
Hades había ejercido su maquiavélica fuerza, pero ya no sentía dolor
alguno. Lo que sentía en esos momento era miedo, un terror irracional
hacia la persona a la que había amado. Ahora sí que lo veía como el
terrible y lúgubre dios que siempre la describían y hablaban, aquel dios
rey de un mundo sin luz del sol, sin vida y al que todos los humanos
caían irrevocablemente, por designio de las Moiras, un reino donde la
desesperanza y la tristeza lo llenaba todo, un lugar donde las almas
caminaban de un lado a otro, condenadas a ese paseo infinito hasta el
fin de los tiempos, sin poder ver o recordar ya nada. ¿Y ella pensaba
que el rey de todo aquello no iba a contagiarse de eso, que no iba a
convertirse en un ser cruel y sin sentimientos, como los súbditos que
tenía? ¿O acaso ella pensaba que iba a poder cambiarlo, ella, una diosa
llena de vida y vitalidad por ser la hija de quien era? -. No te atrevas
a tocarme de nuevo. Quiero que te marches, no quiero volver a verte y
ni mucho menos que me dirijas la palabra. Has muerto para mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Es
curioso como juega el destino -y de su túnica, muy bien escondida, sacó
una espada de filo mortífero que parecía tener un brillo propio. La
empuñadura era de oro puro, con motivos de animales fantásticos y
mortíferos, realizados con una técnica de repujado tan perfecta, que
parecían tener vida propia. Hasta sus ojos, rematados con cristal de
roca y piedras preciosas, las daban una sensación de vida mucho mayor -.
Tú misma te has sentenciado. Está bien que digas eso, porque tú también
has muerto para mí, pero... ¡morirás con mis propias manos! -y dicho
eso se lanzó hacia ella, con toda la ira refulgiendo de sus ojos, que ya
no eran azules, sino que habían adquirido una tonalidad rojiza, como la
sangre que bullía en sus venas, deseando que la sangre de la diosa
salpicara su cuerpo, que lo bañara, como las matanzas que realizaba
antaño. Fue a dar un golpe certero en el regazo de la diosa, pero esta,
que tenía experiencia por sus andanzas por el bosque, tenía muy
desarrollados los reflejos. Justo a tiempo se apartó dando un salto
hacia atrás, chocando su espalda contra un árbol, perdiendo durante un
breve periodo de tiempo la respiración, pero salvando su vida. La espada
se había clavado en un tronco cercano, sin llegar a rasgar su objetivo
-.</div>
<div style="text-align: justify;">
Perséfone, que no sabía qué decir ante eso, decidió que lo
mejor era huir de allí, perderlo de vista. No estaba en condiciones de
luchar, estaba en una clara desventaja, porque no tenía nada como una
espada para defenderse. Empezó a correr entre los árboles, ya sin
importarle absolutamente nada que las ramas, que la corteza, rasgara e
hiciera añicos su vestido o arañaran su piel, como un suave adelanto de
lo que la esperaba si dejaba de correr y se encontraba de nuevo con
Hades. Una parte de ella, la racional, la decía que ese no podía ser
Hades, que el dios de los muertos no actuaba de esa forma, que a pesar
de ser el guardián de la muerte, no deseaba eso a nadie, y suponía que
menos a ella. Pero ahora quería llevarla a su reino, y de una forma en
la que jamás podría volver de nuevo a la superficie, encerrada de nuevo
pero en un sitio distinto, en el que se volvería loca y sería presa de
los sufrimientos más terribles.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Acaso no querías estar conmigo
para siempre? ¿Qué hay mejor que la muerte? No hay nada que una más que
eso -Hades se había presentado esta vez ante la diosa, cortándola el
paso. Perséfone paró en seco, casi estampándose contra el dios. Puso sus
manos con las palmas hacia delante por si se chocaba contra él, para
tener una mínima defensa. Hades seguía empuñando la espada, apuntándola a
su cuerpo indefenso, con una sonrisa de sádica satisfacción en sus
labios -. Pensabas estar con el dios de los muertos, y tienes miedo a la
muerte... qué patética e ilusa eres, Perséfone. Ahora, quédate quieta
mientras te doy el toque de gracia. Aunque no prometo matarte con un
solo golpe, puede que sufras un poco antes de caer de cabeza en el
Hades... ¡Saluda a tu amado de mi parte!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En ese momento, la tierra
comenzó a temblar. Al principio de una forma suave y casi
imperceptible, luego con insistencia, hasta el punto de que era
complicado mantenerse en pie. Perséfone se abrazó al árbol que tenía a
sus espaldas para evitar caerse, mientras que el dios clavó su espada en
el suelo para tener un tercer punto de apoyo. Una gran grieta se abrió
en medio que aquel bosque, apartando los árboles que se encontraban a su
alrededor, un poco alejada de donde se encontraban pero a una cercana
distancia también, como una herida abierta de la propia Gaia, profunda y
tan oscura que apenas se podía ver qué había en su interior. Junto al
sonido grave de la tierra abriéndose ante ellos, se percibía un sonido
que iba ascendiendo en intensidad, que iba adquiriendo mayor fuerza y
presencia en aquel lugar. Era un sonido de... ¿caballos? ¿Caballos
saliendo de esa brecha en el suelo? Los sucesos extraños se agolpaban
ese día, a cada cual más extraño que el anterior. Perséfone seguía con
los ojos cerrados, mientras Hades, claramente enfadado, se iba acercando
a la brecha, a duras penas por los temblores que continuaban
repitiéndose, mientras su rabia e ira se volvían cada vez más
incontrolables. -¡No se te ocurra estropearme el momento, Hades! ¡Encima
que me disfrazo con tu enclenque y asquerosa forma, encima que voy a
hacerte un favor mandándote a esta diosecilla a tu reino, te atreves a
entrometerte! Pero no te dejaré, no, claro que no... -y alzó su espada,
preparado para batir a cualquier ser que saliera de aquella grieta -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Aprovechando
la confusión que reinaba, Perséfone se armó de valor y salió corriendo
hacia el claro, hacia la pradera en la que se encontraban sus compañeras
las ninfas, para advertirlas del peligro y huir de allí cuanto antes.
Estaba cansada, parecía que el corazón iba a salírsele del pecho, pero
no podía dejar de correr. Ese sonido de caballos estaba cada vez más
cerca, como si emergieran del interior de la tierra, acompañado por un
sonido acompasado de pasos que eran también se oían con mayor claridad y
nitidez. Consiguió llegar al claro, casi tropezándose cuando los rayos
del sol volvieron a incidir en su piel, causándola una sensación de
tranquilidad y a la vez de dolor por las heridas que tenía. Estaba hecha
un desastre, con la falda de su vestido hecha jirones, sus cabellos
revueltos como si se acabara de levantar, y con una falta de aire
importante. Pero no podía dejar de correr, tenía que ponerse a salvo,
huir de toda esa locura, tenía que...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un ruido estrepitoso se
escuchó en el bosque. Llegó ante las ninfas que, asustadas por su
aspecto, la preguntaron el por qué de todo eso. Apenas sin poder hablar,
solo dijo que tenían que irse de allí cuanto antes, que corrían
peligro. Pero demasiado tarde. Cuatro caballos, negros como el carbón y
con los ojos rojos como brasas ardientes, salieron entre los árboles,
arrasando todo a su paso. Sus cascos resonaban con fuerza en el suelo,
pisoteándolo con una fuerza inusitada, como si estuvieran machacando
algo con sus cascos. Sus crines, ondeantes por la velocidad a la que
galopaban, eran como un mar de negrura tan perfecta y a la vez
terrorífica, que era un espectáculo especialmente bello y terrorífico.
Irrumpieron en el paraje, y uno de ellos, con un movimiento de su
musculoso y poderoso cuello, apartó un árbol hacia un lado, como si
fuera una simple mosca, chamuscándolo también con su simple contacto.
Tras los caballos se podía apreciar una cuadriga de plata, de
resplandeciente y hermosa plata labrada, ligera y muy poderosa, junto
con madera para darla más robustez. Los lados de la cuadriga estaban
rematados con alas de grifo perfectamente talladas, con incrustaciones
también de oro y de zafiros azulados, que la dotaban de un aura un tanto
fantasmagórica y hermosa; y de pie, domando los caballos, se encontraba
Hades. Perséfone se dio la vuelta para ver lo que estaba ocurriendo, y
lo que vio la dejó casi sin aliento, a punto de desmayarse. ¡No iba a
librarse de él! ¡Ahora encima tenía un medio más rápido para alcanzarla!</div>
<div style="text-align: justify;">
Su
grito fue acompañado por el de las ninfas, que al ver la cuadriga del
dios del Inframundo sintieron un terror sobrenatural. Salieron todas
corriendo, intentando salvar sus vidas, presas del más profundo pánico.
Pero Hades no estaba interesado en las ninfas, sino en Perséfone, así
que dispuso sus caballos para que fueran tras ella. En breves segundos,
alcanzó a la joven diosa, y con un rápido movimiento, la tomó de la
cintura para subirla a su cuadriga. Los caballos seguían relinchando con
fuerza, mientras seguían al galope sin descanso, resoplando largas
humaredas de vapor negruzco de sus orificios nasales. Perséfone no
paraba de golpear al dios, de arañarlo, de intentar desprenderse de ese
abrazo que la condenaría. No quería acabar así, no quería morir de esa
manera. Quería vivir, ahora más que nunca.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡Suéltame, suéltame!
No quiero ir a tu reino, ¡no quiero estar contigo! Aunque me encierres,
aunque me hagas lo que sea que quieras hacerme, ¡no cambiará mi opinión!
¡Por favor, déjame! -decía con lágrimas en los ojos, presa del terror y
sintiendo que poco a poco iba perdiendo las esperanzas de poder
salvarse en aquella ocasión -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hades no decía nada, sino que
seguía controlando a los caballos con una mano, mientras que con la otra
sostenía muy fuerte a la diosa para que no cayera, pues a la velocidad a
la que iban esa caída suponía una muerte casi segura. De nuevo la
tierra se abrió en dos, dejando una horrible herida en la superficie.
Las ninfas, corriendo detrás de la cuadriga lo más que podían,
intentaban alcanzar a su señora para salvarla de aquello, a la vez que
gritaban su nombre y maldecían a Hades con todo tipo de improperios.
Algunas tropezaban y caían, otras mantenían la carrera con lágrimas en
los ojos, imaginando el terrible futuro que la esperaba a su señora...
al igual que el suyo propio, porque el castigo y las represalias de
Deméter iban a ser terribles. En la fuga, el cinturón que tenía
Perséfone cayó al suelo, lo único que quedaría de la diosa como rastro.
La cuadriga penetró en la grieta, para volver de nuevo a la oscuridad de
la que había venido, y con el botín que habían ido a buscar, dejando
atrás los llantos y las rasgaduras que estaban realizando las ninfas,
pensando en su propio destino. La tierra se cerró tras su entrada y
Perséfone, sintiendo que la oscuridad la oprimía y la rodeaba, mientras
imaginaba que kilómetros y kilómetros de tierra la estaban sepultando,
que estaban sellando su destino. Se desmayó, ya no pudiendo aguantar más
las emociones de ese día.</div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Lo siento Perséfone, pero era lo
único que podía hacer. Espero que mis explicaciones te convenzan... pero
lo dudo mucho. Solo imploro tu perdón.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las ninfas se
encontraban alrededor del lugar en el que los caballos, junto con Hades,
se habían llevado a Perséfone. No podían reprimir un escalofrío de
temor, porque ¿cómo iban a explicar lo que había sucedido a Deméter?
Golpeaban el suelo con sus manos, se rasgaban las vestiduras e
imploraban la ayuda de los dioses. Y alguien había escuchado sus
peticiones, aunque no la persona más indicada. El hades que había
atacado a Perséfone con una espada estaba allí también, había ido a la
carrera y había visto solo el momento en que su presa había sido tragada
por la tierra. Sus dientes rechinaban de rabia, apretaba con fuerza la
empuñadura mientras maldecía por lo bajo. Y que las ninfas lloriqueaban
no ayudaba nada a mejorar la situación, sino que le irritaban aún más de
lo que ya estaba. Poco a poco su figura fue transformándose, para
adquirir su verdadero cuerpo, el de Ares. Una de ellas se giró y vio al
dios acercarse a ellas, corrió hacia él y se arrodilló.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Por favor, señor Ares, ayúdenos. Nuestra señora ha sido secuestrada, tenéis que ir a por ella. Corre un grave peligro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Y por qué tengo que ir tras ella? ¿Acaso crees que me preocupa?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Pues... -estaba un poco confusa por las preguntas -como sois un dios,
supongo que sentiréis lástima por una igual a vos y que saldréis en su
busca. La augusta Deméter sabrá recompensaros...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Una igual?
-rodeó el cuello delicado de la ninfa con una de sus manos, mientras la
alzaba para verla los ojos -. Ésa mocosa no es una igual, es una
bastarda que hay que eliminar. Nadie me deja en evidencia... ¡nadie!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La
calma volvió de nuevo a aquel campo de flores. Ares estaba sentado,
observando su espada mientras meditaba todo lo que había pasado. Las
cosas no habían salido tan mal como él pensaba. De esa forma, a ojos de
los demás y de la misma Perséfone el causante de todas esas desgracias
sería Hades, y eso era lo que pretendía haber hecho, aunque hubiera
preferido hacerlo con sus propias manos. Quizá no estuviera tan mal,
porque es peor un encierro eterno que una muerte, aunque fuese dolorosa.
Miró a su alrededor, y como si nada hubiera que le llamara la atención,
se dispuso a partir. Envainó su espada, y se marchó. La brisa seguía
meciendo las flores y hierbas del campo, así como los cabellos de los
cuerpos sin vida de las ninfas que habían tenido la mala suerte de
encontrarse con Ares.</div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-35409572896480943462014-08-30T16:08:00.002-07:002014-08-30T16:08:19.445-07:00Adiós griego y latín<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwH73V96dB-Yo6SErCntydl7n_4HZhCTuzSDJunMcbIbwKengJP9KXCQQ_ZoFpqPQmRO4cFiPkso04HbX9dP_2OCp8N-TxSxcN7Uig0sOsJwKpZ8_2VSK93iKtR_3S2lXy2v1OPONg2hqI/s1600/6a00d8341bfb1653ef01901d716b2f970b.gif" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwH73V96dB-Yo6SErCntydl7n_4HZhCTuzSDJunMcbIbwKengJP9KXCQQ_ZoFpqPQmRO4cFiPkso04HbX9dP_2OCp8N-TxSxcN7Uig0sOsJwKpZ8_2VSK93iKtR_3S2lXy2v1OPONg2hqI/s1600/6a00d8341bfb1653ef01901d716b2f970b.gif" height="443" width="640" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Después de una noticia que recibí hace un tiempo, y teniendo en
cuenta que el tiempo es perfecto para quedarse en casa y estar a solas
con tus pensamientos y el frescor del aire acondicionado, he decidido plasmarlo por escrito, no solo por
compartirlo, sino más bien para desahogarme un tanto. Dicho esto, puedo
comenzar ya con esta serie de reflexiones.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br /><br />
<div style="text-align: justify;">
La crisis está afectando a numerosos sectores sociales,
administrativos, como si nada estuviera a salvo de sus escurridizas y
afiladas manos -a excepción, claro está, de los ricos y poderosos. A
ellos nunca les afecta nada -. Y en vez de hablar de lo típico, de los
horribles desahucios, de las situaciones de pobreza y de no saber si los
padres podrán mantener a sus hijos, de los casos de desnutrición o de
imposibilidad de estudiar, me gustaría centrarme en un tema más
abstracto que algo me afecta -bastante -, y que a todos, en cierta
forma, nos afectará en un futuro probablemente no tan lejano. Es la
desaparición progresiva de las humanidades del sistema educativo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Soy consciente, pues tengo cierto conocimiento de historia -no mucho,
pero algo-, que en momentos de crisis, de situaciones peliagudas o de
problemas de toda índole, lo que menos le preocupa a la población son
asuntos que vayan más allá de sobrevivir en el día a día, esto es,
comer, tener un lugar donde guarecerse de las inclemencias del tiempo, y
poco más. Es en estos momentos, aprovechados de forma indirecta o
directa por los políticos, comienzan a producirse cambios que en
principio originan retrocesos en los logros que nuestros antepasados
realizaron tiempo atrás. Por ejemplo, ¿cuándo nace la filosofía en la
Antigua Grecia? Lógicamente en un periodo en el que una parte de la
población -pues siempre va a existir un sector social que sufra -tenga
una vida sin grandes preocupaciones, libre de deudas o ahogos
financieros, y que comience a plantearse el origen de las cosas que le
rodean, por qué el cielo es azul, qué son los dioses... ese tipo de
cuestiones. Y, volviendo al tema principal, uno de los cambios
imperceptibles que se están llevando a cabo es la desaparición
progresiva de las humanidades, más concretamente las lenguas antiguas
-consideradas como lenguas muertas -, y la historia de los pueblos que
las crearon y desarrollaron. No hablo ni del egipcio, ni del acadio, ni
del sumerio, lenguas muy alejadas del conocimiento colectivo, sino de
las más cercanas a nuestro propio idioma: el latín y el griego.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero claro, habrá mucha gente que diga "pero eso no sirve para nada".
Una de las frases que más he escuchado, y que más me enervan. Es cierto
que debemos tener una serie de conocimientos básicos y prácticos, para
nuestro día a día, pero no deben ser ni por mucho menos los únicos que
tengamos. Hay que desarrollar más tipos de saberes, como los nacidos de
la curiosidad o del mismo interés que nace en el ser humano por conocer
cosas nuevas. Por ejemplo, en mi caso, veo una utilidad ciertos
conocimientos matemáticos para el día a día -y soy de las que las
matemáticas no son lo suyo -, no lo discuto, pero me gustaría que
también se viera una cierta utilidad en lo que a mí me gusta, es decir,
la historia y las lenguas antiguas en general. También se podría rebatir
el hecho de que no sirva para nada. Yo no le veo la lógica no ver como
utilidad saber el origen de nuestros andares por el mundo, de las
innovaciones y de los errores que se han ido llevando a cabo a lo largo
del tiempo, así como el mismísimo origen de nuestra lengua. Si
tuviéramos algo más de conocimiento sobre nuestras raíces, es posible
que no se cometieran ciertos errores -aunque también se pueden llevar a
cabo situaciones sin precedentes -, o al menos se supiera qué no hacer
en ciertos casos. Y cuando uno lo piensa puede decir "vaya, puede que
sea cierto". Nadie es quien para imponer unos gustos, imponer los
conocimientos que se deben aprender, pero a lo que no se tiene derecho
es a considerar algo no valioso, o de segunda, a las humanidades. Todo
tiene cabida en este mundo, hay que respetarlo, guste o no.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Conocer el latín supone conocer nuestra propia lengua, y ampliar
considerablemente nuestro vocabulario. Ya no hablo de adquirir unos
conocimientos del latín superiores, saber traducir textos de Cicerón o
Julio César, sino de tener unas ideas básicas. La sintaxis latina es
pura lógica, son las matemátcas de las letras, ayuda a mantener un orden
mental que pocas disciplinas pueden dar -un ejemplo que me viene a la
mente es la música -, y a su vez ayuda a entender la propia sintaxis
castellana. Tener en la mente una serie de ideas, saber estructurarlas
en un escrito y que cada una de las frases esté perfectamente engarzada
con la anterior, de tal forma que sea un placer leerlo. Esto lo podemos
relacionar con la literatura latina, con grandes obras como las de
Cicerón, Horacio u Ovidio, en las que nos muestran la maestría con la
que usaban su lengua para plasmar todo lo que pensaban o querían
transmitir, por amor al arte o a la divulgación. Gracias a Cicerón, uno
de los más conocidos autores del mundo clásico, uno puede tener como
ejemplo la forma perfecta de hilar conceptos, ideas, con frases extensas
mediante el uso de conjunciones -pues hay que recordar que no existían
los puntos para ellos, escribían todo seguido -, que da la sensación de
que las palabras fluyen y muestran que no es necesario partir tanto las
frases en un artículo, libro, etc. Leer a los clásicos es aprender a
escribir con mayor soltura, a poder sacar una serie de elementos que nos
ayudarán a expresar mejor mediante la palabra lo que pasa por nuestra
cabeza, así como expresarlo mediante la voz. Porque los romanos tenían
en muy alta estima el poder de la palabra -herencia de los griegos, que
consideraban al hombre dominador de la palabra como uno de los mejores
-, por lo que tuvieron especial ciudado en desarrollar técnicas para
realizar buenos discursos, creando una estructura a partir de la cual
poder articular las ideas -que nos sirve para todo en nuestra vida -, el
uso de eslóganes o como ellos lo denominaban "palabras fuerza"
-empleadas en las campañas publicitarias o discursos políticos. Obama es
un buen ejemplo de ello -, y muchas cosas más que podríamos nombrar.
Ahora los autores latinos no nos parecen tan lejanos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero puede haber una pregunta que aparezca en la mente del lector:
"si estaba hablando de la lengua, ¿por qué habla de la literatura?" La
respuesta es bastante sencilla. Estudiar una lengua, tanto antigua como
moderna, implica no solo conocer la forma de articular las palabras en
ese idioma, sino todo lo que hay detrás: la mentalidad de un pueblo, de
su historia, de las palabras que han dejado para la posteridad; una
lengua refleja la relación de un grupo humano con su entorno, de cómo
entienden conceptos como la justicia, el campo o la religión, así como
su forma de organizarse socialmente y cómo se relacionan entre ellos.
Implica muchísimas cosas. ¿Acaso cuando aprendemos inglés, alemán o
francés, no aprendemos también costumbres o tradiciones de sus
respectivos hablantes, de cómo entienden las cosas, de sus hábitos, de
sus frases hechas o de su literatura? Puede que un problema sea que el
latín y el griego no se entiendan como lenguas vivas, con un
planteamiento de estudio exactamente igual a las lenguas modernas, sin
tener por qué haber una diferencia entre las mismas. Pero es muy difícil
cambiar un pensamiento tan arraigado en la mentalidad de la sociedad.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y si el latín queda a un segundo plano, con toda su literatura y su
pensamiento, ¿qué le espera al griego? Algo mucho peor: directamente su
desaparición del sistema de enseñanza. Y es una verdadera lástima, pues
somos herederos directos del mundo griego, tanto de forma directa como
indirecta. Los romanos fueron una especie de catalizadores del
pensamiento y el mundo griego, pasando a su lengua numerosas palabras
griegas -que han pasado a su vez a nuestro idioma, no hay más que ver el
vocabulario de enfermedades como ejemplo -, su filosofía, un tanto
depurada por los romanos, pero presente en su pensamiento, su arte,
gracias a la copia de numerosas obras griegas por parte de los romanos
han ayudado a que se hayan conservado hasta nuestros días, o la simple
idea del concepto de la belleza o del arte. Por donde miremos, podemos
ver el legado de los griegos y romanos, podemos ver lo que ha quedado de
ellos, lo que los hace inmortales. Pero si desaparece su lengua, si cae
en el olvido, es la primera ficha del dominó, el primer paso para que
caiga en el olvido todo aquello que hemos heredado, y por ende no
sepamos de dónde venimos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y claro, si desaparece de los estudios obligatorios, ¿quién va a
estudiarlo luego en la universidad? Si ya son menos los que, de forma
totalmente vocacional, quieren estudiar esto, cuando ya los jóvenes no
tengan contacto alguno con ellas, ¿qué ocurrirá? Todos serán médicos,
economistas, informáticos... ¿qué será de los historiadores, de los
filólogos? ¿Acaso las palabras no tienen derecho a ser estudiadas,
enseñadas, investigadas y transmitidas? ¿Tienen que pagar por los
errores de los otros? Pero también está claro: tener conocimiento de las
lenguas, de otras culturas, hace que la mente de uno se abra más, tenga
un horizonte mayor, y se dará cuenta más rápidamente si algo no está
tan bien hecho como se debería, o que hasta los antiguos tenían cosas
mejores que nosotros, como la capacidad de destituir a los magistrados
si lo veían necesario -en el caso de la Antigua Grecia -. Pero por
desgracia si no se hace algo, todo se acallará, ya nadie les recordará, y
esa inmortalidad mantenida hasta hoy en día por los héroes de Homero
caerá, condenándolos al olvido.</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-77444893432392874782014-08-17T13:27:00.001-07:002014-08-17T13:27:56.000-07:00La transformación: III. Un deseo<!--[if gte mso 9]><xml>
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Ya
no podía quitarme esa imagen de la mente, el olor que la rodeaba, sus ojos que
parecían taladrar mi alma… y esa sonrisa, la cual era una mezcla perfecta entre
la dulzura y el odio más profundos que un ser humano pudiera soportar, hacían
que mi atracción por aquella mujer fuera en aumento, así como un escalofrío que
recorría toda mi espalda, a la vez que mi cuerpo emanaba un sudor frío que solo
sufría cuando sentía el más puro hielo. Así me sentía cada vez que la veía.
Sencillamente, me consideraba muy estúpido, como un adolescente o un chiquillo
de 10 años que siente un amor platónico por alguien; yo a esa edad contaba con
30 años, era ya todo un adulto, y así me consideraba, pues precisamente no
andaba escaso en conocimientos ni en sentido común. Yo ya había sentido cosas
similares al amor, pero siempre quería estar alejado de todo ese <i style="mso-bidi-font-style: normal;">maremágnum</i> de hormonas y emociones, pues
casi siempre acababan en muy mal lugar. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">¿Para
qué demonios sufrir por una persona, cuando uno ya es suficiente fuente de sus
propios males? </i>Usaba a las mujeres como desahogo sexual, no lo voy a negar,
pues mi cuerpo me pide ciertas cosas –que no puedo controlar ni tampoco hacer
que no existen-, y varias veces al mes visitaba aquellos lugares que eran
tachados por los <i style="mso-bidi-font-style: normal;">moralmente dotados del
poder para decir lo que los demás deben hacer</i> para complacer sus apetencias
sexuales. Nunca fallaba, o bien porque ya estaba acostumbrado a ello, o simple
y llanamente porque su naturaleza se lo pedía, se lo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">exigía</i>. No puedo evitar reírme de aquellas mujeres que me tacharán
de sexista, machista, o alguno de esos “atributos” que están ahora tan de moda
en nuestra sociedad “políticamente correcta”. Me río de cada uno de ellos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;"></span></div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Pero
desde que la conocí no tenía ojos para otra mujer; intentaba, ya sin aquellos
impulsos que me llevaban a necesitar de la compañía de las prostitutas, sino
como un desesperado movimiento por sacarme esa obsesión de la cabeza. Sí, podía
ya considerarlo como una obsesión, pues no dejaba de pensar en ella: los sueños
iban siendo cada vez más extraños, pero con un elemento igual en todos ellos, y
era que ella estaba allí, sonriente y con su vestido de seda roja, tan bella y
sensual como Afrodita. Y hubo un día, uno solo, en el que me di cuenta que
estaba llegando un punto que no era ya la obsesión, sino algo mucho más
peligroso –si es que hay un nombre para él, no lo conozco-. Me encontraba, como
ya casi todas las noches, siguiendo hasta el hotel a la maravillosa Isabella,
como si fuera un acosador experto, y llegaba hasta saber cómo andaba, estudiar
cada uno de sus movimientos, de saber cuándo suspiraba –aunque no la veía de frente-,
cuándo miraba hacia los lados por el movimiento de su cabeza, viniendo a mi
mente esos ojos esmeraldas que me tenían totalmente cautivado… mi cuerpo ardía
de una pasión que no podía ser sofocada por aquella persona, mi cuerpo comenzó
a excitarse sin control, subiendo la temperatura de todo mi ser y necesitando <i style="mso-bidi-font-style: normal;">in extremis</i> una vía de escape. Por ello,
me acerqué a la calle Montera –sitio emblemático para las prostitutas en
Madrid-, que por suerte estaba cerca del hotel. Fui hacia allí, con los ojos
encendidos en deseo, sin percatarme de los que caminaban a mi lado, e incluso
dando codazos para que se apartaran de mi paso; no observé las miradas de
sorpresa o de desagrado –incluso miedo- que estuviera provocando –y seguro que
lo hacía-, pero me daba bastante igual.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Al
final, llegué a mi meta. Así, inicié la escalada de camino a Gran Vía, buscando
cuál era la que más se parecía a Isabella… y así mis ojos se posaron en una
mujer, de unos veintipocos años de edad, bastante guapa, con buena delantera y
sobre todo… unos ojos verdes que se asemejaban –que no igualaban-, los de
Isabella. Fui directamente a ella. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> -
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Hola guapo –me dijo
mientras acercaba su mano a mi pecho-. ¿Qué te trae por aquí a estas horas de
la noche? </span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";">
-</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Venga, deja ya
de jugar, que sabes lo que quiero de ti –una voz grave y profunda salió de mis
labios, una voz totalmente desconocida hasta para mí mismo-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";">
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Vaya, vaya, vas
al grano ¿verdad? Pues no te haré esperar. No me decepciones, ¿vale?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Llegamos
a mi casa, pues no me importaba en absoluto que la vieran y supieran donde
vivía –total, tampoco es que me hiciera gracia hacerlo en una habitación en la
que las infecciones campaban a sus anchas-. Así llevé a esta mujer de
pocamonta, llamada Laura –encima me acuerdo hasta de su nombre-, y la enseñé
dónde se encontraba el baño, la cocina con el alcohol y también la cama, quizá
lo más importante para ella, aunque no menos que emborracharse un poco ya que
estaba. Me sabía, por desgracia, todos los trucos de estas putas, y su sed
inevitable por los licores fuertes estaba siempre presente; puede que porque
algunos de sus clientes estaban no de muy buen ver… o porque eran borrachas por
definición, pues así podrían evadirse en algún momento de su infierno. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> -
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¿No vas a dar
algo de beber a tu invitada? –y tiró un roñoso bolso antes hermoso en una de
las mesitas que había en el recibidor de la vivienda-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> - </span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Claro, ya lo
tenía previsto –y la hizo un gesto para que la acompañara a la cocina-. Todas
sois iguales, da igual el maquillaje que os pongáis –susurró entre dientes-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Fueron
a la cocina, donde ya estaba un vaso con algo de ron esperándola. Ella sonrió
encantada, pensando que le había tocado el gordo, al estar con un hombre que la
daba lo que quería y, se notaba, con bastante dinero. La casa no es que emanara
lujo por las paredes, pero ya solo la ubicación y el tamaño la hacían pensar
que era un millonario –no era tan complicado tampoco tener más dinero que
ella-. Se quitó la chaquetilla que llevaba puesta, bajo la cual había una
camiseta de tirantes con un escote que daba lugar a la imaginación, pensando
que así derretiría el corazón de su acompañante –o al menos lo encendería-.
Pero ella no sabía que su cliente ya estaba encendido por un fuego que
abrasaría a quien tocase de poder manifestarse en el exterior, su miembro viril
estaba reclamando sexo, y ya no podía esperar mucho más. Estaba loco… loco de
pasión y consumiéndose en el deseo por poseer a alguien que jamás iba a llegar
ni mucho menos a tocar, como si una barrera invisible estuviera entre ellos, un
jodido y maldito muro que no le dejaba ir a por ella. La rabia se mezclaba con
la pasión, con el deseo… creando un nuevo sentimiento, el de la impotencia. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Agarró
a la mujer con decisión y, mirándola a los ojos, la besó con fuerza. Se
imaginaba que el contacto con esos labios aplacaría su calor, creía
fervientemente que ella se encontraba allí con él, que le acariciaría todo su
cuerpo, de arriba abajo, como una caricia sensual, para luego seguir al
desencadenamiento de toda la pasión que a ella –él estaba seguro de ello-,
también se consumía. ¿Por qué si no dejaba que la siguiera, le despedía con la
mirada, con esa sonrisa perfecta compuesta por dientes perlados y perfectos? No
eran imaginaciones mías, ella también me deseaba con locura. Pero al abrir los
ojos, no era la persona a la que besaba, sino a una sucia mujer de las calles
que vendía su cuerpo, y la apartó como movido por un resorte. En mis ojos ya no
había deseo, ni rabia, ni impotencia… sino puro y simple asco. Siempre pasaba
lo mismo, él sentía asco por la mujer en cuestión, pero luego volvía el deseo y
la llevaba cual vikingo a la cama para desfogarse hasta hacerla chillar de
dolor –no de placer, cosa que le excitaba más-, pero en ese día las cosas se
torcieron. Ella se acercó, no tenía que haberlo hecho, y le acarició la mejilla
mientras se acercaba a su oreja y, tras morderla de forma juguetona, me
susurró: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">¿no quieres pasar un buen rato?</i></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> -
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¿Cómo voy a
pasar un buen rato con una mujer tan fea como tú? –la espeté mientras me
apartaba de ella con un empujón-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> - </span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Ja, mira quién
fue a hablar… tú tampoco eres la belleza hecha persona, cariño. Menos mal que
me has pagado ya, que si no me iba ahora mismo.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> -
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¿Acaso piensas
que te voy a dejar marchar y desperdiciar MI dinero? De eso nada, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">monada</i>.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Ella
intentó alejarse, marcharse de esa casa de locos, pero no pudo desasirse de mi
abrazo mortal. Me gritó, me escupió, me llamó de todo, pero eso no hacía más
que encender aún más el odio que ahora sentía por ella en ese momento. Esa no
podía ser Isabella, era imposible, jamás me hubiera escupido, ni mucho menos
escupido, era demasiado recatada y femenina para hacer una acción tan soez. La
agarré de los dos brazos por detrás con una sola mano, mientras que con la otra
la pegué una bofetada tal, que el chasquido repercutió por toda la casa, sumida
en el silencio, una y otra vez. Cuando sentí que su chillido perdía fuerza, y
su vida parecía estar desvaneciéndose del cuerpo, la soltó y se estampó en una
mesa de cocina cercana y, al no poder agarrarse a nada por lo confusa que se
encontraba, cayó al suelo golpeándose con la cabeza en uno de los bordes de la
mesa. Medio aturdida, mirando sin enfocar bien a su agresor que se acercaba a
ella, ya no podía ni siquiera gritar. Me puse delante de ella, cogí su cabeza
con mi mano derecha, apretando fuertemente sus mejillas hasta hacer que sus
labios adquirieran una forma cómica, como cuando uno de broma imita a un pez, y
clavé mis uñas en sus más que pintarrajeados mofletes. La escupí a los ojos y
la dije:</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> - </span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">No eres ella,
sino una vaga imitadora de una diosa. ¿Cómo te atreves a decir que eres ella?
¡Es una blasfemia! –rugí esta última frase-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";"> -
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">No…no sé… lo q-,
lo… -titubeaba por el miedo y el dolor, por la confusión y los golpes-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font: 7.0pt "Times New Roman";">
</span></span></span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">¡Ni se te ocurra
hablarme con esa voz cascada y asquerosa!-.</span></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">La
golpeé en la cara, hasta que su sangre y sus lágrimas se mezclaron en un único
fluido; la golpeé en el estómago hasta que vomitaba sangre; la golpeé hasta
desdibujarla los rasgos de la cara… la pegué hasta que su cuerpo dejó de
arquearse por las convulsiones de dolor y la vida escapó de su cuerpo en un
suspiro. Ya estando muerta seguía golpeando su cuerpo, hasta que noté cómo
lágrimas de rabia se deslizaban por mis mejillas, cuando sentía la sangre
manchando mis puños y mi ropa… cuando me di cuenta de que había matado a una
persona por el deseo. Tras un acto que te produce un shock llega la negación,
pensar que lo que está ocurriendo no puede ser posible; después de la negación
me llegó la tristeza y el arrepentimiento, un ataque de ansiedad que me hacía
casi imposible la respiración, mientras mi boca solo podía abrirse para decir <i style="mso-bidi-font-style: normal;">he sido yo</i>, como si de un mensaje
grabado se tratara. Ahora mi mente estaba más clara, podía percibir mucho
mejor, y se dio cuenta de lo cegado y de lo obcecado que se había vuelto con
una mujer, una sola mujer, a la cual no conocía en absoluto. ¿Por qué la
seguía, por qué la consideraba bella y hermosa? Ya no podía contestar a esas
preguntas, ya le era imposible pensar en ella como en un amor platónico; al
contrario, como un amante despechado, en un abrir y cerrar de ojos la odiaba
con toda su alma –como es la mente humana, te levantas enamorado y te acuestas
odiando a dicha persona-, pues la consideraba la culpable de ese horrendo
crimen. Sus manos estaban manchadas con algo que ya jamás iba a poder quitarse
de encima, y era el crimen; y mucho peor, el crimen encubierto, porque no se
iba a delatar a la policía, a pesar de ser un “novato” en los crímenes, no iba
a entregarse así como así. ¿Qué iba a contarles? ¿Que ando enamorado de una
mujer inalcanzable, y como no puedo conseguirla me desahogo en prostitutas y no
pude evitar ensañarme en una de ellas hasta tal punto de matarla con mis
propias manos, sin más armas que mis puños que ahora se encuentran
ensangrentados? De ninguna manera. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Tenía
que calmarse, y lo primero que debía hacer era, al menos, limpiarse lo máximo
posible. Fue tambaleándose al baño, pues el olor de la sangre no era para nada
agradable, y se miró al espejo, sin reconocerse a sí mismo. Tapó su boca con la
mano, para evitar que un grito emanara de sus labios, pues lo que se reflejaba
en el rostro era un ser demacrado, con terribles ojeras, los ojos ahora hundidos,
los pelos desgarbados y sucios –no me lavaba desde hacía bastante tiempo-, y
podía adivinar que mi aliento tampoco podría ser ninguna maravilla. Bajé raudo
la mirada y me dispuse a lavarme las manos; frotaba con tanta fruición que a
poco podría haberme arrancado la piel por el roce tan intenso y bruto que hacía
para quitarme la sangre, ya algo reseca, de mis manos. El agua caía en remolino
por el sumidero, teñida de un tono rojizo oscuro pero intenso, y el olor hacía
que me mareara un poco –aunque se contrarrestaba con el aroma del jabón-.
Cuando terminó con las manos, continuó con la cara, para despejarse un poco y
saber qué debía hacer… </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Ya
estaba al menos algo más limpio, y me dirigía a la cocina para ver de nuevo su “obra”,
cuando casi me quedo sin aliento, ya de forma definitiva. ¡El cuerpo no estaba!
Ni restos del cuerpo, sangre o similares, ni por el suelo, ni en la mesa, ni
una sola salpicadura. Como si ella no hubiera existido; como si el asesinato no
hubiera ocurrido. Las cosas tomaban un cariz cada vez más extraño, cosa que no
me gustaba un pelo, a pesar de que una parte de mí se alegraba por este hecho: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">si no hay cuerpo, no tengo ningún problema.
Asunto arreglado. Es mejor vivir en la ignorancia</i>. Nada más pensar en eso,
escuché el tono de mensajes en su móvil, junto con la característica vibración,
y hurgué en mi bolsillo para encontrarlo y ver quién le quería hasta estas
horas. Era un mensaje de voz de un número desconocido, cosa que también me mosqueó
sobremanera. Pero, como dicen, de perdidos al río. Marqué el número del buzón
de voz y oí lo siguiente:</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Buenas noches, querido Alejandro.
¿Qué tal estás? Bueno, dejémonos de formalismos. Ay… ¿cómo has podido matar a
alguien por uno de esos seres? Es una verdadera lástima, sinceramente… pero nos
caracterizamos por la compasión y la segunda oportunidad como nos ha enseñado
Dios. Si quieres enmendar tu error, acude el domingo a las 10 de la noche junto
a la estatua del Ángel Caído, un bonito emblema de nuestro cometido. Si no
vienes, pues puedes creer que todo esto es una broma de mal gusto, no pasa
nada: tengo tu crimen aquí a mi lado, y la policía estará encantada de aceptar
el caso; muchas huellas veo aquí. No merece justicia por su camino pecaminoso,
pero tampoco se puede matar sin motivos de mayor peso. Creo que nos veremos
este domingo. Hasta luego, Alejandro.</span></i></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-bidi-font-size: 11.0pt;">Cuando
el mensaje terminó, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tragué saliva, pues
ahora me encontraba entre la espalda y la pared; no tenía escapatoria. </span></div>
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<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<br /></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-29950715651811595632014-08-09T14:59:00.003-07:002014-08-09T14:59:49.693-07:00XV. La venganza está servida<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
En
muchas ocasiones la vida da un cambio brusco, suceden cosas que nos
hacen replantear todo en lo que hemos creído y que hemos considerado
como las <em>más correctas</em>. En ese tipo de momentos, donde se tiene
que tomar una decisión que marcará el trayecto de nuestros días, es
necesario tener la serenidad y la madurez suficiente para no cometer
imprudencias; imprudencias que aunque no se sepa serán positivas o
negativas para uno mismo. En este tipo de encrucijada se encontraba
Perséfone, la joven diosa de la primavera. Aquel suceso que la ocurrió
apenas una semana la había dejado más que afectada. Sentía que su
corazón estaba deshecho, roto en mil pedazos, y que no tenía ganas de
hacer absolutamente nada. Solo quería estar encerrada en su cuarto,
mirando al infinito con unos ojos llenos de tristeza; no lloraba, más
por orgullo que no por necesidad, y hablaba poquísimo. Apenas comía,
apenas hacía lo que solía realizar en su día a día: ya no acompañaba a
las ninfas a sus paseos por el campo, ni recogía frutos silvestres o
flores para decorar su habitación o hacer guirnaldas de flores; y lo que
más miedo y dolor le producía… no se atrevía ni a pensar siquiera en
aquel estanque donde se produjo el suceso que poblaba sus pesadillas y
desazones. Solo nombrar ese lugar hacía que la diosa temblara y chillara
a la persona que lo decía, como si tuviera la culpa de todo. Sus ojos
verdes despedían chispas de ira y de dolor contenido, sus facciones se
volvían frías y duras, y lanzaba todo tipo de improperios. Las ninfas
empezaron a cuchichear y a apartarse de su camino, por temor a una
reprimenda inmerecida. Intentaban que su humor mejorara, pero es difícil
cuando la persona a la que quieres ayudar no pone nada de su parte.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div style="text-align: justify;">
Y
la que estaba más preocupada, aunque no lo dejaba relucir, era Deméter.
Por un lado estaba más tranquila, porque su hija ya no buscaba la
compañía de Hades, pero por otra parte jamás habría pensado que su hija
reaccionaría de esa forma. Ella solo quería que su hija no pasara por lo
que había pasado ella misma, pero su deseo egoísta se había
transformado en una compasión infinita. Deméter conocía muy bien a
aquella diosa, y era la que más notaba su transformación. La diosa de
las cosechas caminaba de un lado a otro de la sala del templo principal,
un lugar donde solo podía estar ella o en su defecto alguien que ella
misma escogiera para acompañarla. Se sentó en una especie de trono que
presidía la sala, un asiento sencillo de madera de nogal, uno de los
árboles más preciados por su madera. Apoyó su cabeza en una de sus
manos, y se tapó el rostro con la palma. Las cosas no habían salido como
ella esperaba, es más, se estaban desarrollando justo de forma
contraria a lo esperado. Suspiró. <em>No sabía que mi hija estaba tan enamorada </em>se decía a sí misma Deméter, <em>yo
tenía miedo de que ella se equivocara y no supiera distinguir el amor
del simple capricho. Yo confundí esos conceptos, y como castigo estoy
aquí y no puedo convivir en el Olimpo sin sentir que mi vida peligra.
Aunque… cada vez que veo a mi hija todo ese arrepentimiento se disipa.
Ella es la razón de mi alegría, ella es la razón por la que sigo
luchando. </em>No pudo evitar que sus ojos se humedecieran, presas de
aquel dolor que oprimía su corazón. Levantó su rostro, y se quedó
mirando al techo, como si allí encontrara las respuestas a todo. <em>¿Quizá
me he equivocado? Yo solo he hecho lo mejor para mi hija, la he
protegido de los peligros que ella desconoce por su propio bien. Creo
que debería hablar con ella detenidamente…</em></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No era muy difícil
saber dónde se encontraba la joven diosa, pues siempre se encerraba en
su habitación, fuera el día que fuese. Primero, Deméter llamó
educadamente a la puerta, para avisar a su hija de visita. Esos pequeños
golpes fueron contestados por una voz débil, un sonido suave y
lastimoso. No pudo menos que sentir más compasión, si cabía, por su
hija. Tenía que arreglar esa situación lo más pronto posible, antes de
que empeorara. Abrió la puerta con cuidado, y entró en la habitación.
Perséfone se encontraba tumbada en la cama, con sus cabellos extendidos
sobre la superficie de la cama, y vistiendo un sencillo vestido blanco.
Miraba fijamente al techo, y tenía los brazos abiertos en cruz. Cuando
Deméter comenzó a andar hacia ella, Perséfone giró su cabeza para ver
quién era y, al ver a su madre, sonrió de una forma más que forzada para
complacer a su madre. Pero Deméter conocía demasiado bien a su hija, y
sabía leer cada gesto de su rostro, y supo perfectamente que esa sonrisa
era un intento de tranquilizarla, aunque ni por asomo conseguido. La
joven diosa se levantó lentamente, con los cabellos despeinados cayendo
en cascada sobre su espalda y hombros, y se colocó en el borde de la
cama. Deméter agradeció aquella acción, pues sería más fácil para ambas
entablar una conversación. Se sentó a su lado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Perséfone, he
venido aquí porque creo que debo hablar contigo –comenzó a decir
Deméter. No sabía muy bien cómo empezar, ni tampoco si su hija estaría
por la labor de hablar con ella. Si en el fondo la odiaba porque una
parte de la culpa por estar así recaía sobre sus hombros, lo aceptaría.
No estaba equivocada en ese aspecto -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Claro madre –contestó Perséfone de forma muy sumisa -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Mira… no es fácil intentar consolar a alguien en esta situación. Pero tienes suerte de que haya pasado por algo muy parecido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿En serio? –los ojos de Perséfone brillaron tenuemente, como si se
reavivaran. Hacía exactamente una semana desde que no se veía esa chispa
de vida en sus ojos claros -. ¿Pasaste por lo mismo? Cuéntamelo, te lo
pido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Perséfone… -y acarició la mejilla de su hija -, solo puedo
contarte una parte de la historia, que corresponde con la moraleja que
saqué de ella. yo confundí el capricho de una persona con el verdadero
amor, y ello me condenó a no volver a tener fe en el amor. Solo espero
que tú reflexiones y veas si merece la pena o no enamorarse… Yo llegué a
la conclusión de que no.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No te entiendo, madre. ¿Por qué no quisiste volver a enamorarte? Los hombres no son todos iguales…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Claro que lo son –por unos segundos, la voz de Deméter sonó profunda e
incluso amenazante. Pero tan pronto como apareció, la diosa volvió a su
tono dulce y comprensivo -. Eres muy joven para entenderlo, pero
acabarás en la misma conclusión que yo. Perséfone, querer a una persona
no es solo el sentimiento, es mucho más. Tienes que compartir tu vida
con la otra persona, tienes que amoldarte a su forma de vivir al igual
que él a ti y sobre todo pierdes libertad. ¿Crees que podrías hacer lo
mismo que estando sola? No, no podrías hacerlo. Dejarías de caminar por
los bosques y praderas, dejarías de recoger flores o frutos silvestres, y
llegarían las responsabilidades y deberes… y después de eso las
discusiones y los diferentes puntos de vista.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Cómo puedes decir
todo eso si nunca has compartido su vida con nadie? No hablas con la
voz de la experiencia, sino con la voz de la teoría.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No
necesitas experiencia para esto. Lo ves a tu alrededor. Pero no nos
vayamos del tema…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Deméter quería cambiar de tema, puesto que no la
gustaba para nada hablar de ese pasado tan turbio y que escondía a su
propia hija. Había cosas que Perséfone no tenía por qué saber -. He
venido para ver si estabas mejor. No es bueno que te quedes encerrada
aquí. Tienes que respirar aire puro, entretenerte con lo que hacías
antes.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Pero no puedo –el rostro de la diosa volvió a reflejar
ese dolor que albergaba en su interior -. Siento que no tengo ganas de
hacer nada, de quedarme aquí dentro, donde nadie pueda hacerme daño
–cruzó los brazos sobre su pecho, como si se protegiera de algo que solo
ella percibía y veía -. No soy tan fuerte como tú…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No digas
eso. Eres mi hija, sangre de mi sangre, y eres muy fuerte –una sonrisa
llena de ternura surcó los labios de Deméter. Y la abrazó -. Cualquiera
que estuviera en tu lugar estaría así, de eso no lo dudes. Pero lo que
diferencia a cada persona es cómo encara los problemas. Puedes quedarte
aquí y vivir con miedo, o afrontarlo con la mirada bien alta. Es
decisión tuya.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Madre… -Perséfone correspondió al abrazo de su
madre. Enterró su rostro en el pecho de la diosa, y no pudo evitar
sollozar un poco. Deméter acarició la cabeza de su hija, y besó
delicadamente sus cabellos -. Me siento tan estúpida… Yo pensaba que
Hades era mi verdadero amor, el que el destino había escogido para mí…
Pero resultó ser todo un engaño, mis ojos estaban nublados por el amor
que profesaba. ¡De verdad que me siento más que tonta, madre! Pensarás
que soy una niña, que me he dejado engañar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No puedo mentirte,
Perséfone, cuando vi a Hades me aterró la idea de que acabaras siendo su
esposa. Es el dios de los muertos, no puede amar nada que no sea la
muerte, el dolor y la soledad. Tú eres todo lo contrario. Jamás el
destino te habría jugado esa mala pasada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Pero Hades no es así.
Él era –y se separó de su madre, para mirarla directamente a sus ojos.
Algunas lágrimas caían por sus mejillas sonrojadas –distinto a como lo
vemos los dioses. En el fondo es tierno, comprensivo, y sobre todo sabe
escuchar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Mi pequeña, todavía sigues bajo el poder de Eros. Es
normal que a pesar de lo que te ha hecho lo defiendas. No es fácil
olvidar a una persona especial para uno mismo. Los hombres muchas veces
engañan, se muestran justo todo lo contrario a lo que son, para que
caigas rendida a sus pies. Y luego… haces cosas de las que puedes
arrepentirte toda la vida. Tienes suerte de no haber cometido ninguna
imprudencia –sus ojos se tornaron un tanto fríos y severos, pero seguían
manteniendo principalmente esa calidez que su hija necesitaba -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Es posible… ¿Cómo puedo olvidarle, madre? Necesito hacerlo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Primero, entretenerte con lo que solías hacer. Las flores y los frutos
del campo te esperan, y las ninfas esperan que te unas a ellas en sus
paseos por las praderas cercanas. Están muy preocupadas por ti, y
encerrándote en este sitio tu piel tiene un tono pálido enfermizo. Este
es mi humilde consejo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Pero no me siento con fuerzas para ello…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Hay veces en la vida que tenemos que hacer cosas que no nos apetece
hacerlas, pero es nuestro deber. Oblígatelo a ti misma, y ya verás cómo
lo agradecerás en breve –y se levantó , hoy daremos un paseo las dos
juntas, como cuando eras pequeña. Recordaremos viejos tiempos –y rio -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Perséfone,
sin decir ni una sola palabra, se levantó y asintió a su madre, para
mostrar su acuerdo. Tenía razón. No podía quedarse encerrada, rodeada de
todos esos sentimientos horribles que poco a poco la iban matando.
Tenía que sobreponerse, ponerse cara a cara frente al problema y
superarlo. Sería fuerte, cambiaría. Definitivamente quería ser como su
madre, una diosa solitaria en medio de la naturaleza que no necesitaba
la compañía de los demás dioses, sino que vivía de forma apacible y
tranquila lejos de todos los problemas y de rencores propios del Olimpo.
Deméter siempre se mostraba como una diosa llena de sabiduría y de
paciencia, de tranquilidad y de paz; era una diosa respetada y venerada
por los mortales, pues se encargaba de que las tierras produjeran todo
lo necesario para su supervivencia. Ahora más que nunca veía en su madre
un verdadero modelo a seguir, y no solo a la madre protectora. Salieron
al cielo abierto, que era de un azul brillante y penetrante. Perséfone
no pudo evitar salir corriendo, con los brazos extendidos, y dar vueltas
a su alrededor. Una sonrisa de verdadera felicidad surcaba su rostro, y
Deméter no pudo sonreír también. Si su hija era feliz, ella también lo
era.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<em>Mientras, en el Olimpo…</em></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hera estaba sentada en
su trono de plata, sosteniendo una copa del mismo metal entre sus manos
finas. Se la acercó a los labios, que mostraban una sonrisa de triunfo
tan radiante que no podía esconder sus intenciones. Sus cabellos estaban
recogidos en un moño alto, y el vestido que llevaba terminaba en sendas
plumas de pavos reales de tonalidades verdosas, azules y violáceas.
Tenía las piernas cruzadas, y parecía como si esperara algo, mirando
fijamente la puerta que tenía frente a ella. Como reina de los dioses,
tenía conocimiento de casi todo lo que pasaba, y había puesto especial
atención a los rumores que había sobre Hades… Las noticias volaban en el
seno de los inmortales. Aquel suceso se propagó como una enfermedad, en
apenas un día todos los dioses se enteraron de la noticia, y hablaban
en voz baja sobre ella. La mayor parte de los dioses estaba sorprendida,
puesto que jamás habrían imaginado que el mismísimo Hades pudiera
llegar a enamorarse, y menos de una divinidad tan diferente a él; y por
otra parte, había algunos dioses que estaban un tanto decepcionados con
el giro tan brusco que se había producido, en especial los que más lo
sentían eran Posidón y Zeus, los hermanos de Hades. Cada uno tenía sus
motivos, pero Posidón no escondía su aflicción por su hermano, mientras
que Zeus lo disimulaba más. Pero los ojos de Hera podían penetrar en el
interior de su esposo, que era como un papiro desenrollado de emociones
para ella.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Estaba ensimismada en sus pensamientos, pero a pesar de
ello no la pasó desapercibido aquel cosmos que se acercaba hacia ella…
era demasiado conocido como para no reconocerlo, aunque estuviera
abstraída. Una sonrisa burlona apareció en su rostro. Sabía que iba a
aparecer, y sabía lo que la iba a pedir. Era demasiado evidente. Y lo
más gracioso de todo es que no se estaba dando cuenta de que estaba
siendo utilizado por ella, no era más que un muñeco en sus manos, que
bailaba a su son. Tenía unas ganas de reír, pero tenía que mantener la
compostura. No podía creer que fuera tan estúpido, que se dejara llevar
de esa forma por sus sentimientos de odio. Tampoco la importaba mucho,
siempre y cuando se portara bien e hiciera lo que ella pedía. Las
puertas se abrieron de par en par, con un ruido estrepitoso, y apareció
en medio del umbral la figura formada en mil batallas de Ares. Avanzaba
con paso decidido, con un fuego de furia en sus ojos, y con el rostro
deformado a causa de la ira que estaba en su interior. Sus pasos sonaban
con fuerza, como si pisara un terreno que quisiera destruir con sus
pies, e iba perfectamente acompasado, como si estuviera desfilando ante
sus soldados antes de una batalla. Se presentó justo delante de Hera, y
no se arrodilló, sino que se paró en seco y alzó sus ojos amenazantes a
su madre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué pretendes hacer? –el tono de Ares era
autoritario, como si no se acordara de que estaba ante la reina de los
dioses, ante su propia madre -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Ares, creo que debes calmarte.
No hay necesidad de ponerse así –Hera intentaba que su hijo se
tranquilizara para poder razonar con él, pero tampoco podía evitar que
saliera de sus labios cierto tono burlón. La situación la resultaba más
que graciosa -. Todo lo que he hecho es por tu bien.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Por mi
bien? –Ares se alejó un poco de su madre, y se acercó a una mesa cercana
que había, llena de comida y de copas de plata. De un solo movimiento
tiró casi todo lo que había en su superficie, provocando un ruido que
resonaba en toda la sala -. ¡No me mientas! No sé qué puedo ganar
teniendo a Afrodita tan enfadada. ¡Me ha llegado a increpar que la he
sido infiel! ¿Eso es ayudar? Si no fueras mi madre... te ensartaría con
mi espada, y mancharía mi armadura con tu sangre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Te estás
comportando como un niño al que le han quitado su juguete –el tono de
Hera ahora se mostraba más severo, frío, demostrando quién era y el
respeto que tenía que tener Ares hacia ella. Se levantó de su trono, y
se acercó lentamente hacia su hijo mientras hablaba -. Deja a un lado tu
maldita prepotencia y furia, para poder ver las cosas con mayor
claridad. Querías a Perséfone para cumplir tu venganza; yo te lo
prometí, y está todo dispuesto para ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Me estás engañando con
palabras agradables para mis oídos –la ira de Ares se había apaciguado
un poco, lo suficiente como para no abalanzarse hacia su madre
desenvainando la espada y para pensar con algo más de claridad -. Dices
lo que quiero oír, pero me estás mintiendo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Eso crees? –ya se
encontraba detrás de Ares, y posó delicadamente su mano sobre su hombro
-. Tuve que enfurecer a Afrodita para conseguir cumplir tus deseos, hijo
mío, es el precio que tienes que pagar para llegar a tu <em>venganza</em>. ¿Acaso no la quieres? Te la estoy sirviendo en bandeja de plata.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿A sí? Me gustaría verlo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Supongo que lo sabrás, pero Perséfone jamás volverá a ver a Hades. No te interesa saber más de ese asunto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Claro que lo sé; todo el Olimpo se ha enterado de ello. Las noticias
vuelan, y aunque sea el dios de la guerra y los rumores no me interesen
lo más mínimo, acabo enterándome. Y no sé en qué puede beneficiarme.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Ares. Ares… tienes una mente muy simple –se colocó justo delante de su
hijo, y posó su dedo índice sobre la frente de Ares -. Piensa un poco,
por favor. Si Perséfone no tiene la compañía de Hades, está totalmente
indefensa, y todo plan de Zeus o de cualquier otro dios para emparejarla
con él se ha esfumado. Es tu oportunidad de entrar en acción.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Crees que ya puedo presentarme en aquel lugar sagrado y cometer mi
venganza? –los ojos de Ares brillaban cada vez más con ese destello de
deseo por la sangre y de demencia -. En cuanto me digas que sí, me
encaminaré hacia allí.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No seas impaciente, hijo mío. Si vas ahora, será demasiado evidente. Ten paciencia, y esa espera dará sus frutos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No me caracterizo por tener paciencia, madre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Lo sé –y acarició la mejilla de Ares -. Pero tienes que hacer un
esfuerzo si quieres que todo lo que he hecho dé sus frutos. Aunque no lo
veas, si alguien descubre lo que he hecho estaré en evidencia ante el
resto de los dioses. He puesto en juego mi buena reputación, y me
aseguraré de que no lo estropees. Debes esperar hasta la primavera. Será
delicioso acabar con ella en la estación que más quiere, ¿no lo crees?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Me pides demasiado… -se giró para darla la espalda, y apoyó las manos
cerradas en puños en la mesa. Agachó la cabeza, y cerró los ojos -. Pero
todo sea por la venganza. Está bien. Aguardaré. Pero espero que merezca
la pena.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Por supuesto que sí. Te lo garantizo, Ares. Juega con
ella todo lo que quieras, y luego… dale el golpe de gracia. No creo que
deba decirte que sufra, porque seguro que lo tienes ya en mente –y
empezó a reírse. Aquella risa era aguda, llena del más amargo odio y de
la más profunda maldad -. A comienzos de la primavera Deméter se dedica a
viajar por el mundo fertilizando la tierra, y Perséfone estará sola en
aquel lugar. Sola e indefensa, con solo un puñado de inútiles ninfas
como séquito, tu venganza está servida. Por ello alegrémonos, porque
conseguiremos lo que queremos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Después de eso, Hera recogió la
copa que había dejado en uno de los raposabrazos de su trono, y
alzándola como muestra de victoria, se la llevó a los labios. Detrás del
trono, con el silencio y la sumisión que la caracterizaba se encontraba
Iris, su fiel mensajera. Aquella diosa siempre estaba del lado de Hera,
y la servía con una diligencia y una lealtad que muy pocos dioses
poseían. Pero en este caso, no podía evitar ver con malos ojos lo que su
señora estaba llevando a cabo. Conocía poco a Perséfone, pero las pocas
veces que había estado con ella, o lo que comentaban el resto de los
dioses, habían hecho que se forjara en su mente la idea de una joven
diosa llena de vitalidad y de pureza, debido al cuidado y cariño de su
madre. En el fondo sentía compasión por ella, porque iba a pagar por un
error que ella no habñia causado, del cual no era la culpable. Pero,
¿quién mejor que ella para hacer sufrir a Deméter? Quizá ella no
entendiera la posición de Hera, quizá en su situación ella haría lo
mismo, pero seguía viéndolo un tanto injusto. ¿Y qué podía hacer? No
podía desobedecer ni tampoco delatar a su señora, que era ni más ni
menos que la reina del Olimpo, pero su corazón la decía que no podía
dejar que aquella inocente diosa pagara por algo de lo que estaba exenta
de culpa. ¿Acaso los mismos dioses, aquellos que supuestamente dicen
esgrimir con sus simples manos la justicia, son los primeros que
incumplen las leyes divinas? La estupidez e irresponsabilidad de los
humanos se había propagado por el Olimpo...</div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-16730348166154196372014-07-27T04:35:00.000-07:002014-07-27T04:35:45.934-07:00XIV. Una despedida dolorosa<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
Aquel
momento no podía romperlo absolutamente nadie. Ni tampoco nada. Estar
abrazada al dios de sus sueños, a la persona que estaba en sus más
ardientes y felices sueños, era algo que la hacía sentir la más dichosa
de las diosas. Nunca pensó que llegaría este momento, pero ahora lo
estaba viviendo. Ningún pensamiento nefasto pasaba por su cabeza, todos
los temores y malos presagios habían desaparecido, como si jamás
hubieran existido. Las dudas se habían disipado, y todo estaba claro
como las aguas de aquel estanque: amaba a Hades, y haría todo lo posible
por estar a su lado. Ni el pensamiento de su severa madre estaba
presente; la daba igual. Ella hubiera querido que ese abrazo fuera
infinito, que fuera ininterrumpido, que fuera eterno como ellos. Pero
las cosas iban a cambiar de una forma drástica e inesperada…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sentía
que el corazón de Hades latía cada vez más deprisa, como el suyo, un
signo claro de los sentimientos que tenía hacia ella, de la emoción que
se alejaba en su interior y que no exteriorizaba. Entonces, poco a poco,
el abrazo se hizo más intenso, más apasionado, como si sus vidas
dependieran de ello. Se separaron un poco, para encontrarse cara a cara.
Los ojos de Hades eran tan claros… de un azul claro y a la vez intenso,
llenos de una sinceridad y de una comprensión infinita. Por mucho que
dijeran que era el dios de los muertos, del Inframundo, esos ojos no
mostraban para nada el dolor o la crueldad relacionados con la muerte,
sino todo lo contrario: eran los ojos de un ser justo y bueno. Llevó una
mano de sus manos pálidas a las ardientes mejillas de Perséfone, que
estaban sonrojadas ante el movimiento del dios. Acarició suavemente la
superficie de su piel, como si tuviera miedo de que se rompiera, como si
estuviera hecha del más delicado material.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Puede que no lo
reflejen mis palabras o mis actos, pero te amo más que nada en el mundo
–susurró Hades -. Perséfone… ¿me quieres?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Claro que sí, Hades…
-Perséfone creía que se iba a desmayar de la emoción y de la falta de
aire en sus pulmones -. No dudes nunca de mis sentimientos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Entonces
sus respectivos labios se acercaron para cerrarse en un apasionado
beso. Perséfone no sabía muy bien cómo actuar, cómo colocarse o qué
hacer, así que simplemente rodeó con sus brazos temblorosos las caderas
de Hades. El beso casi la dejaba sin aliento, la faltaba aire… pero no
quería separarse, en parte por temor a meter la pata. Las manos de Hades
se iban deslizando por sus cabellos, enredándolos en sus dedos. Poco
después sus manos se deslizaron por su cuello, produciéndola una
sensación de felicidad indescriptible; bajaron más y más, hasta llegar a
sitios que ya empezaron a incomodarla. Se separó bruscamente de él,
dándole un empujón. Estaba sonrojada, pero ya no por el beso, sino por
la vergüenza de lo que estaban haciendo nada más verse.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Hades,
acabamos de vernos y profesarnos nuestro amor. Creo que no es momento
para hacer este tipo de cosas… -su voz era cada vez más débil, pues no
sabía muy bien cómo se tomaría eso. Pero tenía que demostrar que era
fuerte y que tenía claro hasta dónde podían llegar -. Por favor,
desiste. Ya habrá tiempo para este tipo de cosas –dijo con un tono más
elevado y autoritario -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Perséfone… eres demasiado joven para
entenderlo –empezó a decir Hades mientras se acercaba poco a poco a la
diosa. Ésta, como movimiento reflejo, empezó maquinalmente a retroceder
-. No puedes entenderlo… pero pronto lo harás.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cada vez se
acercaba más peligrosamente a Perséfone, y ésta empezó a sentirse
amenazada. Los ojos de Hades ya no mostraban esa claridad y ese
sentimiento tan lleno de afecto hacia ella… resplandecían con un nuevo
brillo, con una nueva aura, algo que jamás había visto la diosa. Sus
labios se torcieron en una mueca llena de deseo, pero no de un deseo
puro, sino de un deseo perverso y malévolo. Con un violento y rápido
movimiento la atrajo hacia sí, sosteniendo con fuerza una de sus
muñecas. Era la primera vez que Perséfone tenía miedo ante Hades;
siempre que estaba a su lado se sentía segura, sentía que nada en el
mundo podría hacerla daño o afectarla… pero ahora era todo lo contrario:
sentía la extraña mirada de Hades clavada en su persona, cómo apretaba
cada vez más su muñeca, como si quisiera quebrar sus huesos. Cerró los
ojos, creyendo que todo era una pesadilla, un juego de Morfeo. Pero las
cosas no eran así. Hades, dándose cuenta de que la diosa no lo miraba,
movió la cabeza de Perséfone con la mano que tenía libre, y la obligó a
abrir los ojos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Te amo, te deseo tanto Perséfone –decía Hades en
un tono lleno de pasión y desenfreno -, es la primera vez que la sangre
me hierve en las venas y mi corazón late desbocado. No puedo esconderlo
más, Perséfone. Quiero que seas mía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Hades, no, no te entiendo –dijo la diosa en un débil hilo de voz -. Me… me das miedo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Miedo? No tienes que tenerme miedo. No tienes que tener miedo ante los
instintos que nacen con el amor. Pero eres tan joven… y tan inexperta… y
no has visto nada del mundo –dicho eso, dirigió la mano de la diosa que
tenía aprisionada a su pecho -, ¿no quieres sentir mi cuerpo, que
seamos <i>uno</i>?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Pero qué dices? –reunió todas las fuerzas
que tenía para separar su mano del pecho del dios, como si hubiera
recibido un calambrazo. Acarició su muñeca enrojecida por la presión
ejercida, mientras miraba asombrada y aterrorizada a Hades. No entendía
nada de lo que estaba pasando, no sabía por qué había tenido ese cambio
de actitud. ¿Acaso ella había hecho algo mal? –Creo que deberías irte,
Hades.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Irme? No pienso irme ahora –volvió a acercarse a
Perséfone, agarrándola ahora las dos manos -. No pienso irme sin mi
premio… -y se acercó a sus labios, que los besó con rabia y pasión
contenida. Pero no era una pasión cálida y placentera, sino rabiosa y
funesta. Perséfone cerró los ojos, intentó aguantar todo lo que pudo;
pero la paciencia también tiene un límite -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡Apártate de mí!
–esas fueron las palabras de Perséfone cuando se separaron de aquel
horrible beso. Las cosas no estaban desarrollándose a como ella
esperaba. Apretaba los puños con rabia, mientras se mordía el labio. Si
apretaba más, sangraría. Pero la daba igual. No entendía aquel
comportamiento, nunca lo había visto así; ¿acaso la había estado
engañando y ella había caído en la trampa como una estúpida? -. Te lo
repetiré de nuevo. Sal de aquí. No quiero verte más por hoy. Yo… ya no
tengo tan claro que… te quiera…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Perséfone… ¿no me quieres? –la
voz del dios sonaba grave, profunda, como si le hubieran apuñalado. Por
unos segundos, pareció dudar, parecía que volvía el Hades que Perséfone
había conocido. Pero esa sensación fue tan breve como el pestañeo -. Es
que… no puedo evitarlo… eres tan hermosa… ven conmigo Perséfone.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
No Hades. Creo que estás enfermo. Descansa y ya hablaremos
tranquilamente de lo ocurrido. Haré como que no ha pasado y… -Perséfone
no pudo terminar la frase, porque Hades se había acercado de nuevo a
ella y la agarraba de la cintura, acercándola hacia sí. Ese contacto,
que unos minutos antes la habría resultado agradable, ahora la aterraba.
Su cerebro la decía que eso no estaba bien, que tenía que deshacer ese
abrazo; pero su corazón, su lado más salvaje y de instinto se reía de
ella, porque todavía no había vivido el placer de estar con un hombre.
Pero no podía permitir que eso ocurriera -. Por favor, déjame… no
quiero… ¡déjame!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No te resistas Perséfone. Sé que tú también lo deseas. ¿Por qué rechazar lo inevitable? Te gustará, créeme.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡No, no quiero que sea de esta forma! ¡Aléjate, Hades!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Todo
lo que siguió a continuación de aquel grito de súplica por parte de
Perséfone fue muy confuso para la joven diosa. Ella acabó en el suelo,
con un golpe en la cabeza que la dejó aturdida durante unos minutos. El
cinturón que se había puesto acabó en el suelo, a su lado, que el mismo
Hades se lo había quitado movido por su deseo. Junto con su caída se
produjo un resplandor muy poderoso, como un fogonazo de luz, que fue
seguido por un grito de dolor y lo que parecía ser el golpe de un cuerpo
contra el suelo con fuerza. Se intentó levantar como pudo, todavía
confundida, hasta que de repente alguien la tomaba con fuerza del brazo y
la ayudaba a levantarse, sin preguntar ni nada. Perséfone abrió los
ojos, y lo que vio la confundió aún más. Quien estaba ante ella era ni
más ni menos que su madre, con un semblante lleno de odio y de dureza,
rostro que solo había visto en muy pocas ocasiones. Y además alzaba su
cosmos amenazante, algo que solo realizaba cuando estaba ante un enemigo
o ante un peligro…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Madre, ¿qué está pasando? –pudo decir Perséfone, todavía sin saber qué estaba pasando exactamente -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Luego hablaré contigo seriamente. Ahora tengo que encargarme de alguien
–dijo Deméter tajantemente. Estaba realmente enfadada, y Perséfone
sabía cuándo su madre no quería que la molestaran. Era uno de esos
momentos -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué pretendes hacer madre? –Perséfone sabía que
cuando su madre se enfadaba no era buena idea, pero no podía evitar
hacer la pregunta -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No necesito explicarte lo que voy a hacer, Perséfone. Soy tu madre, y lo que hago es por tu bien.</div>
<div style="text-align: justify;">
Nada
más decirlo, se separó de Perséfone y se acercaba amenazadoramente a
alguien que estaba recostándose como podía del suelo. Y esa persona era…
¡Hades! No pudo evitar gritar y llevarse las manos a la boca, presa del
más profundo terror y desconsuelo. ¿Cómo no podía haber caído antes?
Debía de estar confusa de verdad, y en aquel mismo momento se sentía más
estúpida que nunca. Hizo ademán de acercarse al dios para ayudarlo,
pero su madre se interpuso en su camino, con una cara de pocos amigos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Se puede saber qué haces? –la preguntó Deméter con voz grave y
autoritaria -, este dios iba a… -y ahí hizo una pequeña parada, y una
sombra de dolor maternal se reflejó en su cara -, te iba a hacer mucho
daño, y yo no podía quedarme de brazos cruzados. Eres una persona
demasiado inocente para entenderlo. Por eso es mejor que me dejes
encargarme de ello…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Y dejar que le hagas daño? ¡No puedo permitirlo!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Perséfone… -la voz de Hades sonaba un tanto débil, debido al golpe que debía de haber recibido -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡Hades!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¡No des ni un solo paso, Perséfone! –Deméter alzó su mano contra ella,
señalándola para que no se moviera. La joven diosa quedó paralizada,
pues sabía lo que tendría que pagar si su madre se enfadaba. Lo más
inteligente era quedarse callada y ser una hija obediente. Pero el amor
funciona contra toda lógica -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Cómo puedes decir eso, madre? ¿Qué ha hecho para que actúes de esa forma? ¡No se merece esto!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Que no se merece esto? ¡Perséfone, ha estado a punto de violarte! ¿No te das cuenta de la gravedad de eso?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Espera… no es cierto… yo… -Hades ya se había levantado, y tenía una de
sus manos en la cabeza, ya que debía de encontrarse algo aturdido por el
golpe -. Yo no sabía lo que hacía. No pretendía hacerla ningún mal, no a
la persona que más aprecio en este mundo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué estoy
escuchando? ¿Más mentiras? Podrás engañar a mi hija, que es inocente y
desconoce gracias a las Gracias los males de este mundo, pero a mí no.
Yo he pasado por muchas cosas, y no toleraré que ella pase por las
mismas. No lo deseo. Por eso decidí criarla lejos del Olimpo, lejos de
la perversión y de las intrigas de la sangre divina, de sus propios
hermanos y hermanas. ¿Y tienes la desfachatez de decirme eso a la cara?
¡Valiente estupidez! No quiero derramar sangre que por desgracia es
igual a la mía, así que atenderé la petición de mi hija. Márchate y no
sufrirás ningún daño. Vete… y ni se te ocurra volver.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No… ¡no
voy a pagar por algo que he hecho en contra de mi voluntad! –Hades alzó
su cosmos, oscuro como el mismo Inframundo, y valientemente se encaró
con Deméter, que como respuesta también alzaba su cosmos, mucho más
lleno de pureza y de vida que el de Hades. Si quería podría sacar su
afilada espada, aquella que tantas vidas se había llevado, y terminar
con todos los problemas. Perséfone sería suya para siempre, ya no habría
barreras para ello -. Deméter, venerable señora de la naturaleza
–comenzó a decir Hades para calmar un poco a la diosa -, no deseo
hacerte daño, pues pienso como tú en que es un desperdicio derramar
sangre divina. Dejemos esto como un malentendido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Malentendido?
Por muy dios del Inframundo que seas, Hades, o hermano de Zeus, no me
das miedo. Soy igual de poderosa que tú, pertenecemos al primer linaje
de dioses olímpicos, la sangre de nuestro padre Cronos fluye en nuestros
cuerpos. Y pretendes ser un rey justo en tu mundo, ¡cometiendo actos
infames que catalogas de simples malentendidos! Mereces estar donde
estás, ¡gobernando a los muertos del universo! –y dicho eso, levantó su
mano y un nuevo brillo inundó el espacio donde se encontraban. Un bastón
de oro, que brillaba como el mismísimo Sol, apareció ante la diosa,
tomándolo con delicadeza y firmeza a la vez. Un hermoso y letal bastón
rematado con una espiga tallada en la parte superior, el símbolo de
Deméter -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Si juegas en serio, yo también lo haré –y Hades,
haciendo unos movimientos similares a los de Deméter, llamó a su
despiadada espada. Ambas armas brillaban ansiosas por el combate que se
avecinaba. Los ojos de Hades despedían maldad y ninguna clemencia.
Estaba dispuesto a acabar con la mismísima Deméter, sin pensar en las
consecuencias -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡Basta ya! –Perséfone estaba a un lado de la
discusión, queriendo intervenir y sin sabes exactamente cómo hacerlo.
Jamás pensó que llegarían a las armas y a la violencia, menos aún su
propia madre. Se colocó delante de su madre, con los brazos extendidos, y
con lágrimas a punto de derramarse por sus claros ojos -. Esto no tiene
sentido, os estáis dejando llevar por vuestros sentimientos, dejando a
un lado la lógica. Y parece que soy una especie de trofeo por el que os
estáis peleando, y no quiero que caiga sangre por mi culpa. No podría
vivir con esa carga. Hades… es mejor que te vayas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No sabes lo que dices, Perséfone. No puedes analizar bien la situación sin saber la historia desde mi punto de vista.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Qué punto de vista quieres que sepa? ¿Cómo ibas a… a hacerme daño? Por
favor Hades, es mejor que no te esfuerces para solucionar lo que has
hecho mal. No hay solución posible.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Te lo pido de todo corazón,
déjame explicártelo –e hizo ademán de acercarse a ella, para calmarla y
poder contarla todo de forma civilizada -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No te acerques –la
voz de Perséfone era grave, severa, como si estuviera hablando con una
persona desagradable para ella-. No quiero escucharte. Ni tampoco quiero
que hagas daño a mi madre, porque veo en tus ojos que ibas a hacerla
daño; y si la haces daño a ella, la haces daño a mí también. Me
equivoqué contigo, eres como todos dicen. Adiós.</div>
<div style="text-align: justify;">
Dicho eso le dio
la espalda a Hades y empezó a caminar derecha al Santuario de Eleusis.
Sentía que su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos, pero no tenía
otra opción. Al menos solo agradecía a los cielos haberse dado cuenta
antes de haber hecho algo de lo que se arrepentiría toda su vida. Y
también le dio la espalda para que no la viera llorar, porque no quería
que la viera en ese estado; tenía cierto orgullo. Su madre, por el
contrario, seguía con su rostro severo y con la mirada clavada en Hades,
como si lo estuviera analizando. Por el contrario Hades también
camuflaba sus sentimientos, pues no quería parecer ni mucho menos débil.
Sus ojos azules claros parecían estar clavados en la joven diosa, pero
en realidad no miraban a ningún sitio, conmocionado por la situación.
Bajó la espada para que no se malinterpretara ninguno de sus
movimientos, pero seguía aferrando la empuñadura con tanta fuerza que
parecía que su mano iba a estallar. Tenía ganas de levantar el filo de
su espada y atacar a la misma Perséfone, movido por la venganza y por
los sentimientos contradictorios que nunca antes había sentido.</div>
<div style="text-align: justify;">
-
Si quieres que esto quede así, de acuerdo. Pero lo mínimo es que me
dejaras explicar mi versión de todo esto, encima de que te lo he pedido
humildemente, y no porque esté tu madre la venerable Deméter en nuestra
conversación. Puede que yo también me equivocara contigo, eres como las
demás diosas que he conocido, nada especial.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esas palabras las
dijo con voz glacial, como mil puñaladas que iban directamente a su
corazón. Tampoco es que Hades lo estuviera pasando bien precisamente,
pero lo escondía mejor que ella. Perséfone no pudo evitar lanzar una
última mirada a Hades, una mirada llena de tristeza y de dolor infinito.
Cuando vio los ojos de Hades, que parecían congelarla, unas lágrimas
cayeron por sus mejillas. Allí estaba la persona a la que había amado,
la persona con la quería estar toda su vida inmortal… pero no podía
perdonarlo así como así. Se sentía engañada, utilizada, como si solo la
quisiera para una cosa. No pudo evitar tener un escalofrío, y cruzarse
los brazos en el pecho a modo de protección. Bajó la cabeza, se dio la
vuelta, y no volvió a mirar atrás. <i>Ojalá pueda perdonarte</i> se decía Perséfone, <i>pero hasta el dios de los muertos es presa de sus propios deseos carnales.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Las cosas son mejores así Hades –comenzó a decir Deméter –jamás podrías
estar con mi hija. Ella es la reencarnación de la vida y de la pureza
de este mundo, mientras que tú eres todo lo contrario. Y yo me hice la
promesa de que fuera una virgen para siempre, porque ella está por
encima de esas cosas. Ha sido exagerado que llegáramos incluso a
insinuar un enfrentamiento directo. Pero no dudes que alzaré mis armas
contra cualquiera que la haga daño.</div>
<div style="text-align: justify;">
- No tengo nada que decirte, Deméter, <i>hermana</i>.
Bueno, solo una cosa. Una vez que hablé con tu hija me dijo algo que
hizo que hasta mi corazón supiera lo que es el amor: la muerte también
es bella, porque abre paso a nuevas formas de vida. Has educado bien a
tu hija, una lástima que sus conocimientos no hayan calado en ti –se
acercó a Deméter, y esta se preparaba para alguna jugada del dios. Pero
simplemente pasó a su lado, se agachó para recoger el cinturón que había
llevado Perséfone, y mientras estaba de espaldas siguió hablando -.
Espero que no te importe que me lleve esto, como pequeño recuerdo. No
sería recomendable que lo tuviera Perséfone, porque la haría recordar
muy malos momentos para ella, por mi culpa…</div>
<div style="text-align: justify;">
- Por fin dices algo con sentido Hades.</div>
<div style="text-align: justify;">
-
Es lo único que he hecho bien hoy –y sonrió. Era una sonrisa forzada,
porque no sentía para nada las ganas de reírse -. Adiós Deméter, no
volverás a verme por tu Santuario.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hizo una reverencia de respeto,
se dio la vuelta y con su espada dio un golpe seco con la punta de la
misma. Un vendaval se arremolinó a su alrededor, y como un soplo de
aire, se volvió invisible ante los ojos castaños de Deméter. Hades había
desaparecido de allí. La diosa bajó un poco la cabeza, como si sopesara
asuntos importantes, y entrecerró los ojos. Ella no quería que
Perséfone pasara por la vergüenza por la que ella había pasado, no lo
sabía, nunca se lo había contado. Se dejó llevar por el miedo de que la
historia se repitiera, y se prometió a sí misma que haría todo lo que
estuviera en sus manos para evitarlo. Fue el hazmerreír del Olimpo, su
hija no lo sería. Ya tenía que cargar con el peso de ser la hija
bastarda de Zeus, no quería que cargara con nada más. Y encima tenía el
rencor y odio eterno de Hera, por mucho que Deméter la hubiera suplicado
e intentado convencer de que el único culpable fue Zeus. Pero, ¿de
verdad solo fue voluntad de Zeus? Cayó de rodillas en el verde suelo
almohadillado con flores, y alzó sus ojos entristecidos al cielo. ¿Por
qué Eros jugaba de esa manera con ella, y ahora con su hija? No quería
encerrarla, no quería ser una madre controladora y obsesiva, no podía
luchar contra el destino, solo evitarlo hasta su irremediable final.</div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-48840783277946624682014-07-23T07:51:00.001-07:002014-07-24T01:25:08.918-07:00II. El castillo de Somlya<div style="text-align: justify;">
El castillo de Somlya poseía una fama no menor a la gente que lo habitó: Catalina Teledgy, esposa del fiel sirviente a la corona húngara
Esteban Bàthory, había sido una mujer que profesó un amor sincero y
sencillo por su marido, pues los dos, a pesar de las riquezas que ostentaban como
aristócratas de una de las familias más importantes, no lo demostraban
en absoluto. Ella era conocida, ante todo, por su gusto sencillo en
joyas y vestidos, llevando trajes que no eran muy suntuosos y caros,
pero igualmente hermosos, pues en su juventud había sido conocida por su
explosiva belleza. Ahora su rostro estaba surcado por arrugas, sus
cabellos habían pasado del castaño oscuro al blanco, pero sus ojos
azules seguían emanando esa seguridad y esa vitalidad que antaño pegaba
más con su cuerpo. Sus decisiones eran tomadas al pie de la letra, pues
era clara y no dejaba nunca nada en el tintero -como dicen-, y todos la
obedecían sin rechistar, nadie se atrevía a contradecirla por esa voz
tan autoritaria y ese genio característico de su familia. Muchos
chismosos decían que en realidad mi abuela era la que llevaba los
asuntos en el castillo, y de ser así ¿qué problema había en ello? ¿Acaso
una mujer no puede ser tanto o mejor administradora que el varón? De
todas formas, es cierto que era una imagen de lo más atípica, y en el
fondo una mentira, pues mi abuelo también tenía carácter y no dejaba a
mi abuela meterse en asuntos que no la competían -y que ella, estaban seguros, no querría entrometerse en los asuntos de su marido-.<br />
<br />
<a name='more'></a><br /><br />
El anciano Esteban Bàthory, que había servido fielmente a la corona y fue incluso voivoda de la región de Transilvania para que esta zona fuera mejor controlada por el rey húngaro, hizo que alcanzara una fama en la Corte y entre los habitantes de esa escarpada región más que buena, siendo como una especie de noble perfecto, como lo sería su hijo mayor Esteban, piadoso con la religión y muy vengativo en cuestión de los enemigos para con la corona. No vivió para ver su descendencia, pero seguramente se sentiría orgulloso de ella, pues prácticamente todos eran personas respetables en el reino y aunque había habladurías de ellos -como todos los nobles y aristócratas que se precien-, pesaba más el honor íntegro que poseían. El anciano Esteban -para diferenciarlo de su joven hijo- era un hombre chapado en las más antiguas y tradicionales costumbres, que no admitía muchas novedades en su vida, y que por esa integridad y estar anclado en el pasado, fue uno de los favoritos del monarca -al que le convenía, claramente, mantener las cosas "como siempre habían estado"-. Su rostro siempre era severo, y no admitía más de las visitas requeridas en el castillo, pues consideraba a aquellos que vivían en la ciudad como hombres pervertidos por nuevas costumbres. </div>
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En
medio de los más que típicos bosques y montañas transilvanas, donde el
verde y el transparente caudal de agua llena la región, se encontraba
altanero como su dueño el castillo, construido por familiares muy
lejanos, como zona de descanso y residencia de todo aquel que llevara en
su sangre los genes de los Bàthory -deseo expreso del último y difunto dueño -. Las cúspides de sus almenas parecían desafiar al mismísimo
cielo, la piedra se podía ver por todas las zonas de la construcción,
junto a la madera, dispuesto en una elevado risco para que, de haber una
invasión o ataque enemigo, la llegada al mismo fuera más dura y no
pudieran causar algún ataque sorpresa -aunque, de broma, mi padre decía
que mis antepasados, como nosotros, no aguantábamos muy bien las visitas
y por ello buscamos zonas tranquilas donde residir-. La verdad es que
esto último pegaba muy bien con el carácter de mis abuelos, que no
soportaba las visitas más de lo necesario, y que vivían con cierto
desprecio hacia el mundo exterior, cosa que no entendíamos por la buena
reputación que ostentaban en la región. Todos los campos que se
extendían bajo el castillo les pertenecían también, donde pastaban sus
ganados y vivían unos poblados de campesinos que servían a su señor
arando las tierras y cuidando los animales. Sus cabañas, pues no se
puede emplear otro nombre, eran de madera con techumbre de paja, algún
que otro tenía suerte y podía poner en su casa unos sillares de piedra
como zócalo, pero muy pocos podían permitirse eso -habían ahorrado toda
su vida o mi abuelo como premio de su trabajo se lo había concedido-.
Eran harapientos, sucios, siempre estaban cubiertos de barro, y llevaban
las mismas ropas hechas con trapos. Para Elizabeth, que jamás en su corta edad
había visto un campesino, la dio una impresión de... repugnancia, de
que ojalá todos ellos se murieran. No pena, ni compasión, sino simple asco. Una idea bastante aristocrática también.<br />
<br />
Pero aquella anciana mujer murió sola, en una habitación de palacio, de forma apacible, como si hubiera entrado en un profundo sueño del que no despertaría ya nunca más. La lloraron todos, aunque con la edad se había vuelto cada vez más tacaña y huraña, pero se la quería igual por todo el bien que había hecho. De esta forma el castillo pasó a Esteban, hermano mayor de Jorge, que vivía como un auténtico soldado, fiel como su padre a la corona, y que aspiraba muy alto por su coraje en la batalla y su firme lealtad hacia el rey. Su fama le precedía en todas las regiones de Transilvania, era querido y envidiado a la vez, el pueblo lo veía como una reencarnación de San Jorge, temible con la espada y piadoso cristiano. Aunque los dos hermanos no se llevaran muy bien -pues Esteban era todo músculo y Jorge más bien se había acercado más al saber-, eran hermanos de sangre y cuando se veían no podían evitar sonreír y darse una cálida y fraternal palmada en la espalda; cuando Esteban recibió la carta de su hermano con lo sucedido, su curtido corazón de guerrero se apiadó de la muchacha, y de su hermano, que tenía que vivir con su amada esposa presa de la enfermedad y a su joven hija arrancada por obligación de la calidez del hogar. Por ello no se negó a recibir a su sobrina, pues eran familia, y el honor de cuidar de sus familiares pesaba más que cualquier otra cosa. Sería un duro guerrero, pero hasta los más aguerridos tienen su corazón, y su hermano Jorge supo alcanzar esa fibra sensible de su interior. </div>
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El
trayecto duró una semana, pues a pesar de ir en una calesa tirada por
caballos transilvanos ejercitados para ser rápidos y resistentes, los
caminos por los que tenían que transitar eran de tierra, sinuosos,
estrechos, y no era para nada recomendable viajar por los bosques en la
noche, pues los bandidos y los animales salvajes eran peligrosos por
igual. Ella iba con una de sus nodrizas, de nombre Sofía, la que más
quería de todas las nodrizas y criadas que había tenido en la casa, a la
que en algunas ocasiones incluso llamaba "mamá", pues la trataba más
como una madre que aquella que la dio a luz, tristemente. Sofía era una
mujer ya entrada en años, con alguna que otra cana, con arrugas en la
faz y piel morena por el sol -la diferencia crucial entre una mujer de
la nobleza y otra que no lo era-, con brazos fuertes por el trabajo en
el campo y manos algo ásperas, pero que trataban de ser lo más
cuidadosas posible. Era sencilla, con ese toque de sinceridad propio de
las clases bajas, acrecentado por su edad, pues cuanto mayor eres menos
pelos tienes en la lengua, pues ¿para qué cuidarse si ya uno tiene el
pie en la tumba? Era lo que siempre decía a la joven Elizabeth, y que
escandalizaba a su padre. Pero, a pesar de todo, había sido elegida por
la niña para estar en ese castillo alejado de todo lo que ella conocía,
por lo que el buen Jorge no podía haberla dicho que no podía llevar a
Sofía consigo. Además, sabía muchos juegos e historias -que contó a sus
hijos y nietos-, por lo que al final resultaba ser la candidata más
idónea para entretener a la joven dama. </div>
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Cuando
llegaron a la entrada del castillo, solo había unos cuantos sirvientes
que les esperaban, para guardar los caballos en el establo y llevar las
pertenencias de la joven y su nodriza en el cuarto que ya les había sido
asignado. La pobre Elizabeth,
sola en esa inmensidad de patio en el que habían entrado, se sentía
coartada por todo lo que la rodeaba; solo la presencia de Sofía
conseguía darla algo de valor. Una vocecilla en su interior la decía "no
seas cobarde, eres una Bàthory", pero estar en un lugar sin nadie
conocido, con un familiar que nunca había visto, amedrentaba a
cualquiera. Los sirvientes fueron diligentes, y casi sin mediar palabra
bajaron sus maletas y entraron en el castillo; solo hicieron un ademán
para que ambas mujeres les siguieran, pero no intercambiaron ni una sola
palabra. Elizabeth y Sofía intercambiaron una mirada de perplejidad,
pero no dijeron nada y siguieron a los sirvientes. La joven, que de algo conocía a su tío, sabía que era un meticuloso y frío guerrero criado en la batalla, por lo que en el fondo no le sorprendió que no hubiera recibimiento, ni que él mismo saliera del castillo para abrazarla; un guerrero siempre sería un guerrero, y no se les daba para nada bien aparentar. </div>
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El
interior del castillo era muy austero, mucho más de lo que se esperaba
de un lugar de residencia de una noble familia transilvana. Los muebles
eran escasos, eso sí, de las mejores maderas que había en el mercado,
pero escasísimos. El oro y la plata no estaban presentes, solo metales
coloreados de dorado o plateado para aparentar que eran más lujosos,
como forma de ahorrarse dinero en ello. Jorge decía, alguna que otra
vez, que la condesa Catalina se había vuelto bastante tacaña hasta el día de su muerte, sin razón aparente, cosa que preocupaba a sus hijos, porque
podía significar algún tipo de enfermedad mental propia de la vejez o
por la pérdida de su marido. El olor a antiguo estaba suspendido en el ambiente, y Esteban no se había preocupado de renovar un poco el castillo, pues había heredado los gustos sencillos de sus padres, así que no se iban a encontrar nada de lo que tenían en su verdadera casa, nada de lujos innecesarios, de ostentación, nada salvo el castillo demostraba que eran aristócratas sus moradores. La sala de estudio, donde se encontraba su tío solucionando papeleo -cosa que los guerreros detestaban más que cualquier cosa en el mundo- era igual de austera, solo que con una hermosa chimenea para los crudos inviernos, con un escudo de la familia, labrado en una tabla de cedro: sobre un fondo blanco, una serie de triángulos más o menos equiláteros y a una misma distancia. En una alta mesa de roble, se encontraba Esteban, y cuando el sirviente se acercó para avisar de nuestra llegada, pues tan absorto estaba con sus papeles, alzó la vista y se clavó en nosotras, como si por un momento nos lanzara una mirada de odio por haberle importunado. Solo fueron unos segundos. Se levantó pesadamente, con sus músculos de acero por todo su cuerpo.<br />
<br />
- Bienvenida, querida sobrina, a mi palacio. Espero que la estancia aquí te sea muy agradable -parecía que con eso quería dar por finalizada la presentación, pues tampoco tenía ganas de seguir con la charla insulsa de las presentaciones. Apenas conocía a su sobrina, y si la había acogido era por hacerle un favor a su hermano. Hablaba con prepotencia, como buen soldado y general que era, y no consideraba a la niña más que eso, una niña pequeña de la ciudad, mimada en los lujos y que hacía lo que la daba la gana-.<br />
<br />
- Querido tío, querría daros las gracias por haberme recibido y poder ser vuestra huésped -e hizo una profunda reverencia, ante lo que el hombre no se inmutó-. Espero poder seguir con una vida similar a la que tenía en mi casa...<br />
<br />
- Hasta lo que se pueda, sí. Nada más, ni nada menos.<br />
<br />
- Pero no veo niños por aquí -dijo en un tono casi más de burla que de tristeza-. ¿Cómo pensáis que me divertiré?<br />
<br />
- Tendrás que aprender a vivir en la paz del bosque. Así no se te pegarán los malos comportamientos de la ciudad. Y hay muchos libros que puedes leer, para que no seas una analfabeta como los campesinos que nos rodean. Es el deseo de tu padre.<br />
<br />
- Sé perfectamente cuál es el deseo de mi padre -siguió la conversación con voz fría, cortante-, y no es precisamente ese. No me tratéis como una niña, no lo soy. Al menos sed sincero y decid que no habéis preparado nada para mi estancia, porque no os importo absolutamente nada. <br />
<br />
- Te trataré como lo que eres, una mocosa malcriada -respondió Esteban alzando la voz, profunda y grave, para atemorizar a la muchacha. Sin embargo, esta no se movió ni un ápice, ni parpadeó, simplemente permaneció en su sitio mirándole fijamente. Por un segundo, notó un escalofrío por su espalda. ¿Cómo una simple niña le había causado eso?-. Ahora iros a vuestro cuarto, ya hablaremos de las normas en este sitio más tarde, cuando tu nodriza y tú estéis ya acomodadas. Solo os advertiré una cosa... mi palabra es la ley en este castillo, y vos sois una <i>invitada</i> y una <i>niña</i>. Recordad eso.<br />
<br />
<i>Claro que lo recordaré, maldito soldado prepotente </i>pensó Elizabeth mientras hacía una nueva reverencia y salía de la habitación. Sabía que iba a recibir una reprimenda de Sofía, y no tardó en hacerlo cuando llegamos a la habitación.<br />
<br />
- Señora, no debéis alzar el tono, ni lo más mínimo, a su tío. Encima que os ha acogido aquí, no tenéis que haceros la valiente y orgullosa. Sois una invitada y por agradecimiento os portaréis bien en este lugar el tiempo que haga falta.<br />
<br />
- A mí nadie me trata con esa prepotencia, Sofía, y lo sabes.<br />
<br />
- Pero, por una vez en vuestra vida, os vais a tragar ese orgullo y seréis una perfecta señorita. ¿Entendido?</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-9052147054234662162014-06-21T07:24:00.003-07:002014-06-21T07:24:41.409-07:00VII. La historia de Selene<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjO1ZB6t4saVrtZ-GtqQdSkE-LYrMadK6yh6FF-txVnLuIHJe_zjMssCnSCVYe5PbY8yuD3aIpAltUhoevJ6t70fwIrHYP00YbtnQM0ZOBwasEDP5RksZfs0shJGIe3zYzwYnaqZq0cOEd2/s1600/La%2520Luna%2520en%2520el%2520Mar.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjO1ZB6t4saVrtZ-GtqQdSkE-LYrMadK6yh6FF-txVnLuIHJe_zjMssCnSCVYe5PbY8yuD3aIpAltUhoevJ6t70fwIrHYP00YbtnQM0ZOBwasEDP5RksZfs0shJGIe3zYzwYnaqZq0cOEd2/s1600/La%2520Luna%2520en%2520el%2520Mar.jpg" height="480" width="640" /></a></div>
<br />
<i>Como supongo que habrás adivinado, o te habrán contado -pues mi familia tiene una curiosa reputación en la Villa-, yo nací en la noble familia de los Alcubierre, que como ya sabrás hasta nuestro nacimiento no había familia con un nombre más noble y honorable que el nuestro; hasta el monarca, y sus sucesores, guardaban un gran respeto por esta nuestra casa, debido a los grandes servicios que nuestro primer antepasado, Alonso de Alcubierre, había realizado para la Corona. De generación en generación se iba contando a todos sus descendientes las hazañas, más ancladas en la fantasía que en la realidad, de aquel Alonso primer integrante de la casa Alcubierre, y una extraña historia sobre su muerte, a la edad de 90 años. Se decía que era muy supersticioso, y a partir de los 80 años, ya presa de la demencia senil propia de la edad, que Dios le había dado, en virtud a su comportamiento como buen soldado y piadoso creyente, el don de ver el futuro de su familia en un sueño. Cuando contaba esa historia, en sus ojos se podía ver el éxtasis que lo embargaba, y se negaba en redondo a describir la figura del Altísimo, pues no quería desvelar el verdadero rostro de Dios -que Él mismo se lo había pedido-. Lo más curioso de esta historia, que llegó hasta mi hermana y a mí, era que en aquel sueño premonitorio aquel hombre había visto el final de su familia, cómo caía en desgracia su linaje, muy atrás en el tiempo, pero que ocurriría al fin y al cabo. Aunque de forma muy borrosa, dijo antes de morir que a todos sus descendientes les contaran solo unas breves señales de que ese futuro se cumpliría mientras ellos vivieran: primero, el nacimiento de dos niñas gemelas; segundo, el amor que lo estropeaba todo, y tercero, las malas decisiones causadas para ponerle remedio. </i></div>
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<i>Debo señalar que mi familia tenía muy buena fama, pero era más bien porque era discreta, no porque hubiese hecho nada malo. En el extenso árbol genealógico de los Alcubierre, hay miembros que han sido borrados del mapa, correspondiendo con aquellos ancestros míos que se obsesionaron tanto con aquella extraña profecía, que llevaron al pie de la letra sus directrices, y se encargaron de eliminar todo aspecto sospechoso que encajara, aunque mínimamente, con las palabras de Alonso. Uno de ellos, simplemente para ponerlo como ejemplo, es Juan de Alcubierre, que llegó a matar a sus dos hijas gemelas para evitar que aquella especie de maldición -pues la consideraban ya eso más que una advertencia- le tocara a él. Fingiendo que las dos niñas estaban enfermas, que habían nacido débiles, a la semana siguiente al nacimiento se las encontró durmiendo plácidamente en sus camitas... ahogadas en su propia sangre. Juan no derramó ni una sola lágrima, todos pensaron que era por su entereza y porque un hombre de armas nunca llora, por estar su corazón endurecido a causa de la guerra, pero conociendo la historia al completo se puede atribuir a otras cosas. Después de ese acontecimiento, su segunda esposa -pues la madre de aquellas pobres criaturas murió de pena- le dio a mi antepasado un niño y más tarde una niña, por lo que no había problemas de que la maldición hiciera efecto en su vida. Murió, sin embargo, entre tormentos terribles de su conciencia, pues justo el día del asesinato de sus propias hijas se le aparecían en sueños, jóvenes lozanas de juventud, como una estela de lo que podrían haber sido. Cuando una está muerta y como alma en pena, se entera de muchas cosas.</i></div>
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<div style="text-align: justify;">
<i>El caso es que, paradójicamente, con el paso de los siglos la maldición era cada vez más patente en las cabezas de los padres de familia, pues pensaban que con el paso del tiempo todo se debilitaba y, como con la llegada del Apocalipsis, cada día era un acercamiento a ese final común a todos. Los hubo que nada temieron de ella, pues renegaban de todas esas "creencias y supersticiones", pero en el fondo todos estaban preocupados por ello; por ejemplo, algunos de ellos tuvieron un especial interés por las ciencias ocultas, por saber todo aquello que se alejaba de la lógica y la razón humana. Obviamente, esto era llevado con el más estricto secreto, nadie con el paso del tiempo llegó a saber que esta casa tenía una extraña atracción hacia lo sobrenatural -incluso se realizaron sesiones de espiritismo cuando aún no estaban de moda como ahora-, no por vergüenza, sino por no perder la buena fama que los ancestros habían ido forjando con el paso del tiempo. Mi padre, sin ir más lejos, no se separaba de un grimorio supuestamente escrito por un famoso mago o hechicero, en el que escribió una serie de fórmulas para convocar demonios, espíritus o... incluso resucitar a personas. Mi padre desarrolló hasta el último extremo la obsesión por aquella sentencia de nuestro primer antepasado, más aún cuando nacimos las dos. </i><br />
<br />
<i>Mi madre conocía aquella maldición, creía firmemente en esas cosas, mientras que mi padre era de aquellos hombres ilustrados, versados en la razón y el conocimiento, que se negaba a aceptar aquello que no podía ver con sus propios ojos. Además, mi madre tenía extrañas ideas en la cabeza, sobre que su nombre coincidía con el de su primer antepasado -la verdad es que casi todos los hombres de la familia se llamaban Alonso-, y que ya había pasado el suficiente tiempo para que la profecía se hiciera eco en sus vidas; que las malas lenguas empezaban a afectar la buena reputación de la casa, y mil cosas más. Aunque mi madre era piadosa, una cristiana ejemplar, no podía evitar creer en ese tipo de cosas, pues las mujeres nos pasamos la mayor parte del tiempo encerradas en casa leyendo la Biblia o escuchando historias fantásticas -no muchos más divertimentos teníamos en la casa-, por lo que es normal que ella acabara obsesionada con ese tema. Además, mi pobre madre tenía un problema mental, y todo lo que se hacía mal en la casa se lo atribuía a ella: si una sirvienta rompía un plato, era culpa suya por haberle encargado eso; si Alonso se le olvidaba algún papel importante, era su fallo por no habérselo llevado... es cierto que mi madre, al ser despistada, se le olvidaban algunas cosas, pero no para llegar a ese punto. </i><br />
<br />
<i>El fatídico momento en el que supo que estaba embarazada, las reacciones fueron bastante diferentes: mi padre estuvo orgulloso de nosotras hasta que ocurrieron nefastos acontecimientos, mientras que la paranoia de mi madre iba cada vez más en aumento. No pensaba en otra cosa: casi no comía, ni dormía, ni salía de casa, se dedicaba a leer la Biblia, como si encontrara un consuelo en la palabra del Señor, cosía y se dedicaba a mirar por la ventana. No quería recibir visitas, a no ser que fueran importantes o la pillaran en un momento de alegría transitoria, que en alguna ocasión le daba. Y sí, a la única persona que aceptó ver, que aún estaba en sus pensamientos como una amiga,, era tu amada abuela, una persona que seguro estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para ayudar a mi madre a salir de ese pozo de tristeza y desesperación. Sin embargo, eso no fue suficiente para solucionar el problema, pues cada vez estaba más ahogada por sus propios pensamientos, que la acosaban eternamente en todas sus tareas de la casa, durmiendo, haciendo cualquier cosa, y que la estaban volviendo loca. Hasta que nacimos nosotras, cuando la explosión de su locura se hizo patente. Nada más nacer, por ejemplo, intentó ahogarnos con una almohada, pero mi padre, que se temía una calamidad sobre la casa, supo frenarlo a tiempo e intentar convencer a mi madre de que nada había que temer, que era solo unas frases pronunciadas por un viejo que murió hace mucho tiempo, tanto que ya era imposible que sus palabras tuvieran efecto en el presente que ellos vivían. </i><br />
<br />
<i>A pesar de todo lo que hizo nuestro padre, ella nunca nos vio con buenos ojos, y siempre nos criticaba y nos intentaba destruir psicológicamente, para que nosotras mismas nos encargáramos de destruirnos y no tener ella ya que mancharse las manos con nuestra sangre. La infancia que tuvimos no es que fuera la peor, porque vivíamos rodeadas de lujo y de comodidades -si nos despistábamos un poco ya no teníamos por qué ver a nuestra madre-, pero envidio a aquellos, como tú, que tienen una familia que a pesar de ser estricta te quiere con locura; no puedo decir que ese fuera nuestro caso. Alonso, nuestro padre, hacía todo lo posible por cubrir ese hueco lo más que pudiera, engalanándonos con los vestidos más hermosos, con las joyas más finas, y los juguetes más divertidos que hubiera en las tiendas. Se esforzaba en verdad por hacernos felices, aunque al final de su vida el Destino le tenía guardado una carta fatal para él que lo condenaría al Infierno. El caso es que, con el paso del tiempo, fuimos creciendo, convirtiéndonos en muchachas de buen ver, intrépidas y sobre todo, curiosas, como cualquier niño a esa edad. Mirábamos con ansias lo que había tras la ventana, porque apenas salíamos al exterior -si eso al patio trasero, pero poco más-, y de nuestra educación se encargaba nuestro padre, muy culto, sobre todo para la lectura de textos latinos. De ahí que me encantara el pequeño obsequio que me hiciste...</i><br />
<br />
<i>Pero bueno, hasta ese momento se puede decir que gozamos de "días felices", si se puede decir de alguna forma, pues nuestra vida era apacible y, como no teníamos con quién jugar, creamos un vínculo entre las dos muy fuerte, considerándonos ya no tanto como hermanas, sino como mejores amigas para siempre. Mi hermana Celia era callada, toda una dama, que amaba las tareas del hogar y que no daba ningún problema, no contradecía nunca a nuestros padres, ni se planteaba casi el por qué no podíamos salir a la calle; yo, por el contrario, era todo lo contrario: no podía estar quieta ni dos segundos, no sabía coser bien y tampoco era muy creyente -aunque ahora sé lo que existe y lo que no-, y siempre intentaba escaparme de casa. Nuestra madre estaba desesperada conmigo, pues sabía que no podía detenerme mucho tiempo, mientras que nuestro padre solo sonreía ante mis intentos, pues era tan intempestiva como él a esa misma edad, así que me regañaba pero dentro del cariño que sentía por mí. Madre estaba convencida de que no saliéramos de casa, que en ese caserío enorme tendríamos todas las diversiones que quisiéramos y que el mundo exterior estaba lleno de pecado y de peligros a los que dos muchachas no sabrían defenderse. Actuaba aparentemente como una madre protectora y celosa de lo suyo, pero solo quería reducir los riesgos a exponerse a problemas que pudieran desencadenar aquella famosísima maldición. Para dormir, cuando éramos pequeñas, ella se dedicaba a relatarnos horribles pasajes del Infierno y que si no éramos buenas caeríamos en él, a raíz de aquellas palabras de nuestro antepasado que nos acompañaron todas las noches de nuestra infancia. Mi hermana Celia era fácilmente sugestionable, pero yo tampoco me tragaba del todo esos "cuentos de viejas", como los llamaba padre, cháchara de las amas de casa aburridas y de las criadas muy curiosas. </i><br />
<br />
<i>Cuando cumplimos unos 12 años, era el momento en que las jóvenes eran presentadas formalmente a la sociedad, pues era la edad idónea para los pretendientes, empezar a formar pactos matrimoniales y fortalecer los lazos entre familias ya con vínculos, o quitar tensión con tus enemigos con una unión entre los dos herederos. A Celia eso la fascinaba, pues por los libros de princesas que nuestra nodriza nos leía, ella pensaba que todo eso era real, aunque yo sabía e intentaba hacerla ver que no era más que fantasía. Ella simplemente me decía "pobre hermana mía, que no sabe lo que es la ilusión". Bueno, como pensaba que no iba a cometer ninguna locura, por su mesura y sus comportamientos acordes con una muchacha de noble cuna, no me preocupé por ella, pues sabía que más cabeza tenía que yo. Sin embargo, nuestros padres estaban más que preocupados conmigo, pues ellos ya sabían que mi alocada mente podía elegir como enamorado hasta al limpiador de las botas, el ayudante del lechero, o un noble de la más distinguida casa, así de grande era mi franja de elección, coincidiendo con la enorme preocupación de mis progenitores. Recuerdo la fiesta a la que fuimos por primera vez, en la casa de los Gutiérrez. Era un derroche de lujo y de apariencia, cosas que yo en el fondo no entendía para nada, pues aquella casa se sabía que no andaban precisamente bien de dinero, pero decidieron tirar la casa por la ventana -mi madre siempre recriminaba mi lenguaje, pues según ella empleaba "las frases de los pobres"- para dar a entender que no tenían ningún problema. Allí, entre los vaporosos vestidos y el sonido de las faldas desplegándose entre los pasos de baile y los suaves giros, mi hermana se sentía en el Paraíso. Hablaba con todos, con una gracia y una educación exquisitas, y no pocos muchachos se fueron dispusiendo a su alrededor para ver quién era el afortunado. Pero ninguno fue el elegido aquella noche. Es más, podría afirmar que ella </i><br />
<br />
<i>Pasó el tiempo, y percibí que mi hermana había cambiado su actitud: estaba más despistada que de costumbre, no atendía a las labores del hogar y dedicaba las horas a mirar por la ventana y suspirar. Cuando la pregunté el motivo de ese cambio, ella se ponía muy nerviosa y esquivaba mis preguntas, obviamente sabía lo que la pasaba, pero no quería contármelo a mí, a aquella a la que le confiaba hasta los más profundos secretos... eso me hizo sospechar bastante. Un día, además, me preguntó cómo conseguía escaparme algunas noches, pues yo se lo había contado, para admirar el silencio de las calles y la luz de la luna derramándose por los edificios de la ciudad. Eso me hizo fruncir el ceño, y me negué a contárselo a menos que ella me dijera por qué quería hacer una escapada nocturna. Pillada por mi reacción, me contó que había conocido a un chico, el mozo que trae la carne a la cocina, y que irremediablemente había quedado prendada de su talante, que no se parecía para nada al de un plebeyo, sino al de todo un noble sacado de los cuentos de hadas; que el pobre diablo había nacido en una casa muy distinguida pero, a causa de la guerra en tierras lejanas, su casa ardió hasta que se derrumbó por su propio peso y fue tomado como esclavo y vendido en España, donde aprendió rápidamente el idioma para poder servir bien a su "amo". La verdad es que la historia era más que disparatada, pero los ojos de mi hermana tenían un brillo especial, propio de el de una enamorada, así que no pude decirla que no...</i><br />
<br />
<i>Así, de forma clandestina, pudieron verse una semana pero la desgracia, que como un buitre revolotea sobre las presas moribundas para abalanzarse sobre ellas en el justo momento, así la calma vivida dio paso a la calamidad. Nuestra madre, que no era despistada, había percibido también aquel cambio, y se preocupó en demasía. Andaba espiándonos a todas horas, e incluso cuando se desvelaba, pensando que era una señal divina que la presagiaba algo malo, iba a nuestra habitación a ver si estábamos en ella. Sospechaba, me percaté de ello y se lo comenté a Celia, que la Fortuna la había sonreído, pero si algo había aprendido del Carmina Burana es que la Rueda del Destino se puede girar en cualquier momento para mal. Pero ella no me hizo caso, así que una noche en que ella iba a salir amparada por la oscuridad de la noche, la seguí para detenerla de una vez por todas... con la mala suerte de que nuestra madre estaba tras nosotras también. Llegamos hasta el puente, el famoso puente donde nos vimos la primera vez... todo fue demasiado rápido, la verdad, tampoco me acuerdo del todo... mi madre, escandalizada por lo que estaba viendo, presa del terror supersticioso y de la ira, dirigió sus manos al cuello de mi hermana, en un ademán de matarla allí mismo. Yo, que no iba a permitirlo, la agarré de las manos y la detuve, pero como la rabia da fuerza sobrehumana a aquellos que posee, canalizó su odio hacia mí, espetándome que yo sabía de todo eso, que lo había permitido... y mi último recuerdo fue tropezar con el borde del puente y... caer.</i><br />
<br />
<i>Cuando abrí mis ojos, me encontraba en un lugar que no podría llamarse ni Cielo ni Infierno, un lugar donde había muchas personas, deambulando de un lado a otro, unas murmurando cosas, otras simplemente caminando, y otras gritando como desquiciados que debían ser. Mi cuerpo, si se puede decir que eso era cuerpo -por ser una masa inconsistente- era presa del pánico, pues no sabía dónde estaba ni cómo podía salir de allí, porque quería ir al lado de mi hermana. Era una tierra llana, grisácea, con un cielo algo más oscuro que la tierra, pero todo exactamente igual, una llanura que parecía no tener fin. De repente, se me apareció un espíritu, un ser luminoso que me dio la mano y que me calmó al instante. Me explicó que eso era el Limbo, era una tierra de nadie en la que vagaban las almas que habían dejado algo atrás en la tierra, asuntos que atender o que no querían despegarse del lugar donde habían vivido y muerto, por lo que su nexo con los vivos no estaba roto del todo y no podían vivir en el Cielo o Infierno, o incluso estaban a la espera de su juicio, al ser almas que no se tenía muy claro donde podían ir -y con la cantidad que se recibe, podías estar allí desde un día a mil años si tenías mala suerte o no sabían dónde colocarte-. Y yo estaba allí... por una mezcla de ambas, pues me dijo que yo iría al Cielo, sin duda alguna, que Dios me había visto como buena cristiana a pesar de mis deslices, y que me perdonaba todo para acogerme en su Reino. </i><br />
<br />
<i>Hice un pacto con ese ser, pues quería cumplir con mis objetivos, que claros los tenía, y me concedió poder estar en la Tierra por las noches en calidad de mujer de carne y hueso, pero solo cuando había luna llena -la que había en el momento de mi muerte-, y que mi alma se depositaría en la escultura que me retrataba y que se utilizó como decoración de mi tumba. De esta forma así he vivido mucho tiempo, lo primero que quería hacer era ir a mi casa, para ver si las cosas iban bien... pero no era así. Madre se suicidó, por el acto cometido hacia mi persona, pues en el fondo nos quería y era una criminal, y mi padre... mi padre se encerró en su casa, no sin antes encerrar a mi hermana en su habitación para que así no sufriera ningún mal, alimentándola mal e incluso pegándola, pues también la veía como la causa de mi muerte. Una noche, acudí a la casa, entré como lo hice otras muchas veces, y me presenté a mi hermana, que ante mi visión no pudo cuanto menos que gritar de forma ahogada. Yo la calmé, la expliqué mi situación y pareció que su respiración era más tranquila, pausada, y se acercó a mí llorando, echándose la culpa de lo sucedido. Yo la consolé, pues no fue culpa suya, y de ella supe que padre se había vuelto loco. Mucha pena me dio, aunque mis órganos ya no funcionaran. Antes de marcharme, la aconsejé que lo mejor que podía hacer era irse a un convento, vivir en oración y amor a Dios, pues esta casa estaba destruida y condenada a desaparecer. </i><br />
<br />
<i>Al parecer ella me hizo caso, y nuestro padre... bueno, murió en aquella casa, solo y desamparado, sin recibir ayuda de nadie. Yo le vi en el Limbo, pero su destino, al igual que el de su esposa, no fue precisamente bueno... Dios es compasivo, pero a la vez implacable con aquellos que han cometido actos atroces hacia su propia familia... </i></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-12005002389016993702014-06-16T07:49:00.000-07:002014-08-03T10:07:51.324-07:00La transformación: II. El sueño<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgooFKHv_k0hNHno5YLkRtzSgrE9e-UHlsvduFo4iCbx44Aj6adhk8oCnvxyeTSKuO3fdEjZw3SbmkfmqLJ72dh9aw7oAcFRUnD-tyyUMaPtSBx3DLwIC6jAzNWMHnMDHEgCGVEef5TTRoB/s1600/luna-llena.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgooFKHv_k0hNHno5YLkRtzSgrE9e-UHlsvduFo4iCbx44Aj6adhk8oCnvxyeTSKuO3fdEjZw3SbmkfmqLJ72dh9aw7oAcFRUnD-tyyUMaPtSBx3DLwIC6jAzNWMHnMDHEgCGVEef5TTRoB/s1600/luna-llena.jpg" height="436" width="640" /></a></div>
<br />
<i>El sueño que tuve esa noche fue de lo más extraño, vívido, como si
hubiera sido una parte más de mi vida. Estaba sentado, solo en el palco
de butacas, viendo una representación de lo más extraña. En el centro,
con una luz rojiza trémula a aquella mujer, a Isabella, llevando un
vestido negro con algún que otro encaje de color rojo, muy del estilo
victoriano, contrastando con su pálida piel; esa tonalidad tan
cadavérica, tan propia de la muerte, la hacía parecer a mis ojos como un
muerto andante, un ser ya casi sin vida que se aferra a la última
esperanza de sobrevivir a un día más. Hasta las facciones del rostro
eran angulosas, afiladas, como si alguien hubiera succionado su sangre,
su carne, todo cuanto hubiera en su interior y una fina capa de piel
separara el exterior carnoso con el interior conformado por puro hueso.
En palabras sencillas, era una imagen de lo más grotesca, como una
anoréxica, pero no sabía por qué razón no podía apartar mis ojos de
ella, estaba fascinado con ese cuerpo -aunque me resultaba repulsivo-, y
mis ojos se clavaban en ella deseosos de poder tocarla, de sentirla...
de violentarla. Mis instintos más primarios estaban a flor de piel; pero
me encontraba atado a la silla, por fuerzas invisibles que no veía pero
sí percibía, estaba pegado literalmente en la silla, sin posibilidad de
hacer nada, porque tampoco quería hacer nada. Mi cuerpo y mi mente
querían cosas muy distintas: mi cuerpo, alejarse lo más posible de ese
espectáculo dantesco, mi mente quería dejarse llevar por esas emociones y
ver a dónde iba a parar. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i></i><br />
<a name='more'></a><i><br /></i>
<i>La mujer comenzó a moverse por el escenario, en círculos, con un
aparente nerviosismo. Sus pasos eran cada vez más rápidos, movía las
manos en un gesto de impaciencia, como si esperara algo y este no
llegara. Mi impaciencia crecía con ella, no sabía muy bien por qué, pero
quería lo que ella deseaba, estaba nervioso como ella, sentía que
éramos uno, nuestras mentes conectadas... entonces, se escuchó un
sonido, un chirrido, una especie de grito lejano que percibieron
perfectamente mis oídos... y los de ella. Una mueca de placer esbozaron
sus labios, una lengua larga y repugnante salió entre ellos,
relamiéndoselos, e incluso algo de color emergió de sus mejillas. La luz
rojiza que alumbraba el escenario se apagó, de repente, y me quedé a
oscuras.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>El grito de dolor fue disminuyendo poco a poco, como si se alejara,
hasta quedarme en completo silencio, rodeado de una negrura
impenetrable, gotas de sudor frío recorrían mi espalda y frente, e
incluso un escalofrío había pasado desde mi cuello hasta el final de la
columna vertebral, bajando la temperatura de mi cuerpo
considerablemente. La oscuridad seguía estando ahí, y yo hasta parecía
que estaba escuchando como un latido procedente de esas tinieblas, una
especie de llamada que solo él podía escuchar. Su cuerpo seguía sin
responderle, pues su cerebro le ordenaba que estuviera tranquilo, que no
había nada que temer, y que lo estaba por venir era lo más importante.
¿Por qué me sentía tan indefenso, por qué no podía moverme? Seguro que
era obra de aquella mujer, a saber qué drogas o qué poderes podía estar
usando ahora. ¿Sugestión quizá? ¿Alguna especie de droga o de producto
que hubiera esparcido por el aire o por algún lugar? Cada pregunta era
más desesperada, menos lógica, pues ante la imposibilidad de encontrar
una solución lógica la sinrazón se fue haciendo poco a poco un hueco más
importante en sus pensamientos. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Lo que vino a continuación fue lo más extraño de todo, sin duda
alguna que aún hoy me causa las más terribles impresiones. En primer
lugar, se encendieron todos los focos, de repente, iluminando con
demasiada fuerza el escenario, que estaba ahora plagado por una serie de
figuras negras, encapuchadas, a las que no se les veía ni una sola
parte de su cuerpo, eran simples capas negras cuyas telas caían sinuosas
hasta el suelo. Formaban un círculo, y en el centro estaba la mujer,
que ya no era para nada una silueta casi muerta, sino que su piel
mostraba una salud casi divina, una piel suave y blancuzca, pero con la
vitalidad de una joven mujer en plena edad de juventud. Estaba con otro
vestido, en este caso totalmente rojo, de una tonalidad oscura que
causaba una gran impresión a mi persona. Ahora no me causaba cierta
repugnancia, sino que era una mujer bella, muy guapa, y un deseo
irrefrenable, salvaje, se apoderó de mi cuerpo. Mi corazón andaba
desbocado, a punto de salir de mi boca, y aunque no le di mucha
importancia -pues mis ojos estaban solo para ella-, mis manos apretaban
con una fuerza exagerada los apoyabrazos del asiento, creando agujeros
por la presión que ejercía sobre ellos. Sus dientes chirriaban por la
fuerza que plasmaba sobre ellos, y parecía que estaba a punto de saltar
sobre ella. El círculo se hizo un semicírculo, siempre con ella como eje
central, y clavó sus verdes ojos en mí, mientras una sonrisa sensual -y
algo aburrida también- afloró en sus labios. Con un gesto de su manos
me dijo "ven", y yo me levanté de la silla de un saltó, corrí la
distancia que nos separaba, salté al escenario con todas mis fuerzas
-pues tenía algo sobrenatural que me ayudaba-, y estaba ya ante ella,
arrodillado, como si fuera mi diosa.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Ella me acarició mi pelo, como si fuera su mascota, mientras no
dejaba de sonreír. Yo no me atrevía a mirarla, pues pensaba que no era
digno de ello, y ella me susurró con su melodiosa voz: "ven conmigo, te
he elegido a ti, y ahora no puedes escapar a tu destino".</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Yo la seguí, pues me dio su mano como gesto de que la siguiera, de
que éramos iguales aunque yo no lo pensara; un gesto de amistad y
comprensión, pensé en ese momento. Me llevó a una sala detrás del
escenario, de la mano, y yo no tenía más que ojos para ella. Su
fragancia, sus cabellos volando como una estela de su espalda, sus pasos
lentos pero ágiles, decididos, hacían que mi corazón se derritiera ante
ella. No es que fuera especialmente guapa, era un poco común, del
montón, pero esa presencia que la rodeaba era tan grande, tan fuerte,
que no podía pensar nada malo de ella. La habitación a la que habíamos
llegado estaba a oscuras, no se veía absolutamente nada, y ella se
separó de mi lado. Cuando hizo eso, pensé que mi mundo se había
derruido, como si estuviera completamente solo, que no había nada más
que mereciera la pena para vivir... estaba simple y llanamente desolado
sin "sentir" su presencia, sin estar a su lado. Hasta sentía cierto
grado de ansiedad, pues me faltaba la respiración. Ella, que estaba
acechando en la oscuridad, me observaba -estaba seguro de ello-, con
aquellos ojos verdes que atravesaban las espesas capas de oscuridad a
nuestro alrededor, esa sonrisa que parecía no desaparecer nunca de su
rostro... no pude evitar gritar, llamarla por su nombre, que no me
dejara en esa negrura que no me dejaba ver absolutamente nada.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>" No te preocupes, pronto verás lo que yo veo".</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Su
voz penetraba en mi mente, reverberaba en cada uno de los rincones de
mi cerebro, y no pude hacer menos que llevarme las manos a los oídos, un
movimiento algo estúpido, pero que mi cuerpo interpretaba como la única
forma de defenderse, aunque de forma refleja, ante ese "sonido". Una
serie de luces se abrieron paso en la habitación, candelabros que
estaban diseminados por la sala, alumbrándola un poco, hasta el punto de
ver en cierta forma lo que se estaba desarrollando en el centro de la
sala... allí, sentado, se encontraba ella de rodillas, ante lo que
parecía un hombre en plena juventud, tumbado en el suelo y temblando de
miedo. Parecía que no estuviera allí por gusto, traído a este lugar por
obligación... como yo, que estaba allí por el deseo de aquella mujer, no
del mío, a pesar de que hablemos del mundo de los sueños, no quería
soñar -no tenía ningún motivo aparente-, con soñar este tipo de cosas.
Ella le acariciaba el pelo, como a mí, pero en sus ojos había un toque
de animalismo, no era una simple mirada humana, algo más había en esos
ojos, que destelleaban a la luz de los candelabros, como dos brasas
esmeraldas, que parecían quemarte con solo dirigir su mirada hacia ti.
En ese momento, sentí un nudo en la garganta, no podía ni tragar ni
decir palabra alguna, solo estar ahí, contemplando el espectáculo. De
repente, ella se levantó, tan rápidamente que solo sentí una ínfima
parte de su movimiento, y portaba en una de sus delicadas manos -que en
ese momento me parecían más bien garras- una copa llena de un líquido
rojizo, que yo en ese momento atribuí a vino, aunque no sabía muy bien
qué demonios pintaba eso allí. Se acercó, con la copa en mano, hacia mí,
con sus insinuantes movimientos de caderas, con esos ojos
hipnotizadores, con esa fragancia que la rodeaba... hasta que, a unos
solos milímetros de mi cara, sintiendo su hálito en mi cara, pero sin
sentir una sola respiración en su pecho, ahora me daba cuenta... </i><br />
</div>
<div style="text-align: justify;">
<i>"¿Querrías conocer la </i>verdad<i> de todo lo que nos rodea?"</i><br />
</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Yo seguía sin poder decir palabra, pero un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Cómo ella podía saber que yo deseaba saber la verdad de todo? ¿Acaso me había leído el pensamiento? Pero yo seguía allí, parado, como atado por cuerdas invisibles; lo único que permitió mi cuerpo fue fruncir el ceño, por la sorpresa y la situación más enigmática que se me presentaba. Ella se acercó a mi cuello, como si lo olfateara, y después de unos segundos, se alejó rápidamente de mí, para acercarse de nuevo a aquel hombre que ya apenas se movía. Temía que estuviera muerto. Ella llevó la copa a sus labios, saboreó aquel líquido como si fuera un manjar, y cuando lo terminó se agachó de nuevo, mientras lo acariciaba, pero exenta de todo cariño, de toda compasión, sino más bien un movimiento reflejo que no quería para nada realizar. Ese destello poco "humano" en su rostro volvió de nuevo, y volvió de nuevo a mi cuerpo un escalofrío, y la ignorancia de no saber lo que estaba pasando me hacía desesperar. </i></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-27022857128977825462014-06-12T02:51:00.000-07:002014-06-12T02:51:13.405-07:00XIII. Preludio de una desgracia<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
Era el día esperado,
y Perséfone no podía estar más nerviosa. Iba de un lado a otro de la
habitación, hablando consigo misma, mientras se alisaba los pliegues de
su vestido, obsesionada por estar lo más decente y hermosa posible. Se
había cepillado a conciencia, se había hecho la coleta a la perfección,
cuidando de que ningún pelo se escapara del abrazo de su delicado
coletero. No se había aplicado ningún perfume, porque el aroma de los
bosques era el mejor olor que pudiera encontrarse. Para la ocasión había
escogido un hermoso vestido verde, a juego con sus ojos, y elaborado
con las telas más finas que pudieran encontrarse, principalmente lino
egipcio. La falda estaba conformada por tres capas de tela, siendo la
más larga de todas y la menos transparente; el resto caían en armónica
cascada, formando caprichosos pliegues que danzaban al son de los
vientos. La parte superior del vestido estaba formado por un corpiño
ajustado al pecho, decorado con todo tipo de formas geométricas que se
entrelazaban para crear motivos originales y bellos, bordados a su vez
con hilo de oro; dos tiras nacían en la parte superior del corpiño, y
daban la vuelta por encima de los hombros para unirse por detrás al
vestido, creando de esa manera dos sencillas mangas. De estas, a su vez,
caían una serie de telas tan finas que se podía ver a través de ellas
sus delgados y delicados brazos. Al final de todo ese proceso de
acicalamiento se colocó el hermoso cinturón que la habían entregado, tan
liviano como una pluma. Una verdadera obra maestra de Hefesto, y
bendecida con el buen gusto de Apolo. Con todo en su sitio preparado,
estaba dispuesta a encontrarse con su destino.</div>
<div style="text-align: justify;">
Había tenido
cuidado de no salir de esa manera, tan arreglada, mientras su madre
merodeara por el Santuario. No quería despertar sospecha alguna, y tenía
mucho miedo de que su madre empezara a hacerla preguntas. Podría hacer
muchas cosas en su vida, pero jamás se la ocurriría mentirla, y mucho
menos mientras mantuvieran una conversación; su madre era a veces tan
autoritaria, con su mirada gélida clavada en su rostro, que Perséfone se
tragaba su orgullo, su rebeldía, y todo lo que tuviera que tragarse.
Por eso mismo, quería evitar a toda costa ese encuentro. Se había
encerrado en su habitación, alegando que se encontraba cansada porque no
había pasado una buena noche. En realidad no mentía puesto que, al
estar tan nerviosa por lo que iba a ocurrir a la mañana siguiente,
apenas Morfeo había conseguido que la joven diosa cerrara los ojos más
de dos horas. Una sonrisa se dibujó en sus labios al rememorar los
dulces sueños que mantuvo en aquella vigilia: cómo estaba sentada, al
pie del árbol junto al estanque, con su mano entrelazada en la de Hades,
mientras caía el sol allá por el horizonte. Su rostro adquirió un tono
rojizo, y se llevó las manos a la cara para esconder aquel rubor de unos
espectadores invisibles.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div style="text-align: justify;">
<em>Perséfone, serénate</em> se decía a sí misma, <em>esto
no es propio de ti. ¿Acaso quieres que madre se dé cuenta de lo que
tienes entre manos. Como se entere… puedo despedirme de todo el futuro
que la imaginación ha creado en tu mente. Respira hondo, relájate, y
piensa que es un día cualquiera, un día en el que como siempre vas a
pasear por los bosques cercanos. Déjate llevar por la costumbre, y todo
saldrá bien. No puedo tener miedo, no ahora. Todo está decidido, el
destino me sonríe… ¡y no puedo dejarlo escapar!</em></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Con estos
pensamientos la joven diosa se encaminó hacia el encuentro esperado.
Caminaba deprisa, con el menor ruido posible, como si la acechara algún
enemigo que, de llegar a detectarla, la mataría. Sin embargo su
experiencia en los bosques, saltando de rama en rama o corriendo junto a
los animales la había enseñado a ser sigilosa si se lo proponía. Nunca
se sabe cuándo algo que aprendes te va a ser de utilidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El sol
estaba en medio del firmamento, de un tono azul claro y totalmente
despejado. Una brisa fresca ayudaba a que los implacables rayos del sol
no fueran tan achicharrantes. El trino de los pájaros era espectacular,
una verdadera diversidad de timbres tal que era difícil creer que se
pudieran congregar en un mismo bosque aves tan diferentes. Pero eso a
Perséfone no la sorprendía lo más mínimo. Estaba tan acostumbrada a
aquel sonido, que apenas podía vivir sin él; si un día no escuchaba
aquella melodía de la naturaleza, sentía que algo faltaba en su
interior. A tal comunión había llegado con la vida natural que la
rodeaba. Cuando se aproximaba al límite del bosque, su paso se vio
impulsado por el deseo del encuentro. Sus pisadas eran ligeras como el
aire, no sentía cansancio, solo se movía por un solo impulso, por un
solo pensamiento, no había más en su mente.</div>
<div style="text-align: justify;">
El camino que la
conducía al estanque se la hizo eterno. Los árboles se abrían a sus
lados, y en ocasiones la senda se hacía un poco estrecha y tenía que
aminorar la marcha, pues tenía que pensar que el delicado vestido que
llevaba no estaba confeccionado para tales caminatas. Y no podía
presentarse con unos jirones, manchas, o cualquier tipo de desperfecto,
no por nada había escogido esa prenda para una ocasión tan especial. La
espesura del bosque hacía que su camino estuviera protegido por los
implacables rayos del sol que, unido a la presencia de una brisa fresca
constante hacía que hasta la temperatura fuera anormalmente fría. Pero
tampoco sentía eso, ni las perlas de sudor que emanaban de su piel a
causa de la carrera. Si en ese preciso instante cayera un meteorito, el
sol se precipitara sobre la tierra, o se produjera algún tipo de
catástrofe, ella no se daría cuenta.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ya había alcanzado el lugar
tan anhelado. Su corazón parecía que iba a salirle del pecho,
repiqueteando de una forma violenta y excitada. ¿Cómo reaccionaría
cuándo viese a Hades? ¿Se desmayaría de la emoción? ¿Correría a su
encuentro y lo abrazaría con todas sus fuerzas, con el tonto temor de
que se separaran al romperlo? ¿O se quedaría muda y estática en el
sitio, por la vergüenza, mientras su rostro se volvía más y más rojo? En
breve descubriría cómo iba a reaccionar…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el Inframundo,
Pandora se estaba preparando para llevar a cabo su maquiavélico plan.
Había envuelto el cinturón en un pañuelo de fina seda, con motivos
geométricos hechos con hilo de plata y oro, para que resultara más
atractivo para la diosa. La curiosidad podría con ella, además del deseo
de causar una más que buena impresión a Hades. Demasiada buena
impresión vas a causar con esto, se decía a sí misma Pandora, tanta que
no querrás volver a ver a Hades nunca más. Y si llegas a perdonarle,
tranquilidad, porque tu madre jamás permitirá que te unas con una
persona así, por mucho que ruegues y pidas su consentimiento. Pandora no
había reparado tanto como Perséfone en su vestimenta, llevaba su mismo
vestido oscuro, a juego con su pelo y ojos, además de su famoso anillo
con forma de serpiente que se enroscaba en su dedo y muñeca. Lo miró no
sin cierta melancolía en sus purpúreos ojos. Un recuerdo de lo que soy y
de lo que debo hacer. Pero no había tiempo para pensar en eso. Debía
partir inmediatamente, antes de su señor Hades. Sabía cuándo actuar.
Tendría que realizar muy bien su papel, si quería que todo saliera
acuerdo con los planes. A diferencia de Perséfone, Pandora sentía
muchísimo respeto y miedo ante Deméter, una diosa muy venerada y
considerada. Lo que se decía de ella eran rumores que la retrataban como
un númen bueno con aquellos que la servían bien pero terriblemente
cruel y despiadada con aquellos que la engañaban o que dañaban la
naturaleza. Y lo peor de todo es que había vivido mucho, por lo que la
experiencia la daba más de un punto a su favor para detectar los
engaños. Pero caería si el tema de discusión era su hija, más aún si la
decían que estaba en peligro. Las fichas estaban colocadas en el
tablero, cada una con sus movimientos y objetivos claros, y el desenlace
de la historia la escribirían los vencedores, no los vencidos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hades
estaba ya preparado. Se había puesto su mejor túnica, una de color
negro con bordado dorado en los bordes, una elegante greca custodiada
por espirales. Sus brazaletes, plateados con gemas incrustadas, estaban
firmemente puestos en sus muñecas, brillando con luz propia. A Hades no
le gustaba llevar objetos tan valiosos, pero la ocasión lo requería.
Tenía que dar la mejor impresión posible, y daba la casualidad de que
era uno de los dioses con más posesiones. Tenía bajo su control todo el
subsuelo, fuente de inmensas riquezas como piedras preciosas, minas de
oro, plata, y todo tipo de piedras valiosas para la arquitectura y los
ornamentos. Sabía que Perséfone le amaba con un amor sincero, y que no
había reparado lo más mínimo en sus riquezas; era demasiado inocente.
Pero la duda, horrible compañera, seguía alojada en su corazón. Todavía
no entendía cómo una diosa como ella podía amarle, no le entraba en la
cabeza. Esas dudas habían provocado que su partida se retrasara un poco
–más tarde se arrepentiría de ello-, pero no podía evitarlo. Hasta su
hermano Zeus lo había consentido, aquel padre que, aunque no lo mostrara
en público, quería a Perséfone con locura y no la entregaría a
cualquier persona. Aunque todo había que decirlo: Zeus no solo estaría
velando por el bien de su hija, sino por el suyo propio; casada con
Hades, estaría protegida y seguramente sería perfecta para controlar el
temperamento que podía llegar a tener el Señor del Inframundo. Sabía que
en el fondo la estaban utilizando como una herramienta más, pero si con
ello conseguía que estuvieran felizmente casados, que así fuera.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Con esos pensamientos en mente salió de su reino de las sombras para ir al encuentro de su amada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<em>Qué extraño, Hades se retrasa. ¿Acaso ha acudido de nuevo al Olimpo? ¿Habrá pasado algo malo?</em>
Perséfone estaba sentada, con las piernas cruzadas, mirando
directamente al estanque de aguas cristalinas. Tenía que mantener los
ojos entrecerrados, debido al reflejo de la superficie, brillante como
el más grande de los diamantes. Para matar el tiempo, tomaba piedrecitas
que estuvieran cerca y las lanzaba a las calmadas aguas, provocando
ondulaciones caprichosas y sinuosas que la entretenían. Suspiró. Seguro
que Hades tenía una muy buena razón para retrasarse. No se hace esperar
así a una dama, se decía. Cuando llegue, le echaré una buena regañina.
Sí, eso mismo haré. Un pequeño jilguero se había posado a su lado, y se
acercaba dando saltitos para beber un poco. Perséfone lo siguió con la
mirada. Una vez que hubo bebido, se metió un poco en las aguas y empezó a
bañarse, acicalándose las hermosas plumas negras, amarillas y marrones.
Era un pájaro pequeño en comparación con los que había por aquellos
parajes, pero pocos igualaban su belleza. Perséfone seguía cada uno de
sus pasos, de sus movimientos, hipnotizada por los mismos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Una vez
concluido su baño, el pajarillo se dispuso a caminar de nuevo dando
esos graciosos saltos hacia la pradera que se extendía a sus espaldas,
pero repentinamente cambió de idea. Algo vio que no le gustó nada,
puesto que remontó con una velocidad de vértigo el vuelo, con un sonido
de batir de las alas frenético. La diosa enarcó las cejas, sospechando
que algo había visto el ave para escapar de esa manera. Se dio la
vuelta, todavía sentada, y lo que vio la llenó de alegría y de
felicidad. Caminando entre las filas de árboles avanzaba Hades, más
bello de lo que jamás hubiera podido imaginar su inflamada imaginación.
Es posible que su corazón pintara las cosas de otra manera, es posible
que sus ojos estuvieran ciegos por el amor, pero la daba completamente
igual. Ante ella se encontraba el dios al que había decidido amar por
propia voluntad, y con el que estaba firmemente decidida a vivir el
resto de su vida inmortal.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se levantó rápidamente, impulsada como
por un resorte, y se encaminó disparada como un rayo hacia él. Este se
detuvo, ya en la pradera, y abrió sus brazos para recibir a su amada
diosa. Cuando sintió el contacto del cuerpo de Perséfone contra el suyo,
cerró sus brazos en torno a ella, como si temiera que cuando se
separara de ella nunca más se volvieran a ver. Apoyó su barbilla en la
cabeza de la diosa, mientras sonreía. Jamás llegó a pensar que pudiera
albergar en su corazón tanta felicidad. Ella permanecía con su rostro en
el pecho de Hades, llorando de felicidad. No lo podía evitar. Estaba
tan feliz, después de muchos años se sentía completa. Nada podría
estropear este momento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pandora había llegado al mismo bosque
donde se encontraban los dos enamorados, pero se encontraba siguiendo el
rastro de otra divinidad que se encontraba en las cercanías. Notaba que
su avance era rápido, decidido, como si estuviera dispuesta a partir en
ese preciso momento. Tenía que darse prisa. Había perdido mucho tiempo
en intentar averiguar dónde se encontraba la diosa, pues hasta que
encontró a un morador de Eleusis que la dijera algo sobre el posible
paradero de la diosa o, al menos, un lugar al que acudiera más a menudo.
Y por fin había encontrado lo que buscaba: a esas horas, como
costumbre, Deméter se encaminaba a una gruta orientada hacia el este
para vigilar y presenciar los famosos cultos mistéricos que se
celebraban allí. Con raudo paso se dirigió hacia aquella gruta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En
una concavidad natural que penetraba en una alta montaña cubierta por
una alfombra de árboles, y con el suelo bastante irregular y resbaladizo
por la humedad estaba el templo más antiguo de todo Eleusis. Las
antorchas, necesarias para combatir la natural oscuridad del lugar,
estaban cubiertas con un original sistema consistente en una plaquita de
metal que se situaba justo encima de la llama, para protegerla de las
comunes filtraciones de agua. Un camino excavado en la roca, liso para
que la gente que acudiera no se tropezara, desembocaba en la parte más
amplia de la cueva, una enorme concavidad semicircular decorada con
gigantescas estalagmitas y estalactitas que creaban un laberinto de
columnas natural. En el centro de la sala, un pequeño altar de madera
–se cree que es tan antiguo como el templo en el que se hallaba, de ahí
que los sacerdotes de Eleusis lo protegieran con su vida si hiciera
falta -, decorado con tallas de guirnaldas de flores y bucráneos, además
del famoso cuerno de la abundancia. Delante del altar, a una distancia
prudencial y en un plano más bajo, se encontraban una serie de
sacerdotes, con los brazos levantados hacia el techo de la cueva y
entonando extraños cánticos. Ante el altar, un sacerdote que por sus
vestimentas debía de ser de un rango superior al del resto, que estaba
realizando un sacrificio de un ternero, seguramente en honor de las
diosas. Hoy los sacerdotes podrán disfrutar de un poco de carne, pensaba
Pandora, mientras veía que dos de los sacerdotes llevaban en telas de
lino el animal sacrificado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Había llegado a la parte final de los
cultos, puesto que unos minutos después los sacerdotes dejaron de
entonar los extraños cánticos y de alzar las palmas de sus manos. En
silencio, embriagados seguramente por su fervor religioso, abandonaron
la sala. Por supuesto Pandora no había sido tan estúpida de aparecer de
improviso, ante la mirada de todos esos sacerdotes; no les habría
sentado muy bien que una persona ajena a los secretos de Eleusis entrara
de esa manera a un ritual que no muchos conocerían. Cuando solo
quedaron el sumo sacerdote y ella, con paso decidido y calmado se acercó
al extraño personaje. Este ni se inmutó cuando vio a Pandora, sino que
la lanzó una amenazadora mirada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Qué hace una sirviente del Inframundo en los dominios de la naturaleza? –dijo sin rodeos -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Salud a ti y a todos los sirvientes de las dos diosas –era la fórmula
de cortesía que se empleaba con todos los sacerdotes de Eleusis -. Vengo
en calidad de mensajeras, con noticias que de seguro interesarán a tu
señora diosa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿A Deméter? –el empleo del nombre de aquella diosa
de forma tan normal, era algo inusual. Los humanos que veían y servían a
los dioses de primera mano no dirían el nombre de sus señores tan a la
ligera -. No creo que quiera saber nada de ti y de tus mensajes. Has
hecho tu viaje en vano –se dio la vuelta para marcharse, dando por
finalizada la conversación -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Y no creéis que vuestra señora
podría interesarse por lo que tengo que decir si es sobre su amada hija
Perséfone? –el sumo sacerdote se paró en seco, todavía sin girarse.
Pandora sabía que ya tenía ganada aquella batalla verbal. Seguro que
escucharía a partir de aquí -. Aunque no he hablado con propiedad sobre
su hija, sería mejor decir a partir de ahora mi señora Perséfone.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿Cómo que señora Perséfone? –la voz de aquel sacerdote no era la misma,
había cambiado radicalmente. Ahora era… de mujer. Pandora creía que sus
oídos la estaban engañando. Pero si sus oídos la engañaban, la vista no
se quedaba atrás. La figura se dio completamente la vuelta y, a medida
que se acercaba, las facciones de su rostro, el cabello y la silueta de
su cuerpo cambiaban a una velocidad apabullante. En tres pasos había
cambiado su fisonomía al de una mujer de proporciones perfectas, claros
ojos verdes y cabellos castaños que caían en cascadas sobre su espalda.
Su cabeza estaba coronada por una guirnalda de flores, y un vestido de
color marrón claro cubría su cuerpo; sus brazos tenían unos brazaletes
de oro en forma de enredaderas que se enroscaban hasta la altura del
codo. Cada paso que dio fue sucedido por un ligero temblor de tierra,
signo de que la diosa que avanzaba hacia ella no estaba precisamente
contenta -. Creo que tengo el derecho a que me des una explicación.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Señora Deméter –y se inclinó ante ella -, siento de veras no haberos
reconocido. Los dioses sois unos maestros del disfraz, y jamás pensaría
que os escondierais en un cuerpo mortal masculino, y que os
relacionarais con simples sacerdotes humanos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- A diferencia del
resto de los dioses olímpicos, con la excepción de Atenea, no me
desagradan los humanos. Incluso ayudé a muchos junto a mi hija cuando se
liberó la peste por la tierra. Pero este tema no es que te ha traído
aquí y por el que he decidido mostrarme tal cual soy ante ti, Pandora
–esta, al escuchar su nombre, dio un paso hacia atrás instintivamente.
Sabía que una diosa podía saber muchas cosas, pero no llegaban a leer la
mente. Y ella no recordaba haber dicho su nombre -. Quién no iba a
reconocer a la sirviente más fiel de Hades, aquella marcada con el
anillo de la serpiente y la causante de tantos males a la humanidad –
señaló con su mano el anillo que había delatado a Pandora -. Y ahora que
ya sabemos quién es quién, pasemos a lo importante de verdad… </div>
<div style="text-align: justify;">
Dime sin
rodeos ni mentiras, ¿qué es eso de señora Perséfone?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Antes que
nada, debo pediros la máxima discreción sobre mi persona. Siento que
estoy traicionando a mi señor, pero también me veo en la obligación de
informaros.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Nada saldrá de mis labios, Pandora. Si son asuntos de los dioses, los humanos no tienen cabida en ellos. Tienes mi palabra.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Señora Deméter, es por todos sabido que deseáis antes que otra cosa en
el mundo, disfrutar de la compañía de vuestra hija para toda la
eternidad, en este paraje tan maravilloso que se llama Eleusis. Pero
otros dioses han planeado un destino distinto para ella. Zeus, a tus
espaldas, planea su casamiento. Y la…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¡¿Cómo?! –la voz de Deméter retumbó en la cueva, claramente enfadada y horrorizada -.</div>
<div style="text-align: justify;">
Se
había acercado peligrosamente a Pandora, con sus ojos centelleantes de
ira. Un cosmos dorado empezó a surgir de su figura, amenazador, cada vez
más poderoso. Apretaba los puños con fuerza y rabia, además de los
dientes. Era una afrenta a su persona. ¿La tomaban por tonta? ¿Zeus la
tomaba por una estúpida o qué? No podía tolerar aquello. No podía
permitir que tomaran las decisiones por su cuenta. Ella había criado a
su hija, la había protegido de todo tipo de peligros; con todo eso tenía
el derecho pleno de escoger lo que era mejor para su hija. Zeus no
tenía ningún derecho para decidir qué era mejor para Perséfone. ¿Acaso
por ser el "padre" tenía la potestad necesaria? Deméter no lo pensaba
así. Lo arreglaría todo… a su manera. Pandora estaba petrificada, con
miedo a moverse. Aquella diosa estaba tan enfurecida, que si se movía
podría recibir su ira en forma de ataque deliberado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Estás totalmente segura? –los ojos de la señora de la agricultura parecían que iban a salirse de sus órbitas -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Yo jamás mentiría a una divinidad –respondió Pandora, dirigiendo su
mirada al suelo. No se atrevía a mirar cara a cara a Deméter, pues
estaba verdaderamente aterrada. Por muchas cosas que viera en el
Inframundo, nada sobrepasaría la escena de una divinidad enfadada, fuera
cual fuese. Y Deméter, perteneciente a los Doce olímpicos, tenía un
poder no menos impresionante que Hades -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Está bien, está bien…
-Deméter ahora, muy nerviosa, daba vueltas de un lado a otro, como si no
supiera qué hacer. Siempre había presumido de ser una diosa paciente y
comprensiva, pero habían conseguido sacarla de sus casillas –creeré en
tus palabras. Si no son verdad, sufrirás mi rencor eterno, Pandora.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No temo esa amenaza, señora, puesto que lo que digo es verdad. Tan cierto como que el Olimpo existe.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- De acuerdo. Llévame ante ellos. Yo me encargaré del resto…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Como ordenéis -e hizo de nuevo una reverencia. <em>De
veras que lo siento, mi señor Hades, pero es lo mejor para ti... para
los dos. No permitiré que nadie, ni siquiera una diosa, os arrebate de
mi lado. Ya falta poco para que todo vuelva a la normalidad, a la
monótona pero apacible normalidad</em> -.</div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-75502040736977719332014-06-11T04:34:00.000-07:002014-06-11T04:36:45.161-07:00VI. Encuentro a medianoche<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNNLXSWcWd_Odgs7LVZNhJ5A2_a45eqnfAzb9lMeheLXrpkADFZWc79gXZ6NUCRoLWhmrSzF11cJMadQqhsUYo5mdik9fhHVoXhidGd6n9EA9HCMXmk1OZ1rEZNjcZBmt0i6mxVuLNOSj4/s1600/maschera6.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNNLXSWcWd_Odgs7LVZNhJ5A2_a45eqnfAzb9lMeheLXrpkADFZWc79gXZ6NUCRoLWhmrSzF11cJMadQqhsUYo5mdik9fhHVoXhidGd6n9EA9HCMXmk1OZ1rEZNjcZBmt0i6mxVuLNOSj4/s1600/maschera6.jpg" height="448" width="640" /></a></div>
<br />
<i>Cuando conseguí abrir los ojos, me encontraba abrazado en la oscuridad de la noche, no había casi diferencia alguna con tenerlos cerrados. Mi mente era un mar enturbiado, con las olas luchando entre ellas, y no podía pensar con claridad. Notaba, poco a poco, una especie de sensación gélida, como la mano de la Muerte, que acariciaba mi espalda dejándome una sensación de terrible incomodidad; luego, un dolor pulsante, intermitente, como si me clavaran dagas o estacas en la columna. Movía mis brazos en un movimiento reflejo de quitarme esa sensación de malestar, estaba luchando contra fuerzas que no podía ver y que solo podía percibir con mis sentidos; apoyé las palmas en el suelo, que estaba frío y húmedo, como si estuviera en la tierra, y con toda la fuerza de la que disponía quería aunque solo fuera recostarme, no tener la espalda tocando esa superficie que cada vez se clavaba más en mi cuerpo -tenía la sensación de que manos con uñas largas y afiladas estaban arañándome poco a poco, de tal forma que parecía que quisieran llamarme la atención o arrastrarme a su sufrimiento-. Apretando mucho los dientes, por el esfuerzo realizado... conseguí recostarme, mientras seguía sin ver absolutamente nada a su alrededor, cosa que me mantenía muy incómodo, porque a saber lo que estaba rodeándome; ¿y si había gente a mi alrededor, en una especie de aquelarre o que dominaran fuerzas oscuras, y yo era su víctima? Mi mente estaba demasiado sugestionada, por lo que me imaginaba de todo.</i><br />
<i></i><br />
<a name='more'></a><i><br /></i>
<i>Entonces sentí una mano cálida que se apoyaba en mi hombro, como si quisiera tranquilizarme, como si supiera por lo que estaba pasando en ese momento. Mi reacción no fue otra que un respingo, al igual que te pinchan con algo en alguna zona de tu cuerpo para que saltes por el dolor que te provoca, aunque en mi caso era simplemente miedo. El corazón me dio un vuelco, pues lo que menos me esperaba era que alguien estuviera a mi lado, a unos pocos centímetros de mí, que encima apoyaba su mano en mi hombro en el típico gesto de dar apoyo y tranquilizar a su objetivo. ¿Acaso alguien, en medio de esa oscuridad, quería apoyarme, sentía compasión por mi persona? Mi cabeza daba vueltas, ya no sabía qué pensar, mi qué hacer, pues mi boca no arrticulaba sonido alguno, aunque las palabras se agolparan en ella, pues muchos interrogantes se agolpaban ahora mismo en mi mente. Casi de forma inconsciente, como si algo me diera el empuje final para poder atreverme a emitir sonidos articulados, conseguí decir:</i><br />
<i><br /></i>
<i>- ¿Quién eres, un ser vivo de este mundo o uno muerto del otro?</i><br />
<i><br /></i>
<i>Lo que me acompañara no dijo nada, solo que apretó con más insistencia mi hombro, como si mi pregunta le hubiera molestado; tenía una fuerza sobrehumana, la verdad, pues su movimiento hizo que en mi boca se mostrara una mueca de dolor, aunque no fuera mucho, pero me movía más el miedo que otra cosa. Yo, sacando todo el valor que había en mi cuerpo, insistía en saber la identidad de eso que estaba a mi lado, que estaba ahí al lado... hasta podía imaginarme su respiración, unos ojos llenos de maldad que se clavaban en mi espalda, su mano como una garra que no me soltaba... y yo no podía hacer nada; pues si era un espíritu o ser de otro mundo, ¿qué posibilidades tengo yo un simple mortal, de enfrentarme a ello? Mi respiración era cada vez mayor, alterada y cada vez más audible, pues ya me importaba poco llamar la atención de los animales salvajes o de otras criaturas cercanas; yo ya pensaba que estaba en el borde de la muerte. </i><br />
<br />
<i>- No te asustes</i>, <i>querido Juan, estás en manos aliadas... yo nunca olvido a aquellos que se han portado bien conmigo. Acompáñame, vayamos a un lugar seguro, y te contaré todo lo que quieres saber...</i><br />
<br />
<i>- ¿Cómo sabéis mi nombre? Tu voz me recuerda a una persona... pero no puede estar aquí... ¿eres Selene? Por favor, contestadme, necesito saberlo.</i><br />
<br />
<i>-Si me sigues, todo lo sabrás -ella insistía en su petición, casi obviando lo que yo le pedía-. Dame tu mano, y te guiaré por estos parajes. La noche no es propicia para los vivos...</i><br />
<br />
<i>Yo quería seguir preguntando si aquella mujer era Selene, la bella dama que se encontraba en aquel puente las noches de luna llena, pero sentía que no iba a conseguir nada insistiendo y siendo tozudo, por lo que se rindió a sus deseos. Notó que la mano que se posaba en su hombro desapareció, para apretar con decisión su mano que estaba al otro lado, ahora sintiendo una calidez mucho mayor, una energía que empezaba a fluir por su cuerpo, como si se encontrara al lado de una hoguera, se sentía capaz de hacer cualquier cosa... mi extraña acompañante tiró de mi mano, como si quisiera que la siguiera, pero yo pensaba "¿cómo voy a seguirla, si yo no veo nada? Me chocaré con lo que se presente por mi camino".</i><br />
<br />
<i>- No te preocupes, yo te guiaré -dijo, como si hubiera leído mi pensamiento-. Solo tienes que confiar en mí.</i><br />
<br />
<i>Mientras escribo esto, sigo sin ser capaz de creer todo lo que me pasó ese día, nadie creería mi historia, pues es tan inverosímil y fantástica que todo el mundo pensaría de mí que estoy loco o que mi mente malinterpretó algunos aspectos, al estar muy sugestionado por la noche. Sin embargo, hasta el día en que yo muera, seguiré afirmando lo que ha pasado a continuación, fue real, creó en mi interior una huella que no se borrará nunca, que estará ahí para siempre, y que además marcó el resto de mi vida. No sé cómo lo hicimos, pero ella parecía influir en mi mente, me mandaba órdenes mentales, con sus consejos y su guía podía sortear cualquier tipo de peligro: ramas que había en el suelo, rocas, troncos que se encontraban en medio del camino, ramas... para mí fue un camino eterno, no veía el final, y un pensamiento nacía con cada vez más fuerza en mi mente: "¿a dónde me llevaba?" En el fondo, si era Selene, creía en ella, pero siempre una parte de mí permanecía desconfiado ante la joven dama, pues en realidad no sabía nada de ella, solo una historia local sobre su supuesta familia -pues aún no sabía si era ella en realidad-, y que si llegaba a ser verdad, solo podía significar que estaba ante un fantasma. Pero, ¿por qué no tenía miedo, solo desconfianza? ¡Estaba dándole la mano a un fantasma, tan corpóreo como yo! ¿Eso puede ser? Aún hoy, a pesar de saberlo todo, sigo sin creérmelo del todo. </i><br />
<br />
<i>Mientras esos pensamientos se iban amontonando en mi mente, ella se detuvo en seco, y yo detrás de ella. Se escuchó una especie de crujido, y ella simplemente me dijo:</i><br />
<br />
<i>-Ya hemos llegado a mi refugio. Entra conmigo.</i><br />
<br />
<i>Yo la seguí, todavía con esa desconfianza, pues ahora me encontraría encerrado con ella en un edificio, a saber cuál. Mi corazón, sin embargo, no respondía al peligro posible que se encontraba ante mí, sino que latía tranquilo, como si estuviera de camino a mi casa, para descansar después de un atareado día; ahora nuestros pasos resonaban en una sala que parecía ser de tamaño considerable, el suelo duro como la roca -supuse en ese momento que así era, un suelo formado por losas de piedra-. El sonido de sus pasos era tan consistente como el mío, por lo que ella tenía un volumen y una consistencia igual o mayor que la mía, pues ella sonaba algo más que yo. Seguimos en línea recta, hasta que se detuvo de nuevo repentinamente, cuando soltó mi mano suavemente y me alegó que me moviera un poco hacia la izquierda hasta que encontrara un banco de madera, y que me sentara en él. Yo la obedecí sin rechistar, tanteando ciego en la oscuridad hasta encontrar lo que ella me había dicho que había. No había mentido. Era una especie de banco largo, de madera húmeda y algo podrida, parecía que si me sentaba me caería en el suelo por mi propio peso. Me senté, y sentí su superficie húmeda, que me dio algo de repugnancia, pero tampoco iba a ser maleducado con mi "anfitriona", pues había sido tan amable de rescatarme de la oscuridad y de llevarme, al menos, a un lugar donde podía resguardarme del frío del exterior, a pesar de que allí dentro también hacía algo de frío...</i><br />
<br />
<i>Ella se alejó un poco, en busca de unas velas para que yo pudiera ver -di por supuesto que ella podía ver en la oscuridad, porque de no ser así hubiera sido imposible haber llegado allí-, y escuché cómo ella estaba rascando algo, seguramente una cerilla, para alumbrar un poco la estancia. Cuando la primera vela se encendió, vi el rostro perfecto de Selene, aunque mucho no me sorprendió pues gran parte de mi corazón y mente sabían que era ella; además, con esa ténue luz que la rodeaba, era aún más bella que cuando la iluminaba la luz de la luna, pálida y azulada, sino que esa cálida luz la otorgaba unos rasgos más humanos, más cercano a ella. Cuando encendió todo el candelabro, lo dejó a mi lado, para drigirse a encender otro, que depositó en un pequeño altar que había justo delante de mi banco; ahora estaba claro que nos encontrábamos en una iglesia. Unos pequeños escalones terminaban en el pequeño altar sobre el que se alzaba esa vela, y hasta se podía percibir un poco la imagen de una virgen, en piedra y cubierta por el musgo, justo detrás del altar. Ella se arrodilló piadosamente en los escalones, con el mismo vestido con el que la vi la primera vez, uniendo sus manos en reverente oración, concentrada en dirigir unas amables palabras a la virgen, un Ave María con una voz suave y aguda, melodiosa, tan hermosa como la de los ángeles. Después de ello, se dio la vuelta para dirigirme sus ojos, una mirada entre alegre y tristísima, y se sentó a mi lado, apartando un poco el candelabro para que pudiera sentarse. Nunca la tuve más cerca.</i><br />
<br />
<i>- Pensé que nunca llegaríamos a estar así -comenzó a decir, con un tono ciertamente melancólico en su voz-, pero lo hecho hecho está. No sabía que había despertado tanta curiosidad en mí como para venir a mi casa.</i><br />
<br />
<i>-¿Tu casa? -mi corazón ahora sí que estaba desbocado, pero latía con tanta fuerza por el amor que profesaba hacia ella-.</i><br />
<br />
<i>-Claro, el cementerio es la casa de los muertos. Es mi casa.</i><br />
<br />
<i>- ¿Estás... muerta? Entonces, tú eres... un...</i><br />
<br />
<i>-¿Fantasma? -y comenzó a reírse. No era una risa maliciosa, simplemente sincera por la inocencia de mi pregunta-. Sí, puede decirse que sí. O alma atrapada en este mundo hasta que cumpla una promesa que realicé.</i><br />
<br />
<i>- Oh, Selene, mi querida Selene. Yo pensé que cuando estuviera cara a cara con la verdad, por mucho que temiera que fueras un espíritu, estaría temblando de miedo y huiría despavorido de tu compañía. ¡Pero este amor que siento por ti, cómo reverencio tu figura, me hace tener las fuerzas necesarias para mantenerme ahora sentado a tu lado! No quiero dejarte, moriría por estar contigo, estaríamos juntos por los siglos de los siglos...</i><br />
<br />
<i>-Por favor, no digas esas cosas -e hizo ademán con su mano para que, educadamente, me callara-. Ya lo oí cuando estaba viva, no quiero volver a escucharlo cuando estoy muerta. No quiero ser otra vez la causa de la muerte de alguien...</i><br />
<br />
<i>- Siento mucho haberte incomodado, no era mi intención. Os pido mi más humilde perdón.</i><br />
<br />
<i>- No te disculpes, querido Juan, no tienes el conocimiento suficiente para saber que eso me iba a molestar. No te sientas culpable de ello -y me dedicó una cándida sonrisa, propia de una muchacha educada en la más exquisita educación aristocrática-. Siento curiosidad... ¿no tienes nada que preguntarme?</i><br />
<br />
<i>- Ay Selene...hay demasiadas cosas que querría preguntaros. No sé por dónde empezar.</i><br />
<br />
<i>- Bueno, si no empiezas no acabarás nunca -respondió con un cierto tono burlón, para quitarle peso a la conversación-. Debo decirte que quiero ser sincero contigo, por lo que no dudes en preguntar todo lo que quieras. He estado muchos años esperando desahogarme, y eres la segunda persona con la que más agusto me encuentro -esas últimas palabras las pronunció de una forma lastimera, como si encerraran esas palabras un dolor oculto y guardado en su corazón-. </i><br />
<br />
<i>- No quiero hacerte preguntas, querida Selene, solo quiero que me cuentes tu historia. Seguro que así todos mis interrogantes se resolverán por sí solos. </i></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-56703276648229027252014-06-10T13:30:00.001-07:002014-06-10T13:30:15.505-07:00La transformación: I. Fascinación<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1YzeCzcvvQ5qnZ65ddSVYrscQZSLrTUdndZS2pY104bebs_6aaT3La2fQ-q9hFW3t0V21k5cgJlGeHN_huq1YH8w3xg01-9MArCW6973yMyRpAPqtZCG48I0UY2NoWNpdWn9Q655ibxkE/s1600/The-dark-bride-4cdfa5d21563e.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1YzeCzcvvQ5qnZ65ddSVYrscQZSLrTUdndZS2pY104bebs_6aaT3La2fQ-q9hFW3t0V21k5cgJlGeHN_huq1YH8w3xg01-9MArCW6973yMyRpAPqtZCG48I0UY2NoWNpdWn9Q655ibxkE/s1600/The-dark-bride-4cdfa5d21563e.jpg" height="640" width="480" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el mundo existen muchas cosas
que no entendemos, o a las que intentamos darle un sentido lógico y
científico, pues nos negamos en redondo a que, en pleno S.XXI, existan
cosas que todavía no tengan respuesta: qué hay después de la muerte, si
existen elementos sobrenaturales y, de ser así, por qué están ahí, qué
nos quieren decir; cosas como simplemente de dónde venimos -pues el ser
humano siente un miedo irrefrenable al pasado que no conoce y al futuro
que cada vez se delimita con más soluciones y también nuevos problemas-,
y miles de cosas más. Yo era un científico, nacido en una familia atea y
que no creía absolutamente en nada que no pudiera ver con mis propios
ojos o probar con la ciencia, que era mi aliada; mis padres me educaron
en sus ideales, y cuando tenía ya unos 10 años tenía una pasión por la
ciencia y el saber, pues me había abierto los ojos a buscar la verdad en
las cosas con las herramientas de la lógica y la razón. Incluso cuando
murieron mis padres, sentí la tristeza de perder a un ser querido, a los
que me habían educado y preparado para el mundo que me rodea, pero con
un sentimiento de temor porque, según mi pensamiento, pasada la barrera
de la muerte no hay nada, ¡nada! Ahora mismo ya se encuentran en la no
existencia, meros recuerdos en mi mente y en la de aquellos que les
conocían. Al menos el ser humano que cree en Dios tiene la esperanza de
vivir eternamente, pero yo lo dudaba por mi pensamiento ateo: no hay
nada tras la muerte, solo la no existencia, concordando con el
pensamiento de los antiguos griegos en que la eternidad se consigue
cuando permaneces en la memoria de tus seres queridos y la familia, pero
que irremediablemente con el paso del tiempo irás cayendo en el
horrible agujero de la no existencia, del olvido. Debo añadir que,
aunque sea científico, siento una gran pasión por los clásicos y por la
Historia, no estoy para nada enfrentado a las humanidades, para mí son
una forma diferente de llegar al conocimiento. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Había
ocasiones en las que me hubiera gustado creer, porque de ser así quizá
ahora no estuviera en la situación en la que me encuentro, y el motivo
por el cual quiero escribir mi historia. Puede considerarse lo anterior
como una especie de prefacio, de prólogo para el relato que vendrá a
continuación, para que quien lo lea tenga una idea del protagonista del
relato -es decir, yo- y que pueda entender más o menos el motivo de mis
reacciones y actuaciones. Ahora tengo esta... maldición, que no me podré
quitar de encima por el miedo a morir, porque no quiero dar punto y
final a mi vida; seré cobarde, pensaréis, pero ¿quién de vosotros se
atrevería de verdad a quitarse la vida? Nuestra boca se agranda diciendo
que somos valientes y los demás no, pero las palabras se las lleva el
viento a no ser que venga acompañadas de actos o de la confianza que
sentimos por esa persona. Creo que ya no voy a enrollarme más, pues
estaréis ahora mismo pensando "¿qué le habrá pasado?"; curiosidad
inherente al ser humano, qué deliciosa y a la vez peligrosa, y daré
comienzo a mi relato. Espero que alguien, si lo lee y puede ayudarme, se
ponga en contacto conmigo o me responda o haga algo, porque yo me
enfrento a fuerzas que consideraba "inexistentes". </div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Yo
soy un hombre soltero, en la flor de la juventud -unos 30 años para que
os hagáis una idea-, y vivía confortablemente en un piso en pleno
centro de Madrid, cercano al Teatro Real, pues una de mis pasiones era
la música. Me pasaba horas y horas en mi estudio escuchando en discos de
vinilo obras de los grandes compositores del pasado -no me agradan para
nada las composiciones actuales-, meditando a la vez que escuchaba
nuevas fórmulas que aplicar a los problemas que me planteaba mi trabajo o
intentar descubrir algo nuevo que me hiciera famoso y, por ello,
inmortal. Ansiaba sentir ese consuelo que tienen los creyentes, una
vocecita que hubiera en mi interior que me tranquilizara diciéndome que
después de la muerte había algo, no era el final con todas las letras,
sino un nuevo comienzo, un renacer como muchas culturas antiguas creían
con total convicción. Debo decir que estaba bastante obsesionado con esa
idea de inmortalidad. No es que fuera un alquimista que buscaba la
Piedra Filosofal, porque no era nada científico, pero mi mente cavilaba
en muchas ocasiones con el tema de la muerte y la resurrección del
cuerpo o, al menos, de ese espíritu que habita en nuestro interior, la
llamada "alma". </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>En ese momento, con la moda de
los zombies y de los vampiros, con millones de series y libros que
llegaban a colapsar el mercado -es lo que tienen las modas-, me
entretenía comprando ese tipo de literatura para ahondar en el tema,
pues ambos personajes fantásticos poseían algo en común: eran
inmortales. Tú a un zombie no lo vas a matar a no ser que le cortes la
cabeza, aunque hay muchas diferentes versiones de cómo matar a uno de
estos seres según las épocas, y los vampiros más de lo mismo, solo que a
ellos les afectaba la luz del sol, las estacas en el corazón y el
fuego. Mi interés no llegaba a la obsesión, ni mucho menos, pues me
entretenía viendo los fallos de estas "criaturas inventadas", utilizando
la razón de la ciencia para determinar que era totalmente imposible que
existieran. ¿Acaso un ser humano puede vivir sin que le circule la
sangre por el cuerpo, o que si le disparas en el corazón puedan seguir
caminando como si nada? ¿Es posible que un ser humano pueda alimentarse,
solo y exclusivamente, de sangre? Cualquier persona con algo de
cultura, pensaba, no se creería que estos seres pudieran llegar a
existir de verdad. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Volviendo al tema que nos
atañe, mi experiencia, como he dicho antes era una persona apasionada
por la música, clásica a poder ser, y muy asiduamente acudía al Teatro
que tenía al lado para ver las obras que allí se ofertaban. Hasta tenía
un abono de temporada, y todos los que allí trabajaban me conocían y me
consideraban como uno más. Había un trabajador en especial, Javier, que
me caía especialmente bien: un hombre con algunos años más que yo, muy
alto y con hombros bien anchos, de mente sencilla y corazón sincero, que
aunque no sabía mucho del mundo de la música tenía un oído excepcional
para los sonidos, cosa que me apasionaba y que algún día me gustaría
estudiar. Con solo escuchar una melodía una sola vez, era capaz de
repetirla sin equivicarse en una sola nota. Yo siempre le decía que
tomara un instrumento y que se dedicara a la música, pero el hombre de
forma sincera me comentaba "teniendo que alimentar a toda una familia,
estaría loco si me metiera en el mundo de la música". Qué triste verdad,
siempre pensaba, porque el pobre hombre tiene toda la razón; y muy
digna de elogio, pues aunque no odiaba su trabajo, lo hacía con tanto
esfuerzo y ganas por sacar adelante a su familia que merecía hasta una
estatua, lo que fuera. El dueño ni se plantearía echarlo, no tanto por
la caridad -que no abunda mucho en los jefes y menos hoy en día-, sino
porque era un empleado modelo, la pieza clave de la organización de los
trabajadores en el Teatro, por lo que solo podría uno calificarle de
loco si acababa echándolo.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Una noche de verano,
cuando el sol no desaparecía del firmamento hasta las 10 de la noche,
acudía al Teatro para ver "Orfeo y Eurídice", basado en uno de los mitos
más conocidos y que más me gustaban, pues mostraba la música como un
auténtico don concedido por los dioses y el final tan realista -dentro
de lo que cabe- que puede tener, pues no tiene precisamente un final
feliz; es lo que más me gusta de los mitos griegos, que todos terminan
mal, no son los típicos cuentos de hadas que Disney u otras empresas nos
enseñan, son historias enmarcadas en hechos fantásticos como la bajada
al Inframundo y el uso de la música para aplacar los espíritus más
indomables y como se dice de "corazón de hierro", junto con la idea del
ser humano de no aguantar los designios que le mandan. Me da pena,
siendo lo inteligentes que eran los antiguos griegos, que creyeran en
los dioses, pero tampoco voy a juzgarlos pues son, como yo llamo, los
"hijos de su época", y no pudieron evitar creer en los dioses para
explicar todo aquello que escapaba a su comprensión. Por eso, y no por
otra cosa, yo ya no entiendo el concepto de creer en una divinidad hoy
en día, pues ya con la ciencia se puede explicar casi o prácticamente
todo, y lo que aún no se puede explicar está en proceso para ser
explicado, así que... ¿por qué creer en Dios? Al menos, eso era lo que
pensaba en aquel momento, y me río de ello, pues en este preciso
instante estoy empezando a creer todo lo contrario. Si se pudiera viajar
en el tiempo...</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Pero bueno, yo había llegado al
edificio, con calma y mucho tiempo por delante, porque sabía que me iba
a entretener hablando con mi buen amigo Javier, que ya he mencionado
antes. Aunque pensaba que no recordaba muy bien la conversación, ahora
estoy desarrollando un enorme sentido para memorizar y recordar cosas
pasadas a la perfección, como si acabara de vivirlas, y por ello puedo
escribir todo esto. Me encontré con él, y estuvimos charlando un buen
rato. Más o menos la conversación que tuvimos, tampoco muy extensa, fue
como sigue:</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>- ¡Ey, Javier! ¿Cuánto tiempo sin verte, verdad?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-Ay
señor Alejandro -pues así me llamaba este hombre, con infinidad de
respeto porque me consideraba todo un cerebro en mi campo, cosa que no
es verdad, y que aunque ya lo había escuchado muchas veces no me
acostumbraba a ello aún- ¡le voy a acomodar un camerino para que pueda
vivir aquí siempre! Sería su regalo ideal.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-
Jajaja, no sería mala idea, por supuesto que no -mi risa era de lo más
franca, pues el comentario tan sincero de mi amigo me había hecho en
verdad gracia... gracia y ternura, debo decir-. La obra de esta noche
promete, no he visto ni una mala crítica de ella.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-Sí,
señor, es una maravilla. Yo he escuchado los ensayos, y no he visto
mujer que entone mejor en mi vida, y llevo aquí bastante, señor. Además
de que es guapa, </i>muy<i> guapa. El hombre... bueno, entona bien pero
tampoco es una maravilla, seguro que en cuanto recite la mujer lo
eclipsará, estoy seguro.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-¿No estarás enamorado,
mi querido Javier? -dije con aire socarrón, para intentar sacarle de
sus casillas. Nunca lo había conseguido-.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-
¿Enamorado yo? -y se empezó a reír-, no lo creo, señor. Soy muy poco
para ella, de eso estoy seguro. Ya me entenderá cuando la vea... </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Y
se despidió de mí, con un caluroso apretón de manos, pues tenía que
atender a otros asuntos relacionados con los preparativos finales. Yo me
quedé bastante intrigado por lo que me había comentado, ya que a pesar
de sus gustos sencillos y que era fácilmente impresionable, sabía
distinguir la verdadera belleza de lo que no lo era, por lo que creí en
sus palabras ciegamente y esperaba ansioso en mi asiento a que diera
comienzo la representación. Jamás me sentí más excitado, no sabía aún
por qué, quizá por el misterio que se mostraba ante mis ojos, quizá por
mi loca imaginación que se abría paso en mi mente como un huracán, dando
forma a la imagen de una mujer bella como nunca antes había visto, con
ojos de mirada sincera y provocativa, con una figura insinuante por sus
curvas, y de voz potente y a la vez delicada, capaz de transmitir toda
clase de sonidos, desde los más frágiles y lastimeros propios de una
mujer que se lamenta por lo sucedido, hasta los más osados para
enfrentarse a los problemas que la vengan de frente. Así me distraía
mientras la sala se llenaba más y más, hasta tal punto que no había ni
un solo hueco disponible, una muy buena señal para el Teatro, sin duda. A
mi derecha, una señora mayor y bastante distinguida por su porte y
modales, comentada a su acompañante -supongo que su marido-, la
magnífica cantante que habían contratado para esta ópera, una sencilla
chica que había salido de la nada prácticamente y que había maravillado a
todos los espectadores a su paso por las principales ciudades europeas.
Una prodigio, dijo ella. Yo me quedé aún más extasiado, pensando que la
mujer sería mejor de lo que yo jamás me hubiera imaginado. Miré el
papel que me habían dado con los datos de la obra, y mi mirada se
dirigió rápidamente a un nombre: Isabella Di Lorenzo. Más italiano no
podía ser el nombre. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Pasado el tiempo se dio aviso de que la obra iba a comenzar, se apagaron las luces y se hizo un silencio sepulcral.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>El
primer acto se desarrolló sin ninguna novedad, bastante acorde con el
mito, con un Orfeo desesperado ante la tumba de su amada Eurídice. Las
ninfas cantaban y bailaban a su alrededor, con vestidos largos y
vaporosos que caían sobre sus cuerpos, insinuando formas, y cada una de
las cantantes con un peinado totalmente diferente; eran seis en total.
Ante el aria tan llena de tristeza de Orfeo por su amada, se apiadan los
dioses y mandan a Cupido, que en un canto tranquiliza a Orfeo, presa
del dolor de la pérdida, y lo anima a seguir adelante, pues los dioses
le van a conceder una oportunidad para recuperar a su amor. Debo decir
que el cantante no lo hacía mal, pero tampoco era ninguna maravilla,
mucha razón tenían las palabras de Javier, cómo este hombre nunca
fallaba... La luces, entonces para el cambio al segundo acto, se
volvieron rojizas, pues Orfeo ahora se encontraba ante las puertas del
Inframundo, donde las Furias y Cerbero le estaban esperando, dos
terribles criaturas del mundo subterráneo griego. Las Furias eran tres
mujeres de negro, con plumas en sus vestidos deshilachados y garras como
manos, afiladas y preparadas para desgarrar a todo aquel que fuera en
contra de los dioses. Con la maestría de una lira -que la verdad no lo
hacía nada mal-, consiguió que los seres del Inframundo le dieran paso,
para acabar en un fundido en negro, con toda la sala a oscuras, como
esperando para ver lo que pasaba.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>El escenario se llenó de color, con flores por todos los lados y un
fondo azulado, cálido, lleno de aparente vida y belleza. Orfeo anunció a
los espectadores que se encontraba en el Elíseo, y se movía por el
escenario apreciando toda la belleza que encerraba el Inframundo, que
jamás lo hubiera imaginado. Después de unos minutos, llegaron hasta
nuestros oídos unas notas, un cántico tan hermoso, tan suave, casi
inaudible, pero que arrancó de todos los presentes un suspiro de
admiración, y algunos murmullos. Yo pensaba que era ella, pero no se
veía de dónde provenía aquella mágica voz que nos había embaucado a
todos, que nos había maravillado hasta los extremos de la locura por la
hermosura de su voz. Aparecen unos espíritus, que le guían hasta donde
se encuentra su amada. En la tercera escena... ahí se encontraba la
mujer que estaba en su imaginación, tan hermosa y tan temible como una
aparición: su piel era tan blanca, que parecía en verdad la de un
espectro -yo lo achaqué al maquillaje-, sus cabellos rubios como los
rayos del sol caían tras sus hombros, en alegres rizos, mientras que sus
ojos... sus ojos eran los más hermosos y sensuales que haya visto en mi
vida, dos ventanas verdes que parecían estar acariciándote y
apuñalándote a la vez, pues eran candorosos y severos al mismo tiempo;
portaba un sencillo vestido blanco que aumentaba su pálida tez, y su
cuerpo, que no era ni delgado ni tampoco grueso, la hacía aún más bella a
mis ojos. Claramente mi amigo no se había equivocado tampoco en esto.
Sus movimientos eran tan ágiles, como los de una cervatilla, tan
naturales que parecía no estar actuando, sino haciendo lo que hacía en
el día a día. Cuando irrumpió en la escena, Orfeo quedó claramente en un
segundo plano, ya por mucho que hiciera, no podía competir con esa
belleza etérea.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>El tercer acto, el más emotivo de todos, se vio acrecentado por el
canto sublime e hipnotizador de la mujer, que parecía llamarnos a todos a
su lado. Con qué maestría, con qué arte recitaba cada uno de los
versos, en un italiano pulcro y perfecto. No me enteré de nada más de la
obra, aunque ya se hubiera ido del escenario y encendieran las luces,
estaba totalmente hechizado, hasta que la amable señora de mi derecha me
pidió, dándome un golpecito en el hombro, salir muy amablemente. Eso
consiguió que mi cuerpo se liberara de ese sopor que tenía, y pidiendo
disculpas me levanté para dejarles paso. Yo seguía con ese canto en mi
mente, canto que ahora mismo estoy rememorando como si lo estuviera
escuchando, con el mismo efecto de sopor y de hechizamiento, exactamente
igual que la primera vez. Me quedé mirando al escenario, como un
suplicante ante un altar, pues quería ver de nuevo a esa diosa que se
había manifestado entre nosotros; no es que la considerase una diosa,
pues yo pensaba que era tan mortal como yo, sino que estaba muy por
encima de la media humana que me rodeaba, no era una mediocre, ella era
muchísimo más que toda la sala junta. Movido por la curiosidad y el
deseo de conocerla, salí rápidamente para encontrarme con Javier y
sacarle toda la información que pudiera.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>- Javier, porfin te encuentro -dije, sofocado por la carrera y por mi
corazón desbocado por las emociones que acababa de vivir-, necesito que
me digas todo lo que sepas de esa chica.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>-Vaya, sí que te ha gustado la obra -respondió con una sonrisa,
siempre sin perder la calma-. No sé decirte más de lo que sabes tú:
viene a los ensayos, no habla con absolutamente nadie y mantiene las
distancias, como si tuviera miedo de nosotros o más bien... de ella
misma. Es bastante misteriosa, supongo que no podemos ser perfectos.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>-¿Cuál es su camerino?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>-Se negó en rotundo, que yo sepa, a tener uno. A saber qué alegó para
ello, fuera lo que fuese sealoja fuera de aquí. Ahora que me acuerdo...
un dato muy curioso, o al menos me lo pareció a mí señor: siempre viene
con una sombrilla, pase lo que pase, cuando llega a los ensayos. Y cada
vez que hay un descanso para refrescar la voz y estirar las piernas, se
echa una crema muy extraña por el cuerpo, de un olor y una consistencia
que jamás había visto. Pero de todas formas todas las cantantes,
actrices, bailarinas o famosas que hayan pasado por aquí son iguales,
más excéntricas y extrañas que la media humana. Supongo que será algo
íntegro de su naturaleza, al tener un don divino que Dios les ha
otorgado.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>-¿No sabes dónde se alojan?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>-Yo creo que estará en el Petit Palace, como siempre, pero
sinceramente no lo he preguntado. ¿A qué viene todo este interrogatorio?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-Nada,
querido amigo, no pasa nada. Solo que me ha maravillado tanto que
necesito hablar con ella para felicitarla personalmente, si puede ser. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>-Pues te deseo suerte, pero no creo que puedas conseguirlo. Ya sabes como son los famosos...</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Le despedí con un nuevo apretón de manos, pues el hombre había sido
bastante amable contándome lo que sabía, y no tenía ninguna duda de mi
próximo movimiento. Ya que no sabía exactamente dónde se alojaría, la
esperaría semiescondido en la oscuridad de la noche cerca de la salida
de los artistas, pues tenían que salir de allí en algún momento. La obra
había acabado a eso de las diez, por lo que yo calculaba que una hora
-dos como mucho- después estarían empezando a salir, pues los del Teatro
lógicamente querían irse a dormir. Sobre ello Javier me había contado
alguna que otra anécdota muy graciosa. Y como siempre, mi sentido lógico
y analítico de las situaciones nunca me habían fallado hasta ese
momento; en procesión, como si fueran estrellas de cine que esperaban a
sus miles de seguidores, salían en fila india, como si lo hubieran
ensayado, la lista de cantantes que habían participado en la obra, con
una algarabía propia del éxito que acababan de cosechar, pues cuantas
más críticas positivas, más dinero recaudarían al final. Pero mis ojos
cayeron, casi de forma inconsciente, a la última figura que se movía en
la fila, una figura que resaltaba a pesar de la oscuridad de la noche
con una belleza radiante, apartada de los demás y caminando con un paso
firme y orgulloso, como si considerara a sus compañeros mera escoria.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Poco a poco las distancias se hicieron más y más palpables, y sus
compañeros no parecían preocuparse por aquella mujer, Isabella, no se
percataban ni de que el espacio era cada vez mayor, obviamente hecho
aposta por la mujer. La seguí con mucho recelo, ocultando mi rostro con
un sombrero y andando lentamente -mucho más que ella, así que caminaba
como una tortuga-, manteniendo una distancia prudente de seguridad y que
no sintiera que alguien la estaba siguiendo. Como muy bien había dicho
Javier, se alojaban en el Petit Palace, pues después de media hora de
caminata solemne -que el realidad se tarda muchísimo menos en ir a dicho
hotel-, la mujer se quedó parada mirando la entrada, como si algo
hubiera captado su atención. Entonces, se giró con una rapidez que mis
ojos no pudieron captarlo: solo vi que la mujer estaba dando la espalda a
la entrada del edificio, se me quedó mirando con sus ojos verdes
clavados en los míos, y una sonrisa socarrona y juguetona emergió de sus
labios; hizo el gesto de despedida, muy lento y elegante, para girarse
despacio y entrar en el hotel. Yo, en ese momento, solo pude decir en
voz alta, sin importarme que me tomaran por loco al estar hablando solo:</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>- ¿Cómo demonios me había visto?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i>
<i>Pasaron los días, y mi obsesión por aquella mujer iba en aumento,
pues seguía sin entender cómo me había visto. Debía tener una vista de
águila, extraordinaria, para poder haberme visto y saber quién era yo,
pero mi razón no podía admitir que algo así pudiera haber ocurrido.
Pero... ella me estaba mirando a mí, lo sabía, no había duda alguna;
muchos transeúntes pasaban por la calle, pero no los estaba mirando a
ellos -más bien los ignoraba por completo-, y además ¿por qué iba a
despedirlos? Claramente ese gesto fue la llamada de atención para mí,
que estaba más que convencido de que no había captado mi presencia.
¿Quién demonios era, pensé entonces, esta mujer? Podía ser una de tantas
que dicen tener poderes especiales, o facultades que pocas -por no
decir ninguna- personas poseían, pero me sonaba más a ficción que a otra
cosa, como una superheroína o villana sacada de los cómics, de la
imaginación de una persona. Me negaba a creer que ella era especial, era
como todo el mundo. Seguramente me acerqué demasiado en una ocasión,
giró la cabeza y vio que la seguía, no habría sido lo suficientemente
discreto -aunque pensaba que lo había sido- y ella me había cazado. Lo
que me hubiera gustado era saber cómo lo había conseguido, tenía que
haber una solución lógica a todo esto, era </i>necesario <i>que
encontrara esa clave para entenderlo todo, me negaba a admitir algo que
no podía explicar. Esa noche no hacía más que pensar en esa mujer,
sentía una irresistible atracción por ella, su silueta, sus penetrantes
ojos... todo estaba grabado a fuego en mi mente, no podía ser borrado...</i></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-4492445370321173952014-05-30T05:20:00.002-07:002014-06-06T15:04:41.863-07:00Soledad... ¿o algo más?<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5bnkMaGxqkfLY8uLzgVOUlMgY4nE82M6NMZQe6wgPq8-ZvcQXfYNQmDnG2Ox2OFhI9rdS68wHHURelGmsF0PwAjau_JjExQzK-ee6feh5A1HGm-YTxlTlAHV3X5VWETs8wXkQfH6yKSAY/s1600/5450_141596502160_579702160_2891956_opt.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5bnkMaGxqkfLY8uLzgVOUlMgY4nE82M6NMZQe6wgPq8-ZvcQXfYNQmDnG2Ox2OFhI9rdS68wHHURelGmsF0PwAjau_JjExQzK-ee6feh5A1HGm-YTxlTlAHV3X5VWETs8wXkQfH6yKSAY/s1600/5450_141596502160_579702160_2891956_opt.jpg" height="504" width="640" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGye5mlhI4LZa9ximIaMvJFdg5i4rBS6kRmWB-WURenrMJsfBQUfjvdjMxbrLEKpyq-zs1y4O2hYHKhmVpzyrE7s6ONjiRra0KnuML596GVeV8ScJZek9XzphRPYUxwE8OViBBosQlCBsY/s1600/sombra_dracula.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a></div>
<br />
<i>12 de septiembre 2012</i><br />
<br />
<i>Hay días en los que el sol brilla pero una no tiene ganas de salir, ni tampoco de hacer nada. ¿Por qué? Bueno, no es necesario que exista un motivo concreto, al menos que uno sepa a ciencia cierta, para hacer lo que uno hace, o cómo el cuerpo reacciona. A veces lloramos por llorar, no para dar pena a los demás o ante nosotros mismos, sino que en la intimidad de nuestra casa, cuando no hay nadie a tu alrededor</i>, <i>y quieres desahogarte de lo que sea. Cuando el cuerpo se siente mal, siente que hay un peso extra que no puede soportar, reacciona de una forma defensiva, quiere desprenderse de ello, y si es una pena... ¿qué mejor cosa que llorar para sacar todo lo que estamos cargando sin necesidad? Por esto, la soledad no es tan mala como la sociedad te la pinta, es la gran desconocida y temida por todos, pero yo ya no la temo, es más, yo la abrazo y la considero como mi compañera, aunque suene hasta contradictorio. No me acompaña, no me da ningún consuelo, solo siento su presencia, siento cómo me rodea y cómo poco a poco me voy hundiendo en ella, como si estuviera ahogándome en un mar silencioso e invisible, sin tampoco resistirme demasiado.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Cuando camino por la calle y veo a todos los que me rodean, percibo con claridad cómo temen a la soledad, se alejan de ella con los ojos abiertos presas del terror más espantoso, como si vieran un fantasma. Al ir sola, caminando tranquilamente y en la paz de mi única compañía y nadie ni nada más, miradas de compasión o incluso de burla de algunos de los que me rodean. ¿Compasión de qué? ¿Simplemente porque voy sola por la vida? El ser humano cree que estar solo es condenarse, pero casi yo lo veo como una salvación de nuestras almas, o aquello inmortal que tengamos dentro, pues nos protegemos de aquellos biológicamente iguales que nos pueden causar el mayor daño posible. Porque no se puede negar, el ser humano tiene un cerebro y unas herramientas perfectas para hacer el mal a los demás, no porque por naturaleza sea malo, sino que tiene la posibilidad y si puede, lo hace. Hacer eso a los demás a algunos les causa sentimientos de placer, porque ellos tienen el poder de ser malos y causar terribles calamidades a los demás o a una persona en concreto, y ellos están tranquilamente sentados en su casa, o rodeados de cientos de supuestos amigos, sintiéndose los reyes del mundo y a los que nada malo les puede causar; por otro lado, a otros les da consuelo, porque no están en tu pellejo. Ante estas cosas, ¿no es mejor estar solo o sola?</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<i>16 septiembre 2012</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Ahora ando aquí, escribiendo -siento mucho no haberlo hecho antes, estaba embobada viendo películas-, porque tampoco tengo otra cosa mejor que hacer ahora mismo. Esa soledad sigue conmigo, compartiendo mi vida, y como he dicho en la anterior entrada cada vez la estoy dando más cabida a mi vida. Hasta veo a la gente con mirada extraña, como si no los reconociera, pues cada vez tengo menos contacto con eso que se denomina "ser humano". Sonrío cada vez que pienso que he conseguido superar las barreras del miedo y de la incertidumbre, de tal forma que me siento cómoda conmigo misma, que no me importa hablar conmigo misma de lo que sea, que me veo sola en el espejo y, en vez de romperlo con un puño presa de la rabia, me vea y sonría porque ahí estoy yo, valiente y decidida, a emprender el camino de la soledad. </i><br />
<i>Hoy tampoco tengo mucho que escribir, así que lo dejo, y cuando me vuelva la inspiración o las ideas me detendré a escribirlas en mis folios medio arrugados. Tengo que cuidar más mi diario, me da hasta vergüenza. Bueno, solo mencionar que me he despedido del trabajo, porque no me siento cómoda en él y eso implica salir de casa, donde tan a gusto me encuentro. Así que hice una llamada telefónica, y alegando problemas de salud graves -una mentira como otra cualquiera-, me he autodespedido. Me hubiera encantado ver la cara de la secretaria que me atendió, pero puedo imaginar su rostro de sorpresa... o de indiferencia. Será porque no hay gente buscando empleo en estos días.</i><br />
<i><br /></i>
<i>1 octubre 2012</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Al principio me sentía pletórica, como he escrito en otras entradas, pero poco a poco estoy sintiendo que mi cuerpo se entumece, se vuelve lento y torpe, no sé por qué pero es como si me fuera consumiendo poco a poco. Los días ya no pasan tan rápidos y llenos de horas de lectura, escuchar música o dar una simple vuelta por el barrio o ir al gimnasio, obviamente todo sola y acompañada solo de mi sombra. No... ya no me siento sola... siento que "algo" está siempre a mi lado, que nunca se va de mi vera, que esté donde esté tengo esa sensación de que alguien me observa por detrás; cuando me doy la vuelta para pillar al intruso o lo que sea -Dios sabe qué-, no hay nada, simplemente soledad. Cuando es de día no me siento tan incómoda, pero al caer la noche... es todo diferente. Curiosamente la noche, la oscuridad, tiene ese poder de incrementar hasta por el triple todos tus miedos y temores, y cuando me encuentro escribiendo en el ordenador, como ahora estoy haciendo, siento esa especie de "presencia" a mi espalda, como una terrible e implacable guardiana que no me deja en paz, que con su protección poco a poco me va estrujando en un mar de imaginaciones y pensamientos. Mi mente, que no se quedó quieta ante el cambio en mi vida, ha empezado a imaginarse todo tipo de cosas, ante todo sacadas de las películas de terror que había visto: que si fantasmas o espíritus que están deseando tomar mi cuerpo, seres demoníacos que se dedican a jugar conmigo y que se alimentan de mi miedo y de mi soledad.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Ya no tengo tanto aprecio a la soledad, ya no la veo como la salvación de mi alma y la forma de alejarme de todo lo malo que poblaba este mundo. Ha comenzado a desarrollarse en mí una necesidad impetuosa, casi incontrolable, que hasta ese momento no había vivido: la necesidad imperiosa de tener a alguien a mi lado. Claro que yo me había procurado alejarme de todo y todos, por lo que corté el contacto con mis amigos y familiares que, aunque en un principio asustados por mi cambio de actitud insistían en llamarme, la gente se cansa rápidamente de una, y el sonido de mi tono de teléfono o móvil paulatinamente se iba convirtiendo en un eco lejano de relaciones sociales abundantes, de familia y amigos que te quieren y se preocupan por ti. Cualquier que lea esto me dirá, me criticará, diciendo "pues te lo has buscado". Pero yo digo, "¿acaso una no tiene derecho a probar la soledad para curarse de sus heridas y luego salir de nuevo a la luz del sol para que te den una nueva oportunidad?". </i><br />
<br />
<i>2 octubre 2012</i><br />
<br />
<i>Escribo con tan asiduidad porque me ha pasado una cosa muy extraña, lo achaco más a las alucionaciones fruto de la soledad, pero no deja de causarme un estremecimiento y una gota de sudor frío cae por mi frente cada vez que se me cruza ese pensamiento por la mente. Pero me armaré de valor para contarlo, aún con la extraña sensación de que alguien me vigila, siempre por detrás y oculto en su invisibilidad, y a plena luz del día para que no me cause tanto pavor.</i><br />
<br />
<i>Me levanté como un día cualquiera, después de ocho o nueve horas de sueño, dispuesta a hacer las tareas correspondientes para la universidad, pues no lo he mencionado antes pero soy una chica muy aplicada. Mientras las tostadas se hacían y la leche se calentaba en el microondas, fui al baño para lavarme un poco la cara y despejarme. Cuando, después de secarme con la toalla, alcé mi rostro... me vi reflejada, esa persona frente a mí era yo misma, pero a la vez no tenía nada que ver conmigo. Era una silueta delgada hasta casi ser cadavérica, con dos cuencas tan hundidas por la pérdida de peso que parecía un esqueleto con una fina capa de piel. Los ojos, las ventanas del alma, mis dos ojos azules estaban sin expresión, sin ese brillo que siempre les ha caracterizado, y con un azul tan blanquecino que parecía que tenía hasta cataratas; mi pelo estaba mustio, sin vida, caía en cascadas muertas, con espacio entre ellas, pues se notaba que se me había caído bastante; y su mano... una mano que era ya hueso directamente, se mesaba los cabellos para arrancarse una buena cantidad de pelos con ella, mirándolos con desdén. Yo, acto reflejo, me toqué el pelo con la mano y en la zona exacta del cabello, como si quisiera imitar sus movimientos en un arranque de empatía hacia ese supuesto reflejo mío. </i><br />
<br />
<i>La imagen se quedó mirándome fijamente, con una mezcla de tristeza y algo de reproche -o eso me pareció a mí-, y solo abrió la boca para decir una frase, sencilla, pero llena de contenido, que hizo que mi piel se quedara de gallina: "tú te has hecho esto". Y acto seguido, desapareció, sin dejar rastro, viéndose de nuevo mi rostro joven, con todo en su sitio. Me empecé a tocar la cara casi de forma instintiva, más que nada para asegurarme, mientras pensaba que todo era una simple pesadilla, una alucinación, y que no pasaba nada, estaba bien, tenía buena salud y no tenía que preocuparme por nada.</i><br />
<br />
<i>10 octubre 2012</i><br />
<br />
<i>Después de una serie de días con ansiedad y nerviosismo, puedo ponerme a la tarea de escribir. La verdad es que me encuentro bastante mal, y no sé muy bien qué me pasa. No lo entiendo, yo estoy tan tranquila en casa, después de haber dado una vuelta para despejarme, y me siento casi peor que antes. Me cuesta salir de mi casa, siento que "forma parte de mí", y si me voy de su lado creo que la estoy abandonando, y se pone triste. Cuando estoy en mi habitación, en el salón o en el baño, me encuentro protegida, nadie me puede hacer daño aquí dentro, porque la casa y la soledad me protegen, esa presencia que me arropa todas las noches y cuida de mí como una madre. Casi es infinitamente mejor que mi madre, que pasaba de mí y solo me decía que era la causa de por qué le dejó su novio -que no era mi padre, ojalá-. Ella ya había muerto y yo me convertí en una mujer independiente, ya ansiaba esos aires de libertad y de poder hacer las cosas por mí misma y equivocarme yo y nadie más, sin nadie detrás que me recriminara los fallos. ¿La música me puede decir "lo haces mal, repítelo? ¿Una buena novela me va a dejar de lado cuando la necesito? ¿La películas se van a ir cuando ellas quieran y no cuando </i>a mí me apetece<i>? Claro que no, son fieles compañeras de verdad, que van a estar conmigo siempre y nada me van a echar en cara. No entiendo a la gente que prefiere salir a la calle para estar con los amigos a quedarse en casa leyendo un buen libro. Este como mucho puede hacerte sangrar -y no es para desmayarse-, o sacarte sentimientos, pero no se va a meter contigo en ningún momento. </i><br />
<br />
<i>Cambiando de tema radicalmente, me ha pasado otra cosa extraña, ahora que lo recuerdo. Quiero olvidarlo, no quiero darle la importancia que no se merece, pero de igual modo me gustaría desahogarme escribiéndolo en unas breves líneas a poder ser. Claro, no hay nadie que me diga que no, soy libre de hacer lo que me plazca. Hoy estaba en el supermercado, y cuando la cajera me dio el cambio, sentí su mano tocando la mía, y un impulso de asco, unas arcadas me recorrieron en cuerpo, con una convulsión involuntaria. Las monedas cayeron en la caja, con su resonante eco metálico, y la cajera me lanzó una mirada de perplejidad, la típica de "pero qué haces", propia de la gente de mi barrio. Yo no la miré, ni la pedí perdón, simplemente la contesté: "me has tocado, y he sentido naúseas". Tomé rápidamente el cambio, seguramente me dejé alguna que otra moneda -no me importa, tengo dinero de sobra porque apenas mis gastos se reducen a luz, agua y gas de lo que tengo ahorrado-, pero sentía tanta vergüenza por lo que había dicho, que roja como un tomate salí corriendo. No sé, mientras escribo esto, lo que me motivó a decirlo, no pensaba ni pienso eso de verdad, pero la sensación de infinito asco por el roce me sigue atormentando con tanta o más fuerza que en ese preciso instante. No puedo evitarlo, y eso es lo que más me preocupa. Bueno, en el fondo no me preocupa, hay una vocecilla que me grita desde abajo, muy abajo... "estás mejor sin ellos". Casi se ha convertido en una filosofía de vida para mí, me la estoy creyendo, pues me la repito todos los días a todas horas: en sueños, cuando me levanto, en las comidas, cuando leo... </i><br />
<br />
<i>14 octubre 2012</i><br />
<br />
<i>Esta tarde vino mi mejor amiga a visitarme, y cuando me vio percibí en su mirada miedo y sorpresa por mi aspecto. Casi no comía nada, por lo que estaba cada vez más en los huesos, y el pelo se me caía con bastante asiduidad; siempre andaba por la casa con una manta de lana, pues siempre tenía frío, y dormía pocas horas y con sueños confusos donde esa especie de presencia me acosaba sin cesar, me calmaba y a la vez me producía el más terrible de los escalofríos, me acariciaba y me provocaba el más profundo dolor. Por la suerte o las casualiades del Destino -cualquiera de las dos son válidas-, ella era psicóloga y trabajaba en un prestigioso centro para tratar pacientes, ganaba bastante dinero, era guapa, tenía un novio con quien formar una familia y una enorme cantidad de amigos que la apoyaban y con los que salía de fiesta. Me tomó de la mano, muy delicadamente, y me dijo "no te preocupes estoy a tu lado".</i><br />
<br />
<i>¡Cómo iba yo a saber que reaccionaría así! La dediqué una mirada de odio infinito, muy profundo, con mis ojos azules pálidos y casi más acordes a un muerto que a un vivo. Llevaba días sin ir al trabajo, comía a base de sobras y cosas que encontraba por ahí, o simplemente bebía agua, pues era la única necesidad que me pedía el cuerpo. Casi no me duchaba tampoco, ¿por qué, si no salía y nadie podía verme? ¿Acaso nos duchamos por necesidad, para estar limpios? ¡Por supuesto que no! Solo nos duchamos y aseamos cuando salimos para no parecer mendigos ante los demás, para aparentar algo que no somos, seres limpios por naturaleza. Me dio asco verla, tan anclada en lo que la sociedad estipulaba correcto: asearse, tener trabajo y pareja, y ante todo estar rodeada, porque no se puede estar sola. ¡Yo he superado todas esas barreras, yo he conseguido lo que nadie ha conseguido, liberarme de la sociedad que te esclaviza y aliena en todos los sentidos! La dije todo eso, mientras alzaba mis manos, como si intentara agarrar algo, presa del mayor de los éxtasis. Ella se quedó callada, con una mirada indiferente -pues el terror en sus ojos duró unos segundos-; yo sabía que estaba analizando cada una de mis palabras, y pronto me daría la razón, se uniría a mis ideales y lo dejaría todo para encontrarse libre de todas las ataduras. Sin embargo, se levantó de la silla, se limpió la mano en el pantalón negro de vestir que llevaba, y solamente me dijo "no sé cómo demonios has llegado a convertirte en </i>esto, <i>pero pronto te faltará dinero y ya veremos cómo te las arreglas".</i><br />
<br />
<i>15 octubre 2012</i><br />
<br />
<i>No dejo de pensar en lo que me dijo mi amiga ayer, he estado todo el día con esa frase metida en la cabeza. No dormí nada, la presencia que estaba a mi lado casi me estaba ahogando, como si intentara alejar esa frase de mi mente, porque me estaba ayudando a despertar poco a poco de mi sopor. Ya no me miraba al espejo con indiferencia, alegre por mi victoria frente a la sociedad, sino que presa del horror más espantoso abría la boca en un contorsionismo casi llevado al extremo por lo que veían mis ojos. ¡Era un cadáver andante, un reflejo real de lo que había visto ese día! Grité todo lo que pude, ahora había abierto los ojos del todo; y tras el grito, un estado de ansiedad bastante agudo, pues mis manos temblaban como si estuviera sufriendo un espasmo o paro cardíaco, y me faltaba aire, tomándolo a grandes bocanadas, como si estuviera en una piscina y no pudiera salir de ella. Intenté salir del baño, pero las piernas no me funcionaban correctamente; con un gran esfuerzo me dirigí a mi habitación, para encerrarme con el pestillo cerrado, como si temiera que alguien o algo me persiguiera y se introdujera conmigo en la habitación. Ahora estoy escribiendo con todo encendido, no puedo dormir, no </i>quiero <i>dormir, porque tengo la horrible sensación de que si me duermo, la soledad me abrazará definitivamente entre sus garras para no soltarme nunca más. </i><br />
<i>No sé por qué, pero siento que la casa está enfadada conmigo; ya no me acoge, me pregunta con descaro e ira: "¿por qué ya no estás agusto entre mis paredes? ¿Acaso he hecho algo que te ha molestado u ofendido? Te doy cobijo cuando llueve, hace frío o calor, viento o sol, ¿y me lo pagas sintiendo repulsión por tu refugio? ¿Tengo que recordarte el mal que te ha hecho el exterior, y cómo te he acogido con suaves sábanas y relajantes baños? Eres una desagradecida". </i><br />
<br />
<i> 22 octubre 2012</i><br />
<i><br /></i>
<i>No sé cuánto tiempo estuve inconsciente exactamente, lo puedo calcular mirando las fechas de mi diario, pero no estoy en condiciones de calcular ahora mismo; ya me cuesta escribir, me imagino contar. Cuando mis ojos se abrieron me desperté en una habitación de un hospital, medio reclinada y algo confusa, sin saber qué demonios hacía allí. Cuando ya estaba más lúcida, me explicaron que una persona, una mujer, me encontró inconsciente en la cama por la desnutrición que padecía. Llamó a urgencias y me trajeron aquí. Puedo suponer quién fue mi salvadora, pero todavía estoy bastante cansada...</i><br />
<br />
<i>25 octubre 2012</i><br />
<br />
<i>Me he pasado varios días durmiendo, pues mi cuerpo necesitaba recuperar todo lo que había perdido. Ya tengo mucho mejor color, estoy algo más gorda -que lo necesitaba, pues los médicos me dijeron que estaba en el borde de la muerte-, y estoy animada y alegre, no se parecía en nada a esa alegría que vivía cuando estaba encerrada en casa, sino que estaba sintiendo la verdadera alegría en mi ser, en mi cuerpo... y era deliciosa. Me ha visitado mi mejor amiga, aquella que me salvó la vida, y no pude decirla nada, sino simplemente llorar cuando entró por la puerta. La emoción me embargaba, tenía las palabras en la boca pero no podía decirlas, por la afluencia de sentimientos que se agolpaban en mi interior. Ella, con una sonrisa, me dijo que no pasaba nada, no había necesidad de palabras, lo veía todo perfectamente en el reflejo de mis ojos, que ya habían recuperado el color del que siempre me sentía orgullosa. Estuvimos hablando toda la tarde, casi hasta que la echaron porque acababa la hora de visitas y tenía que cenar, cuando me dio una especie de nota y me dijo, con tono severo y misterioso: "encontré esto en tu mesilla, creo que lo escribiste tú, pero no lo tengo muy claro". Y una vez que lo depositó en la mesilla de noche, se marchó. Rápidamente, con mi corazón atenazado por la angustia, agarré el papel con fuerza, como si se me fuera a escapar; era un trozo de papel de un cuaderno, a juzgar por la tipología del mismo, y a bolígrafo estaban escritas unas palabras con caligrafía que no era para nada la mía, con trazo irregular y algo escabroso:</i><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<i>Eres una chica muy desagradecida. Pero no te preocupes, tarde o temprano caerás de nuevo bajo mis atentos cuidados.</i></div>
<div style="text-align: center;">
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<i>Epílogo:</i></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Ha pasado mucho tiempo desde estos acontecimientos. Ahora vivo con unos primos, en una ciudad totalmente distinta para empezar una nueva vida; a veces voy a visitar a mi mejor amiga u otros conocidos -con los que felizmente restablecí la amistad y el contacto-, y en mi nueva vida tengo gente a mi alrededor a la que puedo considerar como mis amigos, un trabajo con un sueldo más que aceptable y compañeros simpáticos y encantadores. Llevo la vida de ensueño que nunca tuve, con mucho esfuerzo y terapia conseguí salir de ese pozo de amargura. Lo que no ha conseguido la ciencia y la medicación es, a día de hoy, que esas palabras anotadas en ese trozo de papel se hayan ido de mi mente, y en ocasiones, cuando tengo algún que otro brote de ansiedad o de tristeza repentina -por desgracia aún me quedan secuelas, pocas pero algunas-, siento de nuevo esa presencia acechando en mi espalda, esperando un momento para atacar y arrastrarme de nuevo a ese abismo de soledad en el que me había zambullido. Ningún psicólogo hasta la fecha ha encontrado la razón a ese pánico que siento hacia la soledad, ni el motivo de por qué me comporté así en su día. </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>No volveré a leer este diario, lo guardaré como un recuerdo del que aprender, pero nada más. No quiero rememorar el pasado, pero debo acordarme de él de vez en cuando para no volver a tropezar en la misma piedra. Ya tengo suficientes problemas, como no poder tener ningún espejo por la casa o el irremediable sentimiento de no poder estar sola, sobre todo por la noche, por el temor de que ese pensamiento se vuelva a alojar en mi mente; duermo a base de pastillas, mi cuerpo se ha aclimatado a eso y no puedo quitarme esa manía, y además como los niños pequeños no puedo dormir sin una lucecita, aunque sea muy pequeña, porque siento un pánico irrefrenable por la oscuridad. Vivo más o menos feliz, al menos mucho más que antes, pero nunca me voy a curar del todo; nada me puede hacer volver al momento en que empecé a pensar así y cambiarlo. Me arrepiento mucho de ello, pero si hubiera pensado en el arrepentimiento jamás hubiera salido de mi situación. Saber el pasado es valioso si te sirve para un futuro más o menos próximo. </i></div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-71810197013478110912014-05-28T02:53:00.000-07:002014-05-28T02:53:12.268-07:00XII. Planes de boda<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
La sala de recepción
del señor de los dioses era sin duda la más hermosa construcción de
todo el universo. De inmensas dimensiones, hacia cualquier lado que uno
mirase se encontraría con algo que lo maravillaría e impresionaría,
hasta a los mismísimos dioses, acostumbrados a estar rodeados de lo más
hermoso y perfecto de la creación. Tras la entrada porticada por
columnas dóricas, en las que se enroscaban delicadas enredaderas desde
su base hasta el capitel, se abría una enorme sala, custodiaba en ambas
partes por esculturas de todos los dioses del Olimpo, con sus
respectivos atributos. El suelo, de un mármol pulido y brillante, era
una superficie perfecta, lisa e inmaculada. Cada una de las esculturas
de los dioses, crisoelefantinas, estaban sobre un pedestal en el cual,
con una cuidada caligrafía en letras griegas, aparecían su nombre y al
campo al que protegían y se dedicaban. No había ni una sola apertura en
los anchos muros que conformaban la estancia, pero la luminosidad se
conseguía gracias al techo: sobre una cubierta plana, del mismo material
que el suelo, aparecía un cielo de un azul oscuro repleto de estrellas
que brillaban como un millar de focos luminiscentes. Una hermosa
representación de la bóveda celeste.</div>
<br />
<a name='more'></a><br />
<div style="text-align: justify;">
Avanzando en la estancia, uno
llegaba a la parte más recóndita, donde se alzaba el imponente trono
del señor de los dioses. De oro puro, con algunas incrustaciones de
plata y de piedras preciosas, brillaba tanto como las estrellas del
techo. En las patas delanteras del trono había representados dos
águilas, una a cada lado, con las alas desplegadas. Sus cabezas servían
de apoyo para las manos de Zeus, y con sus ojos de zafiro miraban
desafiantes a todo aquel que se encontrara delante del trono. A su vez,
para dejar claro que quien se sentara en el trono era superior, se
encontraba sobre siete escalones, también de marfil.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
En aquella
estancia se encontraba Zeus hablando muy seriamente con Hades. El futuro
de su hija Perséfone se decidiría en aquella conversación. Podría
parecer que nunca se preocupaba por ella, ni por su madre, pero en el
fondo era todo lo contrario. Sabía lo celosa que era Hera, de sus
malévolos planes contra todas sus aventuras… que fuera una diosa no la
exentaba del peligro, sino todo lo contrario: estaba mucho más cerca, y
el daño que la hiciera sería eterno, no como las mortales. Por eso había
encomendado la misión de protegerla a Hades, hasta que se dio cuenta de
que su decisión tuviera una consecuencia de lo más extraña… algo que no
se hubiera imaginado para nada. Ya le extrañaba que su hermano Hades se
presentara allí en el Olimpo, y menos aún que le pidiera aquello.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
- Si he entendido bien, Hades, quieres a Perséfone, mi hija, como tu esposa. ¿Lo he entendido bien?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Sí</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Vaya… no sé qué decir. Jamás hubiera imaginado esta escena. Hades,
quiero mucho a Perséfone, aunque no lo parezca, y por eso te encomendé
su protección. Sé que eres uno de los dioses más poderosos, y que a
pesar de tu fachada de dios frío y sin corazón tienes en alta estima el
honor y los lazos familiares. Pero el matrimonio son palabras mayores.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Hermano, a mi lado Perséfone estaría segura para siempre. La
convertiría en la reina de mi mundo, y nadie osaría tocarla para hacerla
daño.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Tienes razón pero… no estoy muy seguro. Y aunque diera mi
consentimiento, Deméter nunca lo permitiría. Quiere que su hija sea
virgen, así que dudo que vea con buenos ojos y mucho menos consienta el
casamiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Si me das tu consentimiento, yo me responsabilizaré
de lo demás. Si Deméter se enfada, que sea conmigo. No me importa. Pero
Perséfone se quedará a mi lado. Irá a la superficie todas las veces que
quiera y todo el tiempo que considere oportuno. Solo quiero hacerla mi
reina, nada más, que comparta mi poder en el Inframundo y en cualquier
otro lugar del universo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Jamás pensé verte así, Hades, me
sorprende. Por mi parte, tienes mi consentimiento. Pero como padre debo
advertirte: no se te ocurra hacer nada malo a mi hija, porque sufrirás
mi cólera.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No esperaba una respuesta de otro tipo, hermano… o
debería decir cuñado, ¿no? Debo marcharme, pues los asuntos del
Inframundo me llaman. Mañana transmitiré las buenas noticias a
Perséfone, y arreglaré todo para que nos marchemos juntos al Inframundo,
donde nos casaremos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dicho eso, y dando por finalizada la
conversación, Hades realizó una reverencia, casi más de agradecimiento
que de respeto, y dio la espalda a su hermano mientras comenzaba a
realizar sus pasos hacia la salida. Todo estaba saliendo como él
esperaba. Su hermano estaba, literalmente, entre la espalda y la pared.
Si quería a su hermosa y querida hija protegida, ¿quién mejor que Hades,
el señor de los muertos, que junto a Zeus y Poseidón eran los más
poderosos? Si Zeus se negaba, era por dos cosas: o bien le odiaba
profundamente y no quería para nada su felicidad, o en el fondo no le
importaba nada la joven diosa. Y ambos dioses sabían que ninguna de las
dos opciones era la correcta.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Cuando Zeus se quedó completamente
solo con sus pensamientos, y el sonido rítmico de las pisadas de Hades
se había extinguido, frunció el entrecejo mientras cruzaba sus manos a
la altura de su prominente mentón, con los codos anclados en los reposa
brazos de su trono. No le desagradaba la idea de que Hades se casara,
porque de esa forma asentaría la cabeza y no tendría extrañas ideas de
expansión de sus dominios a la superficie en su cabeza atormentada.
Desde hacía mucho tiempo pensaba en buscar una buena candidata para su
hermano, pero como Hades era tan especial había decidido esperar a que
ocurriera todo de forma natural. Y, pese a sus cálculos, había pasado.
El poder de Afrodita era tan poderoso que hasta el señor de los muertos
se había doblegado a sus encantos e influjos. Cuando todo aquello se
propagara por el Olimpo, sería la comidilla de todos ellos durante
bastante tiempo, no por la importancia que solo unos pocos dioses
entenderían, sino por la novedad y la sorpresa que conllevaría todo
ello.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Pero no podía hacer nada para evitarlo, porque si su hermano
de verdad estaba enamorado de su hija haría lo que fuera para llevarla a
su reino. Pero era mejor no pensar en ello. Había algo que le
preocupaba más aún: la reacción de Deméter. Desde que había nacido,
Perséfone había pasado bajo la total y absoluta tutela de la diosa de la
agricultura, había alejado a la joven diosa de forma deliberada del
mundo de los dioses, del Olimpo, y tenía unas ideas muy claras sobre
ella. No permitiría por nada del mundo que se casara, pues quería que
permaneciera virgen como otras diosas, tales como Atenea o Ártemis. Y
así también podría asegurarse que estuviera a su lado para siempre, por
toda la eternidad, alejada de su presencia. Desde aquel momento, no
había cruzado más que dos o tres palabras cuando se veían en las
esporádicas asambleas de los dioses, y notaba que su mirada estaba
cargada de odio y de reproche. Tendría que hablar con ella. Llevaba
mucho tiempo planeando hablar con Deméter, y la providencia le otorgaba
una situación idónea para ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
Zeus seguía cavilando dichos
pensamientos, y Hades no cabía en sí de gozo. Caminaba como en un sueño,
pensando en la eternidad de felicidad que tendría en adelante. Ya no
sería el dios frío y distante, sino que cambiaría, y todo gracias a los
dones del amor, a los regalos de Afrodita. Las Moiras deparaban
inesperados caminos a todos los seres, y los dioses aunque fueran muy
poderosos seguían atados a sus designios. No quiso encontrarse con
ninguno de sus compañeros inmortales, y seguía manteniendo su habitual
mirada llena de misterio y de tristeza, a pesar de que un sentimiento
cálido iba asentándose en su corazón. Tenía unas ganas inmensas de ir a
Eleusis, al encuentro de su amada diosa, pero su razón le indicaba lo
contrario. Era tarde, y no quería asustarla visitándola a esas horas. La
eternidad era larga, podría esperar un día más.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Mientras Hades se
acercaba a su reino, al Inframundo, Pandora estaba de pie, frente al
trono de su señor Hades, jugueteando con uno de sus largos mechones
violáceos. En su mirada se podía apreciar una mezcla de preocupación y
de satisfacción. Sabía que se estaba jugando muchas cosas con todo
aquello, pero tenía que hacerlo. Los humanos, aunque fueran sirvientes
personales de los dioses y por ello tuvieran ciertos privilegios con
respecto a los demás humanos, seguían albergando en su interior los
mismos sentimientos que perdían a la raza humana, como el dolor, el
rencor o la envidia. No podía permitir que le "robaran" a su señor, y se
lo llevaran de su lado. No pudo evitar acercarse al trono del dios y
tocarlo suavemente, como si de una mascota se tratara, y cerrar los
ojos. Sí, estaba haciendo lo correcto. El trono de Hades no podía ser
compartido por una diosa tan débil y delicada como Perséfone, iba contra
la naturaleza misma de aquel lugar lleno de muerte y de tristeza. ¿Qué
pintaba una diosa de la naturaleza, y por lo tanto de la vida, en un
lugar así? Era, sencillamente, inconcebible.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Sus pensamientos se
detuvieron de pronto, y su mano se separó como si hubiera recibido un
calambre. Se giró en redondo, dirigiendo su mirada hacia la puerta de
entrada, que acababa de abrirse para dejar paso a Hades. Por fin había
regresado a su reino, a su hogar. Pandora no pudo evitar mostrar una
sonrisa de complacencia que permaneció solo unos segundos en sus labios.
Su señor avanzaba rápidamente, con su habitual porte divino y
autoritario. Ella realizó una profunda reverencia, hincando su rodilla
derecha al suelo, mientras su mirada estaba anclada en el suelo. Como
siempre solía hacer, a modo de completa obediencia y respeto, permanecía
de esa forma hasta que el dios la ordenara que podía levantarse. Hades
pasó a su lado, colocándose a su derecha, mientras su mirada se perdía
en el trono, con una mirada parecida a la que ella había tenido unos
segundos antes. Suspiró, como si no se diera cuenta de que ella estaba
allí. Después de unos segundos, que la parecieron eternos a ella, además
de incómodos por el pesado silencio que reinaba el lugar, Hades ordenó a
Pandora que se levantara. Ella lo hizo sin vacilar y de forma rápida,
esperando que la mandara alguna tarea.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
- Pandora, he estado
pensando, y creo que es hora de encargar a Hefesto un nuevo trono
–empezó a decir Hades, más hablando consigo mismo que con su fiel
espectro -. Uno más vivo, de plata con incrustaciones de piedras
preciosas, ¿qué te parece la idea?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Es un trono que no va con
vuestro carácter, mi señor –respondía Pandora, empleando su tono más
cortés –si se me permite la observación, por supuesto –al ver que Hades
no la detenía, continuó -. Y no veo que tengáis que cambiar de aposento,
es muy hermoso el que tenéis. Y si seguís empeñado en cambiarlo, yo
pediría a Hefesto que empleara un material con una tonalidad más oscura,
como por ejemplo la diorita. Quizá no es más valiosa que la plata, pero
va más acorde con el espacio que nos rodea –y con una mano señaló el
lugar en el que se encontraban -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No pensaba que el trono nuevo fuera para mí, Pandora. Creo recordar que no te lo he dicho.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Lo he supuesto, señor. ¿Acaso el nuevo trono que planeáis traer aquí es
para algún espectro, a modo de premio? –la pregunta estaba llena de
arrogancia, porque Pandora pensaba en ella misma. Es posible que todos
sus esfuerzos por ser fiel y diligente iban a verse recompensados,
aunque fuera de una forma que tampoco la agradara en demasía. Pero si
con ello demostraba a todos los habitantes del Hades su importancia y
peso en aquel reino, se sentiría satisfecha. Ya nadie osaría tocarla,
por miedo a las represalias. Sería la segunda al mando en el Inframundo
y… quién sabe, puede que pronto ascendiera a algo más…-.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- En
absoluto, Pandora. No estaba pensando en ti –y clavó sus ojos azul claro
en los de Pandora. Esta bajó la mirada, avergonzada por su
atrevimiento. Pero Hades, que se sentía magnánimo por los sentimientos
que bullían en su interior, no tenía ganas de reprenderla -. Te lo diré a
ti primero, pues te has ganado mi confianza a pulso. Dentro de poco
compartiré mi reino, el Inframundo. Ya no seré un rey sin reina. Ya no
estaré nunca solo aquí abajo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿En serio, mi señor? Son muy
buenas noticias –Pandora forzó una sonrisa, pues tenía ganas de muchas
cosas, menos de reírse. Sus temores más profundos se estaban llevando a
cabo, y estaba furiosa, realmente furiosa. Ya no solo tendría que
soportar no tener el afecto de Hades jamás, sino que tenía que aguantar
que su señor se lo diera a otra mujer, a una diosa que no se lo merecía.
¿Qué había hecho ella por Hades? ¿Acaso se va a encargar de dirigir a
los espectros, a aquellas almas oscuras y con pasados que la harían
temblar de miedo? ¿Pensaba Hades que Perséfone querría permanecer
encerrada en un mundo sin luz, sin vida, por el amor que le profesaba?
Qué equivocado estaba Hades. En el fondo, sentía lástima por él, porque
estaba tan ciego que no apreciaba la realidad de las cosas -. ¿Ya lo
sabe la afortunada?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Todavía no, pero lo sabrá en breve. Y no dirá que no, de eso estoy seguro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Si aceptáis mi humilde consejo, creo que deberíais de ir mañana mismo
para dar las nuevas buenas a la afortunada. Cuanto antes lo sepa, mejor.
Dejad que duerma plácidamente hoy, y mañana la alegraréis con la
noticia. Al ser dioses, un día no es nada, se pasa muy rápido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Buen consejo, Pandora. De todas formas, ya pensaba ir mañana, porque no
quiero sobresaltarla. Demasiadas emociones en un día, y hay que ir poco a
poco. Puedes retirarte, ya no te necesito. Terminaré el trabajo que
tengo pendiente por mi cuenta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Como deseéis, mi señor.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Con
una nueva reverencia, Pandora dejó la sala. Se encaminó a sus
aposentos, que se encontraban en un edificio aparte de la sala del
trono. Un edificio solo para ella misma, un templo donde podía estar en
paz y descansando de su agotador trabajo. Mientras caminaba hacia allí,
no podía dejar de pensar en una sola cosa: aquel horrible matrimonio que
supuestamente iba a producirse, entre ni más ni menos que el señor de
la muerte y la señora de la vida y la naturaleza. ¿Acaso no era un
matrimonio en contra del orden lógico? Era su deber hacer ver a su señor
el error que estaba cometiendo; quería protegerlo de su ceguera. Era su
manera de auto convencerse de que todo lo que estaba haciendo era
correcto, porque en el fondo su conciencia la decía a gritos que tenía
que parar. Pero aunque quisiera, no podría. Era una marioneta en manos
de fuerzas más poderosas, de los dioses, que podrían eliminarla con un
solo giro de sus muñecas o una simple mirada.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<em>No me puedo
creer que esto esté pasando. Mis peores pesadillas se están haciendo
realidad. ¿No será todo esto un mal sueño, una mala jugada de Icelos?
Creo que no, esto no es un sueño… es real. Por mucho que me esfuerce,
jamás veré lo que Hades ha visto en ella. ¿Qué tiene que no tenga yo, a
parte de la inmortalidad? Y encima es una enamorada de las plantas, no
pinta nada en este mundo. ¿Acaso es que posee una doble personalidad o
ha empleado extraños fármacos para que Hades caiga rendido a sus pies?
Puede que no sea tan tonta e inocente como parece, y que todo lo que
está ocurriendo lo tenga planeado en su cabeza. ¿Y si aspira a ser algo
más que una simple diosa de segunda fila? Si llegara a casarse con
Hades, sería la reina del Inframundo, y su poder y estatus dentro de la
jerarquía divina aumentaría considerablemente. Sí, eso debe de estar
planeando, ya no hay duda alguna. Es más astuta de lo que yo pensaba,
pero ya no me engaña. </em></div>
<div style="text-align: justify;">
<em>Pero estoy entre la espalda y la
pared. Debo obedecer y seguir el plan de Afrodita, por el bien de mi
señor. En el fondo me lo agradecerá, y puede que el trono que pretende
pedir a Hefesto acabe siendo mío. No pasa nada malo por soñar. Puede que
llegue el día en que mis esfuerzos se vean recompensados, y que Hades
consiga verme no como una simple humana y sirviente suya, sino como algo
más. </em></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<em>En el pasado ha habido humanas que han llegado a la categoría de
divinidades gracias a la intervención del señor de los dioses y, si
prometo controlar a Hades y mantenerlo en el oscuro mundo del Inframundo
para siempre, Zeus no se opondrá a nada de lo que le pida. Al final
estará comiendo de mi mano, porque ha quedado demostrado en el pasado
que Hades es un dios peligroso, y que Zeus tiene una obsesión conque va a
derrocarlo del poder. Sea como fuere, Perséfone no debe acabar aquí,
porque me relegaría a un segundo plano, estaría desplazada y todos los
logros conseguidos se evaporarían en un abrir y cerrar de ojos. Además,
si lo pienso de otra forma, estoy protegiendo los intereses de la justa
Deméter, pues quiere que su hija permanezca virgen como otras diosas. No
sé qué piensa hacer Hades con ese impedimento, pues está claro que
Deméter no entregará a su hija sin luchar por ella, pues era su compañía
y la adoraba. Está claro que Hades es demasiado confiado, y cree que su
destino es brillante y que le sonríe. Pero lo dudo mucho. </em></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<em>Mañana
todo se decidirá. Hades acabará destrozado, con el corazón hecho
pedazos, sin saber qué hacer. Y es en ese momento cuando yo entro en
escena. Si consigo aplacar sus males, si consigo consolarlo y borrarle
de la mente la figura de Perséfone, se rendirá a mis pies, aunque sea un
dios y yo una sencilla mortal. Los humanos tenemos muchos defectos,
pero también virtudes. Tenemos el don de la paciencia y de la astucia,
sabemos actuar en los momentos más oportunos, y nunca desistimos de lo
que creemos más justo o conveniente para nosotros, sin pensar en los
demás en muchos casos. Pero estoy harta de pensar en los dioses que me
rodean, en su bienestar y sus caprichos pasajeros; a partir de ahora me
preocuparé por conseguir mis objetivos, por ser feliz… aunque ello
conlleve destruir la felicidad de los demás. </em></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<em>Espero que
el cinturón de Afrodita haga bien su trabajo, porque si no ocurre así
estaré en graves apuros. Perséfone se pondrá aquella joya divina, no lo
dudo. Cuando le dices a una enamorada que con algo sorprenderás al amado
y mejorarás la relación, la tentación y los sentimientos son más
fuertes que cualquier pensamiento racional. Palabras hermosas son
aquellas que dicen "la belleza está en el interior", pero... ¿quién
puede resistirse a ser más bella ante el amado, a ser agradable a la
vista y tener su aprobación? Pues así es el amor a veces: la obsesión de
tener la aprobación del otro, porque de no ser así uno piensa que las
cosas no están saliendo bien. Pobre Perséfone. Estás jugando con fuego y
no te estás dando cuenta. </em></div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-80958810817306072582014-05-26T03:05:00.000-07:002014-06-06T15:07:29.295-07:00Ser friki<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBKTyeUTrCYHMz1eDfk-cGP96ZylfeMlkIIDAdxuER6IfNoz3h2IntFMRH0n76vJVj26wQVNb0QR7DDaUO94bk42Eea2BGIlcRN9UoyhL2fui64eoJ4xe9BaVYHTTlYZ2fGhowalAqsnis/s1600/pie-man.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBKTyeUTrCYHMz1eDfk-cGP96ZylfeMlkIIDAdxuER6IfNoz3h2IntFMRH0n76vJVj26wQVNb0QR7DDaUO94bk42Eea2BGIlcRN9UoyhL2fui64eoJ4xe9BaVYHTTlYZ2fGhowalAqsnis/s1600/pie-man.jpg" height="504" width="640" /></a></div>
<br />
Hoy, 25 de mayo de 2014, es el susodicho
día conocido como "día del orgullo friki", en el que se pueden
encontrar las típicas películas bandera de todos los considerados
frikis, como Star Wars o Star Trek -por decir las más famosas y
conocidas por todos-, el maratón de episodios de Big Bang en TNT o de
Hora de Aventuras -esto último no lo entiendo muy bien, pero bueno-, así
que mi mente ha pensado en hacer una pequeña concesión y hablar de todo
el concepto friki, bajo mi punto de vista, de diferentes aspectos que
rondan en este amplio mundo de los cómics, el manga, anime, películas de
ciencia ficción... No voy a entrar en la evolución del término, a quiénes deberíamos considerar como frikis o no, sino una simple opinión de este enorme y riquisímo mundo en general, desde mi punto de vista y mis experiencias. </div>
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<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Si
buscamos este término, friki, en nuestro querido Diccionario de la
Lengua Española, se pueden leer tres acepciones de la palabra, que
procede además del inglés: primero, hace alusión a una persona <i>rara, extravagante o excéntrica</i>, para luego, en otra acepción, decir <i>persona pintoresca o extravagante </i>y, finalmente, alguien que <i>practica desmesurada y obsesivamente una afición</i>. Aquí
nos encontramos con el significado de la palabra, pero ¿se debe
considerar como acorde a la realidad, o los grandes filólogos y
estudiosos de la lengua se han equivocado? En mi humilde opinión, no creo que hayan acertado mucho, porque ser friki no tiene por qué conllevar ser una persona extravagante, a no ser que con ello se quieran referir a que tienen gustos algo "desviados" de la mayor parte de la sociedad; si es por eso, entonces estoy de acuerdo. Y aquello de la práctica obsesiva... bueno, he de decir que algunos sí llegan a ese extremo, pero pasa en casi todo lo que nos rodea; amar algo con tanta pasión que no hagas, veas o hables de otra cosa es insano, y no sé por qué se ha pegado de forma imborrable en las espaldas de todo que se considere o lo consideren friki. Aunque, si uno piensa un poco, está claro que se relaciona con la idea del asocial y encerrado en su habitación, prototipo del friki, que poco o nada tiene que ver con la realidad -al menos, con la realidad en la que yo me muevo-. </div>
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</div>
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Antes que nada, hagamos una pequeña reflexión. ¿Nadie se ha dado cuenta de que ahora ser friki -como otras tantas cosas- está de moda? Sí, está en "la onda", como cada uno quiera denominarlo, pero no se ve tan mal como hace unos años. No me refiero que antes se viera a los frikis como unos apestados, ni mucho menos, pero sí que podía haber cierta mala fama a los frikis, como por ejemplo "que no son sociables", o que "nunca tienen novia/o", "que se pasan la vida en el ordenador jugando o viviendo en sus mundos de fantasía" etc etc etc. Típicos tópicos, como los de los informáticos o de los góticos, que algunos pueden coincidir o no, en una o varias personas, pero para nada se pueden extrapolar a todo el colectivo de los frikis. Cada uno tiene sus circunstancias, son personas con gustos comunes, y no por ello tienen que cumplir con unos mismos patrones en relación con su vida o sus relaciones sociales. Es cierto que sí los unen gustos comunes -como no-, tales como la literatura fantástica, los juegos de rol, o juegos de mesa, pero es un mundo tan variopinto, con tantas cosas y tantas ramas, que es en mi opinión muy complicado decir sin temor a equivocarte: este es friki y este no lo es. ¿Acaso hay una ideología, unas normas de conducta, un código para todos los frikis? Yo no conozco ninguno serio al menos, como mucho se puede hablar de los gustos, pero absolutamente nada más. </div>
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</div>
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Por suerte o por desgracia, según como se vea, la serie Big Bang se ha convertido en un boom -nunca mejor dicho-, para todo lo relacionado con lo que se considera el mundo friki. Cómics, películas de <i>El señor de los anillos</i>, también <i>Juego de tronos</i>, figuras de acción, posters con los que decoras tu habitación, conocimientos de películas o series de ciencia ficción -además de las mencionadas-, juegos de cartas o juegos de rol, el archiconocido cosplay, entre miles de cosas más. Pero, y eso es lo que quizá mucha gente no se dé cuenta de ello, es una serie donde se plasman los tópicos, por no decir topicazos, de los frikis, sobre todo en el sentido de gente que vive aislada del mundo real y de la sociedad con nulas capacidades de poder establecer relaciones con nuevas personas. Es el tópico que más ha arrastrado el friki, aún hoy en día se mantiene e incluso se incrementa, cuando por mi experiencia -puede que haya sido una cadena de casualidades, en las que no creo-, la gente que se puede considerar friki que conozco son los seres más sociables con los que me he encontrado. Además de que tienen ya sus años -porque un verdadero friki se tiene que ir forjando con el paso de los días y no de la noche a la mañana-, son personas normales, que no visten de forma que digamos "llame la atención", como mucho camisetas de cómics o de grupos de música metal. Claro que ahora cualquiera puede pensar, como yo, "pues en las convenciones o en quedadas frikis hay mucha gente gótica o de otras tribus urbanas -cómo odio emplear este término-". </div>
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</div>
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Primero, debo decir que relacionar lo gótico -o de otro estilo de vestir- con lo friki no tiene mucho sentido; con esto quiero decir que si coincide que una persona que le gusten todas estas cosas además, y solo además, viste de forma diferente a los demás, no tiene nada que ver. Y es un error que veo repetirse una y otra vez, ya no solo en las convenciones de la Casa de Campo en Madrid, donde no falta la tienda de ropa gótica, de camisetas de grupos metal o incluso ya de Steampunk, sino en las mismas personas que se creen frikis. No voy a atacar a nadie, no soy quién para decir nada de nadie, ni mucho menos decir quién es friki y quién no -nadie está en su derecho a hacerlo con los criterios que sean, pero no me parece bien que se relacionen cosas que no tienen nada que ver-. Vale que alomejor la gente que se mueve por estos mundos esté más en contacto con todo lo relacionado con lo mencionado anteriormente, pero hasta lo que yo sé -que es poco, pero algo es algo-, el mundo gótico no se relaciona para nada con eso, pero ni siquiera se acerca. Que lo tomen como un interés, un pasatiempo, que les guste, por supuesto -no estarán atados a tener unos gustos concretos y que sean obligatorios-, pero no se puede relacionar. Repito mucho esa idea, pero es que veo que cada vez se está mezclando más. Si la gente vistiera a la moda del Visual Key todavía como moda japonesa que es, tanto en estilo de vestir como en música, pero si no...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hay muchos niños -porque sí, son chavales en plena edad de revolución hormonal-, que no saben nada sobre el universo friki, sea lo que sea, o se quedan con lo básico de lo básico, como Hora de Aventuras y poco más. Yo veía Hora de Aventuras cuando apenas estaba de moda, y pensaba "bueno, es original para lo que hay, pero tampoco es ninguna maravilla", y poco después sin saber yo cómo ocurrió, se puso tan de moda que es casi lo único que te encuentras, tanto en camisetas como en merchandising muy variopinto, así como el Minecraft. Es cierto que tienen su atracción, son cosas que gustan porque no son malas, pero ya se están llegando a unos extremos de fanatismo. Sí, esa es la palabra, simple fanatismo, de fangirls y fanboys obsesionados con los personajes de estas series, que no hacen más que perseguir, literalmente, a los cosplayers que van de sus personajes favoritos, para pedir una foto -o fanservice, más bien esto último-. Cuando las cosas llegan a este extremo, hay que considerarlo como un punto de inflexión. Y hablo de esto porque, en mi opinión, es una "ramificación" del amplísimo mundo friki, el que yo creo que más está empeorando. He de decir que estos obsesionados no son únicamente niños de 12 años -o que estén en la E.S.O-, también me vienen a la mente bastantes casos de gente más mayor -y en teoría con la cabeza más en su sitio-, que hacen exactamente lo mismo. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bueno, mejor me centro en el tema, que si no me voy por las ramas. Como todo grupo social, tribu o como se quiera decir, se ha contaminado de tópicos -como por ejemplo pasa con los homosexuales, sin ir más lejos-, y ya todo el mundo piensa que es así y no hay discusión posible. Por favor, tenemos que pensar que no es verdad todo lo que nos pintan, y un grupo que al menos solo se cataloga como friki por las aficiones, es tan variopinto como los diferentes tipos de habitantes que haya en cualquier ciudad europea: habrá chinos, africanos, autóctonos, japoneses, hindúes, árabes... todos con el único factor común de que viven en un mismo sitio y hacen lo mismo para sobrevivir, pero no por ello todos exactamente iguales. Yo, aunque podría ser friki perfectamente porque cumplo con esas aficiones comunes -debo decir que con casi todas, por no decir todas-, no me considero como tal; es decir, a mí me gustan una serie de cosas, porque me gustan de verdad, y si con ello soy friki... pues de acuerdo, no me importa, no me siento ofendida ni tampoco lo esgrimo con orgullo, hay que sentirse orgulloso por lo que uno es, aceptarse, y seguir unos gustos acordes contigo mismo, no porque lo digan los demás o, infinitamente más importante, esté de moda. Si eres friki solo porque has visto Big Bang, Hora de Aventuras y nada más, no conoces absolutamente nada más, y te hace gracia y propagas por todos lados tu "frikismo", yo no creo que seas friki. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un verdadero friki está orgulloso de sus gustos y de lo que es, pero nunca fardará de ello. Tenedlo en cuenta. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Larga y próspera vida a todos (y quien lo sepa sin necesidad de haber visto Big Bang, enhorabuena, tienes un espíritu friki en tu interior). </div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-18247515345193454552014-05-18T13:30:00.000-07:002014-06-06T15:15:10.186-07:00I. El comienzo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCYQMx2fPGdAW6ym0-ZWspfLRYQexroy532v1kNX4WNWpzIlOFlo7qw77jczRbcp2qY9ERZ2-dM4Nhkgbpea1x_4l1yrFZhVKr60SeLxD-LXwvTtV8RpyKV_-2-jg_tSvfLnyPFnt-U-td/s1600/Ciucas_stanca1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCYQMx2fPGdAW6ym0-ZWspfLRYQexroy532v1kNX4WNWpzIlOFlo7qw77jczRbcp2qY9ERZ2-dM4Nhkgbpea1x_4l1yrFZhVKr60SeLxD-LXwvTtV8RpyKV_-2-jg_tSvfLnyPFnt-U-td/s1600/Ciucas_stanca1.jpg" height="480" width="640" /></a></div>
<br />
-Mi señora Anna -decía la matrona, mientras acomodaba su almohada-, necesitáis descansar. El parto ha sido duro y habéis sido muy valiente y decidida. Os merecéis un largo descanso.<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Necesito ver a mi hija... -dijo en un susurro de voz, y abrió más los ojos, dos cuencas de tonalidades marrones que dirigían una mirada de cansancio infinito al dintel de la cama-. Quiero verla, dádmela...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Mi señora, debéis descansar...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-¡Dádmela de una vez, te lo ordeno! -empleó las últimas fuerzas que le quedaban para exigir con su autoritaria voz que le entregaran a su hija. Sus ojos se cerraron, respiraba tranquilamente, con su pecho alzándose y cayendo pesadamente, mientras levantaba el brazo derecho para que le acercaran aquello que exigía. La matrona, temiendo la ira de su señora, decidió tomar a la delicada recién criatura que acababa de nacer, para tendérsela en sus brazos-.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Es una niña muy hermosa y sana -dijo la matrona mientras la depositaba en sus brazos-. Es una digna descendiente de vuestra familia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-Eso tendré que juzgarlo yo -dijo secamente Anna Báthory, con la niña ya en sus brazos, un trozo de carne rosado, que no paraba de moverse, que lloraba y chillaba estridentemente, envuelta en una capa de lana para mantenerla en calor-. Pues no es gran cosa -dijo, con un tono de dejadez-, espero que cuando crezca sea una digna descendiente de nuestro linaje. Toma -y se la tendió a la matrona, visiblemente decepcionada-. Prefería un varón, pero tampoco vamos a pedirle caprichos a nuestro señor Dios. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Retiraron a la niña a una habitación, ya preparada para el futuro bebé que iba a nacer bajo esos techos engalanados de la familia Báthory. La madre miró con rabia contenida al bebé que se alejaba de ella, mientras su cuerpo estaba agotado por el esfuerzo realizado, deforme, imperfecto, feo... <i>No puedo creer que haya dado todos mis esfuerzos para que me nazca una hija, y además tan imperfecta e impura. ¿He cometido algún pecado terrible, mi amado Dios, y este es el castigo por ello? Yo solo pedía un hijo varón, alguien que pueda tener los inmensos dominios y riquezas de nuestra familia; pero no, nos ha tenido que salir una mujer, una niña indefensa que no sabrá cómo enfrentarse a un mundo donde si no vuelas, te matan; un mundo donde el horror se manifiesta cada día. ¿Qué le diré yo ahora a Jorge? ¿Qué cara se le pondrá cuando le cuente la noticia? </i>Nada más cesó en esos pensamientos, escuchó cómo se abrían las puertas de la habitación, y una figura engalanada con sedosas vestiduras, todas de tonalidades oscuras, pelo oscuro también como la noche más cerrada, y ojos azules que parecían congelar con la mirada, se acercaba en grandes zancadas a la cama donde Anna se encontraba. Su corazón dio un vuelco, por unos sengundos la pareció que no latía, su respiración se entrecortó, al ver en el lado derecho la figura de su amado esposo y primo. Este, con una rapidez increíble, se quitó el guante de seda de su mano, sostuvo la mano de su esposa, y la besó con una gentileza que poco pegaba a un hombre de armas.<br />
<br />
-Mi amor, he venido en cuanto he podido -dijo, casi en un susurro. Jorge era un hombre de armas, como todos los nobles de una familia que se respetara, ágil con la espada y mortífero en la guerra, pero a la vez era delicado cuando la ocasión lo requería, uno de los aspectos que más encantaban a Anna-. ¿Cómo te encuentras? ¿Puedo ver a nuestro retoño?<br />
<br />
-Jorge... lo siento mucho.<br />
<br />
-¿Sentirlo? ¿Qué ha pasado Anna? ¿No me dirás que ha muerto...?<br />
<br />
-No, no, no ha muerto... -<i>pero quizá hubiera sido mejor así </i>pensó la mujer, pero nada de eso salió de sus labios-. Es una niña, Jorge, una simple niña. Creo que Dios nos ha lanzado una maldición.<br />
<br />
-No digas estupideces -la reprimió el noble, aunque de forma cariñosa-, sea una niña o niño, es una Báthory, una aristócrata poderosa aquí en Hungría. ¿Acaso crees que por ser mujer no va a tener una buena vida? ¿Que no heredará todo esto? -y con una mano abarcó toda la habitación, con muebles de las más exquistas maderas, cortinas de terciopelo, cuencos de oro y plata-. No te afligas, mujer, que no la deparará un mal futuro; será una doncella alta y distinguida y, por muy mala suerte que tenga, conque saque la mitad de la belleza que tú posees, la será más que suficiente -y sonrió-.<br />
<br />
-Pero...<br />
<br />
-No digas más, mi dulce Anna, tienes que descansar -y dándole un beso en la frente, la arropó para que se sintiera más cómoda y apagó la vela que estaba en la mesita, al lado de la cama-. Buenas noches. Ya hablaremos mejor cuando estés recuperada del todo.<br />
<br />
Una semana pasó, hasta que la condesa Anna Báthory se recuperara del parto, comiendo ingentes cantidades de comida para recuperar fuerzas, bebiendo como si no hubiera un mañana, y despidiendo miradas recelosas hacia la criatura que había salido de su vientre, que solo montaba algo de escándalo cuando quería comer, siendo silenciosa en casi todo momento. Las sirvientas se ocupaban de ella la mayor parte del tiempo, pues Anna, no se sabía muy bien por qué, había desarrollado una especie deodio indiscriminado hacia su hija. La echaba la culpa, entre otras cosas, de haber desfigurado su antes bien contorneada figura, que había sido la envidia de todas las damas de las familias más pudientes de la ciudad; ahora, la miraban con la risa en los ojos, cuchicheaban sobre ella, se reían tapando sus ponzoñosos labios tras un oropel de sedas o de plumas de sus abanicos. Estaba empezando a desarrollar una paranoia en todo su esplendor, escuchando voces a sus espaldas, siempre riéndose de ella por su belleza perdida, siempre mofándose de su cuerpo, y metiéndola la idea en la cabeza de que su marido ya no la veía atractiva, y saciaría sus apetitos sexuales con otras mujeres. Por todo ello, se mostraba arisca, huraña y amargada con todo el mundo, en especial con su propia hija, la sangre de su sangre. Puede que también aquí entrara en juego la belleza que estaba desarrollando la pequeña Elizabeth: una piel blanca como la más pura nieve de los Cárpatos, aquella que era inaccesible para toda vida en la Tierra; unos labios carnosos, de un tono carmín natural que no necesitaban cosmético alguno; unos cabellos negros como los suyos, largos y sedosos, que caían en cascadas de brillo sobre sus hombros y espalda, tan suaves como el terciopelo; y el cuerpo, aunque aún en edad de desarrollo, ya apuntaba a las formas sinuosas que bien gustaban a los hombres.<br />
<br />
Fuera lo que fuese, el desagrado conque la madre trataba a la hija era digno de una representación teatral. Hasta las damas de compañía y sirvientas, al apreciar la actitud hostil de la noble Anna, empezaron a pensar que en realidad su joven señora no era más que un vástago, una prueba andante de las infidelidades de la señora, y esta tenía que soportar verla cada día, a todas horas, ese recuerdo de un pecado que jamás podrá quitarse del cuerpo. Había rumores sobre sus posibles amantes y la gente, que tiene el placer de meterse en la vida de los demás y distorsionar la realidad para fines más mórbidos, cuchicheaban si tendría varios amantes, si celebraba orgías aprovechándose de que su marido estuviera ausente de la casa... y la joven Báthory, ¡pobre su alma y cuerpo! Condenada por un pecado que no era el suyo, el de pertenecer a una relación en contra de todo lo estrictamente correcto. ¿Qué sería de ella cuando se descubriera todo? Eso era lo que se comentaba por la casa, y que al poco rato de haber nacido el rumor entre esas paredes de piedra se extendió con fuerza por la calle, traspasando muros, puertas, ventanas, todo lo que se le pusiera por delante.<br />
<br />
Cuando Anna Báthory se enteró de todo aquello, desató una furia sin igual. Empezó a romper cosas por doquier, a insultar y gritar a las sirvientas que se encontraba por su camino, las cuales retrocedían muy amedrentadas por los ojos, encendidos como dos ascuas por la cólera, de su señora. Pero ella, presa de sus sentimientos, no sabía cómo desahogarse. Acabó llegando al salón principal, donde se encontraban su hija y su marido que su marido intentando enseñarla las nociones básicas de lectura del latín y de su lengua, para que de esa forma pudiera leer las Sagradas Escrituras. Jorge se levantó, sobresaltado, pues Anna entró abriendo las puertas de forma estruendosa. Su respiración era entrecortada, por la furia que recorría sus miembros y por los pasos desenfrenados que había hecho; miraba el salón algo confundida, como si no supiera donde estaba, y entonces se derrumbó en el suelo, entre sollozos. Jorge acudió corriendo, ordenando a su hija que partiera rauda a su habitación, no tenía que ver a su madre totalmente derrumbada por los pensamientos que rondaban por su cabeza. Elizabeth parecía que no escuchaba la voz de su padre, sino que simplemente clavaba su mirada en el cuerpo debilitado de su madre, cómo sus sollozos taladraban sus oídos, y el remordimiento en su mente, pinchándola sin piedad: <i>mi madre se encuentra así por mi culpa, no sé por qué razón no me quería tener, no me ha dado nunca amor de madre, ni nada parecido. ¿Acaso mi existencia es una carga para ella, es un castigo enviado por Dios, o simplemente siente odio hacia mi persona, sin motivo alguno? </i><br />
<br />
<i>- </i>Anna... ¡Anna! -decía Jorge, golpeando gentilmente la mejilla de su amada para despertarla, pues parecía haber entrado en shock-. ¿Qué te ocurre? ¿Alguien te ha hecho algo, has visto algo fuera de toda razón? Por favor, contéstame...<br />
<i> </i><br />
<i>-</i>Uhm... -gimió ella, intentando despertarse de su sopor-, Jorge... mi querido Jorge... tú no crees esas historias, ¿verdad? Son mentiras, infamias, calumnias, difamaciones -su voz se iba alzando más y más, como si su enfado la diera fuerzas de nuevo-. Son los demás, que me tienen envidia, no soportan que yo sea la más bella de esta ciudad, no soportan que la vida me sonría. Esas furcias que se visten con telas sedosas, carísimas, con maridos ricos que no las aprecian en absoluto, esas que se aburren y no tienen cosa mejor que hacer que insultarme, decir esas cosas tan horribles de mí... pero me vengaré, no quedará esto sin venganza...<br />
<br />
-Anna, creo que estás delirando. Debes calmarte, siéntate y...<br />
<br />
-¡No puedo calmarme! -y como movida por un resorte, se levantó, como si estuviera poseída por un ser infernal-. ¡Cómo voy a calmarme, cuándo el mundo está en mi contra! ¿No lo oyes? Son esos murmullos que no cesan, esos rumores de que he sido infiel... que Dios me perdone... -y entonces, sus ojos se posaron en la figura inerte, sin habla, de su hija, que la miraba fijamente-. Tú... tú eres la culpable -y la señaló con el dedo-. Eres la causa de mi desgracia. ¿Crees que no me he dado cuenta? Con esa belleza floreciendo, esos rasgos de los que yo disfrutaba hasta hace nada... ¿Ves? Jorge, mi amado Jorge, no contesta a mis preguntas. Hemos estado ciegos todo este tiempo... no es nuestra hija, ella no me causaría tal repugnancia, pues la llevé en mi vientre nueve meses seguidos... no, ella es la reencarnación del Demonio, de un ser infernal que ha venido a arruinarnos, a destruir mi cabeza, mi razón, mi cordura...<br />
<br />
-Anna, cálmate, o tendré que tomar medidas -dijo de forma autoritaria su marido. Su voz era grave, potente, como cuando mandaba a sus criados, una voz que dejaba bien claro que no admitía réplica alguna-. Creo que es necesario que te vayas a acostar; puede que hayas estado leyendo demasiado textos sagrados y tu mente esté susceptible a temas como seres infernales...<br />
<br />
-No me crees... ella te ha lavado el cerebro... pero sé la forma de solucionarlo...<br />
<br />
Sin previo aviso, y deshaciéndose rápidamente de los brazos de su marido, veloz como el rayo centelleante, se dirigió hacia su hija, con las manos extendidas, deseando apresar en sus garras a su presa. Fue todo tan rápido, que Elizabeth no se dio cuenta de casi nada, su mente borró esa escena de su cerebro. Las manos de Anna se aferraron a la garganta de su hija, con una fuerza hercúlea, como si quisiera partir una rama; fue poco tiempo, porque Jorge tuvo buenos reflejos y solo fueron unos segundos, pero con una fuerza tan impresionante que dejó una horrible marca en el cuello de la muchacha, mientras su madre gritaba "¡demonio, demonio, sal de mi casa!" o "¡me ha robado mi juventud, mi hermosa juventud! Me chupará hasta la última gota de ella, y me consumiré en el polvo de mis huesos", frases que helaron la sangre a todos los sirvientes de la mansión. La llevaron a sus aposentos, ella se resistía frenéticamente, mirando a todos lados, gritando todo tipo de imprecaciones. Tuvieron que atarla a la cama para asegurarse de que no se moviera de allí, pues estaba bastante claro que iría directamente a matar a su hija. La drogaron para tranquilizarla, y los gritos poco a poco se extinguieron en la casa, dando paso a un silencio tenso.<br />
<br />
Los días, semanas y meses pasaron, hasta llegar a un año después de los acontecimientos tan traumáticos que cubrieron a la casa Bàthory de una fama que pendía de la cuerda floja; unos decían que Anna había sido poseída por un demonio, lo que daba pie a toda una serie de chismorreos sobre las prácticas de brujería o de magia negra que se llevaban a cabo en la casa; las mismas sirvientas, asustadas por lo ocurrido, decían que escuchaban los lamentos de su señora, entre las drogas y los calmantes, mientras no paraba de mencionar el nombre de su hija y la maldecía, culpándola de su estado; y, por supuesto, los miembros de las casas más nobles, que se reían a sus espaldas, que se escandalizaban de lo ocurrido, mientras de cara a los demás o ante el propio Jorge se apenaban por su situación y le daban el consuelo más hipócrita del mundo. En verdad, el pobre Jorge no sabía muy bien qué hacer, pues ya no solo tenía que proteger su propio honor de familia, de mantener el talante y la buena fama que poseía su familia -hasta lo que cabía-, pero también tenía que ser un buen padre, y evitar en todo lo que pudiera que su hija se viera perjudicada por los delirios espantosos de su madre. Entonces, tomó una terrible decisión para un padre: la envió al castillo de su abuelo, el conde Esteban Bàthory de Somlya, que vivía apartado de todas las excentricidades de las ciudades o núcleos urbanos, en un castillo un poco alejado de la ciudad, pero que serviría para que su hija estuviera con la familia, esperara a que pasara el temporal, y luego regresar.<br />
<br />
Un triste día de octubre, lluvioso y frío, la joven Bàthory estaba haciendo sus maletas en la habitación. Ella solo sabía de su padre que tendría que vivir un tiempo con su abuelo, que la vendría bien cambiar de aires y conocer más a la familia, pero ella, que no era estúpida, conocía la verdadera razón: no podían estar las dos, madre e hija, en una misma casa. Y su padre, bueno de alma y corazón, había tomado la decisión menos dolorosa. La propia Elizabeth pensó en matar a su propia madre, y no se horrorizaba o se sentía mal porque ese pensamiento cruzara su mente; simplemente una noche, antes de dormir, le vino a la mente, sonrió de forma algo extraña e incluso se sintió bien, como si esa fuese la solución a todo. Pero no iba a hacerlo, no porque fuera un acto horrible, sino porque simplemente los demás no iban a entenderla, iban a juzgarla, y no quería causar más problemas de los que ya sufría su pobre padre. Cuando vio por la ventanilla del carruaje los ojos desolados de su padre, cuando vio sus cuencas llenas de lágrimas que malamente podía reprimir, cuando sintió la desolación y el dolor que afloraban en su rostro, no notó el menos atisbo de tristeza, como sentimiento aunque fuera de reciprocidad; por el contrario, sentía una oscura y perversa satisfacción. </div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-39528408021049826022014-04-26T04:23:00.000-07:002014-06-11T04:31:57.170-07:00V. Atrapado en la oscuridad<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOKA1vAQagCGvWyl5MKwgM5YY8cYG6JXmKhhKHaanxo5kyRxCcfIfHbTZaQjolBevCrpFzKczI5vh5WAPrHxhuUc3x0epcv1tY2pRcCzRdb8MhoVrWfbJdU1CoD-zXUSNUnBr30-cCkDRE/s1600/Morning_Mourning_I_by_touch_the_flame-550x350.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOKA1vAQagCGvWyl5MKwgM5YY8cYG6JXmKhhKHaanxo5kyRxCcfIfHbTZaQjolBevCrpFzKczI5vh5WAPrHxhuUc3x0epcv1tY2pRcCzRdb8MhoVrWfbJdU1CoD-zXUSNUnBr30-cCkDRE/s1600/Morning_Mourning_I_by_touch_the_flame-550x350.jpg" height="406" width="640" /></a></div>
<br />
<i>Estuve en mi casa muchos días pensando, agitando en mis pensamientos los últimos acontecimientos, que cada vez se estaban escondiendo más en ese velo de misterio y de incertidumbre. Eran pocas las ocasiones en las que me sentía impotente, pues mi sentido aventurero y, ante todo, mi edad -la juventud es el momento que te otorga la vida de ser intrépido y osado en las situaciones- me impedían rendirme ante las cosas, tenía que solucionar todo costase lo que me costase. Pero esto... me sentía como los protagonistas de algunas historias románticas, de hombres que acababan luchando con fuerzas oscuras y que iban más allá del entendimiento humano, enfrentarse a hechos sobrenaturales que podían minar tu cordura y razón. Me sentía como Don Álvaro, siendo arrastrado por mi inevitable sino, marcado por Dios y por las leyes de la naturaleza, pudiéndose resistir todo cuando quisiese, que nadie iba a poder salvarme. Me sentía como Don Juan Tenorio ante el espectro de su amada Doña Inés, pues cada vez mi mente racional caía en el pensamiento de que Selene era un fantasma; todo cuadraba, claramente, pero siempre mi cabeza se aferraba a lo mínimo para mantenerse en la realidad. ¿Por qué, entonces, podía tocarla como si fuera de carne y hueso? ¿Por qué no veía a través de ella? ¿Por qué no me asustaba su presencia, sino todo lo contrario: una sensación de paz, de quietud... e incluso de familiaridad? </i><br />
<br />
<a name='more'></a><br />
<br />
<i>Estaba nervioso, no podía evitarlo, sentía que tenía que hacer algo, pero no sabía el qué. ¿Por qué no recibía una señal, como les pasaba a los protagonistas de las historias que había leído? Ciertamente, se creía inmerso en uno de esos relatos, que era un caballero de blanca armadura destinado a salvar a una bella dama, pues sus destinos estaban unidos; pensaba que compondría odas en honor a su amor, que era hermoso y bello, y que la rueda del Destino se giraría para favorecerlos, al igual que eliminar a todos sus enemigos... Pero eso no eran más que vanas ilusiones, imágenes que se agolpaban en su mente para hacerle creer algo que no era. Estaba en el mundo real, no había actos de caballerosidad, solo cruel y frío compromiso, de hacer lo que uno debe, y no contradecir para nada los mandatos de tus padres; así era la sociedad del momento -y en el fondo siempre fue así, con algún supérfluo arreglo, pero con la misma base-, y esta pequeña </i>aventura <i>que se me había presentado a los ojos, a mi vida, me hacia revivir de nuevo. Era joven, sí, pero no tenía ninguna aspiración en la vida, todo me lo daban hecho, no podía salir de la rutina, y eso me ahogaba, me arrastraba a un torbellino de malestar y de compromisos sociales. "Haz esto", "haz lo otro", "como eres el primogénito de la familia, tus deberes son...", siempre con una mirada recriminadora en el rostro, pues por muy poco que te alejaras de lo </i>políticamente correcto<i>, ya estabas en un aprieto.</i><br />
<br />
<i>Tenía que tomar una rápida solución. La persona en la que había depositado todas mis esperanzas se había ido, había exhalado su último suspiro y se encontraba al amparo de Dios, que en paz y gloria descanse. Pobre mujer, que encontró ya su final, pero después de una larga y próspera vida, de eso podía sentirse orgullosa.</i><br />
<br />
<i>Siempre había agitado en sus mientes hacer una pequeña excursión a ese famoso cementerio, que días atrás había intentado penetrar pero cuyas circunstancias no fueron propicias para ello. Su espíritu aventurero le había recriminado, cada día que pasaba, el por qué no había ido a esa zona, por qué no había investigado un poco como buen hombre "de la razón" que decía ser. En gran medida era por miedo, no le causaba vergüenza admitirlo, pues cuando el ser humano se encuentra a las puertas de descubrir algo que puede cambiar toda su forma de ver el mundo, o que sabe que ahí va a encontrar una mala noticia, hace todo lo posible por evitar encontrarse con ello, con sus temores. Puede llamarse cobardía, pero yo lo denomino simple supervivencia; deseos de vivir un día más, deseos de proteger tu cuerpo y mente de algo que sabes te va a herir o causar una seria impresión en ti. Respiraba hondo mientras las fuerzas y la valentía se alojaban en mis extremidades y en mi cabeza, convenciéndome a mí mismo de que debía ir allí a investigar. Pero, ¿y si me encontraba con una terrible verdad? ¿Y si estuve todas esas noches hablando con un espectro, en vez de con un ser humano? La impresión de esos pensamientos me hacía temblar de terror, un sudor frío recorría mi frente, pero no podía demorarlo más.</i><br />
<br />
<i>El aire era fresco, propio de la primavera, con un cielo despejado de nubes y lleno del trino de un millar de pájaros, como si cada uno de ellos intentara competir y destacar entre sus demás compañeros de canto. El camino estaba despejado, no se veía ni un alma, puede que por las horas intempestivas a las que caminaba. Si de verdad fuera un caballero de las novelas que leía, tendría que haber salido por la noche y no a las cuatro de la tarde, con todo el calor del astro sol clavándose en su nuca, pero era lo suficientemente listo como para no hacer eso, pues ¿en qué mente cabe salir a un cementerio por la noche, donde la mente es mucho más proclive a "ver cosas" o, mejor dicho, "imaginarlas? Quería mantener su vida a salvo, y no temía más a los muertos que a los vivos, forajidos que se agazaparan y se sirvieran de la maleza para atacar a los viandantes despistados que se perdían en el bosque, como leones en la sabana esperando escondidos a su presa. </i><br />
<br />
<i>El cementerio que se alzaba entre los árboles frondosos era un espectáculo de lo más mágico y tenebroso a la vez. Un lugar donde la maleza había colonizado todo cuanto había en el suelo, con enredaderas que se agarraban a cuanto hubiera en su camino, de tonalidades verdáceas, junto a las hojas caídas de los árboles que se alzaban en líneas rectas e impresionantes. El silencio era absoluto, no había ni trinos ni tampoco crujidos de ninguna clase, como si estuviera protegido aquel lugar por una capa protectora de algún tipo, haciendo que el espacio fuera más especial aún de lo que ya era por lo que uno podía percibir con los ojos. Caminaba entre montones de hojas y de tierra, cuando vi que en el terreno empezaba a avistarse, como luchando por salir de la maleza, restos de piedras bien pulidas, hechas sin duda por la mano del hombre: fragmentos de esculturas, de lápidas, de restosde escritura de personas que ya no se encontraban en este mundo... un verdadero escenario de la desolación más absoluta, una prueba indiscutible de la fugacidad de la vida, de que el ser humano, por mucho que se empeñe, no es inmortal y tiene los días contados.</i><br />
<i><br /></i>
<i>Me embargaba un sentimiento de melancolía, no podía evocar en mi mente algún recuerdo feliz que me ayudara a combatir esa atmósfera tan triste que se sentía, que se colaba por mis poros, que me hacía sentir así. Andaba sin un rumbo fijo, entre tumbas derruidas y carcomidas por el tiempo, erosionadas por la lluvia, por las plantas, por la Naturaleza en su estado más puro. Vagaba... hasta toparme con una tumba intacta, una escultura que se erguía orgullosa y limpia -en comparación con el desorden que reinaba en el lugar-, en cuya superficie se reflejaba el poco sol que podía colarse entre las copas de los árboles; de silueta ondulante, casi perfecta, me sorprendía que no pareciera sufrir casi ningún desperfecto, aunque como me encontraba algo lejos, podía ser un simple efecto óptico. No sabía muy bien por qué, pero mi corazón empezó a descontrolarse en mi pecho, un latido desenfrenado, sintiendo que alguien me seguía, mi cerebro me sugestionaba más y más a cada paso que daba. Estabaya cerca de lo único que estaba en pie en aquel desamparado lugar, con las ruinas de una iglesia en el fondo, camuflándose con el paisaje, como si ya formara parte de la Naturaleza y fuera uno con Ella. </i><br />
<i><br /></i>
<i>Cuando estaba a unos pasos de eso, vio que tenía unas formas muy sinuosas, perfectas, como si llevara un vestido o túnica muy larga que le llegaba a los pies; su superficie estaba un poco mohosa, verdosa, por la humedad predominante y el abandono, pero denotaba que, por alguna extraña razón, estaba relativamente cuidada -algo curioso cuanto menos teniendo en cuenta el lugar en el que se encontraba-. Entonces se dio la vuelta, y sus ojos se abrieron como platos: ante él se encontraba la figura erguida y bien proporcionada de una muchacha, más o menos de su edad, con un vestido largo que tapaba sus pies, de pliegues ondulantes muy bien conseguidos; sus brazos caían delicados, etéreos, a ambos lados de sus caderas perfectas, simétricas, y su delicado cuello dejaba entrever las marcas de las venas que por allí dentro se encontraban, notando así el cuidado con el que se realizó dicha talla. Sus cabellos, sin recoger -algo extraño en una dama de alta cuna como parecía-, caían despampanantes, lisos, tan naturalmente tallados que uno sentía que debía tocarlos para asegurarse que eran de piedra y no cabello de verdad. Su mirada, tan sincera y profunda, denotaba la chispa de la inteligencia, de la razón. </i><br />
<i><br /></i>
<i>Tan absorto estaba de todo aquello, que no notaba que el día iba declinando poco a poco. Estaba acercando su mano al brazo de aquella estatua, tenía la sensación de que la conocía de algo, le sonaba su cara. Pasaba con una caricia llena de delicadeza por su mano... cuando, de repente, vio que se movió. Como si hubiera sentido un calambre, apartó la mano, dirigió su mirada al rostro de la talla, y lo que vio le provocó un desmayo, se le fue la sangre de la cabeza: sus ojos, ya no dos cuencas de piedra sin color alguno, sino dos cuencas oculares de un azul intenso, estaban dirigidas hacia él con terrible mirada. </i><br />
<br />
<i>Cayó pesadamente en el suelo, todo se volvió negro a su alrededor, y su mente se alejaba de su cuerpo, de aquel paraje, como si emprendiera un lejano viaje y no fuera a regresar... </i></div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5544940762419785783.post-80211550234370907692014-04-24T13:31:00.000-07:002014-04-24T13:31:19.870-07:00XI. Un regalo engañoso<div style="padding-left: 10px; padding-top: 10px;">
<div style="text-align: justify;">
Perséfone
estaba sentada, con las piernas flexionadas para apoyar en ellas un
papiro que tenía medio desenrollado. Su espalda estaba apoyada en un
tronco de árbol, rugoso y de tonalidades oscuras. El sol irradiaba sus
rayos sin piedad en la superficie, y todas las criaturas habían buscado
refugio en las frondosas copas de los árboles o, en su defecto, en
pequeñas grietas, concavidades u hoyos que se podían encontrar en los
afloramientos rocosos cercanos. La naturaleza se encontraba en ese
preciso momento en una situación de sopor a causa del calor. Perséfone
no sentía calor alguno, pues estaba protegida de los implacables rayos
del sol, y siempre que sintiera algún sofoco podría acercarse al
estanque de aguas cristalinas para refrescarse. Estaba bastante
nerviosa, porque Hades todavía no acudía a la cita habitual en aquel
paraje, y no era conocido precisamente por retrasarse en los
compromisos. No paraba de pasar líneas y líneas de su lectura, sin
prestar la mínima atención. Cada crujir de las ramas o las hojas, cada
movimiento de los arbustos cercanos, cada sonido que la rodeaba la ponía
en alerta. En una ocasión, en la que creyó distinguir claramente pasos,
se levantó rápidamente, y una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro;
pero desapareció tan pronto como había aflorado, pues se dio cuenta de
que en realidad no era más que un cervatillo que correteaba por aquellos
parajes. Se volvió a sentar, desilusionada y con el corazón en un puño,
sin saber exactamente qué hacer. Se sentía confusa, y un tanto perdida,
a la vez que preocupada. Solo rezaba a las Moiras para que Hades
llegara pronto y se demostrara de esa forma que su preocupación era
estúpida.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<a name='more'></a><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cerró los ojos, para serenarse. Respiraba profundamente,
para calmarse. Jamás había sentido esa presión en el pecho, pues nunca
se había preocupado tanto por una persona. ¿De verdad merecía la pena
querer a alguien si te provoca en ocasiones ese tipo de sentimientos?
Claramente merecía la pena, pues eran más las alegrías que los
disgustos. Cuando Hades estaba con ella, el tiempo pasaba volando, y se
sentía cómoda, segura y contenta; contenta porque podía charlar
tranquilamente, contenta porque por una vez en su vida era libre de
decir y hacer lo que ella quisiera, sin que su madre la censurara o
reprochara por ello. Puede que todos vieran a Hades como un dios frío y
cruel, pero tenía una cualidad que pocos seres de este mundo poseen: el
don de la escucha. Ella hablaba y hablaba largas horas de temas muy
diversos, casi siempre ligados a su amada naturaleza o a los papiros que
leía con tanta avidez. Y Hades, paciente y tranquilo, la escuchaba,
realizaba algunas intervenciones, pero poco más. Perséfone pensaba que,
al ser el dios de los muertos, solo tendría historias macabras y oscuras
que no quería desvelar, y ella se sentía protegida de una manera
estúpida. Era ya lo suficientemente mayor para escuchar ese tipo de
historias y, lo que es más importante, su mente era lo suficientemente
madura como para afrontarlo. Pero eso Hades no lo comprendía, y hacia
que la diosa se sintiera inútil y débil.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Volvió a escuchar pasos y
movimientos de ramas en el bosque que la rodeaba, hacia el lado
oriental, por donde se encontraba el Santuario de su madre y suyo. Se
levantó de nuevo, con el corazón en un puño, murmurando que por todos
los dioses del Olimpo fuera él. El sonido se hacía más consistente, y su
mente estaba casi al 100% segura de que eran pasos, los pasos del dios.
Cuando apareció una figura femenina, ataviada con un vestido negro como
la noche, cabellos oscuros que alcanzaban la cintura y unos ojos
violáceos profundos, parecidos a dos pozos sin fondo, la sonrisa que
había en el rostro de Perséfone se tornó en una mueca de desagrado y
decepción. No esperaba esa visita, ni siquiera sabía quién era. Su forma
de vestir, el aura que emanaba, esos dos elementos la ayudaban a
descartar la idea de que fuera alguna sacerdotisa del lugar que se
hubiera extraviado por cualquier motivo. Pero por su forma de andar,
calmada y elegante, al igual que su decidida mirada y la sonrisa de
triunfo que afloró en sus labios al verla, eran indicadores de que,
fuera quien fuese, la estaba buscando a ella. Entonces, una pregunta
surgió en su cabeza: ¿por qué la buscaba a ella?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Saludos, señora
de la naturaleza –empezó a decir la enigmática figura, realizando una
suave y bien ensayada reverencia –sabía que os podía encontrar aquí. Es
un sitio que reúne todo lo que más os gusta, ¿no es así?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Cómo
sabes eso? No te conozco, pero al perecer tú sí me conoces. ¿Cómo puede
ser eso? –Perséfone estaba a la defensiva, porque no se sentía cómoda
cuando la gente la conocía y ella a ellos no. Y siempre que alguien se
presentaba con tanta educación y alegría en el cuerpo, no traía nada
bueno. Eso se lo había enseñado su madre -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Eres una diosa y,
por lo tanto, famosa entre los simples mortales como yo –y posó una de
sus manos, blanca y suave –y te rindo respetos como tal. Y debo decir
que eres famosa más que por tu propia figura, por tu madre, Deméter,
señora de la fertilidad del suelo y de las cosechas –Perséfone se sintió
más que ofendida, apenada, porque todo el mundo que la conocía era por
su madre. Como siempre, estaba bajo su sombra, bajo su autoridad. Y eso
era algo que la molestaba en grado sumo. Pandora sabía eso, y lo
emplearía para su propio provecho -. Vengo en nombre de Hades, quizá
tendría que haber dicho eso antes –y sonrió para calmar a la diosa -.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Sí, deberías de habérmelo dicho antes –la diosa intentaba mostrarse
serena y autoritaria, pues la habían enseñado a comportarse de esa forma
ante los mortales, pero en el fondo tenía unas ganas inmensas de saber
por qué Hades no había venido. Y aquella persona lo sabía, seguramente
el propio Hades la habría mandado allí para que estuviera tranquila -.
Siento que mi actitud sea tan ruda, pero teniendo en cuenta que vienes
como mensajera de un dios, te recibiré con los brazos abiertos, como
corresponde. ¿Qué le ha sucedido a Hades?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Tranquilizaos, diosa,
Hades se encuentra en perfecto estado. Unos asuntos que tenía que
resolver en el Olimpo han sido los causantes de su ausencia. Espero que
no se lo toméis en cuenta.</div>
<div style="text-align: justify;">
- Para nada –Perséfone respiraba
contenta, liberada de la duda que oprimía su pecho –si son asuntos
importantes, son asuntos importantes. Me apena que no haya podido venir
pero… habrá más días –y sonrió-.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Eso es cierto –<i>claro, los dioses al tener una vida inmortal no se preocupan por el tiempo, maldita diosa que tiene embrujada a Hades</i> -. Pero mi señor Hades es muy generoso, y quiere que yo os entregue un regalo, una disculpa por su falta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No tenía que molestarse tanto…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Mi señor es muy generoso, un dios muy poderoso y lleno de riquezas. El
mundo subterráneo es un mundo rico en piedras preciosas y tesoros
diversos, materiales que los dioses del Olimpo quieren y envidian. Os
aseguro que no os regalarán joya más preciada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Entonces sacó el
cinturón de Afrodita, envuelto en un fino pañuelo de seda de la mejor
calidad, delicado pero a la vez resistente, y de un negro profundo y
hermoso por su sencillez. Perséfone lo tomó entre sus manos temblorosas
por la emoción. Nadie la había regalado nada en su vida, y no podía
esconder la emoción que anidaba en su pecho. Pandora lo observaba todo
con una calma apenas controlada; sentía unos deseos casi irrefrenables
de abalanzarse literalmente sobre la diosa y acabar con la amenaza de
una vez por todas. Pero eso no solucionaría nada, es más, lo empeoraría.
Y la ira del Señor del Inframundo caería sobre ella, de eso no cabía
duda. La joven diosa desenvolvió el rico pañuelo con cuidado, como si
tuviera un miedo irracional a romperlo o causarle alguna imperfección. Y
el cinturón se mostró ante ella: era de oro puro, con exquisitos
relieves geométricos, además de representaciones de flora y fauna. Y en
el centro, una joya de tamaño bastante moderado, de un color rojizo muy
intenso, un rubí de inestimable belleza y valor. La diosa no pudo
reprimir una mueca de asombro, acompañado con un sonido ahogado de la
emoción contenida. Oprimió aquel objeto, lleno de sentimientos, en su
regazo. No podía creer que Hades la regalara algo tan hermoso, no lo
merecía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- En verdad tu señor es demasiado generoso –comenzó a
decir Perséfone –pero… no puedo aceptarlo. Es demasiado valioso, yo no
merezco algo como esto. No quiero que me regale cosas, no las necesito
–y tendió el cinturón hacia Pandora, con la tela sedosa colgando por un
lado –puedes decirle a tu señor que agradezco el regalo, no soy una
desagradecida, y que lo único que quiero es su sola presencia, no sus
riquezas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Sois una diosa demasiado humilde e inocente –respondió
Pandora. Tenía que pensar rápidamente una estrategia para que Perséfone
se quedara con aquella joya, porque de no ser así todo el plan se iría
al garete -, pero me gustaría aconsejaros un poco sobre esta clase de
regalos. No es malo aceptarlos, pues son un símbolo del amor que une a
dos personas. Puede que os parezca una tontería, pero en absoluto lo es;
es más, cada vez que lo veáis, cuando estéis sola, os recordará a
Hades, mi señor, y sus ausencias serán más llevaderas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Puede que
tengas razón, pero no necesito un hermoso objeto para ello. Con su
recuerdo vivo en mi mente me basta y sobra. ¿Acaso necesita un alma
inflamada por el amor algo más? El solo recuerdo es suficiente, la
imaginación es potente y mis deseos muy fuertes. No necesito nada
material, en serio.</div>
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<br /></div>
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- Ya veo… estás en la primera fase, en la que todo te parece hermoso… pero pronto llegarás a la segunda fase.</div>
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<br /></div>
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- ¿Segunda fase? ¿Qué es eso?</div>
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<br /></div>
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-
Sencillo –Pandora sonrió para causar mejor impresión a la diosa, y
convertirse en una persona cercana y amable a sus ojos. Era una sonrisa
claramente forzada, pero tenía que cumplir bien su papel. Su destino
dependía de eso -. Cuando para el tiempo, el amor empieza a ser menos
fuerte, y tendrás la necesidad de llamar la atención de mi señor. Hay
diosas también de inigualable belleza, aunque la tuya sea joven y
fresca, los gustos pueden cambiar… y la pasión menguar.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No creo que eso ocurra.</div>
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<br /></div>
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-
Siento decepcionaros, pero al principio todo el mundo piensa eso… hasta
que las cosas se tuercen. El destino, supongo. Las Moiras a veces son
demasiado caprichosas y crueles, pero ni los dioses, perfectos e
inmortales, pueden evitarlo. Hera no pudo evitarlo…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Hades se cansará de mí?</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Nunca se sabe. Lo que sí que es cierto es que no hay nada malo en ser
coqueta, y ponerse guapa para agradar a aquel que una ama. Y si llevas
el regalo que te ofrece, le alegrarás seguro. Y os amará aún más, además
de veros más bella. Sois bella por naturaleza, y este cinturón os
realzará esa belleza natural.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No sé…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- No tenéis nada que
perder, es más, seguro que saldréis ganando. Os lo aseguro, de todo
corazón. No temáis, pero tened por seguro que no sois la única diosa en
el Olimpo, y sería un acto de muy mal gusto rechazar un regalo.
Aceptadlo, guardadlo, no dudo que os recordará a mi señor cada vez que
lo veáis –<i>pero no de la forma que tú te piensas</i> -.</div>
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<br /></div>
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- No
puedo negarme a este tipo de argumentos. Has sabido convencerme. No me
gusta retroceder en mis decisiones, pero creo que tienes razón. Si yo
estuviera en su lugar no vería con buenos ojos el que no acepten mi
regalo –se quedó mirando aquel cinturón con cariño, como si con él
sintiera que estaba cerca de hades -. Dudo que pueda venir hoy pero, ¿te
ha dicho algo más?</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Por supuesto. Mañana volverá a retomar la hermosa costumbre de volver aquí, y disfrutar de vuestra presencia.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Mis oídos se alegran de recibir esas buenas noticias. Me has alegrado el día, de verdad.</div>
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<br /></div>
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- Es solo mi deber como simple mensajera. Y ya que se ha cumplido, debo marcharme.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
¿En serio? Ahora que empezábamos a tener más confianza… ¿no quieres
quedarte aquí un rato más? El día invita a ello, y así podemos hablar
hasta que caiga el sol, o quizá un poco antes para no tener problemas en
la vuelta a nuestros hogares. La hierba es mullida, la brisa fresca, y
las aguas cristalinas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Es todo un honor que me ofrezcáis todo
esto, que os pertenece sin duda, pero debo declinar la oferta. Asuntos
me reclaman en el Inframundo, cosas que no puedo retrasar más. Puede
que, en otra ocasión y circunstancias, lo acepte, si es que sigue en
pie.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- Por supuesto. Aquí estaré siempre, recostada en este árbol y
observando la superficie del estanque. Si me buscas, aquí podrás
encontrarme.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pandora realizó una respetuosa reverencia, dando por
finalizada la conversación. No aguantaba mucho tiempo más en presencia
de la diosa y comportarse de forma reverencial y agradable. No se
imaginaba que Hades sintiera atracción por una diosa tan contraria a su
persona: ella era amable, inocente, amante de la vida y de la diversión,
representante de la lozanía divina, de la juventud rebelde que no
acepta los cánones impuestos… y bella, no podía dudarlo, aunque no fuera
tampoco irradiante; había diosas mucho más bellas que ella. Pero había
algo en ella que atraía, y eran sus ojos, como faros verdosos que nunca
se cerraban, que siempre estaban atentos a la búsqueda del conocimiento.
Era una mirada despierta, llena de curiosidad y de descubrir cosas
nuevas. Había algo en ella, en su actitud, en su ser en sí que la hacía
bastante irresistible, y Pandora tenía que reconocerlo, aunque la
costara, pues era su rival en el amor. Pero seguía sin entender cómo
podía haber robado el corazón de su señor. Pero pronto todo volvería a
la normalidad, y Perséfone sería un problema pasado, solucionado y en
desgracia. Cuando el amor entraba en escena, solo podías esperar
desgracias, cuando había más de una persona detrás de una sola. Y este
era el caso. La rivalidad es algo que el amor aumenta considerablemente,
volviéndolo descontrolado y furioso, desbocado e infernal, un fuego
interior que quemaba, abrasaba, y no dejaba respirar, a menos que
eliminaras al rival y te convirtieras en la única figura.</div>
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<br /></div>
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- Una
cosa más –se paró en seco, giró un poco la cabeza para mostrar la mitad
de su rostro. Sus cabellos tapaban parte del mismo, una cortina negra
brillante que caía recta -, un consejo final. Cuando mañana venga a
visitaros, como siempre, llevad el cinturón. Seguro que se lleva una
alegría. Os sorprenderá, no dudo de ello.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
- ¿Gracias al cinturón? ¿Acaso tiene poderes o algo por el estilo?</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
-
Claro. Está imbuido por el poder del amor… el amor que sientes por él.
Seguro que lo que sientes será correspondido. Te verá mucho más bella
que otros días, además de percibir que su regalo os agrada en gran
medida y que lo empleáis. Yo estaría muy contenta.</div>
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<br /></div>
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- Y yo, sin duda.</div>
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<br /></div>
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<i>Mucha suerte</i> se decía a sí misma Pandora, mientras se alejaba de Perséfone, que seguía con el cinturón en sus manos. <i>Porque la vas a necesitar…</i>
Cuando dejaba a la diosa a solas, esta se probó el cinturón, se lo
ajustó para que quedara perfectamente bajo su pecho, en la cintura. La
realzaba el pecho un poco más de lo que estaba acostumbrada, pero era
tan hermoso que no la importaba. Tenía unas ganas locas de enseñárselo a
su madre, pero descartó la idea. Empezaría a hacerla muchas preguntas, y
no estaba preparada para mentirla a la cara, sencillamente no podía. La
mirada inquisidora de su madre, severa y profunda, era insoportable de
mantener cuando la estaba engañando. Y, con su instinto maternal, sabía
perfectamente si estaba o no diciendo la verdad. Tomando el pañuelo de
seda con el que estaba envuelto lo volvió a envolver y se dispuso a
partir al Templo, pues Hades no iba a presentarse aquel día. Entraría
como una sombra en el Templo, iría directamente a sus aposentos para
guardar el regalo en un lugar seguro, donde nadie lo pudiera encontrar.
Al día siguiente se pondría el cinturón cuando llegara al lugar, pues
tampoco podía salir de allí, a la vista de todos, con un objeto tan
vistoso. Su corazón latía intensamente. Jamás había pasado por su cabeza
que haría eso, y menos por amor, pero… ¿acaso uno puede resistirse a
los impulsos del sentimiento más imprevisible y bipolar de todos, el
amor?</div>
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<br /></div>
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Mientras tanto, en el Olimpo...</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>No puedo creer que
una diosa del montón, una diosa que apenas aparece entre las
divinidades más poderosas y que permanece recluida en el inmundo
territorio humano por una madre recelosa y sobreprotectora haya
conseguido hacerme esto. ¡Por los dioses! Es algo que no concibo, y me
avergüenzo por ello. ¿Acaso no soy el dios de la guerra, el dios amante
de la sangre derramada por el bronce de mi espada y de los gritos de
dolor y terror del enemigo? Ahora mismo me encuentro desarmado, pues no
sé de qué manera puedo luchar contra esto que se aloja en mi pecho y
que, por única vez en toda mi vida, ha conseguido templar mis ánimos.
¡Algo inaudito! Y, para colmo, estoy yo aquí, encerrado en mi templo de
la guerra, sin hacer nada. </i></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>He dejado a mi madre a su libre albedrío,
sabiendo perfectamente que lo que haga solo iba a favorecerla a ella.
Podría odiar todo lo que ella quisiera a Perséfone, pero no se atrevería
a matarla, eso ni se la pasaría por la cabeza. Pero él sí que mancharía
su espada con la sangre divina, aunque fuera de su propia familia.
Acabarían todos sus problemas y su vergüenza cuando aquella diosecilla
yaciera en su amado suelo tupido con una alfombra verdosa, muerta, sin
vida, con su alma atrapada y sellada hasta una nueva era. Y así sería
continuamente hasta el final de los tiempos. Aquella diosa que también
encarnaba la infidelidad más a la vista de su padre Zeus, una ofensa
para su sangre y para su madre, y para él mismo.</i> <i>Estaba todo
decidido, y no había vuelta atrás. Estaba resuelto a hacerlo, y no le
importaba manchar más su imagen, empañada por el tono rojizo de la
sangre.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Y así, de paso, haré sufrir a Hades. No solo debe
pagar Zeus, sino todos sus hermanos, Hades y Poseidón. Ellos no han
hecho nada para parar a su hermano, y encima Poseidón lo imita en sus
andanzas amorosas. Empezar por Hades no es mala idea, pues es un dios
con una fama tan nefasta como la suya, pues encarna el final de la vida.
Estoy decidido, estoy preparado... mi espada y mi séquito rugen fieros
por entrar en batalla, al igual que mi espíritu. La venganza se sirve
fría, pero yo prefiero servirla ardiendo, abrasando, para que haga más
daño...</i></div>
</div>
Perséfonehttp://www.blogger.com/profile/07094155907935330193noreply@blogger.com0