lunes, 16 de junio de 2014

La transformación: II. El sueño


El sueño que tuve esa noche fue de lo más extraño, vívido, como si hubiera sido una parte más de mi vida. Estaba sentado, solo en el palco de butacas, viendo una representación de lo más extraña. En el centro, con una luz rojiza trémula a aquella mujer, a Isabella, llevando un vestido negro con algún que otro encaje de color rojo, muy del estilo victoriano, contrastando con su pálida piel; esa tonalidad tan cadavérica, tan propia de la muerte, la hacía parecer a mis ojos como un muerto andante, un ser ya casi sin vida que se aferra a la última esperanza de sobrevivir a un día más. Hasta las facciones del rostro eran angulosas, afiladas, como si alguien hubiera succionado su sangre, su carne, todo cuanto hubiera en su interior y una fina capa de piel separara el exterior carnoso con el interior conformado por puro hueso. En palabras sencillas, era una imagen de lo más grotesca, como una anoréxica, pero no sabía por qué razón no podía apartar mis ojos de ella, estaba fascinado con ese cuerpo -aunque me resultaba repulsivo-, y mis ojos se clavaban en ella deseosos de poder tocarla, de sentirla... de violentarla. Mis instintos más primarios estaban a flor de piel; pero me encontraba atado a la silla, por fuerzas invisibles que no veía pero sí percibía, estaba pegado literalmente en la silla, sin posibilidad de hacer nada, porque tampoco quería hacer nada. Mi cuerpo y mi mente querían cosas muy distintas: mi cuerpo, alejarse lo más posible de ese espectáculo dantesco, mi mente quería dejarse llevar por esas emociones y ver a dónde iba a parar. 


La mujer comenzó a moverse por el escenario, en círculos, con un aparente nerviosismo. Sus pasos eran cada vez más rápidos, movía las manos en un gesto de impaciencia, como si esperara algo y este no llegara. Mi impaciencia crecía con ella, no sabía muy bien por qué, pero quería lo que ella deseaba, estaba nervioso como ella, sentía que éramos uno, nuestras mentes conectadas... entonces, se escuchó un sonido, un chirrido, una especie de grito lejano que percibieron perfectamente mis oídos... y los de ella. Una mueca de placer esbozaron sus labios, una lengua larga y repugnante salió entre ellos, relamiéndoselos, e incluso algo de color emergió de sus mejillas. La luz rojiza que alumbraba el escenario se apagó, de repente, y me quedé a oscuras.

El grito de dolor fue disminuyendo poco a poco, como si se alejara, hasta quedarme en completo silencio, rodeado de una negrura impenetrable, gotas de sudor frío recorrían mi espalda y frente, e incluso un escalofrío había pasado desde mi cuello hasta el final de la columna vertebral, bajando la temperatura de mi cuerpo considerablemente. La oscuridad seguía estando ahí, y yo hasta parecía que estaba escuchando como un latido procedente de esas tinieblas, una especie de llamada que solo él podía escuchar. Su cuerpo seguía sin responderle, pues su cerebro le ordenaba que estuviera tranquilo, que no había nada que temer, y que lo estaba por venir era lo más importante. ¿Por qué me sentía tan indefenso, por qué no podía moverme? Seguro que era obra de aquella mujer, a saber qué drogas o qué poderes podía estar usando ahora. ¿Sugestión quizá? ¿Alguna especie de droga o de producto que hubiera esparcido por el aire o por algún lugar? Cada pregunta era más desesperada, menos lógica, pues ante la imposibilidad de encontrar una solución lógica la sinrazón se fue haciendo poco a poco un hueco más importante en sus pensamientos. 

Lo que vino a continuación fue lo más extraño de todo, sin duda alguna que aún hoy me causa las más terribles impresiones. En primer lugar, se encendieron todos los focos, de repente, iluminando con demasiada fuerza el escenario, que estaba ahora plagado por una serie de figuras negras, encapuchadas, a las que no se les veía ni una sola parte de su cuerpo, eran simples capas negras cuyas telas caían sinuosas hasta el suelo. Formaban un círculo, y en el centro estaba la mujer, que ya no era para nada una silueta casi muerta, sino que su piel mostraba una salud casi divina, una piel suave y blancuzca, pero con la vitalidad de una joven mujer en plena edad de juventud. Estaba con otro vestido, en este caso totalmente rojo, de una tonalidad oscura que causaba una gran impresión a mi persona. Ahora no me causaba cierta repugnancia, sino que era una mujer bella, muy guapa, y un deseo irrefrenable, salvaje, se apoderó de mi cuerpo. Mi corazón andaba desbocado, a punto de salir de mi boca, y aunque no le di mucha importancia -pues mis ojos estaban solo para ella-, mis manos apretaban con una fuerza exagerada los apoyabrazos del asiento, creando agujeros por la presión que ejercía sobre ellos. Sus dientes chirriaban por la fuerza que plasmaba sobre ellos, y parecía que estaba a punto de saltar sobre ella. El círculo se hizo un semicírculo, siempre con ella como eje central, y clavó sus verdes ojos en mí, mientras una sonrisa sensual -y algo aburrida también- afloró en sus labios. Con un gesto de su manos me dijo "ven", y yo me levanté de la silla de un saltó, corrí la distancia que nos separaba, salté al escenario con todas mis fuerzas -pues tenía algo sobrenatural que me ayudaba-, y estaba ya ante ella, arrodillado, como si fuera mi diosa.

Ella me acarició mi pelo, como si fuera su mascota, mientras no dejaba de sonreír. Yo no me atrevía a mirarla, pues pensaba que no era digno de ello, y ella me susurró con su melodiosa voz: "ven conmigo, te he elegido a ti, y ahora no puedes escapar a tu destino".

Yo la seguí, pues me dio su mano como gesto de que la siguiera, de que éramos iguales aunque yo no lo pensara; un gesto de amistad y comprensión, pensé en ese momento. Me llevó a una sala detrás del escenario, de la mano, y yo no tenía más que ojos para ella. Su fragancia, sus cabellos volando como una estela de su espalda, sus pasos lentos pero ágiles, decididos, hacían que mi corazón se derritiera ante ella. No es que fuera especialmente guapa, era un poco común, del montón, pero esa presencia que la rodeaba era tan grande, tan fuerte, que no podía pensar nada malo de ella. La habitación a la que habíamos llegado estaba a oscuras, no se veía absolutamente nada, y ella se separó de mi lado. Cuando hizo eso, pensé que mi mundo se había derruido, como si estuviera completamente solo, que no había nada más que mereciera la pena para vivir... estaba simple y llanamente desolado sin "sentir" su presencia, sin estar a su lado. Hasta sentía cierto grado de ansiedad, pues me faltaba la respiración. Ella, que estaba acechando en la oscuridad, me observaba -estaba seguro de ello-, con aquellos ojos verdes que atravesaban las espesas capas de oscuridad a nuestro alrededor, esa sonrisa que parecía no desaparecer nunca de su rostro... no pude evitar gritar, llamarla por su nombre, que no me dejara en esa negrura que no me dejaba ver absolutamente nada.

" No te preocupes, pronto verás lo que yo veo".

Su voz penetraba en mi mente, reverberaba en cada uno de los rincones de mi cerebro, y no pude hacer menos que llevarme las manos a los oídos, un movimiento algo estúpido, pero que mi cuerpo interpretaba como la única forma de defenderse, aunque de forma refleja, ante ese "sonido". Una serie de luces se abrieron paso en la habitación, candelabros que estaban diseminados por la sala, alumbrándola un poco, hasta el punto de ver en cierta forma lo que se estaba desarrollando en el centro de la sala... allí, sentado, se encontraba ella de rodillas, ante lo que parecía un hombre en plena juventud, tumbado en el suelo y temblando de miedo. Parecía que no estuviera allí por gusto, traído a este lugar por obligación... como yo, que estaba allí por el deseo de aquella mujer, no del mío, a pesar de que hablemos del mundo de los sueños, no quería soñar -no tenía ningún motivo aparente-, con soñar este tipo de cosas. Ella le acariciaba el pelo, como a mí, pero en sus ojos había un toque de animalismo, no era una simple mirada humana, algo más había en esos ojos, que destelleaban a la luz de los candelabros, como dos brasas esmeraldas, que parecían quemarte con solo dirigir su mirada hacia ti. En ese momento, sentí un nudo en la garganta, no podía  ni tragar ni decir palabra alguna, solo estar ahí, contemplando el espectáculo. De repente, ella se levantó, tan rápidamente que solo sentí una ínfima parte de su movimiento, y portaba en una de sus delicadas manos -que en ese momento me parecían más bien garras- una copa llena de un líquido rojizo, que yo en ese momento atribuí a vino, aunque no sabía muy bien qué demonios pintaba eso allí. Se acercó, con la copa en mano, hacia mí, con sus insinuantes movimientos de caderas, con esos ojos hipnotizadores, con esa fragancia que la rodeaba... hasta que, a unos solos milímetros de mi cara, sintiendo su hálito en mi cara, pero sin sentir una sola respiración en su pecho, ahora me daba cuenta... 
"¿Querrías conocer la verdad de todo lo que nos rodea?"
Yo seguía sin poder decir palabra, pero un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Cómo ella podía saber que yo deseaba saber la verdad de todo? ¿Acaso me había leído el pensamiento? Pero yo seguía allí, parado, como atado por cuerdas invisibles; lo único que permitió mi cuerpo fue fruncir el ceño, por la sorpresa y la situación más enigmática que se me presentaba. Ella se acercó a mi cuello, como si lo olfateara, y después de unos segundos, se alejó rápidamente de mí, para acercarse de nuevo a aquel hombre que ya apenas se movía. Temía que estuviera muerto. Ella llevó la copa a sus labios, saboreó aquel líquido como si fuera un manjar, y cuando lo terminó se agachó de nuevo, mientras lo acariciaba, pero exenta de todo cariño, de toda compasión, sino más bien un movimiento reflejo que no quería para nada realizar. Ese destello poco "humano" en su rostro volvió de nuevo, y volvió de nuevo a mi cuerpo un escalofrío, y la ignorancia de no saber lo que estaba pasando me hacía desesperar. 

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