martes, 24 de diciembre de 2013

Fantasmas



En ese momento de felicidad absoluta, es la ocasión preferida de los fantasmas y miedos del pasado, presente y futuro para salir de sus recónditas cavernas enterradas en lo más profundo de la mente, saltar en desbandada sobre sus pensamientos más presentes, difuminarlos a voluntad y confundirte de tal forma que la felicidad se transforma en la tristeza más absoluta, la desolación más grande, la depresión más profunda. La sonrisa da paso a las lágrimas, el brillo en los ojos se convierte en algo acuoso y resbaladizo, las mejillas pierden el color rojizo de la alegría, y un empalecimiento blanquecino, como si estuvieras cerca de la Muerte, acecha a tus espaldas lanzando un gélido aliento, como el león que escondido en la espesura de los arbustos clava su mirada en su presa y no descansará hasta conseguir su objetivo.

Los fantasmas pueden tener forma etérea o corpórea. Los primeros son simples temores que nacen de la desconfianza, del terror al mañana, de no saber lo que puede pasar, porque puedes perder todo lo que te importa y te hace feliz en cualquier momento. La Fortuna y el Destino son los únicos que saben lo que va a pasar, pues son ellos los que deciden ello, desviándonos de un camino para introducirnos en otro, mareándonos con sus cambios de humor o de decisión; la vida es cambio, la vida es imprevisible, la vida es aventura si te lo tomas con buen humor y entereza. Estos fantasmas van tomando fuerza a medida que más miedo tenemos del mañana, se vuelven poderosos, nos obligan a pensar en cosas que no queremos pensar. Cerramos los ojos creyendo que así se irán, que no volverán, que si no se ven no se sienten, o viceversa. Hablamos con nosotros mismos, nos intentamos distraer, pero esa vocecilla, ese coro de fantasmas, no cesa en sus falacias, susurrando palabras de desconsuelo en los corazones más desamparados u oprimidos; no son estúpidos, van a las presas fáciles, las más débiles, aquellas apresadas de la enfermedad del amor o de la depresión. 

Espíritus que se pegan a tu espalda, se convierten en tu sombra, que no paran en su único cometido en la vida: destrozar las vidas de sus dueños. Porque sí, nacen por uno mismo, atacan la mente que les alimenta y no pueden evitar destruir a su propio dueño; no tienen conciencia del Bien o del Mal, solo saben que nacen para fastidiar a los demás, solo saben que nacen para susurrar sentencias llenas de veneno, como dagas agudas y afiladas, lanzadas a los puntos más desprotegidos de su señor, pues al nacer de él o ella conocen sus debilidades y fortalezas, y no dudan en hacer para lo que parece ser que han sido creados. Es la autodestrucción que sufren muchas personas, que no creen merecer lo que tienen, que se autoflagelan para castigarse por algo que ya no recuerdan. Ese concepto de la cultura de la vergüenza y del arrepentimiento. 

Pero estos fantasmas etéreos no son ni la sombra de lo terribles y temibles que pueden ser sus compañeros de penurias, los corpóreos. Cuando el miedo que poseas lo transmitas a una persona, le des nombre, cara, cuerpo, personalidad, pensamientos... que sea una persona como tú, entonces ya sí que la desesperación puede ser muy grande. Es difícil llegar a este estadio, pero no es más que una transformación de los fantasmas etéreos por algo más fácil de identificar, por un ser igual a ti, y al que sientes tanto desprecio, tanta repulsión, que los seres más horribles y asquerosos de los cuentos de terror no son nada comparados con ese fantasma, es superior a todos ellos bajo tus ojos, puede hacer muchísimo más daño que todos los monstruos lovecraftianos, es el culmen del Mal. Suele ser uno, ni uno más ni uno menos, un único ser que te amarga la vida y no te deja en paz; uno que te lo imaginas riéndose de ti, burlándose, despreciándose, haciéndote sentir menos que basura, mientras eso consigue todo por lo que has luchado o te has esforzado. 

Te recluyes en la zona más recóndita de tu mente, te agazapas y te abrazas pensando que todo va a pasar, que no es más que una mala experiencia. Sientes las cadenas de la tristeza rodeando tu cuello, sin dejarte respirar, sin poder dejarte sentir que hay algo más allí fuera, algo por lo que de verdad merece la pena luchar... pero tu cabeza se nubla, no ve más allá de la cortina de negrura y de lágrimas que inunda tu rostro. Es en ese momento cuando los fantasmas han salido completamente de sus cavernas enmohecidas y claman a los Cielos su victoria con aire de júbilo, al igual que un ejército victorioso remata con morbosa crueldad a los heridos enemigos y rapiña todo cuando vea a su paso. 

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