miércoles, 25 de diciembre de 2013

I. Cantos embrujados


 La inmensidad del mar, su calma, su temperamento, su belleza, su crueldad... todos estos calificativos se pueden decir del majestuoso imperio de las aguas, donde el misterio y la belleza se unen en una pareja indivisible. Llamado de muchas formas, muchas divinidades lo habitaron a los ojos de los hombres: el sabio y divino Posidón, señor del tridente, con su carro tirado de hipocampos impresionantes de escamas relucientes a la luz del Sol, resoplando agua salada de sus bocas, agitando sus colas para darse un mayor impulso y tirar del vehículo de su señor, mientras este se encuentra sentado, sosteniendo las riendas de sus corceles marinos, con una mirada serena y calmada como el mar que le rodea; pero esa calma, con un simple movimiento de su tridente, o por un cambio repentino de su humor, puede transformarse en el escenario más destructivo y a la vez más hermoso que se pueda apreciar en la Tierra, solo comparable, quizá, con la erupción de un volcán. Las aguas se encrespan, parecen hinchadas, y los vientos, huracanados, ayudan a que las olas se levanten más de lo que por sí solas harían; es un aire helado, que congela los huesos, que hace tiritar de frío y de terror a los marinos y lobos de mar, sabiendo casi instantáneamente que el rey de las profundidades no está ni mucho menos contento. La espuma se mezcla con las aguas, en un mosaico de tonalidades azuladas y blancuzcas, la superficie es picuda, con altibajos cada vez más pronunciados. Todo, por supuesto, acompañado por un cielo de nubes negras, presagio de males al acecho, retumbando entre ellas el rayo de su hermano el señor de la Égida, Zeus, acompañado por un manto de agua que se une con el de la superficie. 

Sin embargo, el mar encierra otros muchos secretos, sepultados en sus arrecifes y acantilados rocosos, callados por el tiempo y el descreimiento de los seres humanos, que ya no hablan de ellos, que han quedado olvidados y recluidos a la simple imaginería de los pueblos cercanos al mar, pero universalmente conocidos. Es un lugar embrujado, peligroso, donde la vida siempre corre peligro, nunca se sabe lo que puede ocurrir. En medio de la soledad del mismo, en un paraje muy lejos del mundo, se puede escuchar una canción, un susurro en principio apenas audible, pero que va calando poco a poco en la mente del que lo escucha. Es una melodía suave, sensual, que colma los corazones de deseo por ver el artífice de la misma, que impulsa a los hombres a internarse en las aguas profundas, inexploradas, en las que cualquier marinero no se atrevería a entrar por propia voluntad. Las aguas son cristalinas, casi transparentes, una calma chicha reina el lugar. 

El barco se acerca con sus pasajeros, inexorablemente a su destino, que los marineros desconocen por completo. La melodía se hace mucho más fuerte, ya no es un eco en sus cabezas, sino una voz clara, llena de potencia, que retumba en las aguas, en los acantilados, en las rocas afiladas que sobresalen de las aguas en calma. Se acercan al origen del sonido, lentamente, el tiempo se congela, parece que ni siquiera el barco avanza en su camino, y la impaciencia reina en los corazones mortales. Comienzan las disputas, las discusiones, empiezan las riñas y la discordia entre ellos; unos dicen que la culpa de su lentitud es por los otros, y los otros alegan lo mismo, y Eris se aloja en los cuerpos de los marinos. La música sigue en el aire, pero es tapada por los gritos de los marineros, que ya llegan hasta los puños, pegándose entre ellos, hermanos, amigos, padres o abuelos, da igual lo que esa persona signifique para ellos, están tan cegados por un sentimiento de locura que ni ellos mismos comprenden, no piensan, simplemente actúan, sus movimientos parecen ser realizados por una fuerza invisible, no por ellos.

Se acercan a un acantilado, en medio de la nada, un pico rocoso que parece un castillo de la mar, rodeado por un muro de arrecife y formado por altibajos de rocas erosionadas por el viento y por las aguas, agujereadas por el tiempo, emanando humedad y enmohecimiento, antigüedad y olvido. El barco estaba ya cada vez más cerca, el canto era mucho más fuerte, ya no era ni mucho menos atractivo o sugerente, sino una orden de acercarse, cada palabra estaba llena de odio, rencor, de maldad, hasta parecía que una risa malévola estaba por detrás de ese canto. Cuando ya se encontraban a unos doscientos metros de la roca, el hechizo que los había emrbujado se detuvo de repente, sus ojos estaban muy abiertos, desconcertados, confusos, sin saber muy bien qué estaban haciendo allí. Una orden desesperada del capitán pra virar el barco, pues estaban a punto de chocarse contra la roca, veía la Muerte reflejada en ese lugar, y la melodía que se suspendía en el aire le resultaba cuanto menos repugnante.

Intenta liberarte, estúpido mortal,
 pero ya estás perdido en nuestra voluntad

El capitán se gira sobre sí mismo, buscando el origen de esos versos llenos de burla y de malevolencia, gritando a la nada que les rodeaba quién se atrevía a decir semejantes palabras, que mostrara su rostro y no fuera un cobarde sin honor. Sus hombres, por mucho que hicieran para desviar la trayectoria del barco, no lo lograban, estaban ya al borde de la más absoluta desesperación, tirando con fuerza del timón, que parecía encantado, porque por mucho que intentaran desviarlo no se movía ni un centímetro, ni incluso remando con todas sus fuerzas eran capaces de salir de ese atolladero. Como si el Destino les estuviera llamando, como si algo les obligara a ir allí, una broma cruel de la vida. Lágrimas de rabia corrían por sus mejillas, sus dientes rechinaban de la fuerza que estaban usando, el sonido del canto les martilleaba en los oídos, como dardos envenenados, como si se burlaran de su patético destino. 

Y entonces, de la nada, cuatro sombras emergieron de la roca, alzándose en el cielo azul claro, recortándose sus figuras en los rayos del astro rey, mientras un sonido mitad graznido mitad risa humana, algo que heló la sangre de los marineros, siendo los más experimentados de entre ellos los que más temieron ese sonido. Uno de ellos, en un susurro, temblando como si estuviera en una tormenta de nieve y el frío penetrara en sus entrañas, las llamó por su nombre, "sirenas". Un rumor general corrió entre los lobos de mar, un susurro de Muerte y de mal augurio, pues todos habían oído historias sobre esos seres, pero jamás habían pensado en verlas, y menos aún estar bajo su voluntad. Sabían los relatos, y lo que les pasaba a los marineros que estaban bajo su poder... Su Muerte estaba cerca, podían olerla, era un olor agrio y salado, húmedo y asqueroso. No podían verlas bien por el Sol, que les daba en los ojos, mirando de un lado a otro del cielo para poder divisarlas. La curiosidad supera al miedo en estos momentos. 

Estamos solas,venid con nosotras
Dadnos alegría, estamos desesperadas

De nuevo el embrujo hizo mella en los corazones de aquellos hombres, que volvieron a percibir sus cantos como la melodía más hermosa que existía en el mundo. Sobrevolaban sobre sus cabezas, con alas enormes batiéndose en el aire, plumas negras como la noche, presagio de los males que cometían, garras afiladas que se clavaban sobre la carne, con preferencia por la humana, y cabezas de mujeres, de damas antaño bellas, con piel pálida cual muñeca de porcelana, cabellos sueltos y largos, sedosos y ligeros, de tonalidades castañas que refulgían a la luz del Sol, que ondulaban en el viento como si tuviera vida propia. Se acercaban más y más a los marineros, susurrando palabras embrujadas en sus oídos, convenciéndoles de que su felicidad se encontraba con ellas, que se convertirían en alegres seres de las profundidades, rendirían sus pleitesías a Posidón, y alejados de las trivialidades humanas alcanzarían la Felicidad. 

Eso es, eso es, acercaos a las aguas saladas
aprisa que las puertas se cierran, deprisa que estamos deseosas

Un golpe seco, un estruendo aislado en ese lugar alejado de toda vida, y las aguas penetraron en la quilla del barco, inundándolo todo, sumergiendo el objeto en las profundas aguas. Pero los marineros no gritaban de terror, no estaban asustados, seguían extasiados por los cantos, intentando alcanzar a aquellos seres que a sus ojos eran tan hermosos, aunque fueran monstruosos. Solo una persona no había sucumbido del todo a sus encantos, el capitán del barco, curtido en mil y una expediciones, que al sentir el agua helada en sus pies, se deshizo del hechizo en parte. Vio las sirenas, le causaron la máxima repugnancia, eran horribles a sus ojos, y no pudo evitar gritar de terror. Ellas comenzaron a reírse, se burlaban de su persona, le susurraban que estaba perdido, que sus compañeros al menos morirían creyendo que estaban en un Paraíso submarino, una muerte mucho más dulce de lo que le esperaba. El agua ya le cubría la cintura, y alzaba sus brazos, implorando la ayuda de Dios Todopoderoso, de cualquier ser superior que le ayudara a librarse de aquellas pécoras del Mal. 
Todo se volvió borroso, como si estuviera en una sala que daba vueltas y vueltas, parecía que estaba siendo arrullado por alguien, meciéndolo, atrayéndolo al mundo de Morfeo, pero en realidad llevándolo a la muerte. Cuando abrió los ojos, le escocieron por la sal que había en el agua, y aunque borroso, pudo percibir una silueta que jamás olvidaría: era una mujer, de largos cabellos castaños, con unos ojos oscuros y una piel pálida, reluciente, como si emanara luz propia. Sus dedos eran finos, y acariciaron su mejilla, como si quisiera tranquilizarlo, y hasta le pareció que una sonrisa se esbozaba en sus labios. Portaba un vestido que le pareció blanco, ondulante en las aguas del mar, pegándose a su cuerpo y dejando marcadas sus formas femeninas, claramente un ser que estaba destinado a causar la locura en la mente de los hombres, provocar el deseo de la lujuria en los mismos. 

Debes sobrevivir para poder relatar,
cuenta nuestra historia, ayúdanos a resucitar

De nuevo todo se volvió borroso, y cuando despertó estaba en una de las tablas del barco, tumbado boca arriba, sano y salvo al menos del naufragio. La roca no estaba cerca, en su lugar veía un barco que se acercaba, a unos hombres que gritaban y parecía que lo señalaban y se disponían a salvarlo del abrazo de la Muerte. El capitán de ese barco se acercó cuando lo subieron a la cubierta, con la preocupación en su rostro. Todos los marineros eran supersticiosos, y su cara reflejaba que había sufrido algún mal relacionado con las peligrosas criaturas que merodeaban por los mares. 
- Compañero de profesión, ¿qué te ha pasado? No es normal encontrar gente así por las aguas. Alguien ahí arriba te tiene cariño, pues sobrevivir de esta manera es más que sorprendente.

- Yo pensaba que las historias de los viejos lobos de mar eran una mera patraña... pero he podido vivirlas en mis carnes, ¿entiendes? Uno no puede dejar de creer, porque la vida te enseña que estás errado. 

-Tranquilo camarada. Muchachos, ayudadlo y llevadlo a mi camarote. Dadle algo caliente, que sus huesos se reconforten. Tenemos mucho que contarnos mutuamente...

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