domingo, 27 de julio de 2014

XIV. Una despedida dolorosa

Aquel momento no podía romperlo absolutamente nadie. Ni tampoco nada. Estar abrazada al dios de sus sueños, a la persona que estaba en sus más ardientes y felices sueños, era algo que la hacía sentir la más dichosa de las diosas. Nunca pensó que llegaría este momento, pero ahora lo estaba viviendo. Ningún pensamiento nefasto pasaba por su cabeza, todos los temores y malos presagios habían desaparecido, como si jamás hubieran existido. Las dudas se habían disipado, y todo estaba claro como las aguas de aquel estanque: amaba a Hades, y haría todo lo posible por estar a su lado. Ni el pensamiento de su severa madre estaba presente; la daba igual. Ella hubiera querido que ese abrazo fuera infinito, que fuera ininterrumpido, que fuera eterno como ellos. Pero las cosas iban a cambiar de una forma drástica e inesperada…


Sentía que el corazón de Hades latía cada vez más deprisa, como el suyo, un signo claro de los sentimientos que tenía hacia ella, de la emoción que se alejaba en su interior y que no exteriorizaba. Entonces, poco a poco, el abrazo se hizo más intenso, más apasionado, como si sus vidas dependieran de ello. Se separaron un poco, para encontrarse cara a cara. Los ojos de Hades eran tan claros… de un azul claro y a la vez intenso, llenos de una sinceridad y de una comprensión infinita. Por mucho que dijeran que era el dios de los muertos, del Inframundo, esos ojos no mostraban para nada el dolor o la crueldad relacionados con la muerte, sino todo lo contrario: eran los ojos de un ser justo y bueno. Llevó una mano de sus manos pálidas a las ardientes mejillas de Perséfone, que estaban sonrojadas ante el movimiento del dios. Acarició suavemente la superficie de su piel, como si tuviera miedo de que se rompiera, como si estuviera hecha del más delicado material.

- Puede que no lo reflejen mis palabras o mis actos, pero te amo más que nada en el mundo –susurró Hades -. Perséfone… ¿me quieres?

- Claro que sí, Hades… -Perséfone creía que se iba a desmayar de la emoción y de la falta de aire en sus pulmones -. No dudes nunca de mis sentimientos.

Entonces sus respectivos labios se acercaron para cerrarse en un apasionado beso. Perséfone no sabía muy bien cómo actuar, cómo colocarse o qué hacer, así que simplemente rodeó con sus brazos temblorosos las caderas de Hades. El beso casi la dejaba sin aliento, la faltaba aire… pero no quería separarse, en parte por temor a meter la pata. Las manos de Hades se iban deslizando por sus cabellos, enredándolos en sus dedos. Poco después sus manos se deslizaron por su cuello, produciéndola una sensación de felicidad indescriptible; bajaron más y más, hasta llegar a sitios que ya empezaron a incomodarla. Se separó bruscamente de él, dándole un empujón. Estaba sonrojada, pero ya no por el beso, sino por la vergüenza de lo que estaban haciendo nada más verse.

- Hades, acabamos de vernos y profesarnos nuestro amor. Creo que no es momento para hacer este tipo de cosas… -su voz era cada vez más débil, pues no sabía muy bien cómo se tomaría eso. Pero tenía que demostrar que era fuerte y que tenía claro hasta dónde podían llegar -. Por favor, desiste. Ya habrá tiempo para este tipo de cosas –dijo con un tono más elevado y autoritario -.

- Perséfone… eres demasiado joven para entenderlo –empezó a decir Hades mientras se acercaba poco a poco a la diosa. Ésta, como movimiento reflejo, empezó maquinalmente a retroceder -. No puedes entenderlo… pero pronto lo harás.

Cada vez se acercaba más peligrosamente a Perséfone, y ésta empezó a sentirse amenazada. Los ojos de Hades ya no mostraban esa claridad y ese sentimiento tan lleno de afecto hacia ella… resplandecían con un nuevo brillo, con una nueva aura, algo que jamás había visto la diosa. Sus labios se torcieron en una mueca llena de deseo, pero no de un deseo puro, sino de un deseo perverso y malévolo. Con un violento y rápido movimiento la atrajo hacia sí, sosteniendo con fuerza una de sus muñecas. Era la primera vez que Perséfone tenía miedo ante Hades; siempre que estaba a su lado se sentía segura, sentía que nada en el mundo podría hacerla daño o afectarla… pero ahora era todo lo contrario: sentía la extraña mirada de Hades clavada en su persona, cómo apretaba cada vez más su muñeca, como si quisiera quebrar sus huesos. Cerró los ojos, creyendo que todo era una pesadilla, un juego de Morfeo. Pero las cosas no eran así. Hades, dándose cuenta de que la diosa no lo miraba, movió la cabeza de Perséfone con la mano que tenía libre, y la obligó a abrir los ojos.

- Te amo, te deseo tanto Perséfone –decía Hades en un tono lleno de pasión y desenfreno -, es la primera vez que la sangre me hierve en las venas y mi corazón late desbocado. No puedo esconderlo más, Perséfone. Quiero que seas mía.

- Hades, no, no te entiendo –dijo la diosa en un débil hilo de voz -. Me… me das miedo.

- ¿Miedo? No tienes que tenerme miedo. No tienes que tener miedo ante los instintos que nacen con el amor. Pero eres tan joven… y tan inexperta… y no has visto nada del mundo –dicho eso, dirigió la mano de la diosa que tenía aprisionada a su pecho -, ¿no quieres sentir mi cuerpo, que seamos uno?

- ¿Pero qué dices? –reunió todas las fuerzas que tenía para separar su mano del pecho del dios, como si hubiera recibido un calambrazo. Acarició su muñeca enrojecida por la presión ejercida, mientras miraba asombrada y aterrorizada a Hades. No entendía nada de lo que estaba pasando, no sabía por qué había tenido ese cambio de actitud. ¿Acaso ella había hecho algo mal? –Creo que deberías irte, Hades.

- ¿Irme? No pienso irme ahora –volvió a acercarse a Perséfone, agarrándola ahora las dos manos -. No pienso irme sin mi premio… -y se acercó a sus labios, que los besó con rabia y pasión contenida. Pero no era una pasión cálida y placentera, sino rabiosa y funesta. Perséfone cerró los ojos, intentó aguantar todo lo que pudo; pero la paciencia también tiene un límite -.

- ¡Apártate de mí! –esas fueron las palabras de Perséfone cuando se separaron de aquel horrible beso. Las cosas no estaban desarrollándose a como ella esperaba. Apretaba los puños con rabia, mientras se mordía el labio. Si apretaba más, sangraría. Pero la daba igual. No entendía aquel comportamiento, nunca lo había visto así; ¿acaso la había estado engañando y ella había caído en la trampa como una estúpida? -. Te lo repetiré de nuevo. Sal de aquí. No quiero verte más por hoy. Yo… ya no tengo tan claro que… te quiera…

- Perséfone… ¿no me quieres? –la voz del dios sonaba grave, profunda, como si le hubieran apuñalado. Por unos segundos, pareció dudar, parecía que volvía el Hades que Perséfone había conocido. Pero esa sensación fue tan breve como el pestañeo -. Es que… no puedo evitarlo… eres tan hermosa… ven conmigo Perséfone.

- No Hades. Creo que estás enfermo. Descansa y ya hablaremos tranquilamente de lo ocurrido. Haré como que no ha pasado y… -Perséfone no pudo terminar la frase, porque Hades se había acercado de nuevo a ella y la agarraba de la cintura, acercándola hacia sí. Ese contacto, que unos minutos antes la habría resultado agradable, ahora la aterraba. Su cerebro la decía que eso no estaba bien, que tenía que deshacer ese abrazo; pero su corazón, su lado más salvaje y de instinto se reía de ella, porque todavía no había vivido el placer de estar con un hombre. Pero no podía permitir que eso ocurriera -. Por favor, déjame… no quiero… ¡déjame!

- No te resistas Perséfone. Sé que tú también lo deseas. ¿Por qué rechazar lo inevitable? Te gustará, créeme.

- ¡No, no quiero que sea de esta forma! ¡Aléjate, Hades!

Todo lo que siguió a continuación de aquel grito de súplica por parte de Perséfone fue muy confuso para la joven diosa. Ella acabó en el suelo, con un golpe en la cabeza que la dejó aturdida durante unos minutos. El cinturón que se había puesto acabó en el suelo, a su lado, que el mismo Hades se lo había quitado movido por su deseo. Junto con su caída se produjo un resplandor muy poderoso, como un fogonazo de luz, que fue seguido por un grito de dolor y lo que parecía ser el golpe de un cuerpo contra el suelo con fuerza. Se intentó levantar como pudo, todavía confundida, hasta que de repente alguien la tomaba con fuerza del brazo y la ayudaba a levantarse, sin preguntar ni nada. Perséfone abrió los ojos, y lo que vio la confundió aún más. Quien estaba ante ella era ni más ni menos que su madre, con un semblante lleno de odio y de dureza, rostro que solo había visto en muy pocas ocasiones. Y además alzaba su cosmos amenazante, algo que solo realizaba cuando estaba ante un enemigo o ante un peligro…

- Madre, ¿qué está pasando? –pudo decir Perséfone, todavía sin saber qué estaba pasando exactamente -.

- Luego hablaré contigo seriamente. Ahora tengo que encargarme de alguien –dijo Deméter tajantemente. Estaba realmente enfadada, y Perséfone sabía cuándo su madre no quería que la molestaran. Era uno de esos momentos -.

- ¿Qué pretendes hacer madre? –Perséfone sabía que cuando su madre se enfadaba no era buena idea, pero no podía evitar hacer la pregunta -.

- No necesito explicarte lo que voy a hacer, Perséfone. Soy tu madre, y lo que hago es por tu bien.
Nada más decirlo, se separó de Perséfone y se acercaba amenazadoramente a alguien que estaba recostándose como podía del suelo. Y esa persona era… ¡Hades! No pudo evitar gritar y llevarse las manos a la boca, presa del más profundo terror y desconsuelo. ¿Cómo no podía haber caído antes? Debía de estar confusa de verdad, y en aquel mismo momento se sentía más estúpida que nunca. Hizo ademán de acercarse al dios para ayudarlo, pero su madre se interpuso en su camino, con una cara de pocos amigos.

- ¿Se puede saber qué haces? –la preguntó Deméter con voz grave y autoritaria -, este dios iba a… -y ahí hizo una pequeña parada, y una sombra de dolor maternal se reflejó en su cara -, te iba a hacer mucho daño, y yo no podía quedarme de brazos cruzados. Eres una persona demasiado inocente para entenderlo. Por eso es mejor que me dejes encargarme de ello…

- ¿Y dejar que le hagas daño? ¡No puedo permitirlo!

- Perséfone… -la voz de Hades sonaba un tanto débil, debido al golpe que debía de haber recibido -.

- ¡Hades!

- ¡No des ni un solo paso, Perséfone! –Deméter alzó su mano contra ella, señalándola para que no se moviera. La joven diosa quedó paralizada, pues sabía lo que tendría que pagar si su madre se enfadaba. Lo más inteligente era quedarse callada y ser una hija obediente. Pero el amor funciona contra toda lógica -.

- ¿Cómo puedes decir eso, madre? ¿Qué ha hecho para que actúes de esa forma? ¡No se merece esto!

- ¿Que no se merece esto? ¡Perséfone, ha estado a punto de violarte! ¿No te das cuenta de la gravedad de eso?

- Espera… no es cierto… yo… -Hades ya se había levantado, y tenía una de sus manos en la cabeza, ya que debía de encontrarse algo aturdido por el golpe -. Yo no sabía lo que hacía. No pretendía hacerla ningún mal, no a la persona que más aprecio en este mundo.

- ¿Qué estoy escuchando? ¿Más mentiras? Podrás engañar a mi hija, que es inocente y desconoce gracias a las Gracias los males de este mundo, pero a mí no. Yo he pasado por muchas cosas, y no toleraré que ella pase por las mismas. No lo deseo. Por eso decidí criarla lejos del Olimpo, lejos de la perversión y de las intrigas de la sangre divina, de sus propios hermanos y hermanas. ¿Y tienes la desfachatez de decirme eso a la cara? ¡Valiente estupidez! No quiero derramar sangre que por desgracia es igual a la mía, así que atenderé la petición de mi hija. Márchate y no sufrirás ningún daño. Vete… y ni se te ocurra volver.

- No… ¡no voy a pagar por algo que he hecho en contra de mi voluntad! –Hades alzó su cosmos, oscuro como el mismo Inframundo, y valientemente se encaró con Deméter, que como respuesta también alzaba su cosmos, mucho más lleno de pureza y de vida que el de Hades. Si quería podría sacar su afilada espada, aquella que tantas vidas se había llevado, y terminar con todos los problemas. Perséfone sería suya para siempre, ya no habría barreras para ello -. Deméter, venerable señora de la naturaleza –comenzó a decir Hades para calmar un poco a la diosa -, no deseo hacerte daño, pues pienso como tú en que es un desperdicio derramar sangre divina. Dejemos esto como un malentendido.

- ¿Malentendido? Por muy dios del Inframundo que seas, Hades, o hermano de Zeus, no me das miedo. Soy igual de poderosa que tú, pertenecemos al primer linaje de dioses olímpicos, la sangre de nuestro padre Cronos fluye en nuestros cuerpos. Y pretendes ser un rey justo en tu mundo, ¡cometiendo actos infames que catalogas de simples malentendidos! Mereces estar donde estás, ¡gobernando a los muertos del universo! –y dicho eso, levantó su mano y un nuevo brillo inundó el espacio donde se encontraban. Un bastón de oro, que brillaba como el mismísimo Sol, apareció ante la diosa, tomándolo con delicadeza y firmeza a la vez. Un hermoso y letal bastón rematado con una espiga tallada en la parte superior, el símbolo de Deméter -.

- Si juegas en serio, yo también lo haré –y Hades, haciendo unos movimientos similares a los de Deméter, llamó a su despiadada espada. Ambas armas brillaban ansiosas por el combate que se avecinaba. Los ojos de Hades despedían maldad y ninguna clemencia. Estaba dispuesto a acabar con la mismísima Deméter, sin pensar en las consecuencias -.

- ¡Basta ya! –Perséfone estaba a un lado de la discusión, queriendo intervenir y sin sabes exactamente cómo hacerlo. Jamás pensó que llegarían a las armas y a la violencia, menos aún su propia madre. Se colocó delante de su madre, con los brazos extendidos, y con lágrimas a punto de derramarse por sus claros ojos -. Esto no tiene sentido, os estáis dejando llevar por vuestros sentimientos, dejando a un lado la lógica. Y parece que soy una especie de trofeo por el que os estáis peleando, y no quiero que caiga sangre por mi culpa. No podría vivir con esa carga. Hades… es mejor que te vayas.

- No sabes lo que dices, Perséfone. No puedes analizar bien la situación sin saber la historia desde mi punto de vista.

- ¿Qué punto de vista quieres que sepa? ¿Cómo ibas a… a hacerme daño? Por favor Hades, es mejor que no te esfuerces para solucionar lo que has hecho mal. No hay solución posible.

- Te lo pido de todo corazón, déjame explicártelo –e hizo ademán de acercarse a ella, para calmarla y poder contarla todo de forma civilizada -.

- No te acerques –la voz de Perséfone era grave, severa, como si estuviera hablando con una persona desagradable para ella-. No quiero escucharte. Ni tampoco quiero que hagas daño a mi madre, porque veo en tus ojos que ibas a hacerla daño; y si la haces daño a ella, la haces daño a mí también. Me equivoqué contigo, eres como todos dicen. Adiós.
Dicho eso le dio la espalda a Hades y empezó a caminar derecha al Santuario de Eleusis. Sentía que su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos, pero no tenía otra opción. Al menos solo agradecía a los cielos haberse dado cuenta antes de haber hecho algo de lo que se arrepentiría toda su vida. Y también le dio la espalda para que no la viera llorar, porque no quería que la viera en ese estado; tenía cierto orgullo. Su madre, por el contrario, seguía con su rostro severo y con la mirada clavada en Hades, como si lo estuviera analizando. Por el contrario Hades también camuflaba sus sentimientos, pues no quería parecer ni mucho menos débil. Sus ojos azules claros parecían estar clavados en la joven diosa, pero en realidad no miraban a ningún sitio, conmocionado por la situación. Bajó la espada para que no se malinterpretara ninguno de sus movimientos, pero seguía aferrando la empuñadura con tanta fuerza que parecía que su mano iba a estallar. Tenía ganas de levantar el filo de su espada y atacar a la misma Perséfone, movido por la venganza y por los sentimientos contradictorios que nunca antes había sentido.
- Si quieres que esto quede así, de acuerdo. Pero lo mínimo es que me dejaras explicar mi versión de todo esto, encima de que te lo he pedido humildemente, y no porque esté tu madre la venerable Deméter en nuestra conversación. Puede que yo también me equivocara contigo, eres como las demás diosas que he conocido, nada especial.
Esas palabras las dijo con voz glacial, como mil puñaladas que iban directamente a su corazón. Tampoco es que Hades lo estuviera pasando bien precisamente, pero lo escondía mejor que ella. Perséfone no pudo evitar lanzar una última mirada a Hades, una mirada llena de tristeza y de dolor infinito. Cuando vio los ojos de Hades, que parecían congelarla, unas lágrimas cayeron por sus mejillas. Allí estaba la persona a la que había amado, la persona con la quería estar toda su vida inmortal… pero no podía perdonarlo así como así. Se sentía engañada, utilizada, como si solo la quisiera para una cosa. No pudo evitar tener un escalofrío, y cruzarse los brazos en el pecho a modo de protección. Bajó la cabeza, se dio la vuelta, y no volvió a mirar atrás. Ojalá pueda perdonarte se decía Perséfone, pero hasta el dios de los muertos es presa de sus propios deseos carnales.
- Las cosas son mejores así Hades –comenzó a decir Deméter –jamás podrías estar con mi hija. Ella es la reencarnación de la vida y de la pureza de este mundo, mientras que tú eres todo lo contrario. Y yo me hice la promesa de que fuera una virgen para siempre, porque ella está por encima de esas cosas. Ha sido exagerado que llegáramos incluso a insinuar un enfrentamiento directo. Pero no dudes que alzaré mis armas contra cualquiera que la haga daño.
- No tengo nada que decirte, Deméter, hermana. Bueno, solo una cosa. Una vez que hablé con tu hija me dijo algo que hizo que hasta mi corazón supiera lo que es el amor: la muerte también es bella, porque abre paso a nuevas formas de vida. Has educado bien a tu hija, una lástima que sus conocimientos no hayan calado en ti –se acercó a Deméter, y esta se preparaba para alguna jugada del dios. Pero simplemente pasó a su lado, se agachó para recoger el cinturón que había llevado Perséfone, y mientras estaba de espaldas siguió hablando -. Espero que no te importe que me lleve esto, como pequeño recuerdo. No sería recomendable que lo tuviera Perséfone, porque la haría recordar muy malos momentos para ella, por mi culpa…
- Por fin dices algo con sentido Hades.
- Es lo único que he hecho bien hoy –y sonrió. Era una sonrisa forzada, porque no sentía para nada las ganas de reírse -. Adiós Deméter, no volverás a verme por tu Santuario.
Hizo una reverencia de respeto, se dio la vuelta y con su espada dio un golpe seco con la punta de la misma. Un vendaval se arremolinó a su alrededor, y como un soplo de aire, se volvió invisible ante los ojos castaños de Deméter. Hades había desaparecido de allí. La diosa bajó un poco la cabeza, como si sopesara asuntos importantes, y entrecerró los ojos. Ella no quería que Perséfone pasara por la vergüenza por la que ella había pasado, no lo sabía, nunca se lo había contado. Se dejó llevar por el miedo de que la historia se repitiera, y se prometió a sí misma que haría todo lo que estuviera en sus manos para evitarlo. Fue el hazmerreír del Olimpo, su hija no lo sería. Ya tenía que cargar con el peso de ser la hija bastarda de Zeus, no quería que cargara con nada más. Y encima tenía el rencor y odio eterno de Hera, por mucho que Deméter la hubiera suplicado e intentado convencer de que el único culpable fue Zeus. Pero, ¿de verdad solo fue voluntad de Zeus? Cayó de rodillas en el verde suelo almohadillado con flores, y alzó sus ojos entristecidos al cielo. ¿Por qué Eros jugaba de esa manera con ella, y ahora con su hija? No quería encerrarla, no quería ser una madre controladora y obsesiva, no podía luchar contra el destino, solo evitarlo hasta su irremediable final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario