sábado, 5 de abril de 2014

Música


 Ha pasado ya mucho tiempo, he visto cosas a lo largo de los siglos, observando a los humanos a través de su evolución, pensando siempre lo mismo sobre ellos "qué seres más desconcertantes y contradictorios". 

Yo nací con ellos, con el primer atisbo de inteligencia en sus mentes incipientes, y me fui desarrollando rápidamente gracias a su inventiva, a sus deseos de expresar con sonidos lo que sienten, soy la Egregia, la Inmortal, la que siempre ha estado y siempre estará. Soy mayor que mi hermana Literatura, y gemela de mi hermano Arte, ambos nacimos a la vez de la mente del ser humano, que no deja de nutrirnos. Hace unos cuantos siglos, tantos que ya apenas es un recuerdo borroso para mí, que abrí los ojos ante el mundo, cuando el primer ser humano de la Creación exhaló las primeras notas, los primeros sonidos melodiosos que sería el antecedente de las obras más perfectas y conmovedoras de la invención humana. Mi hermano es aquel que expresa con elementos materiales la inventiva humana, es aquel que plasma en una superficie la inspiración... pero yo soy capaz de eso y mucho más solo con el poder de los sonidos, elementos que no puedes tocar sino solo escuchar. 

También es un recuerdo borroso en mi memoria, que se remonta mucho tiempo atrás, sobre las diferentes caras y figuras que he recibido a lo largo del tiempo, demostrando que el ser humano, en la Antigüedad, tenía la necesidad de ir hilando y relacionando hechos que no podía explicar muy bien con seres superiores, eternos y, en cierta medida, perfectos y mejores que él mismo. Pues tiene sentido, porque si algo es perfecto ¿no piensas en primera instancia que su creador tiene que ser igual de perfecto, si no incluso más aún? Muchas divinidades tengo asociadas, de diversas culturas y con diferentes apariencias, pero recuerdo las de los antiguos griegos con mucho más cariño que las demás. Pensar en los aedos, en cómo daban golpes a su bastón para marcar el ritmo y recitar con poderosa voz versos sobre ecos del pasado, de ese pasado glorioso del que se consideraban deudores y descendientes, al igual que las canciones al ritmo del aulos o de la lira, considerándome como uno de los pilares de la educación de los jóvenes -que, por desgracia, hoy en día no se aprecia así en absoluto-. Eutepe me llamaban, la placentera, la que era capaz de calmar a las bestias más voraces y entrar en los corazones más fríos, o Polimnia para los cantos a los dioses, himnos llenos de piadosas plegarias y palabras lisonjeras para con los dioses. Es curioso ver cómo el ser humano te imagina... y ver que tampoco va muy desencaminado -en algunos casos-, con lo que hay en la realidad, sin haberla percibido nunca con su vista.

Yo consideraba que solo con mi voz, instrumento natural e inherente al ser humano, era suficiente para crear notas y melodías que son capaces de arrancar lágrimas a los ojos, sonrisas a las personas, sentimientos muy diferentes entre sí, pero que el hombre siente la necesidad de tener a veces, anhela poseerlos y expresarlos ante sus iguales. Es cuando la inventiva humana me sorprendió gratamente, cuando aparecen en mi vida lo que ellos llamaron "instrumentos musicales". ¡Qué sonidos arrancaban a esos objetos! ¡Qué notas se producían con un simple tubo con agujeritos, donde exhalaban aire! ¡Qué simple y maravilloso invento! ¿Cómo no pude haberlo visto antes? Me resultó tan sorprendente, tan maravilloso, que adopté enseguida uno de esos instrumentos que llamaban flauta, sigue todavía conmigo como un recuerdo de un pasado remoto y glorioso, donde yo me desenvolvía de forma sencilla pero elegante, y estaba presente en todos los momentos cruciales de la vida de los hombres.

Nacimientos, fiestas, bodas y funerales, yo siempre he estado presente allí desde el inicio de los tiempos, desde que tengo conciencia de mi ser, tocando alegremente la pandereta o la flauta, bailando al son de mis propios sonidos, disfrutando con cada paso que doy y con cada nota que sale de mis labios; también alzo mi voz de forma solemne, entonando de forma conmovedora y honrando a los muertos, sea lo que sea lo que les depare, les doy mis más sinceras bendiciones; o acaricio con mi voz las manos de una criatura recién nacida, ver por primera vez sus ojos abiertos, sentir su aliento por vez primera en el mundo creado, sus lloros que son una forma de demostrar al mundo que estaba pletórico de vida, que estaba dispuesto a vivir en el mundo. Ojalá pudiera cogerlo con mis manos... pero no puede ser. 

La vida prosigue, y el ser humano va cambiando, de gustos y de costumbres, y yo evoluciono con ellos. Vivo con mis hermanos, estamos en todas partes, pues a cada segundo existe una persona que silba o tararea una canción, alguien que crea una nueva melodía para lo que ellos llaman "anuncios" o "series". ¿Cómo puedo morir, cuando ellos mismos demandan algo que escuchar, algo que les haga bailar o sacar a la luz sentimientos que jamás pensarían que tendrían? 

Como mis hermanos, he tenido infinidad de hijos, una prolífica progenie que sigue su marcha, continua reproduciéndose, espero que hasta el fin de los tiempos. ¿Acaso les otorgo yo el don de mi arte, o ellos por sí solos desarrollan los sonidos creando melodías llenas de amor, tristeza, rabia o fuerza? Por supuesto que yo les doy inspiración, les doy un soplo en los oídos, etérea como me puedo presentar ante los humanos, para insuflarles la vida, para insuflarles la creación. A aquellos que reciben mi atención y mi cariño son mis "hijos". Siendo pequeños puedo dirimir si son dignos de recibir mi toque, aunque debo añadir que algunos se lo ganaron a pulso, llevaban en su interior el fuego ignato de usar los sonidos a su antojo para componer cosas maravillosas, como pasó con Mozart, por ejemplo. Jamás he tenido un hijo más brillante, que demostró su valía sin necesidad de que yo hiciera nada, y por ello me siento más orgullosa aún de él. No es que yo haga todo el trabajo, solo les doy el empujón necesario para que desplieguen todo su potencial.  

Yo aporto la inmortalidad como mis hermanos, otorgo que sus nombres jamás caigan en el olvido, me encargo de que sean recordados por los siglos de los siglos... y que sus obras, a pesar del tiempo, sean consideradas por todos como verdaderas obras de arte, a las que a todos gusten, y que nadie se atreva a decir lo contrario. Me compadezco de aquellos que no tienen el don de la audición, como en el final de su vida le pasó a mi querido hijo Beethoven, y espero que, con la inmensa creatividad y don de la inteligencia que tiene el ser humano, unido a no  rendirse ante lo que les depone la naturaleza, buscar una solución para que todos puedan disfrutar de mí -que, por supuesto, ya han creado-. Aunque deformen mi cuerpo, me lleven por caminos que hasta ahora no he recorrido y por ello son desconocidos por mi persona, aunque tenga que soportar sonidos que no agraden a mis oídos pero sí a un grupo importante de personas... hagan lo que hagan, me transformen lo que me transformen, yo estaré siempre ahí, como una sombra, como algo inherente al ser humano. Ya no me ponen cuerpo, ya no me ponen nombre, simplemente me llaman "música". Echo de menos mis nombres, las divinidades que me representaban, aunque ahora sí que el hombre tiene bien claro que la inspiración y la creación vienen de su mente, pero a pesar de eso... ¿no soy yo la que les da ese pequeño empujón para terminar lo que ya hay en su mente? ¿Acaso me niegan la participación en ello? Como una partera soy, ayudando a dar a luz a las ideas que rondan por sus cabezas, y ya no me lo agradecen... Una lástima, pero tampoco tengo nada que decirles. 

Todo lo que toco se vuelve de oro, hermoso, delicado, etéreo. Doy voz al amor, a la rabia, a la tristeza y a la pasión. Viviré por y para siempre de la mano del ser humano. Vivo porque él vive... y moriré cuando él muera. 

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