sábado, 11 de enero de 2014

VI. Inquietudes


Un hombre de cabellos blancos y ojos azules casi transparentes se encontraba sentado en su trono, un tanto inquieto. Su túnica, blanca con bordes dorados, caía ondulante. Su mirada estaba clavada en la entrada, como si esperara a alguien. En ese momento, las puertas se abrieron, pero la expresión del dios no cambió ni un ápice. Una mujer, de pelo castaño oscuro y ojos negros se acercaba. De sus cabellos caía un velo formado por varias larguísimas plumas de pavos reales, que parecían brillar con luz propia. Su piel era blanca y delicada, y su cuerpo estaba cubierto por un vestido blanco y un cinturón de oro formado por sucesivas circunferencias decoradas con motivos de aves. Las mangas, anchas y ondulantes debido a su paso, eran de las sedas más finas, casi transparentes. Cuando salvó la distancia con el dios que se encontraba sentado en el trono, hizo una ligerísima reverencia, con una seductora sonrisa en sus labios.
- Veo que estáis muy meditabundo y solo, esposo mío –comenzó a decir Hera-, me pregunto cuáles serán las causas de ello.

- No tengo por qué decírtelo, Hera –contestó Zeus, señor de los dioses y del rayo-, no creo haberte llamado.

- ¿Acaso una esposa no tiene el derecho, es más, el deber, de querer pasar un rato con su amado?

- Ahora mismo no puedes, porque tengo asuntos que resolver. Estoy muy ocupado.

- Pues no lo parece.

- Créeme, esposa mía. Voy a tener que lidiar ciertos asuntos que no son de tu incumbencia. Me has obligado a emplear estas palabras tan duras para pedirte que te marches. No voy a ser mucho más amable a partir de ahora –dijo Zeus, alzando un poco su voz-.

- No te enerves, querido –dijo Hera, acercándose a su asiento y tocando el respaldo delicadamente-, no he venido con esa intención. Solo quería hablar contigo…

- ¿Hablar conmigo? Me pregunto qué querrás esta vez –en ese momento, Hera había atraído la curiosidad de su esposo-, no sé que puede ser. Al menos, espero que sea algo coherente.

- Eso depende de cómo lo veáis, si desde el punto de vista del señor del Olimpo o… de otra cosa –dijo mientras se giraba de nuevo para estar frente a su esposo-. Es un asunto que me tiene un tanto inquieta. Y a ti seguro que te afecta más.

- ¿Algo que tenga que apreciarlo desde otro punto de vista? Hera, hay veces que tus digresiones y rodeos son exasperantes. Si no me dices las cosas claras, márchate de aquí. Estoy ocupado; no como tú, que tienes tiempo de sobra para jugar conmigo –Zeus estaba verdaderamente molesto por la actitud de Hera; y muy extrañado. A saber lo que estaba tramando -.

- Veo que no queréis hablar conmigo. Pues bien. Creo que es tu deber saber que uno de tus hermanos está coqueteando con tu hija, Perséfone –cuando dijo la palabra hija, no pudo reprimir cierta ironía. Aquella diosa, tan rebosante de juventud y pureza, tenía obnubilado a Zeus. Y su hijo legítimo, Ares, había pasado a un segundo plano, al igual que Hefesto. Eso enfurecía a Hera hasta extremos insospechados -.

- ¿Qué dices Hera? ¿Perséfone… la dulce y delicada Perséfone? ¿Mi hija? ¿Enamorada? Creo que te equivocas. Con la educación y vigilancia que está recibiendo de Deméter, dudo que haya conocido a alguien, y menos a Hades, siempre encerrado en su mundo. Una persona tan pura no puede enamorarse de un alma como la de Hades. No vería nada hermoso en su interior. -No le daba mucha importancia al asunto. Era un tema trivial que solo le preocupaba como padre que era de la diosa. Confiaba en Deméter, y sabía que ella quería que su hija fuera virgen y pura toda su vida inmortal -.

- Zeus, eres demasiado simple. Cuando empieza el capricho, lo sigue el deseo, irrefrenable. Y Perséfone es tan delicada e inexperta, que temo por su bienestar, y tú también. Puede que haga algo de lo que se arrepienta toda su vida. Y tú no hiciste nada para impedirlo –Hera seguía con el tema, pues aunque no lo apreciara Zeus, le estaba llevando a donde ella quería -.

- ¿Tú temes por la seguridad de Perséfone? –no pudo evitarlo. Empezó a reírse, con una carcajada potente y profunda, que inundó la sala. A veces, tenía que admitirlo, su esposa podía llegar a ser extremadamente divertida -. No me hagas reír, Hera. Tú la odias, porque yo la tengo mucho aprecio; a ella y a su madre. Y no entiendo por qué deba preocuparme de un tema tan trivial como ese. Debería preocuparme por mis hijos, que para eso son mis hijos, y no de una diosa joven de nuestro Panteón. No me cuentes mentiras. Si has venido a confundirme, creo que has escogido el día menos idóneo para ello.

- Piensa lo que quieras, Zeus –y acercó una mano a la mejilla de Zeus, mientras la acariciaba delicada y suavemente. Ella, en el fondo, amaba a su esposo, y hacía todo lo que estaba a su alcance para ser lo más agradable a la vista de su esposo. Pero, aunque era correspondido, Zeus era bastante impulsivo y enamoradizo. Ella se lo perdonaba todo, mientras que castigaba cruelmente a las mujeres, acusándolas de ser las causantes de la infidelidad por sus insinuaciones. Una forma de evadirse de la realidad y ver todo desde un punto de vista menos doloroso. Clavó sus negros ojos en los de Zeus -. Por quien me preocupo de verdad es por ti. Quien tenga la mano de Perséfone, o pueda manipularla, tendrá de forma indirecta un control sobre ti. No se enamorará de ella, sino que la utilizarán. Y eso no se lo deseo a nadie, pues el peor destino que puede tener una persona, más peligroso siendo una mujer. Deméter será todo lo protectora y buena madre que sea pero... ¿por qué no viene casi al Olimpo para que veas cómo crece "tu hija"? -esas dos palabras las remarcó mucho, para que ahondaran en el corazón de su esposo -. Lo único que hace es alejarla de ti, poniendo la triste excusa de que soy un peligro para ella. No eres estúpido, querido, y en el fondo temes que Perséfone no te reconozca como padre. Que te odie, y que no te tenga en consideración.

- Deméter no podría hacer eso -Zeus guardaba ciertas dudas sobre la forma en la que actuaba Deméter. Cierto es que no se portó muy bien con ella, y que en una de esas noches en las que corría el vino y la ambrosía de un lado a otro de la sala, Zeus violó a Deméter. Pero guardaba cierts sentimientos sinceros hacia aquella diosa. La veneraba por encima de las demás, la consideraba sabia y calmada, perfecta para tomar decisiones en momentos complicados. Pero después del nacimiento de la pequeña diosa, en la que el mismo Zeus estuvo presente, no volvieron a hablar de forma distentida y tranquila. Sus miradas, en ocasiones, eran fulminantes y llenas de reproches. Nunca la gustó el Olimpo, pero tampoco lo aborrecía tanto como ahora. Y si encima se unía el tema de Hades... Deméter haría todo lo posible porque su hija fuera virgen, y aunque decidiera casarla, Hades sería el último pretendiente que aceptaría é con Hades sobre este tema, porque siento cierta curiosidad. Mi hermano nunca se ha enamorado, nunca ha visto la necesidad de yacer junto a una mujer ni de gozar de los dones de Afrodita. Pero si así te quedas más tranquila –diciendo eso con cierto sarcasmo –mantendré una charla con él. Ahora, márchate. Tengo asuntos que resolver, casualmente, con Hades. Me pregunto si tu visita no era totalmente premeditada…

- Es posible –y le dio un ligero beso en los labios, mientras esgrimía una sonrisa –os dejo con la duda.

Hera hizo otra delicada reverencia, y abandonó la sala, con paso majestuoso. La jovial y llena de vida Perséfone enamorada del dios de la muerte. Puede que sea divertido entrometerse en este asunto. Así, si todo va como planeo, me ocuparé de que esa diosecilla no vuelva a meter sus narices en el Olimpo. Y si cae ella, caerá su madre. Y con ese pensamiento dejó a su marido sumido en sus propias preocupaciones. En el camino a su residencia, pasó junto a Hades, que esperaba tras las puertas de la sala. Cuando lo vio, le dedicó una pícara sonrisa. Sería el instrumento ideal para sus planes. Hades, por el contrario, solo mostró su fría mirada, y la saludó simplemente por educación (no es que la cayera muy bien). Zeus, por el contrario, tenía ya la semilla de la duda sembrada en su corazón. Por una vez, creía que Hera tenía la razón. O simplemente estaba jugando con él, que sería la opción más acertada. Pero aunque sabía que era un simple juego mental, no podía evitar preocuparse. Preocuparse por la situación de su hija, en el punto de mira de su esposa, y Deméter, que se comportaba de una forma bastante extraña con él.

Tras la señora del Olimpo, Hades entró en la sala. Siempre que veía el trono de su hermano, pensaba en la magnífica obra que había hecho Hefesto; no por nada era el dios de la herrería. El manejo de los martillos y los secretos de la forja eran sus especialidades. El respaldo estaba decorado con nubes de zafiros, claros como sus ojos; estas nubes se encontraban rodeadas por los cuatro vientos, ondulantes, con reflejos dorados; de los bordes del respaldo, nacían rayos que se entrecruzaban creando una telaraña de relámpagos. En la cumbre del respaldo, a modo de colofón, se encontraba un águila, con las alas desplegadas en todo su esplendor. Su cabeza, ligeramente de lado, miraba a los cielos. Sus plumas, recubiertas con láminas de oro, brillaban como si tuvieran luz propia. Los reposabrazos del trono estaban formados por representaciones de la diosa Niké, con sus alas doradas semi desplegadas y alzando con sus manos la corona, símbolo de la victoria. Debido al apoyo que dio a Zeus en la lucha contra los Titanes, Niké a partir de ese momento tuvo el enorme privilegio de poder se representada junto a él (como lo hicieron los humanos en Olimpia). En la base del trono, tallados en brillante mármol, una procesión de los dioses con sus respectivos atributos, como símbolo de la sumisión de los dioses ante su señor.

- Saludos, hermano –dijo Hades, en un tono de respeto absoluto mientras se acercaba-, espero que tu llamada no sea para nada malo. Ha sido demasiado repentina.

- Saludos, Hades –correspondió al saludo Zeus-, no te preocupes, no es nada alarmante. Solo quería hablar de ciertos temas que nos conciernen.

- ¿Solo a los dos? Perdona, hermano, que me extrañe. Es raro que un asunto solo concierna a dos personas. Además, seguro que antes has hablado con Hera. Siempre que conversáis, ella sale con esa extraña sonrisa y mirada. Te controla demasiado, aunque tú no puedas percatarte de ello.

- Mina mi paciencia muy pronto. Es tozuda, siempre quiere salirse con la suya, y rencorosa como ninguna otra. Sus celos y venganzas son terribles de soportar.

- Lo que más turba al señor del Olimpo, en vez de amenazas de otros dioses o subordinaciones, son los problemas matrimoniales –dijo Hades con una sonrisa en los labios-, muy curioso.

- No te burles, Hades. No hables de cosas que desconoces. ¿O acaso conoces lo que es el amor? –claramente, esa pregunta iba con una segunda intención. No le hacía gracia que su hija Perséfone se hubiera fijado en un dios como Hades, pero si estaba cerca de ella, sería una buena forma de protegerla de los celos insanos de Hera. Su mujer le preocupaba cada día más, y sus venganzas eran conocidas por su crueldad -.

- No, claro que no. Soy el dios de los muertos, dudo que lo conozca en algún momento de mi larga vida mortal. Tendré otro tipo de preocupaciones.

- Nunca digas nunca, aunque seas inmortal. No sabes cuándo Eros o Afrodita ejerzan sus poderes sobre ti –y miró detenidamente a su hermano, como si pudiera leerle el pensamiento-, porque creo que has estado de una manera muy poco propia de ti con mi hija Perséfone. ¿Acaso tramas algo?

- Hermano, no sé cómo has llegado a enterarte de un encuentro tan casual como ese, pero no debes preocuparte. Es cierto que es hermosa, amable, sincera, valiente… pero no hay nada más. Los embrujos de Eros no me afectan, de eso puedes estar seguro –Hades dudaba un poco de sus propias palabras. En cierta forma, no sentía nada por Perséfone, o al menos, no sentía nada claro. Añoraba la presencia de la diosa, sus ojos verdes, sus conversaciones, su sabiduría… ¿pero eso podía llamarse amor? ¿Acaso no era simple y llana amistad? A saber a qué dios se le había ocurrido establecer la diferencia entre amor y amistad, porque la línea que las separa es tan fina, que no se distingue en ocasiones como esa -.

- Yo confío en ti, Hades. Y fuiste el primero, junto con Poseidón, quienes supisteis la verdadera paternidad de Perséfone. Lo más probable es que los demás dioses lo sepan, pero eso no me importa, siempre y cuando Hera no se entere de nada.

- Es una diosa, no se atreverá a hacerla nada. Apolo y Ártemis están sanos y salvos, en el Olimpo, como los dioses más fieles a tu persona.

- Es otro caso. Ellos son muy poderosos. No dudo que Deméter sea poderosa, ni mucho menos, y tampoco su hija, pero es tan joven, y tan impulsiva, que no sabes lo que puede llegar a hacer. Y están entre humanos, en su templo de Eleusis, alejadas del Olimpo y de toda ayuda divina posible. Yo no puedo intervenir.

- Veo que ha salido a ti, en el carácter al menos. No sé qué quieres que te diga, la verdad. Desconozco estos temas. Solo decirte que estás dándole vueltas a un tema demasiado banal para tu condición de señor del Olimpo.

- Puede que tengas razón.

Empezaron a hablar de otros temas, relacionados sobre todo con la peste que se había propagado por el mundo. Zeus quería saber el número exacto de muertes, si los juicios se habían llevado con normalidad, sin ningún altercado, y si la promesa de los Campos Elíseos a personas piadosas en vida y presar del cruel destino, rompiendo temporalmente la regla dominante. No es que dudara del trabajo de Hades, que por norma general era impecable, sino por tener conocimiento de lo que habían desencadenado, de sus consecuencias, y sopesarlas. Él mismo había dado la orden para ello, y desde el principio no es que fuera de su agrado. No le gustaban los humanos, aquellos seres imperfectos y tan manipulables, pero tampoco deseaba su desaparición. Echaba de menos la Edad Dorada, donde se vivía en completa armonía con ellos; incluso él se acordaba de su exquisito palacio de mármol y oro en la misma superficie de la Tierra, en comunión con la madre de todos, Gaia, y rodeado de humanos pacíficos. Pero todo se torció cuando empezaron a nacer ciertos sentimientos, como el odio, la envidia, los celos, la venganza… desencadenados por Prometeo, pues fue su imprudencia y burla hacia los dioses la condena que se le hizo a la humanidad en forma de mujer: Pandora. Pero esos temas son secundarios a la historia.

Después de aquella amena charla, Hades hizo además de despedirse de su hermano. Zeus, que se notaba perfectamente cuando quería decir algo, se encontraba mesándose su lustrosa barba castaña, mirando al infinito, como si meditara algo de extrema importancia.

- Hermano, antes de que te marche, debo pedirte un favor.

- Claro –esa respuesta la dijo no sin cierta duda. Era muy extraño que Zeus se comportara de esa forma ante él. Siempre se mostraba poderoso, como una persona sin sentimientos a la que no le afectaba nada. Ahora, se le veía decaído, débil, y temeroso del futuro. Zeus siempre le había hecho la vida imposible, mandándole los trabajos más sucios, que habían ocasionado su mala fama entre los humanos y los propios dioses. Pero le había ayudado en la guerra contra los Titanes, y también había prometido protegerlo en todo momento. Fue el elegido para gobernar, y así sería por toda la eternidad -.

- Vigila a mi hija. Hera no trama nada bueno, tengo ese sexto sentido para este tipo de cosas. Hazte su amigo, gánate su amistad, y así podrás estar a su lado cuando no esté con su madre. Que no se quede sola en ningún momento. Quién sabe, puede que así no estés tan solo en ese mundo subterráneo que dominas. La soledad no es buena para nadie, ni siquiera para los dioses -hizo una corta pausa, como si ya hubiera terminado la conversación -. ¡Ah! Se me olvidaba de un pequeño detalle. Deméter no debe enterarse de esto, porque se opondrá rotundamente. No quiere que ningún dios conozca a su hija, con el deseo de que sea casta y virgen. Ten cuidado con eso. Puedes marcharte ya.

Hades quería recriminarle algo a Zeus, pero cuando decía la frase "puedes marcharte", no había vuelta atrás. No escuchaba nada, aunque se tratara de un asunto de vida y muerte. Se dio la vuelta y se iba alejando poco a poco. Y no entendía sus enigmáticas palabras. ¿Acaso lZeus pretendía que entablara una amistad con su hija (y sobrina) para que naciera algo más adelante? ¿O simplemente lo utilizaba como una especie de canguro para vigilar a la intempestiva Perséfone? No sabía cómo actuar, ni cómo interpretar las palabras de su hermano. Ni siquiera tenía claro sus sentimientos hacia la diosa. De todas formas, estaba convencido de que, si estaba enamorado, su amor no era correspondido. ¿Quién iba a enamorarse de él? Maldito Zeus, siempre causándome y cargándome con problemas. Y esta vez, es algo a lo que no sé cómo enfrentarme. Una diosa rebelde, una esposa celosa y vengativa… vaya panorama se me presenta. 

Mientras estaba sumido en sus pensamientos, se encontró sin previo aviso con su otro hermano, Poseidón. De cabellos azulados recogidos en una coleta baja, sus ojos eran también tan azules como los de sus otros hermanos. De espíritu calmado y meditabundo, también tenía un lado oscuro, pues sus enfados eran equiparables a Zeus e incluso a Hades. Los tres hermanos no eran tan distintos, al fin y al cabo eran familia.

- Saludos, hermano –dijo Hades, un tanto sorprendido por encontrarse con él –es extraño verte por aquí. Sueles estar en tu palacio marino, ya no es de tu agrado este lugar.

- Razón no te falta, pero el deber se tiene que anteponer a los deseos de uno mismo. Además, venir aquí de vez en cuando no está mal, siempre que no tenga que vivir aquí. Vivir rodeados de iguales no suele ser fácil.

- En eso tienes razón.

- ¿Y tú qué haces aquí? ¿Acaso también es por trabajo?

- Sí, digamos que es eso.

- No se lo tengas en cuenta a Zeus, Hades, sabes que él te aprecia mucho en el fondo. Lo único es que a veces la presión que tiene que soportar es demasiado alta. Por algo es nuestro señor –y sonrió. La sonrisa de Poseidón siempre era tan clara como la mar en calma. Apaciguaba el espíritu de cualquiera, incluso el de Hades -.

- Uno ya aguanta lo que sea. Hasta ser el canguro de una diosa imprudente –eso lo dijo en un susurro, que no fue desapercibido por Poseidón -.

- ¿Canguro? Vaya Hades, no me dices nada, aunque sea tu hermano. ¿Cómo se llama la afortunada madre de tu primogénito o primogénita?

- Creo que has malinterpretado mis palabras. Canguro es cuando cuidas de una persona más pequeña que uno mismo, como una niña –lo que me ha tocado a mí, vamos -.

- Hades, eres insoportable a veces. ¿No aprecias un sarcasmo o una broma? Ya sé que no estás casado. Pero… ¿no hay nadie que haya robado el corazón de nuestro querido señor de los muertos, hablando ya en serio?

- Es posible –dijo con su típico aire misterioso –es posible…

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