viernes, 10 de enero de 2014

Quédate a mi lado

Hay días en los que, a pesar de haber un sol radiante en el cielo, a pesar de que todo parezca estar a mi favor, no haga más que ver el lado oscuro de las cosas, ser lo más agorera posible. Es en aquellos momentos, en los que la vida no tiene ningún sentido, que piensas seriamente en morir, en que no tiene sentido seguir viviendo. ¿Para qué? Las guerras, la sociedad cada vez más corrompida, políticos que pierden el control de sus respectivos gobiernos, dolor, tristeza, hambre, desastres climáticos... cuando una tiene estos días negros, parece que solo hay malas noticias, que los hechos por los que merece la pena continuar ni siquiera existen. 

"Tienes que sonreír más, mira el lado positivo de las cosas". Eso es lo que suelo escuchar de tus labios, mientras una sonrisa de ánimo y burlona aparece en tus labios. Es en esos momentos, cuando me siento tan mal conmigo misma y con el mundo, que te mandaría a paseo pensando en que con tu felicidad tan exuberante no es necesario que esté a tu lado, que no estoy de humor para estas cosas, que no entiendo cómo puedes tomarte las cosas de una forma aparentemente tan desenfadada. Siento envidia de eso, ojalá yo fuera así. 

Me siento estúpida cuando pienso que no soy más que una persona normal, tirando siempre a lo bajo, que no vale para gran cosa y que se ve miles de defectos y apenas virtudes. Entonces pienso también, ¿qué tengo yo de especial?

Cuando ya llegas a un momento de acumular todo tipo de disgustos, de noticias malas o neutras, cuando te das cuenta de que tu vida es monótona y rutinaria, que pocas cosas hacen de ella algo más especial, estallas en lágrimas, tu orgullo se aparta a un lado y no puedes evitar derrumbarte. Llorar no es fácil, piensas que haces el ridículo y que la otra persona en el fondo se está riendo de ti -estos pensamientos no son exclusivos de los hombres, las mujeres también piensan así -, o que por culpa de tu debilidad, de no saber sobrellevar lo que te sucede, haces que la otra persona caiga contigo, se entristezca y no pueda soportar verte así, al igual que puede inundarle un sentimiento de arrepentimiento, al creer que por su culpa tú te encuentras así. 

Las lágrimas siempre están ahí, esperando el momento más oportuno para florecer y nublarte la vista, así como el pensamiento. Tras estallar en lloros, siempre se dicen cosas de las que luego uno se arrepiente, se hiere a la persona que se quiere, se ataca sin piedad a aquel que está intentando tranquilizarte y traerte de nuevo la sonrisa. Cuando uno vuelve a la normalidad, se respira con mayor calma y se empieza a pensar con más claridad, uno se da cuenta de todo lo que ha dicho. Y llega el arrepentimiento. 

"Estoy aquí para que te desahogues", eso me dices mientras yo no puedo abrazarte ni tampoco tocarte, por la propia vergüenza que siento. Y sé que me dices eso con toda tu buena intención, pero no sabes a lo que te expones. Puedo herirte de verdad, puedo decirte que se acabó todo, que ya no soporto más mi forma de ser, que no entiendo cómo sigues a mi lado, que hay infinidad de chicas mejores que yo, más guapas, más estables emocionalmente, que te pueden aportar más que yo. Tendría hasta ganas de pegarte, porque no puedo controlar mis impulsos, no puedo ver más allá de mi rabia e impotencia por no cambiar eso que sé perfectamente que está mal, gritarte hasta que me quede sin voz, llorar hasta que me quede sin lágrimas, sin ganas de seguir adelante.

Uno de esos típicos días negros...

 "¿Acaso no confías en mí?" esa frase me desarma, me deja muda de la impresión que me causa. Ver cómo esa persona en la que confías plenamente, que no dudas absolutamente nada que va a hacer lo más correcto, te suelte eso con un tono lleno de tristeza y desolación, pudiendo hasta imaginarte sus profundos ojos claros clavándose en los tuyos. Ese es el momento en el que despiertas, en el que te das cuenta de tu actuación tan exagerada y absurda, dejándote llevar por sentimientos irracionales y sin sentido, sin percatarte de que hay una persona a tu lado que intenta animarte y ayudarte. Vuelvo a llorar, esta vez de arrepentimiento, porque he hecho dudar a esa persona que es tan importante para mí. "Claro que confío en ti, no puedes dudar de eso", digo entrecortadamente, entre lágrimas, mocos y temblores.

Me vuelvo a sentir estúpida, ya no sé ni qué pensar. Me siento fatal por haberte hecho dudar, porque en realidad de quien dudo es de mí misma, y no de ti. Siento celos, no sé cómo superarlos exactamente. ¿Acaso soy tan egoísta de negarte la posibilidad de conocer a otras personas, solo por aquel deseo de tenerte a mi lado? Eso sí que sería propio de una persona cruel, y yo no llego a ese estadio de maldad. "No sé qué decir", puedo susurrar con las fuerzas que me quedan. "No sé qué hacer". Y me hundo en su pecho, en su cálido y perfumado pecho. Siento su forma, su respiración, su latido, cómo sus brazos me rodean para consolarme. Su aliento acaricia mi oído, hace que un escalofrío de placer recorra todo mi cuerpo, de pies a cabeza. 

"Duda de todo lo que quieras, menos de mis sentimientos", dijo susurrándome cada palabra en mi oído, cada una de ellas como un suspiro de amor que me desarmó completamente. Correspondí a su abrazo rodeándole el cuello, acariciando su cabello, su espalda, mientras no paro de repetir lo mucho que lo sentía, que no volvería a pasar, que haría todo lo posible por evitarlo de nuevo. No prometía cambiar, solo controlarme algo más. 

Sus labios se entrelazaron con los míos, un beso que ojalá hubiera sido eterno. Mi respiración se entrecortó, mis latidos se multiplicaron, las lágrimas de tristeza dejaron de correr por mis mejillas. Un calor inundaba todo mi cuerpo, desterraba ese sentimiento de frío desolador, la vida volvía a mis miembros y de nuevo la luz vencía a la oscuridad que me rodeaba. Cómo un gesto tan sencillo puede causar eso en mí, es parte del misterio del amor. Toda mi tristeza se evapora, como si no me pasara nada, y todo volvía de nuevo a su cauce. Ante estos momentos, solo podía decir una cosa:

"Te quiero". No suelo decirlo mucho, porque no tengo la costumbre de decirlo, pero intento demostrarlo todo lo que puedo. "Por favor, quédate a mi lado".

Y el día oscuro y frío se vuelve cálido y luminoso...

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