domingo, 29 de diciembre de 2013

IV. ¿Quieres llegar al verdadero placer?


Sentada en un sofá de terciopelo, con las piernas cruzadas seductoramente, una sonrisa maliciosa surcando mis labios, una mirada llena de lujuria en mi rostro; en mi mano derecha sostengo una copa de cristal, con un líquido cristalino, puro, que no dejo de mover de un lado a otro, como de una bebida alcohólica se tratara, pero no lo bebo ni muchísimo menos, sino que simplemente se queda ahí, dando vueltas, mientras mi sonrisa se hace cada vez más amplia. Mi piel aterciopelada, pálida, es una delicia para los hombres, mis curvas sinuosas causan locura en sus débiles y superficiales mentes, son tan sencillos de seducir... que ya ha perdido la gracia definitivamente. No hay nadie que sea en verdad un reto para mis dotes seductoras, ya no hay nadie que resista a mis encantos.

Soy todo lo que los hombres quieren que sea, soy su mujer perfecta: dulce y amable, con una sonrisa estúpida en mi rostro; ojos que muestran deseo y dulzura, una mirada que cautiva a quien la vea, que lo encierra en mi conjuro de amor, de lujuria, de deseo. Mi voz es suave, sin ser escandalosamente alto o terriblemente baja, que solo dice palabras de amor en los oídos de mis víctimas, que caen irremediablemente a mis pies. Se encuentran hechizados, yo les doy lo que quieren, y a cambio me dan lo que yo quiero de ellos. Si me aburro en mi casa, les llamo, con mis poderes, sienten la necesidad irrefenable de verme, llegan corriendo a mis aposentos, se arrodillan ante mí, me besan la mano, me declaran su amor, están enredados en mis poderes. Gallardos hombres, que se declaran mis caballeros, que se enfrentarán a cualquier rival para defender nuestro amor, porque yo les hago creer que es mutuo.

Nunca he llegado a enamorarme de verdad, para mí sería encontrar a alguien a quien no quiera causarle ningún mal, y que yo recuerde no ha aparecido todavía. Son mis marionetas, acaban siempre de la misma manera, y yo disfruto hasta de los últimos segundos de su sufrimiento. Sus amigos, al principio, les intentan convencer de que no soy buena dama, que no cumplo con lo que se espera de una señorita de bien, que les alejo de las personas que más quieren para que solo estén a mi lado. Acaban solos, con mi amor como única compañía, me presento como la salvadora de su situación. Me consideran su ángel salvador, ante lo cual no puedo evitar reírme y pensar siempre lo mismo "claro que soy un ángel... del mismísimo Diablo".

Vestidos que provocan, mostrando mi cuello fino y delicado, y parte de mi busto, largas faldas que tapan mi cuerpo, pues no hay nada más seductor para el hombre que esconder la belleza, causar curiosidad poco a poco, y de esa forma volverlos locos. Es un juego para mí, me divierto de esta forma, y nadie puede juzgarme. ¿Qué mujer no lo ha hecho? Si un hombre casado se enamora de mí, ¿acaso es mi culpa? Él decide marchar a mi lado, ser mi sombra, hacer cosas que jamás habría pensado hacer, todo por un supuesto amor que lo tiene obnubilado. Pero no me importan las opiniones ajenas, pues yo tengo muchos... recursos para hacerlas acallar. Me creo una horrible reputación a donde vaya, cualquier país, ciudad, territorio acaba tachándome de arpía o de súcubo. Yo no puedo evitar reírme, pues se acercan a mi misteriosa realidad.

¿Y qué si mi actitud es así solo porque me vi engañada por mi primer acompañante? No tengo en principio ningún rencor hacia la Humanidad, solo la considero aburrida y sosa, sin nada interesante que anime sus insípidas vidas, soy la que aviva sus vidas y las convierte en algo mucho más atractivo. Yo no robo novias, ni esposas, ni amantes... solo me muestro en mi máximo esplendor y espero a que ocurra lo que algunos consideran como inevitable, pues es decisión del hombre, y solo del hombre, para escogerme a mí frente a las demás. Yo soy lo novedoso, la aventura, la solución a una posible vida monótona y rutinaria; me da igual que me escondan como amante, que no me nombren entre sus círculos de amistades, no busco ser conocida, sino saciar mi sed de lujuria y de deseo, porque mi cuerpo lo pide, necesita alimentarse, necesita funcionar... y eso solo me lo pueden proporcionar los hombres, tengo sed y hambre de ellos. Lo he intentado con las mujeres, como buena cazadora pruebo todo lo que tenga la mínima posibilidad de alimentarme, pero no acaba de convencerme. Eso sí, si escasean los hombres que lleguen a mi casa, uso ese as que escondo bajo mi falda.

¿Juego con sus sentimientos? Por supuesto, no lo dudo, y no me causa ningún castigo de conciencia. ¿Remordimiento? Eso solo lo sufren las personas que tienen empatía, que sienten algo por los seres que les rodean, que tienen un corazón en parte puro; mi corazón es tan negro como el mismo Demonio, mi señor, siendo yo su sirvienta. Empatía... bonita palabra que han forjado los humanos para denominar a aquellos que se preocupan por los demás, ¿pero se preocupan luego por ellos? Algunos sí, algunos no, depende de cada uno. Hablan de actuar adecuadamente  a través de lo que impuso una divinidad, llámala como quieras, sin pensar en si eso de verdad está bien o mal. Escupo sobre esas creencias, pisoteo sus dogmas, me regodeo de ser el único ser libre de este mundo de mortales, pues hago lo que quiero, cuando quiero, como quiero y sin estar cohartada por lo que puedan pensar los demás, o que me juzguen por ello. ¿Qué me importan los demás?

No oigo que ninguno de mis amantes me reproche nada, pues el placer que les doy es infinitamente mayor que cualquier mujercita mortal pueda darles. Yo tengo más experiencia, tengo pócimas y hechizos que les hacen morir literalmente de placer. Los asesinatos me preceden, me expulsan de las ciudades y pueblos porque soy demasiado sospechosa, pero nunca me llevan a juicio porque no hay pruebas que lo certifiquen. Me miran con ojos acusadores, las mujeres me desprecian y me lanzan miradas emponzoñadas, a lo que yo respondo con una sonrisa llena de completa fanfarronería y desparpajo. Intentad matarme, decía con mi mirada, sé que queréis hacerlo; pero lo único que causaréis es contemplar mi auténtica forma y condenar vuestras almas al Infierno. Me alimento de su sangre, que está cargada de pecado, es deliciosa y corre por mis venas, es un capricho que me doy antes de terminar la jugada. Suelen decir que no se juegue con la comida, pero a mí me encanta hacerlo. Es tan divertido como saciar la necesidad de mi cuerpo.

Siempre guardo un recuerdo de mis amantes, un colgante, un mechón de su cabello, algo de ropa como un pañuelo... lo que sea, lo que me llame más la atención. Sigo sosteniendo la copa entre mis manos, la contemplo con mis ojos inyectados en sangre, oscuros y misteriosos, dos luceros con un fulgor tan diabólico que atraen a cualquiera por simple curiosidad. La acerco a mis labios, lo bebo despacio, con calma, somo si tuviera todo el tiempo del mundo.

-Te ofrecería una copa, pero creo que no vas a querer nada -y rió histriónicamente, fruto de su propia locura. A sus pies, ya sin vida, un cuerpo ensangrentado de su último amante, con un rostro sin embargo que denotaba un placer indescriptible -. Debo decir que convencer a mis amantes de que suicidarse es el máximo punto de placer que pueden conocer, drogándolos de tal forma que disfrutan de verdad con ello, mientras yo lo observo con algo de cansancio, pues es siempre lo mismo al fin y al cabo, pero con satisfacción.

Porque siempre les digo lo mismo, en un susurro cargado de veneno envuelto en dulzura: ¿quieres llegar al verdadero placer?

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