Aquel
momento no podía romperlo absolutamente nadie. Ni tampoco nada. Estar
abrazada al dios de sus sueños, a la persona que estaba en sus más
ardientes y felices sueños, era algo que la hacía sentir la más dichosa
de las diosas. Nunca pensó que llegaría este momento, pero ahora lo
estaba viviendo. Ningún pensamiento nefasto pasaba por su cabeza, todos
los temores y malos presagios habían desaparecido, como si jamás
hubieran existido. Las dudas se habían disipado, y todo estaba claro
como las aguas de aquel estanque: amaba a Hades, y haría todo lo posible
por estar a su lado. Ni el pensamiento de su severa madre estaba
presente; la daba igual. Ella hubiera querido que ese abrazo fuera
infinito, que fuera ininterrumpido, que fuera eterno como ellos. Pero
las cosas iban a cambiar de una forma drástica e inesperada…
Sentía
que el corazón de Hades latía cada vez más deprisa, como el suyo, un
signo claro de los sentimientos que tenía hacia ella, de la emoción que
se alejaba en su interior y que no exteriorizaba. Entonces, poco a poco,
el abrazo se hizo más intenso, más apasionado, como si sus vidas
dependieran de ello. Se separaron un poco, para encontrarse cara a cara.
Los ojos de Hades eran tan claros… de un azul claro y a la vez intenso,
llenos de una sinceridad y de una comprensión infinita. Por mucho que
dijeran que era el dios de los muertos, del Inframundo, esos ojos no
mostraban para nada el dolor o la crueldad relacionados con la muerte,
sino todo lo contrario: eran los ojos de un ser justo y bueno. Llevó una
mano de sus manos pálidas a las ardientes mejillas de Perséfone, que
estaban sonrojadas ante el movimiento del dios. Acarició suavemente la
superficie de su piel, como si tuviera miedo de que se rompiera, como si
estuviera hecha del más delicado material.
- Puede que no lo
reflejen mis palabras o mis actos, pero te amo más que nada en el mundo
–susurró Hades -. Perséfone… ¿me quieres?
- Claro que sí, Hades…
-Perséfone creía que se iba a desmayar de la emoción y de la falta de
aire en sus pulmones -. No dudes nunca de mis sentimientos.
Entonces
sus respectivos labios se acercaron para cerrarse en un apasionado
beso. Perséfone no sabía muy bien cómo actuar, cómo colocarse o qué
hacer, así que simplemente rodeó con sus brazos temblorosos las caderas
de Hades. El beso casi la dejaba sin aliento, la faltaba aire… pero no
quería separarse, en parte por temor a meter la pata. Las manos de Hades
se iban deslizando por sus cabellos, enredándolos en sus dedos. Poco
después sus manos se deslizaron por su cuello, produciéndola una
sensación de felicidad indescriptible; bajaron más y más, hasta llegar a
sitios que ya empezaron a incomodarla. Se separó bruscamente de él,
dándole un empujón. Estaba sonrojada, pero ya no por el beso, sino por
la vergüenza de lo que estaban haciendo nada más verse.
- Hades,
acabamos de vernos y profesarnos nuestro amor. Creo que no es momento
para hacer este tipo de cosas… -su voz era cada vez más débil, pues no
sabía muy bien cómo se tomaría eso. Pero tenía que demostrar que era
fuerte y que tenía claro hasta dónde podían llegar -. Por favor,
desiste. Ya habrá tiempo para este tipo de cosas –dijo con un tono más
elevado y autoritario -.
- Perséfone… eres demasiado joven para
entenderlo –empezó a decir Hades mientras se acercaba poco a poco a la
diosa. Ésta, como movimiento reflejo, empezó maquinalmente a retroceder
-. No puedes entenderlo… pero pronto lo harás.
Cada vez se
acercaba más peligrosamente a Perséfone, y ésta empezó a sentirse
amenazada. Los ojos de Hades ya no mostraban esa claridad y ese
sentimiento tan lleno de afecto hacia ella… resplandecían con un nuevo
brillo, con una nueva aura, algo que jamás había visto la diosa. Sus
labios se torcieron en una mueca llena de deseo, pero no de un deseo
puro, sino de un deseo perverso y malévolo. Con un violento y rápido
movimiento la atrajo hacia sí, sosteniendo con fuerza una de sus
muñecas. Era la primera vez que Perséfone tenía miedo ante Hades;
siempre que estaba a su lado se sentía segura, sentía que nada en el
mundo podría hacerla daño o afectarla… pero ahora era todo lo contrario:
sentía la extraña mirada de Hades clavada en su persona, cómo apretaba
cada vez más su muñeca, como si quisiera quebrar sus huesos. Cerró los
ojos, creyendo que todo era una pesadilla, un juego de Morfeo. Pero las
cosas no eran así. Hades, dándose cuenta de que la diosa no lo miraba,
movió la cabeza de Perséfone con la mano que tenía libre, y la obligó a
abrir los ojos.
- Te amo, te deseo tanto Perséfone –decía Hades en
un tono lleno de pasión y desenfreno -, es la primera vez que la sangre
me hierve en las venas y mi corazón late desbocado. No puedo esconderlo
más, Perséfone. Quiero que seas mía.
- Hades, no, no te entiendo –dijo la diosa en un débil hilo de voz -. Me… me das miedo.
-
¿Miedo? No tienes que tenerme miedo. No tienes que tener miedo ante los
instintos que nacen con el amor. Pero eres tan joven… y tan inexperta… y
no has visto nada del mundo –dicho eso, dirigió la mano de la diosa que
tenía aprisionada a su pecho -, ¿no quieres sentir mi cuerpo, que
seamos uno?
- ¿Pero qué dices? –reunió todas las fuerzas
que tenía para separar su mano del pecho del dios, como si hubiera
recibido un calambrazo. Acarició su muñeca enrojecida por la presión
ejercida, mientras miraba asombrada y aterrorizada a Hades. No entendía
nada de lo que estaba pasando, no sabía por qué había tenido ese cambio
de actitud. ¿Acaso ella había hecho algo mal? –Creo que deberías irte,
Hades.
- ¿Irme? No pienso irme ahora –volvió a acercarse a
Perséfone, agarrándola ahora las dos manos -. No pienso irme sin mi
premio… -y se acercó a sus labios, que los besó con rabia y pasión
contenida. Pero no era una pasión cálida y placentera, sino rabiosa y
funesta. Perséfone cerró los ojos, intentó aguantar todo lo que pudo;
pero la paciencia también tiene un límite -.
- ¡Apártate de mí!
–esas fueron las palabras de Perséfone cuando se separaron de aquel
horrible beso. Las cosas no estaban desarrollándose a como ella
esperaba. Apretaba los puños con rabia, mientras se mordía el labio. Si
apretaba más, sangraría. Pero la daba igual. No entendía aquel
comportamiento, nunca lo había visto así; ¿acaso la había estado
engañando y ella había caído en la trampa como una estúpida? -. Te lo
repetiré de nuevo. Sal de aquí. No quiero verte más por hoy. Yo… ya no
tengo tan claro que… te quiera…
- Perséfone… ¿no me quieres? –la
voz del dios sonaba grave, profunda, como si le hubieran apuñalado. Por
unos segundos, pareció dudar, parecía que volvía el Hades que Perséfone
había conocido. Pero esa sensación fue tan breve como el pestañeo -. Es
que… no puedo evitarlo… eres tan hermosa… ven conmigo Perséfone.
-
No Hades. Creo que estás enfermo. Descansa y ya hablaremos
tranquilamente de lo ocurrido. Haré como que no ha pasado y… -Perséfone
no pudo terminar la frase, porque Hades se había acercado de nuevo a
ella y la agarraba de la cintura, acercándola hacia sí. Ese contacto,
que unos minutos antes la habría resultado agradable, ahora la aterraba.
Su cerebro la decía que eso no estaba bien, que tenía que deshacer ese
abrazo; pero su corazón, su lado más salvaje y de instinto se reía de
ella, porque todavía no había vivido el placer de estar con un hombre.
Pero no podía permitir que eso ocurriera -. Por favor, déjame… no
quiero… ¡déjame!
- No te resistas Perséfone. Sé que tú también lo deseas. ¿Por qué rechazar lo inevitable? Te gustará, créeme.
- ¡No, no quiero que sea de esta forma! ¡Aléjate, Hades!
Todo
lo que siguió a continuación de aquel grito de súplica por parte de
Perséfone fue muy confuso para la joven diosa. Ella acabó en el suelo,
con un golpe en la cabeza que la dejó aturdida durante unos minutos. El
cinturón que se había puesto acabó en el suelo, a su lado, que el mismo
Hades se lo había quitado movido por su deseo. Junto con su caída se
produjo un resplandor muy poderoso, como un fogonazo de luz, que fue
seguido por un grito de dolor y lo que parecía ser el golpe de un cuerpo
contra el suelo con fuerza. Se intentó levantar como pudo, todavía
confundida, hasta que de repente alguien la tomaba con fuerza del brazo y
la ayudaba a levantarse, sin preguntar ni nada. Perséfone abrió los
ojos, y lo que vio la confundió aún más. Quien estaba ante ella era ni
más ni menos que su madre, con un semblante lleno de odio y de dureza,
rostro que solo había visto en muy pocas ocasiones. Y además alzaba su
cosmos amenazante, algo que solo realizaba cuando estaba ante un enemigo
o ante un peligro…
- Madre, ¿qué está pasando? –pudo decir Perséfone, todavía sin saber qué estaba pasando exactamente -.
-
Luego hablaré contigo seriamente. Ahora tengo que encargarme de alguien
–dijo Deméter tajantemente. Estaba realmente enfadada, y Perséfone
sabía cuándo su madre no quería que la molestaran. Era uno de esos
momentos -.
- ¿Qué pretendes hacer madre? –Perséfone sabía que
cuando su madre se enfadaba no era buena idea, pero no podía evitar
hacer la pregunta -.
- No necesito explicarte lo que voy a hacer, Perséfone. Soy tu madre, y lo que hago es por tu bien.
Nada
más decirlo, se separó de Perséfone y se acercaba amenazadoramente a
alguien que estaba recostándose como podía del suelo. Y esa persona era…
¡Hades! No pudo evitar gritar y llevarse las manos a la boca, presa del
más profundo terror y desconsuelo. ¿Cómo no podía haber caído antes?
Debía de estar confusa de verdad, y en aquel mismo momento se sentía más
estúpida que nunca. Hizo ademán de acercarse al dios para ayudarlo,
pero su madre se interpuso en su camino, con una cara de pocos amigos.
-
¿Se puede saber qué haces? –la preguntó Deméter con voz grave y
autoritaria -, este dios iba a… -y ahí hizo una pequeña parada, y una
sombra de dolor maternal se reflejó en su cara -, te iba a hacer mucho
daño, y yo no podía quedarme de brazos cruzados. Eres una persona
demasiado inocente para entenderlo. Por eso es mejor que me dejes
encargarme de ello…
- ¿Y dejar que le hagas daño? ¡No puedo permitirlo!
- Perséfone… -la voz de Hades sonaba un tanto débil, debido al golpe que debía de haber recibido -.
- ¡Hades!
-
¡No des ni un solo paso, Perséfone! –Deméter alzó su mano contra ella,
señalándola para que no se moviera. La joven diosa quedó paralizada,
pues sabía lo que tendría que pagar si su madre se enfadaba. Lo más
inteligente era quedarse callada y ser una hija obediente. Pero el amor
funciona contra toda lógica -.
- ¿Cómo puedes decir eso, madre? ¿Qué ha hecho para que actúes de esa forma? ¡No se merece esto!
- ¿Que no se merece esto? ¡Perséfone, ha estado a punto de violarte! ¿No te das cuenta de la gravedad de eso?
-
Espera… no es cierto… yo… -Hades ya se había levantado, y tenía una de
sus manos en la cabeza, ya que debía de encontrarse algo aturdido por el
golpe -. Yo no sabía lo que hacía. No pretendía hacerla ningún mal, no a
la persona que más aprecio en este mundo.
- ¿Qué estoy
escuchando? ¿Más mentiras? Podrás engañar a mi hija, que es inocente y
desconoce gracias a las Gracias los males de este mundo, pero a mí no.
Yo he pasado por muchas cosas, y no toleraré que ella pase por las
mismas. No lo deseo. Por eso decidí criarla lejos del Olimpo, lejos de
la perversión y de las intrigas de la sangre divina, de sus propios
hermanos y hermanas. ¿Y tienes la desfachatez de decirme eso a la cara?
¡Valiente estupidez! No quiero derramar sangre que por desgracia es
igual a la mía, así que atenderé la petición de mi hija. Márchate y no
sufrirás ningún daño. Vete… y ni se te ocurra volver.
- No… ¡no
voy a pagar por algo que he hecho en contra de mi voluntad! –Hades alzó
su cosmos, oscuro como el mismo Inframundo, y valientemente se encaró
con Deméter, que como respuesta también alzaba su cosmos, mucho más
lleno de pureza y de vida que el de Hades. Si quería podría sacar su
afilada espada, aquella que tantas vidas se había llevado, y terminar
con todos los problemas. Perséfone sería suya para siempre, ya no habría
barreras para ello -. Deméter, venerable señora de la naturaleza
–comenzó a decir Hades para calmar un poco a la diosa -, no deseo
hacerte daño, pues pienso como tú en que es un desperdicio derramar
sangre divina. Dejemos esto como un malentendido.
- ¿Malentendido?
Por muy dios del Inframundo que seas, Hades, o hermano de Zeus, no me
das miedo. Soy igual de poderosa que tú, pertenecemos al primer linaje
de dioses olímpicos, la sangre de nuestro padre Cronos fluye en nuestros
cuerpos. Y pretendes ser un rey justo en tu mundo, ¡cometiendo actos
infames que catalogas de simples malentendidos! Mereces estar donde
estás, ¡gobernando a los muertos del universo! –y dicho eso, levantó su
mano y un nuevo brillo inundó el espacio donde se encontraban. Un bastón
de oro, que brillaba como el mismísimo Sol, apareció ante la diosa,
tomándolo con delicadeza y firmeza a la vez. Un hermoso y letal bastón
rematado con una espiga tallada en la parte superior, el símbolo de
Deméter -.
- Si juegas en serio, yo también lo haré –y Hades,
haciendo unos movimientos similares a los de Deméter, llamó a su
despiadada espada. Ambas armas brillaban ansiosas por el combate que se
avecinaba. Los ojos de Hades despedían maldad y ninguna clemencia.
Estaba dispuesto a acabar con la mismísima Deméter, sin pensar en las
consecuencias -.
- ¡Basta ya! –Perséfone estaba a un lado de la
discusión, queriendo intervenir y sin sabes exactamente cómo hacerlo.
Jamás pensó que llegarían a las armas y a la violencia, menos aún su
propia madre. Se colocó delante de su madre, con los brazos extendidos, y
con lágrimas a punto de derramarse por sus claros ojos -. Esto no tiene
sentido, os estáis dejando llevar por vuestros sentimientos, dejando a
un lado la lógica. Y parece que soy una especie de trofeo por el que os
estáis peleando, y no quiero que caiga sangre por mi culpa. No podría
vivir con esa carga. Hades… es mejor que te vayas.
- No sabes lo que dices, Perséfone. No puedes analizar bien la situación sin saber la historia desde mi punto de vista.
-
¿Qué punto de vista quieres que sepa? ¿Cómo ibas a… a hacerme daño? Por
favor Hades, es mejor que no te esfuerces para solucionar lo que has
hecho mal. No hay solución posible.
- Te lo pido de todo corazón,
déjame explicártelo –e hizo ademán de acercarse a ella, para calmarla y
poder contarla todo de forma civilizada -.
- No te acerques –la
voz de Perséfone era grave, severa, como si estuviera hablando con una
persona desagradable para ella-. No quiero escucharte. Ni tampoco quiero
que hagas daño a mi madre, porque veo en tus ojos que ibas a hacerla
daño; y si la haces daño a ella, la haces daño a mí también. Me
equivoqué contigo, eres como todos dicen. Adiós.
Dicho eso le dio
la espalda a Hades y empezó a caminar derecha al Santuario de Eleusis.
Sentía que su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos, pero no tenía
otra opción. Al menos solo agradecía a los cielos haberse dado cuenta
antes de haber hecho algo de lo que se arrepentiría toda su vida. Y
también le dio la espalda para que no la viera llorar, porque no quería
que la viera en ese estado; tenía cierto orgullo. Su madre, por el
contrario, seguía con su rostro severo y con la mirada clavada en Hades,
como si lo estuviera analizando. Por el contrario Hades también
camuflaba sus sentimientos, pues no quería parecer ni mucho menos débil.
Sus ojos azules claros parecían estar clavados en la joven diosa, pero
en realidad no miraban a ningún sitio, conmocionado por la situación.
Bajó la espada para que no se malinterpretara ninguno de sus
movimientos, pero seguía aferrando la empuñadura con tanta fuerza que
parecía que su mano iba a estallar. Tenía ganas de levantar el filo de
su espada y atacar a la misma Perséfone, movido por la venganza y por
los sentimientos contradictorios que nunca antes había sentido.
-
Si quieres que esto quede así, de acuerdo. Pero lo mínimo es que me
dejaras explicar mi versión de todo esto, encima de que te lo he pedido
humildemente, y no porque esté tu madre la venerable Deméter en nuestra
conversación. Puede que yo también me equivocara contigo, eres como las
demás diosas que he conocido, nada especial.
Esas palabras las
dijo con voz glacial, como mil puñaladas que iban directamente a su
corazón. Tampoco es que Hades lo estuviera pasando bien precisamente,
pero lo escondía mejor que ella. Perséfone no pudo evitar lanzar una
última mirada a Hades, una mirada llena de tristeza y de dolor infinito.
Cuando vio los ojos de Hades, que parecían congelarla, unas lágrimas
cayeron por sus mejillas. Allí estaba la persona a la que había amado,
la persona con la quería estar toda su vida inmortal… pero no podía
perdonarlo así como así. Se sentía engañada, utilizada, como si solo la
quisiera para una cosa. No pudo evitar tener un escalofrío, y cruzarse
los brazos en el pecho a modo de protección. Bajó la cabeza, se dio la
vuelta, y no volvió a mirar atrás. Ojalá pueda perdonarte se decía Perséfone, pero hasta el dios de los muertos es presa de sus propios deseos carnales.
-
Las cosas son mejores así Hades –comenzó a decir Deméter –jamás podrías
estar con mi hija. Ella es la reencarnación de la vida y de la pureza
de este mundo, mientras que tú eres todo lo contrario. Y yo me hice la
promesa de que fuera una virgen para siempre, porque ella está por
encima de esas cosas. Ha sido exagerado que llegáramos incluso a
insinuar un enfrentamiento directo. Pero no dudes que alzaré mis armas
contra cualquiera que la haga daño.
- No tengo nada que decirte, Deméter, hermana.
Bueno, solo una cosa. Una vez que hablé con tu hija me dijo algo que
hizo que hasta mi corazón supiera lo que es el amor: la muerte también
es bella, porque abre paso a nuevas formas de vida. Has educado bien a
tu hija, una lástima que sus conocimientos no hayan calado en ti –se
acercó a Deméter, y esta se preparaba para alguna jugada del dios. Pero
simplemente pasó a su lado, se agachó para recoger el cinturón que había
llevado Perséfone, y mientras estaba de espaldas siguió hablando -.
Espero que no te importe que me lleve esto, como pequeño recuerdo. No
sería recomendable que lo tuviera Perséfone, porque la haría recordar
muy malos momentos para ella, por mi culpa…
- Por fin dices algo con sentido Hades.
-
Es lo único que he hecho bien hoy –y sonrió. Era una sonrisa forzada,
porque no sentía para nada las ganas de reírse -. Adiós Deméter, no
volverás a verme por tu Santuario.
Hizo una reverencia de respeto,
se dio la vuelta y con su espada dio un golpe seco con la punta de la
misma. Un vendaval se arremolinó a su alrededor, y como un soplo de
aire, se volvió invisible ante los ojos castaños de Deméter. Hades había
desaparecido de allí. La diosa bajó un poco la cabeza, como si sopesara
asuntos importantes, y entrecerró los ojos. Ella no quería que
Perséfone pasara por la vergüenza por la que ella había pasado, no lo
sabía, nunca se lo había contado. Se dejó llevar por el miedo de que la
historia se repitiera, y se prometió a sí misma que haría todo lo que
estuviera en sus manos para evitarlo. Fue el hazmerreír del Olimpo, su
hija no lo sería. Ya tenía que cargar con el peso de ser la hija
bastarda de Zeus, no quería que cargara con nada más. Y encima tenía el
rencor y odio eterno de Hera, por mucho que Deméter la hubiera suplicado
e intentado convencer de que el único culpable fue Zeus. Pero, ¿de
verdad solo fue voluntad de Zeus? Cayó de rodillas en el verde suelo
almohadillado con flores, y alzó sus ojos entristecidos al cielo. ¿Por
qué Eros jugaba de esa manera con ella, y ahora con su hija? No quería
encerrarla, no quería ser una madre controladora y obsesiva, no podía
luchar contra el destino, solo evitarlo hasta su irremediable final.
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