Después de una noticia que recibí hace un tiempo, y teniendo en
cuenta que el tiempo es perfecto para quedarse en casa y estar a solas
con tus pensamientos y el frescor del aire acondicionado, he decidido plasmarlo por escrito, no solo por
compartirlo, sino más bien para desahogarme un tanto. Dicho esto, puedo
comenzar ya con esta serie de reflexiones.
La crisis está afectando a numerosos sectores sociales,
administrativos, como si nada estuviera a salvo de sus escurridizas y
afiladas manos -a excepción, claro está, de los ricos y poderosos. A
ellos nunca les afecta nada -. Y en vez de hablar de lo típico, de los
horribles desahucios, de las situaciones de pobreza y de no saber si los
padres podrán mantener a sus hijos, de los casos de desnutrición o de
imposibilidad de estudiar, me gustaría centrarme en un tema más
abstracto que algo me afecta -bastante -, y que a todos, en cierta
forma, nos afectará en un futuro probablemente no tan lejano. Es la
desaparición progresiva de las humanidades del sistema educativo.
Soy consciente, pues tengo cierto conocimiento de historia -no mucho,
pero algo-, que en momentos de crisis, de situaciones peliagudas o de
problemas de toda índole, lo que menos le preocupa a la población son
asuntos que vayan más allá de sobrevivir en el día a día, esto es,
comer, tener un lugar donde guarecerse de las inclemencias del tiempo, y
poco más. Es en estos momentos, aprovechados de forma indirecta o
directa por los políticos, comienzan a producirse cambios que en
principio originan retrocesos en los logros que nuestros antepasados
realizaron tiempo atrás. Por ejemplo, ¿cuándo nace la filosofía en la
Antigua Grecia? Lógicamente en un periodo en el que una parte de la
población -pues siempre va a existir un sector social que sufra -tenga
una vida sin grandes preocupaciones, libre de deudas o ahogos
financieros, y que comience a plantearse el origen de las cosas que le
rodean, por qué el cielo es azul, qué son los dioses... ese tipo de
cuestiones. Y, volviendo al tema principal, uno de los cambios
imperceptibles que se están llevando a cabo es la desaparición
progresiva de las humanidades, más concretamente las lenguas antiguas
-consideradas como lenguas muertas -, y la historia de los pueblos que
las crearon y desarrollaron. No hablo ni del egipcio, ni del acadio, ni
del sumerio, lenguas muy alejadas del conocimiento colectivo, sino de
las más cercanas a nuestro propio idioma: el latín y el griego.
Pero claro, habrá mucha gente que diga "pero eso no sirve para nada".
Una de las frases que más he escuchado, y que más me enervan. Es cierto
que debemos tener una serie de conocimientos básicos y prácticos, para
nuestro día a día, pero no deben ser ni por mucho menos los únicos que
tengamos. Hay que desarrollar más tipos de saberes, como los nacidos de
la curiosidad o del mismo interés que nace en el ser humano por conocer
cosas nuevas. Por ejemplo, en mi caso, veo una utilidad ciertos
conocimientos matemáticos para el día a día -y soy de las que las
matemáticas no son lo suyo -, no lo discuto, pero me gustaría que
también se viera una cierta utilidad en lo que a mí me gusta, es decir,
la historia y las lenguas antiguas en general. También se podría rebatir
el hecho de que no sirva para nada. Yo no le veo la lógica no ver como
utilidad saber el origen de nuestros andares por el mundo, de las
innovaciones y de los errores que se han ido llevando a cabo a lo largo
del tiempo, así como el mismísimo origen de nuestra lengua. Si
tuviéramos algo más de conocimiento sobre nuestras raíces, es posible
que no se cometieran ciertos errores -aunque también se pueden llevar a
cabo situaciones sin precedentes -, o al menos se supiera qué no hacer
en ciertos casos. Y cuando uno lo piensa puede decir "vaya, puede que
sea cierto". Nadie es quien para imponer unos gustos, imponer los
conocimientos que se deben aprender, pero a lo que no se tiene derecho
es a considerar algo no valioso, o de segunda, a las humanidades. Todo
tiene cabida en este mundo, hay que respetarlo, guste o no.
Conocer el latín supone conocer nuestra propia lengua, y ampliar
considerablemente nuestro vocabulario. Ya no hablo de adquirir unos
conocimientos del latín superiores, saber traducir textos de Cicerón o
Julio César, sino de tener unas ideas básicas. La sintaxis latina es
pura lógica, son las matemátcas de las letras, ayuda a mantener un orden
mental que pocas disciplinas pueden dar -un ejemplo que me viene a la
mente es la música -, y a su vez ayuda a entender la propia sintaxis
castellana. Tener en la mente una serie de ideas, saber estructurarlas
en un escrito y que cada una de las frases esté perfectamente engarzada
con la anterior, de tal forma que sea un placer leerlo. Esto lo podemos
relacionar con la literatura latina, con grandes obras como las de
Cicerón, Horacio u Ovidio, en las que nos muestran la maestría con la
que usaban su lengua para plasmar todo lo que pensaban o querían
transmitir, por amor al arte o a la divulgación. Gracias a Cicerón, uno
de los más conocidos autores del mundo clásico, uno puede tener como
ejemplo la forma perfecta de hilar conceptos, ideas, con frases extensas
mediante el uso de conjunciones -pues hay que recordar que no existían
los puntos para ellos, escribían todo seguido -, que da la sensación de
que las palabras fluyen y muestran que no es necesario partir tanto las
frases en un artículo, libro, etc. Leer a los clásicos es aprender a
escribir con mayor soltura, a poder sacar una serie de elementos que nos
ayudarán a expresar mejor mediante la palabra lo que pasa por nuestra
cabeza, así como expresarlo mediante la voz. Porque los romanos tenían
en muy alta estima el poder de la palabra -herencia de los griegos, que
consideraban al hombre dominador de la palabra como uno de los mejores
-, por lo que tuvieron especial ciudado en desarrollar técnicas para
realizar buenos discursos, creando una estructura a partir de la cual
poder articular las ideas -que nos sirve para todo en nuestra vida -, el
uso de eslóganes o como ellos lo denominaban "palabras fuerza"
-empleadas en las campañas publicitarias o discursos políticos. Obama es
un buen ejemplo de ello -, y muchas cosas más que podríamos nombrar.
Ahora los autores latinos no nos parecen tan lejanos.
Pero puede haber una pregunta que aparezca en la mente del lector:
"si estaba hablando de la lengua, ¿por qué habla de la literatura?" La
respuesta es bastante sencilla. Estudiar una lengua, tanto antigua como
moderna, implica no solo conocer la forma de articular las palabras en
ese idioma, sino todo lo que hay detrás: la mentalidad de un pueblo, de
su historia, de las palabras que han dejado para la posteridad; una
lengua refleja la relación de un grupo humano con su entorno, de cómo
entienden conceptos como la justicia, el campo o la religión, así como
su forma de organizarse socialmente y cómo se relacionan entre ellos.
Implica muchísimas cosas. ¿Acaso cuando aprendemos inglés, alemán o
francés, no aprendemos también costumbres o tradiciones de sus
respectivos hablantes, de cómo entienden las cosas, de sus hábitos, de
sus frases hechas o de su literatura? Puede que un problema sea que el
latín y el griego no se entiendan como lenguas vivas, con un
planteamiento de estudio exactamente igual a las lenguas modernas, sin
tener por qué haber una diferencia entre las mismas. Pero es muy difícil
cambiar un pensamiento tan arraigado en la mentalidad de la sociedad.
Y si el latín queda a un segundo plano, con toda su literatura y su
pensamiento, ¿qué le espera al griego? Algo mucho peor: directamente su
desaparición del sistema de enseñanza. Y es una verdadera lástima, pues
somos herederos directos del mundo griego, tanto de forma directa como
indirecta. Los romanos fueron una especie de catalizadores del
pensamiento y el mundo griego, pasando a su lengua numerosas palabras
griegas -que han pasado a su vez a nuestro idioma, no hay más que ver el
vocabulario de enfermedades como ejemplo -, su filosofía, un tanto
depurada por los romanos, pero presente en su pensamiento, su arte,
gracias a la copia de numerosas obras griegas por parte de los romanos
han ayudado a que se hayan conservado hasta nuestros días, o la simple
idea del concepto de la belleza o del arte. Por donde miremos, podemos
ver el legado de los griegos y romanos, podemos ver lo que ha quedado de
ellos, lo que los hace inmortales. Pero si desaparece su lengua, si cae
en el olvido, es la primera ficha del dominó, el primer paso para que
caiga en el olvido todo aquello que hemos heredado, y por ende no
sepamos de dónde venimos.
Y claro, si desaparece de los estudios obligatorios, ¿quién va a
estudiarlo luego en la universidad? Si ya son menos los que, de forma
totalmente vocacional, quieren estudiar esto, cuando ya los jóvenes no
tengan contacto alguno con ellas, ¿qué ocurrirá? Todos serán médicos,
economistas, informáticos... ¿qué será de los historiadores, de los
filólogos? ¿Acaso las palabras no tienen derecho a ser estudiadas,
enseñadas, investigadas y transmitidas? ¿Tienen que pagar por los
errores de los otros? Pero también está claro: tener conocimiento de las
lenguas, de otras culturas, hace que la mente de uno se abra más, tenga
un horizonte mayor, y se dará cuenta más rápidamente si algo no está
tan bien hecho como se debería, o que hasta los antiguos tenían cosas
mejores que nosotros, como la capacidad de destituir a los magistrados
si lo veían necesario -en el caso de la Antigua Grecia -. Pero por
desgracia si no se hace algo, todo se acallará, ya nadie les recordará, y
esa inmortalidad mantenida hasta hoy en día por los héroes de Homero
caerá, condenándolos al olvido.
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