Su cuerpo estaba relajado, en calma. Sus músculos, sus
articulaciones, todo su ser tenía una tranquilidad que en muy pocas
ocasiones había vivido. Su mente, además, estaba en blanco, ningún
pensamiento salvo aquella serenidad que la invadía ocupaba sus
pensamientos. Y en el fondo, por esa sensación, sentía una felicidad
absoluta. Poco a poco, recuperó el movimiento de sus brazos, de sus
piernas, de su cuello y de su cuerpo en general; sus dedos, finos y
delicados, realizaban una débil pero continua y rítmica ascensión y
descendimiento de los mismos, como si con ello pretendiera devolver la
vida a su cuerpo, que la sangre corriera de nuevo por sus venas. Movía
la cabeza de un lado a otro, como si alguien la estuviera despertando y
ella no quisiera levantarse. Esta calma… ojalá la tuviera eternamente. Pensaba para sí misma, un pensamiento que se hundía en la inmensidad de su mente.
viernes, 1 de septiembre de 2017
viernes, 15 de mayo de 2015
El hembrismo o cómo malinterpretar el feminismo
Un tema del que deseaba hablar fervientemente. Y no porque esté de moda, sino para dar mi humilde opinión. Y ya de paso, me desahogo un poco.
miércoles, 18 de marzo de 2015
Hermanas de la fatalidad
El mundo siempre se mueve a nuestro son, controlamos todo lo que ha sido, es y será, y no hay absolutamente nada que se escape a nuestra atenta mirada. El tiempo pasa, y nosotras estamos aquí, en nuestros aposentos, esperando en el devenir de los siglos, a todos aquellos que han caído en nuestras garras, en nuestros hilos. Nuestro palacio de oro y plata, brillante en el firmamento, flota en la Eternidad, hasta que el mismo Universo desaparezca. Somos más inmortales que los mismos dioses, mandamos sobre todo, sobre lo único a lo que no tienen control: sus propias vidas. Retenemos en nuestra memoria a aquellos que nacen, cómo se desarrollan, y finalmente su muerte, que para algunos es un momento de cambio a otro tipo de existencia, mientras que para otros es el final de un largo camino. Nosotras no opinaremos sobre ello, aunque lo sepamos, porque el ser humano no puede tener conocimiento de todo.
jueves, 12 de marzo de 2015
Infancia. II: Nunca perdonar, nunca olvidar
El mundo cambió a partir de aquella noche. El comportamiento de Victoria se calmó de repente, ante el asombro de todos los sirvientes y de sus institutrices. Ahora era atenta, cumplía con las órdenes, era sumisa y no causaba más problemas. Sus escapadas nocturnas habían desaparecido, ya no pasaban por su cabeza, simplemente se dedicaba a observar la luz de la luna hasta que sus ojos se cerraban por sueño. A pesar de todo, seguía manteniendo ese porte orgulloso, de una auténtica Beaufort; su ego estaba por encima de todo aquello. Su padre estaba más que complacido con ella, pensaba que había asentado de una vez la cabeza, y poco a poco su mente iba planificando su futuro: estudiar en las mejores escuelas, aprender los modales aristocráticos, ser despiadada y directa en sus objetivos, letal con sus enemigos... y fiel ante los amigos, aunque fuese de una manera un tanto peculiar. Nada de mostrar afecto, signo de debilidad para Jonathan, ni siquiera hacia él, que era su padre. Implacable como una tormenta, sigilosa como un gato, que nadie supiera en qué estaba pensando, ni siquiera tenían que intuir sus movimientos. Parecía que iba a prepararla para ser una espía o un soldado de élite, pero eran los requisitos básicos para mantener el poder de la familia en un mundo tan competitivo como era la aristocracia inglesa.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)