miércoles, 11 de junio de 2014

VI. Encuentro a medianoche


Cuando conseguí abrir los ojos, me encontraba abrazado en la oscuridad de la noche, no había casi diferencia alguna con tenerlos cerrados. Mi mente era un mar enturbiado, con las olas luchando entre ellas, y no podía pensar con claridad. Notaba, poco a poco, una especie de sensación gélida, como la mano de la Muerte, que acariciaba mi espalda dejándome una sensación de terrible incomodidad; luego, un dolor pulsante, intermitente, como si me clavaran dagas o estacas en la columna. Movía mis brazos en un movimiento reflejo de quitarme esa sensación de malestar, estaba luchando contra fuerzas que no podía ver y que solo podía percibir con mis sentidos; apoyé las palmas en el suelo, que estaba frío y húmedo, como si estuviera en la tierra, y con toda la fuerza de la que disponía quería aunque solo fuera recostarme, no tener la espalda tocando esa superficie que cada vez se clavaba más en mi cuerpo -tenía la sensación de que manos con uñas largas y afiladas estaban arañándome poco a poco, de tal forma que parecía que quisieran llamarme la atención o arrastrarme a su sufrimiento-. Apretando mucho los dientes, por el esfuerzo realizado... conseguí recostarme, mientras seguía sin ver absolutamente nada a su alrededor, cosa que me mantenía muy incómodo, porque a saber lo que estaba rodeándome; ¿y si había gente a mi alrededor, en una especie de aquelarre o que dominaran fuerzas oscuras, y yo era su víctima? Mi mente estaba demasiado sugestionada, por lo que me imaginaba de todo.


Entonces sentí una mano cálida que se apoyaba en mi hombro, como si quisiera tranquilizarme, como si supiera por lo que estaba pasando en ese momento. Mi reacción no fue otra que un respingo, al igual que te pinchan con algo en alguna zona de tu cuerpo para que saltes por el dolor que te provoca, aunque en mi caso era simplemente miedo. El corazón me dio un vuelco, pues lo que menos me esperaba era que alguien estuviera a mi lado, a unos pocos centímetros de mí, que encima apoyaba su mano en mi hombro en el típico gesto de dar apoyo y tranquilizar a su objetivo. ¿Acaso alguien, en medio de esa oscuridad, quería apoyarme, sentía compasión por mi persona? Mi cabeza daba vueltas, ya no sabía qué pensar, mi qué hacer, pues mi boca no arrticulaba sonido alguno, aunque las palabras se agolparan en ella, pues muchos interrogantes se agolpaban ahora mismo en mi mente. Casi de forma inconsciente, como si algo me diera el empuje final para poder atreverme a emitir sonidos articulados, conseguí decir:

- ¿Quién eres, un ser vivo de este mundo o uno muerto del otro?

Lo que me acompañara no dijo nada, solo que apretó con más insistencia mi hombro, como si mi pregunta le hubiera molestado; tenía una fuerza sobrehumana, la verdad, pues su movimiento hizo que en mi boca se mostrara una mueca de dolor, aunque no fuera mucho, pero me movía más el miedo que otra cosa. Yo, sacando todo el valor que había en mi cuerpo, insistía en saber la identidad de eso que estaba a mi lado, que estaba ahí al lado... hasta podía imaginarme su respiración, unos ojos llenos de maldad que se clavaban en mi espalda, su mano como una garra que no me soltaba... y yo no podía hacer nada; pues si era un espíritu o ser de otro mundo, ¿qué posibilidades tengo yo un simple mortal, de enfrentarme a ello? Mi respiración era cada vez mayor, alterada y cada vez más audible, pues ya me importaba poco llamar la atención de los animales salvajes o de otras criaturas cercanas; yo ya pensaba que estaba en el borde de la muerte. 

- No te asustes, querido Juan, estás en manos aliadas... yo nunca olvido a aquellos que se han portado bien conmigo. Acompáñame, vayamos a un lugar seguro, y te contaré todo lo que quieres saber...

- ¿Cómo sabéis mi nombre? Tu voz me recuerda a una persona... pero no puede estar aquí... ¿eres Selene? Por favor, contestadme, necesito saberlo.

-Si me sigues, todo lo sabrás -ella insistía en su petición, casi obviando lo que yo le pedía-. Dame tu mano, y te guiaré por estos parajes. La noche no es propicia para los vivos...

Yo quería seguir preguntando si aquella mujer era Selene, la bella dama que se encontraba en aquel puente las noches de luna llena, pero sentía que no iba a conseguir nada insistiendo y siendo tozudo, por lo que se rindió a sus deseos. Notó que la mano que se posaba en su hombro desapareció, para apretar con decisión su mano que estaba al otro lado, ahora sintiendo una calidez mucho mayor, una energía que empezaba a fluir por su cuerpo, como si se encontrara al lado de una hoguera, se sentía capaz de hacer cualquier cosa... mi extraña acompañante tiró de mi mano, como si quisiera que la siguiera, pero yo pensaba "¿cómo voy a seguirla, si yo no veo nada? Me chocaré con lo que se presente por mi camino".

- No te preocupes, yo te guiaré -dijo, como si hubiera leído mi pensamiento-. Solo tienes que confiar en mí.

Mientras escribo esto, sigo sin ser capaz de creer todo lo que me pasó ese día, nadie creería mi historia, pues es tan inverosímil y fantástica que todo el mundo pensaría de mí que estoy loco o que mi mente malinterpretó algunos aspectos, al estar muy sugestionado por la noche. Sin embargo, hasta el día en que yo muera, seguiré afirmando lo que ha pasado a continuación, fue real, creó en mi interior una huella que no se borrará nunca, que estará ahí para siempre, y que además marcó el resto de mi vida. No sé cómo lo hicimos, pero ella parecía influir en mi mente, me mandaba órdenes mentales, con sus consejos y su guía podía sortear cualquier tipo de peligro: ramas que había en el suelo, rocas, troncos que se encontraban en medio del camino, ramas... para mí fue un camino eterno, no veía el final, y un pensamiento nacía con cada vez más fuerza en mi mente: "¿a dónde me llevaba?" En el fondo, si era Selene, creía en ella, pero siempre una parte de mí permanecía desconfiado ante la joven dama, pues en realidad no sabía nada de ella, solo una historia local sobre su supuesta familia -pues aún no sabía si era ella en realidad-, y que si llegaba a ser verdad, solo podía significar que estaba ante un fantasma. Pero, ¿por qué no tenía miedo, solo desconfianza? ¡Estaba dándole la mano a un fantasma, tan corpóreo como yo! ¿Eso puede ser? Aún hoy, a pesar de saberlo todo, sigo sin creérmelo del todo. 

Mientras esos pensamientos se iban amontonando en mi mente, ella se detuvo en seco, y yo detrás de ella. Se escuchó una especie de crujido, y ella simplemente me dijo:

-Ya hemos llegado a mi refugio. Entra conmigo.

Yo la seguí, todavía con esa desconfianza, pues ahora me encontraría encerrado con ella en un edificio, a saber cuál. Mi corazón, sin embargo, no respondía al peligro posible que se encontraba ante mí, sino que latía tranquilo, como si estuviera de camino a mi casa, para descansar después de un atareado día; ahora nuestros pasos resonaban en una sala que parecía ser de tamaño considerable, el suelo duro como la roca -supuse en ese momento que así era, un suelo formado por losas de piedra-. El sonido de sus pasos era tan consistente como el mío, por lo que ella tenía un volumen y una consistencia igual o mayor que la mía, pues ella sonaba algo más que yo. Seguimos en línea recta, hasta que se detuvo de nuevo repentinamente, cuando soltó mi mano suavemente y me alegó que me moviera un poco hacia la izquierda hasta que encontrara un banco de madera, y que me sentara en él. Yo la obedecí sin rechistar, tanteando ciego en la oscuridad hasta encontrar lo que ella me había dicho que había. No había mentido. Era una especie de banco largo, de madera húmeda y algo podrida, parecía que si me sentaba me caería en el suelo por mi propio peso. Me senté, y sentí su superficie húmeda, que me dio algo de repugnancia, pero tampoco iba a ser maleducado con mi "anfitriona", pues había sido tan amable de rescatarme de la oscuridad y de llevarme, al menos, a un lugar donde podía resguardarme del frío del exterior, a pesar de que allí dentro también hacía algo de frío...

Ella se alejó un poco, en busca de unas velas para que yo pudiera ver -di por supuesto que ella podía ver en la oscuridad, porque de no ser así hubiera sido imposible haber llegado allí-, y escuché cómo ella estaba rascando algo, seguramente una cerilla, para alumbrar un poco la estancia. Cuando la primera vela se encendió, vi el rostro perfecto de Selene, aunque mucho no me sorprendió pues gran parte de mi corazón y mente sabían que era ella; además, con esa ténue luz que la rodeaba, era aún más bella que cuando la iluminaba la luz de la luna, pálida y azulada, sino que esa cálida luz la otorgaba unos rasgos más humanos, más cercano a ella. Cuando encendió todo el candelabro, lo dejó a mi lado, para drigirse a encender otro, que depositó en un pequeño altar que había justo delante de mi banco; ahora estaba claro que nos encontrábamos en una iglesia. Unos pequeños escalones terminaban en el pequeño altar sobre el que se alzaba esa vela, y hasta se podía percibir un poco la imagen de una  virgen, en piedra y cubierta por el musgo, justo detrás del altar. Ella se arrodilló piadosamente en los escalones, con el mismo vestido con el que la vi la primera vez, uniendo sus manos en reverente oración, concentrada en dirigir unas amables palabras a la virgen, un Ave María con una voz suave y aguda, melodiosa, tan hermosa como la de los ángeles. Después de ello, se dio la vuelta para dirigirme sus ojos, una mirada entre alegre y tristísima, y se sentó a mi lado, apartando un poco el candelabro para que pudiera sentarse. Nunca la tuve más cerca.

- Pensé que nunca llegaríamos a estar así -comenzó a decir, con un tono ciertamente melancólico en su voz-, pero lo hecho hecho está. No sabía que había despertado tanta curiosidad en mí como para venir a mi casa.

-¿Tu casa? -mi corazón ahora sí que estaba desbocado, pero latía con tanta fuerza por el amor que profesaba hacia ella-.

-Claro, el cementerio es la casa de los muertos. Es mi casa.

- ¿Estás... muerta? Entonces, tú eres... un...

-¿Fantasma? -y comenzó a reírse. No era una risa maliciosa, simplemente sincera por la inocencia de mi pregunta-. Sí, puede decirse que sí. O alma atrapada en este mundo hasta que cumpla una promesa que realicé.

- Oh, Selene, mi querida Selene. Yo pensé que cuando estuviera cara a cara con la verdad, por mucho que temiera que fueras un espíritu, estaría temblando de miedo y huiría despavorido de tu compañía. ¡Pero este amor que siento por ti, cómo reverencio tu figura, me hace tener las fuerzas necesarias para mantenerme ahora sentado a tu lado! No quiero dejarte, moriría por estar contigo, estaríamos juntos por los siglos de los siglos...

-Por favor, no digas esas cosas -e hizo ademán con su mano para que, educadamente, me callara-. Ya lo oí cuando estaba viva, no quiero volver a escucharlo cuando estoy muerta. No quiero ser otra vez la causa de la muerte de alguien...

- Siento mucho haberte incomodado, no era mi intención. Os pido mi más humilde perdón.

- No te disculpes, querido Juan, no tienes el conocimiento suficiente para saber que eso me iba a molestar. No te sientas culpable de ello -y me dedicó una cándida sonrisa, propia de una muchacha educada en la más exquisita educación aristocrática-. Siento curiosidad... ¿no tienes nada que preguntarme?

- Ay Selene...hay demasiadas cosas que querría preguntaros. No sé por dónde empezar.

- Bueno, si no empiezas no acabarás nunca -respondió con un cierto tono burlón, para quitarle peso a la conversación-. Debo decirte que quiero ser sincero contigo, por lo que no dudes en preguntar todo lo que quieras. He estado muchos años esperando desahogarme, y eres la segunda persona con la que más agusto me encuentro -esas últimas palabras las pronunció de una forma lastimera, como si encerraran esas palabras un dolor oculto y guardado en su corazón-. 

- No quiero hacerte preguntas, querida Selene, solo quiero que me cuentes tu historia. Seguro que así todos mis interrogantes se resolverán por sí solos. 

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