Ya no podía creerlo… ¡mi abuela
conoció a la madre de mi amada! La gente que no cree en el destino ahora debe
estar con los ojos abiertos como platos, con la boca abierta de la muda
sorpresa, y pensando en todo lo que han escuchado acerca de ese destino que
muchos consideran inexorable y que ellos tildan de simple charlatanería…
¿Coincidencia? Las coincidencias no existen, y mucho menos en situaciones donde
el elemento sobrenatural está presente a cada paso que das. Sin embargo, mi
maravilla se solapa con la tristeza que me embarga, pues siento mucha compasión
por mi anciana abuela. Ese secreto tan arraigado en su corazón, esa carga de no
haber perdonado a la amiga que la salvó de la desesperación e incluso soñar que
se abrasa en el fuego del Infierno por el suicidio que se cometió... ojalá
supiera qué decirla, pero las palabras no salen de mi boca, me quedo mudo; mi
cerebro no reacciona, simplemente se queda en un estado de pausa, sin saber qué
orden dar al resto del cuerpo. Y me hubiera gustado tanto ayudarla… es una de
las pocas personas de mi familia a las que aprecio de verdad, y no me agrada en
absoluto verla derrumbada, con el carácter y el porte que siempre ha tenido y
ha cuidado de mantener.
Al día siguiente me acerqué a ella
para ver cómo se encontraba, y si necesitaba compañía, pero estaba como
siempre, diciéndome mientras alargaba la mano que no la acompañara, que yo
tenía que vivir mi vida y aventuras, era joven y la vida me abría un sinfín de
posibilidades que ella también vivió. En el fondo de mi corazón, le agradecí
ese gesto, pensando que era una de las personas más honestas que conocía en ese
momento… obviamente sin olvidar a mi amada Selene, mi amor platónico, mi amor
instantáneo, de la que aún no sabía apenas nada. Quedaba poco para la primera
luna llena, y mi corazón se agitaba más en el pecho a medida que veía los días
pasar, y se acercaba el dichoso día. Pero, como siempre ocurre, hay personas
que se interponen en tu felicidad, una y otra vez, viniendo de las manos de mis
padres en esta ocasión. Durante ese tiempo tuve muchos roces con ellos, pero el
más sonado fue unos pocos días antes de la luna llena.
-Alonso, creo que tenemos que hablar
–dijo mi padre acercándose con solemnidad-.
-¿Qué queréis, padre? –contesté con
la mayor entereza que pude, aunque la figura de mi padre era más que imponente:
de hombros anchos, mirada decidida, pasos amplios y solemnes… un auténtico
aristócrata de noble cuna, de sangre azul, que considera a todos los demás
inferiores a él y por eso los mira por debajo del hombro-.
-Creo que nos debes, a tu madre y a
mí, una explicación –comenzó a decir-. ¿Qué es eso que dice tu prometida sobre
una extraña mujer que ha aparecido, que si vas a verla por las noches… parecen
divagaciones de una joven como ella, pero queremos asegurarnos que no hay
ningún problema. ¿Lo hay?
-No padre, claro que no.
-Entonces, ¿quién esa extraña mujer?
-Nadie padre, no existe –cuando lo
dije, creí que mi corazón daba un vuelco. Decir que mi amada no existía, que
obviaba su existencia, me provocó un sentimiento de tristeza, sentía que la
traicionaba negando que ella estaba en su vida -. Será que, estando cerca de la
fecha señalada, se encuentre nerviosa y vea cosas donde no hay nada.
Simplemente eso.
-Eso espero –e hizo una ligera
pausa, mientras clavaba sus ojos marrones oscuro en los míos-. Hijo, no sé si
es necesario que te explique lo importante que es este matrimonio para la
familia. Sentimos que te veas obligado, pero…
-El honor conlleva realizar tareas
que no nos agradan –respondí terminando su frase-. Lo sé perfectamente, y se lo
dejé claro a Alejandra. Que me haya querido creer o no, es cosa suya. Yo me
casaré con ella, y no hay más que hablar.
-Me alegro que lo entiendas y acates
de esta forma, hijo mío. Tu madre y yo estamos orgullosos.
Y se marchó para reunirse con mi
madre. Yo apretaba los puños para evitar que mis lágrimas rodaran por mis
mejillas, debido a la rabia que me embargaba. ¿Cómo pude actuar de una forma
tan cobarde e hipócrita? Todo mi código moral, echado por tierra, todo mi
coraje y mi valentía habían, literalmente, desaparecido. En ese momento, solo
pensaba una cosa: “ojalá puedas perdonarme eso, Selene”. “Pero un verdadero
caballero tiene que reponerse de esos embites” me dije a mí mismo para armarme
de valor, “no debo dejarme llevar por este tipo de cosas. Lo he hecho para
protegerla, para protegernos, y no hay nada de malo en eso”. Me repetía esas
frases una y otra vez, intentando que cobraran sentido para mí mismo, creerme
mis propias palabras, intentar que fueran una especie de bálsamo para mi
corazón dolido. Y funcionó, aunque me llevó unos cuantos minutos, pero me
repuse casi en mi totalidad.
Seguía dándole vueltas sobre la
hermana de Selene, que se encontraba en un convento de clausura, y lo complicado
que podía resultar verla. Sabía que no sería imposible, pero un desconocido
acercándose a un lugar sagrado para hablar de los muertos no tiene mucho
sentido. Cada vez la idea de que Selene era un espectro cobraba mayor fuerza,
ya estaba casi convencido. Pero no entendía una cosa… siempre me contaron que
los espectros eran seres terribles, que solo buscaban calamidad para los
mortales, atormentados por algo que no realizaron en su vida, o que por su
nefasta muerte no consiguen descansar en paz. Incluso me llegaron a contar que
Dios no los admitía en los jardines del Paraíso, y que los condenaba a vagar
sin rumbo por la tierra de los vivos, pero sin serlo. ¿En verdad Selene, que
rebosaba vitalidad y fuerza, podía ser uno de esos fantasmas que relatan en los
cuentos para asustar a niños y adultos? ¿Esa fragancia que emanaba de su
cuerpo, esos ojos que miraban con curiosidad e interés, brillando con un fulgor
de inteligencia que pocos humanos podrían jactarse de poseer de verdad? Y su
piel… ¿un espectro podía ser corpóreo, de piel delicada y suave, perfecta,
limpia y deliciosamente nívea? Mi parte racional me gritaba que era imposible,
mientras que mi parte irracional me susurraba que no estaba seguro del todo, y
ante la duda, caben las posibilidades.
Esa noche había luna llena, por lo
que andaba de un lado para otro de mi habitación, susurrando su nombre,
sonriendo ante su solo recuerdo, aunque fuera una vaga evocación en mi mente.
¿Cómo una persona, fuera espectro o no, podía causarme tal sensación de
felicidad? La hora llegó, y me embarqué a encontrarme con ella.
Estaba en el mismo sitio de siempre,
mirando a la luna, con su cuerpo refulgiendo como si fuera un rayo condensado
del astro que se alzaba sobre ella. Cuando me acerqué, giró su fino cuello, y
al verme una sonrisa de ternura se dibujó en sus labios. En ese momento, pensé
que era un ángel que había bajado del cielo para darme su bendición. Un ser
humano, de carne y hueso, no podía ser tan hermoso. Tenía que estar prohibido,
a la fuerza.
-Hola, Alonso.
-Hola, Selene.
-Puntual, como siempre. ¿No tienes
problemas por venir a estas horas intempestivas?
-No más de los que ya tengo –y diciendo
eso, salté a la barandilla del puente, pues estaba algo cansado. Vi el miedo
surcando sus ojos, un pánico irracional cubría ahora su rostro, y alzaba la
mano como si quisiera impedirme que lo hiciera-. No te preocupes, estaré bien.
-¿Seguro? No quiero que pase otra
vez.
-¿Otra vez? ¿Qué pasó la otra vez?
-Nada, no es nada. Simplemente me
preocupo por ti. ¿Acaso es raro que tu amiga quiera que estés a salvo?
-No, claro que no, es normal, pero…
lo siento, no puedo evitar sentirme intrigado por la frase que has dicho: “no
quiero que pase otra vez”.
-¿Qué tiene de raro?
-¿Estuviste hablando aquí con
alguien, e hizo el mismo movimiento? ¿Se quedó sentado, frente a ti, admirando
tu belleza? Le comprendo, y también siento ciertos celos… de que hayan admirado
tu belleza antes que yo, que puedan arrebatarte de mi lado…
-Alonso, hay cosas que es mejor que
no sepas –dijo, con un tono de voz monótono, triste, y con un ligero matiz de
amenaza, aunque de forma muy velada-. Deja las cosas tal cual están, y no
escarbes en el pasado. Nunca salen cosas buenas cuando se hace eso.
-¿Y me dices eso solo porque te he
preguntado acerca de esa frase? Selene, no soy estúpido. Me estás ocultado
algo. Bueno, algo no, todo. Me da la sensación de que no confías en mí.
-No es que “no confíe en ti” Alonso,
simplemente hay cosas que no debes saber, por tu bien.
-¿Eres Aurora, verdad? –y una mirada
de desconcierto se dirigió a mis ojos-. Sé tu historia, al menos en parte. ¿Por
qué no me lo has contado? Me has llamado amigo hace unos segundos; si de verdad
fueras mi amiga, me lo contarías.
-A veces escondemos la verdad para
proteger a aquellos que consideramos dignos de ello –dijo Selene, con un tono
lastimero en su voz-. Y no quiero abrir viejas heridas que ya consideraba
cerradas y desterradas de mi mente.
-Por favor, Selene, o Aurora, me da
igual. ¿Serás capaz de contarme algo de ti?
-No puedo. Lo siento.
-Bueno, pues si no puedes hacerlo,
tendré que buscarlo yo. Y hazte esta pregunta, por favor, ¿de qué te sirve
tener amigos si no confías en ellos?
Nada más decir eso, salté de la
barandilla y me di la vuelta para marcharme a mi casa. Obviamente yo tenía más
que perder, yo había sacrificado –aunque muy poco, pero algo-, cosas para estar
allí con ella, mis pensamientos solo iban hacia su persona, estaba en las
fronteras que dividen el amor de la obsesión. Y me lo pagaba con más secretos,
con más mentiras al fin y al cabo. Mi enfado era tal, que no escuchaba a mi
corazón, que se estaba desintegrando por lo que acababa de hacer. Dedicar duras
palabras al ser amado nunca es agradable, y menos cuando nos dejamos llevar por
los sentimientos de ira u odio, aunque pasajeros, pero que ejercen una fuerte
influencia sobre nuestras palabras y actos. Luego sí que me arrepentí de mis
palabras, porque ese recuerdo de su rostro, con las lágrimas comenzando a
aflorar de sus cristalinos ojos, esa mirada propia de a los que se les ha roto
el corazón… es desoladora. No hay día que no recuerde eso, y que mi corazón se
encoja del dolor que causa esa imagen en mi ser.
Pero volvamos a nuestra historia. Después
de ese “incidente”, por llamarlo de alguna forma, me decidí a investigar por mi
cuenta sobre la familia de Selene, sobre las hermanas Aurora y Celia, y todos
los que han estado relacionados con ellas. Era una tarea bastante ardua, que
llevaba más esfuerzos que recompensas posteriores, pero estaba tan animado por
emprenderla, por tropezarme mil y una veces, soñando con llegar al final de
aquel asunto, pues tenía la sensación de que Selene necesitaba mi ayuda, aunque
no la hubiera pedido.
A la semana siguiente, con el ánimo
recobrado, las esperanzas renacidas en mi cuerpo, estaba dispuesto a dar mi
primer paso serio. Me sentía como un niño cuando disfruta con un caramelo, pues
me resultaba harto agradable esta aventura, no sabía muy bien por qué, pero era
así. Por la mañana temprano me levanté, hice las cosas que debía hacer lo más
rápido posible, movido por el entusiasmo de estar acercándose al final de una
historia. Estaba claro para mí que todo se solucionaría preguntando a la hermana
de Aurora, la que aún vivía, al menos no había contemplado la opción de que no
fuera así. Después de un fugaz desayuno, pues la excitación me quitaba el
apetito, caminé hasta el monasterio de las Descalzas, donde se encontraba en
unión con Dios aquella mujer. No sabía muy bien cómo presentarse, si decir que
era un familiar, o simplemente quería hablar con ella en nombre de mi abuela,
que era una querida amiga de su madre.
Divagando en esos pensamientos, me
presenté en las puertas del monasterio. Había averiguado que era necesario,
ante todo, mostrarse muy piadoso con la monja que se encargaba de las visitas
del exterior, pues al ser de clausura solo se permitían visitas una vez al mes,
como me enteré antes de acudir en el día que siempre se fijaba para las
visitas. Al entrar por la augusta puerta de madera, sencilla pero imponente,
una monja ataviada con la vestimenta propia de una persona de condición señaló
una de las puertas del lado derecho del pasillo que se abría ante mí. Debía de
estar acostumbrada a este día, pues ninguna palabra salió de sus labios.
La sala estaba bastante llena, pues
el monasterio, aunque no era muy grande, sí que estaban las principales hijas
de las familias de Madrid, sobre todo las muchachas más jóvenes, pues no podían
tener herencia y la dote que les pertenecía no era tan amplia como la de la
primogénita; por cuestiones económicas y de honor, para preservarlas del
contacto masculino, eran introducidas en monasterios, de clausura o no, para
dar su vida a Dios y vivir en armonía con el silencio y con la Creación. Me
senté en una silla, mientras iban saliendo las monjas una tras otra,
acercándose a sus amados padres, hermanas y hermanos, sobrinos y sobrinas. Las lágrimas
fluían por sus mejillas, estaban contentas por ver a sus familiares, a los que
seguramente dedicaban todas sus oraciones.
Buscaba en vano, pues nunca la había
visto, no sabía qué apariencia tenía. Había pensado en buscar a alguien que
fuera igual a su amada Selene… pero con las vestimentas, la cantidad de gente
que había, y la luz pálida que nacía en las lámparas a ambos lados de los muros
de la sala, se tornaba una empresa imposible. Observando que una de las monjas
más ancianas ya se despedía de sus familiares, decidí acercarme para
preguntarla sobre Celia.
-Disculpe mi atrevimiento, pero
quiero hacerla una pregunta. ¿Sabéis donde se encuentra una monja llamada
Celia? Soy un lejano pariente, que ha estado muchos años viajando por el mundo
hasta ahora, pudiendo descansar de nuevo en la ciudad que me vio nacer, Madrid.
He venido expresamente para verla –dije, mintiendo de la forma más descabellada
posible. Ya me había forjado esa historia, por si acaso, pues siempre hay que
barajar lo que pueda ocurrir… o al menos casi todo-.
-Oh, querido –comenzó a decir la
egregia dama-, siento que tu viaje haya sido en vano. Nuestra hermana Celia
ahora se encuentra gozosamente en manos de nuestro Señor. Que descanse en paz –dijo
mientras se consagraba-.
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